16.10.05

Censurado II / Perú 21 y los limeños contra los provincianos



Para terminar de limpiar mi escritorio, aquí va un segundo artículo que debió ser publicado meses atrás y nunca lo fue. Poco antes de que se desatara la polémica entre "andinos" y "criollos" en las páginas de Perú 21, yo había conversado con amigos de ese diario sobre la posibilidad de abrir una columna. La respuesta no fue clara al principio, pero, de pronto, al comenzar el intercambio de dardos, se me pidió una nota de opinión sobre el tema. La entregué y salió publicada. Poco después, Germán Coronado, editor de Peisa, con quien siempre tuve relaciones cordiales, y a quien conozco porque compartimos la amistad de varias personas, se refirió a mí, en ese mismo diario, en términos inusitadamente despectivos. Envié mi columna de respuesta y... jamás fue publicada. Ignoro el motivo. Recuerdo que Iván Thays escribió, en referencia a mi primera columna, que resultaba moderada dado el tono general de la discusión. Quizá a alguien en Perú 21 esa moderación le resultó poco atractiva. En todo caso, aquí va, a continuación (digámoslo cacofónicamente), la nota nonata.


La palabra del sordo


Por Gustavo Faverón Patriau

Días atrás, Germán Coronado mostró su preocupación ante el hecho de que ciertos “francotiradores” (críticos, aunque él prefirió llamarnos “cualquiera”) se crean con derecho a intervenir en el debate literario.

Coronado es un empresario crucial para la supervivencia de la industria del libro en el Perú; parece inexplicable que, además de luchar con la piratería, la baja demanda, los impuestos y las aduanas, decida abrir un nuevo frente y pelearse también con los críticos.

El arrebato es absurdo, pero resulta interesante como síntoma: muchos en el Perú parecen de acuerdo en considerar que nuestra crítica literaria está en declive, virtualmente extinta. Como este editor, numerosos poetas y narradores peruanos muestran poco o ningún respeto por las cosas que los críticos tengan que decir. Mandar a callar a un par de críticos no es, en verdad, pelearse con nadie: los críticos no son nadie.

Creo, más allá de la anécdota olvidable, y al contrario del lugar común, que la crítica es quizá nuestro género más vigoroso y creativo, y me pregunto —sinceramente me pregunto— por qué tanta gente parece convencida de lo contrario.

En los últimos años han aparecido sólidas obras críticas de autores peruanos: los libros de Peter Elmore sobre novela histórica latinoamericana y sobre Julio Ramón Ribeyro; los cuatro volúmenes de historia de la literatura hispanoamericana de José Miguel Oviedo; el libro de Cynthia Vich sobre la vanguardia surandina; los de Efraín Kristal sobre Vargas Llosa y Borges; los de José Antonio Mazzotti y Max Hernández sobre literatura colonial, los ensayos de Jorge Marcone sobre narrativa de la selva, los de Sara Castro-Klarén, Susana Reisz, Raúl Bueno, Jeannine Montauban, Julio Ortega, etc. En conjunto, esos intelectuales (y los muchos que publican en nuestra súbita profusión de revistas culturales) perfilan una extensión y una ambición inusitada en la crítica nacional, una producción que excede en volumen y variedad temática lo hecho en cualquier periodo anterior.

¿A qué se debe, entonces, la idea tan extendida, sobre todo entre nuestros autores, según la cual la crítica peruana está, si no muerta, al menos cataléptica? Una posibilidad es que quienes sostienen eso no tengan la costumbre de leer ni libros ni revistas especializados. Ésa es una opción aceptable, obviamente, pero ella merma su capacidad de juzgar el género apropiadamente. Otra posibilidad es que lo que en el fondo les preocupa sea otro tipo de crítica, la que lanza bendiciones o dardos en los medios de prensa masivos, la que alimenta egos, la que promueve o hunde, la que ocasionalmente maltrata a algún rival y encumbra a algún amigo: una crítica que (con excepciones, como bien ha observado Alonso Cueto) a veces tiene que ver con la publicidad y la egolatría más que con la literatura.

Atender sólo a esa crítica, olvidando a la otra, es colocarle al debate intelectual unos límites tan estrechos que tarde o temprano acabarán por asfixiarlo, para felicidad de quienes aborrecen el diálogo y únicamente tienen oídos para el eco de sus propias voces. Si se enciende un debate en el Perú, el objetivo es profundizarlo y extenderlo, conducirlo hacia los temas cruciales, no pedir que acabe, no apagar la luz e irse a dormir para despertar al día siguiente en la medianía habitual del perfecto silencio peruano.

6 comentarios:

Carlos M. Sotomayor dijo...

Su columna aparecida en Perú21 no sólo fue la más moderada, dentro del concierto de diatribas deleznables, sino también la más equilibrada y coherente.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Gracias. Me parece importante decir algo sobre esa polémica. A mí me pareció muy lamentable que se desaprovechara en discutir nimiedades, pero incluso prefiero esas nimiedades al absoluto silencio y a la total parálisis que es el estado habitual del mundo literario peruano en materia de discusión abierta.

Muchos, como Julio Ortega y Germán Coronado, pidieron en más de una oportunidad que la polémica acabara, porque en los términos en que se estaba dando corría el riesgo de transformarse en circo. Pero estoy seguro de que Julio y Germán también estarán de acuerdo en que el mutismo es veneno intelectual.

Hay quienes parecerían contentos con que nunca nada sea discutido; yo habría preferido que la discusión siguiera abierta, para que una que otra intervención serena y racional pudiera filtrarse por allí a los medios de prensa. Ahora que esa polémica acabó, ¿hasta cuándo habrá que esperar para que nuestros escritores, tan rápidos para escribir columnas de elogio o de insulto, se den el trabajo nuevamente de anotar sus ideas y darlas a diarios y revistas?

Daniel Salas dijo...

Siempre el editor podrá discutir si hubo censura, ya que podrá argumentar que finalmente es su decisión si el texto se publica o no, de acuerdo con los estándares del diario y las expectativas del público.

Mi impresión es se trata de algo peor que la censura. Se trata de que la moderación y las ideas no venden. O bien que se piensa que no venden.

Y lo que sostiene Gustavo en su artículo se puede conectar con algo más: el desprestigio de los humanistas en los medios. Si pasa algo, llaman a un sicoanalista o a un "analista político". Pero no recuerdo haber visto a un historiador o a un filósofo, mucho menos a un especialista en literatura. Las humanidades no existen y en el imaginario de los medios los intelectuales son sociólogos o sicólogos.

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

Precisamente el comentarista de tu reseña sobre Pudor, el que te dice que es "a destiempo", es un caso flagrante de lo que denuncias, aquí, Gustavo. No puede ser que alguien diga que un texto de crítica es extemporáneo (pobrecitos loe medievalistas, entonces), a menos que tenga en mente esa especie de crítica-publicidad/diatriba que es tan común en los periódicos.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Claro. Es increíble. ¿Cómo puede alguien decir que comentar una novela, de hace un año o de hace cien, es extemporáneo? No puedo imaginar un peor insulto contra el libro y contra su autor.

Yo creo que el problema es que la gente no entiende la crítica como una disciplina de investigación, como una indagación humanista, sino como un ejercicio comercial, algo que no está ligado con los procesos de producción cultural sino con las cadenas de consumo comercial. Tal vez, si llega la campaña de Navidad de Crisol, y se reedita el libro aludido, mi comentario sea muy actual nuevamente...

Anónimo dijo...

Hay personas que desean una guía antes de decidir la compra de un libro de cuentos o una novela. Allí es donde desgraciadamente chocan con los críticos que le alfombran el piso al autor sin una pizca de rubor. O lo entierran en el hoyo de la imperfección o la mediocridad. Cuando me encuentro con una crítica de este tipo, inmediatamente me doy cuenta de cómo es que la crítica literaria no está exenta de bajezas, falta de honestidad.