17.12.08

Invitación

Con Thays y los que quieran ir

Entonces, la cosa es así: Iván Thays y yo estaremos este viernes a las 7:30 pm en la librería Ksa Tomada (Conquistadores, sabe dios qué cuadra) para conversar un rato, con la asistencia (y espero que también la participación) de quienes quieran, sobre la reciente novela de Iván, Un lugar llamado Oreja de Perro (que debo terminar de leer esta tarde), y sobre literatura actual en general.




16.12.08

Por la mañana, en Lima

Mi dosis anual de peruanidad

Mientras leen esto (un post escrito ayer y programado para aparecer ahora), Carolyn y yo debemos estar en el aeropuerto Jorge Chávez, peleándonos con la faja continua del equipaje, buscando nuestras maletas, revisando si los regalos no se magullaron en el viaje, y dispuestos a pasar un mes en el Perú.

Aún no lo tengo confirmado, pero todo parece indicar que el viernes 19 estaré en alguna mesa redonda, o conversatorio, o algo parecido, en algún lugar de Lima. Ya les cuento.

15.12.08

La trivialidad de fijarse

Un momento para la banalidad

Un rápido artículo en Politico discute las posibles indumentarias de Michelle Obama el día en que su esposo jure el cargo como presidente de los Estados Unidos. Incluso propone, mediante bocetos, una larga serie de alternativas. Se lo comento a un amigo. Su respuesta es indignada: cómo es posible que,
en medio de la peor crisis financiera del país en décadas, los americanos pierdan el tiempo con trivialidades de esa laya.

Por algún motivo, me resulta profundamente trivial el comentario de mi amigo. Mucho más trivial que la reproducción de artículos sobre la moda presidencial, las posibles escuelas de las niñas Obama o la raza del perro que la familia llevará de Chicago a los jardines de 1600 Pennsylvania Ave. (Alan García, dicen, ofreció uno de esos perros pelados del norte del Perú, hipoalergénicos y horrorosos como ellos solos).

Yo, por mi parte, me quedé pegado anoche a un documental de VH1 sobre Britney Spears. Jamás he podido escuchar entera una canción de la chica, salvo que el vídeo que la acompañe sea especialmente atractico, cosa que tampoco ocurre con frecuencia. Mi pregunta es: ¿soy absolutamente trivial? Mi respuesta, creo, es que soy tan trivial como cualquiera y me llama la atención la historia de esta mujer elevada a la fama desde la adolescencia y caída a los pies del monstruo que la hizo, con la aparente intención de ponerse otra vez de pie.

¿Cómo hago para conciliar ese gusto algo morboso y sin duda banal con la postura de intelectual, el trabajo de escritor o de crítico literario? Muy fácil, me viene naturalmente. De hecho, creo que la literatura que no tiene un pequeño toque de trivialidad no suele ser buena literatura (alabado sea Oscar Wilde), así como no puede serlo tampoco la literatura que no tiene al menos un toque de inteligencia, agudeza y acuciosidad (alabado sea Oscar Wilde).

El problema no es tener un lado trivial; el problema es quedarse en él. Pero historias como la de la abogada negra, bisnieta de un esclavo, que busca el mejor vestuario para llegar a la Casa Blanca como primera dama, o la historia de la niña pueblerina que se vuelve ícono y se destruye y se quiere rehacer, son el tipo de historia que puebla la literatura desde siempre, en el mejor espíritu de Madame Bovary. ¿Por qué tenerle miedo a aproximarse a esas historias en su estado bruto, original?

A veces creo que la verdadera trivialidad está en señalar el lado banal de la vida como si fuera un pecado en sí mismo, como si debiera reprimirse y desaparecer.


14.12.08

El cine del 2008

Mis 15 películas favoritas del año y una más

Como siempre, aclaro que no soy crítico cinematográfico (aunque firmé algunas decenas de críticas con seudónimo en El Comercio, una década atrás). Escribo esto como un cinéfilo más. Muchas de estas cintas fueron estrenadas el año 2007, e incluso algunas el 2006, pero yo apenas las pude ver en el año que termina.

Otras las he perseguido con empeño y no he podido verlas aún: Milk, Doubt, Mongol, Man on the Wire, Ballast, por ejemplo, y sobre todo My Winnipeg, del maestro idiosincrásico Guy Maddin.

Alguna película que no coloco aquí me parece de todas maneras muy recomendable: la belga Ben X, la franco-china El vuelo del globo rojo, la americana The Savages, la inglesa This Is England, la española El orfanato, la francesa Coeurs, de Resnais, la durísima película rumana Cuatro meses, tres semanas, dos días, por mencionar algunas.

1. The Diving Bell and the Butterfly, del norteamericano Julian Schnabel, aunque la cinta es en gran medida francesa, por su actores, por su idioma, por la historia que cuenta y por el libro en el que se basa. Artista plástico por excelencia, el pintor Julian Schnabel construye toda la película a partir de una sola pregunta: cómo se verá el mundo desde el punto de vista de alguien que está a la vez vivo y muerto: cómo se verá físicamente, pero también, sobre todo, moralmente, pasionalmente, existencialmente: cómo se redistribuyen el amor, el odio y la soledad cuando uno sabe que está pisando el umbral de salida. La tentativa respuesta de Schnabel es conmovedora por decir lo menos.

2. There Will Be Blood, del americano Paul Thomas Anderson. Se sabe que cuando Daniel Day Lewis acepta participar en una película, es casi imposible que la cinta sea menos que impresionante. En este caso particular, se trata de una crudelísima desmitificación del impulso individual detrás de la estructura del capitalismo más voraz. El mérito mayor de Anderson está en tomar esos elementos para construir una verdadera tragedia, una que abarca por igual el plano del sujeto y el de la sociedad, y que se desplaza en un universo de fanatismos: el del dinero y de la fe religiosa. No recuerdo una fábula que obtenga resultados tan formidables a partir de esos elementos por lo menos desde que Vargas Llosa escribió La guerra del fin del mundo.

3. Die Fälscher, o The Counterfeiters, o Los falsificadores, del austriaco-alemán Stefan Ruzowitzky, cuenta la más alucinante historia real de las muchas que dieron forma a la Segunda Guerra Mundial: la del grupo de prisioneros de Auschwitz que demoraron por meses la producción de miles de millones de libras esterlinas y dólares falsos con los que los alemanes querían atestar Inglaterra y los Estados Unidos para forzar la desbarrada de la economía de sus rivales. La película es notable; su estructura, exacta; la distribución de sus rasgos de aventura bélica es la adecuada para no opacar la verdadera línea mayor de la cinta, la del dilema moral de los prisioneros, ex criminales enfrentados a la decisión de salvarse a sí mismos o sacrificarse para sabotear la victoria de sus enemigos.

4. Stellet Licht, o Luz Silenciosa, del mexicano Carlos Reygadas. La mejor cinta del mundo hispano en tiempos recientes casi no tiene diálogos en castellano: dado su asunto (un complejísimo y patético triángulo amoroso que envuelve a miembros de una aislada comunidad menonita en México), el guión de Stellet Licht está en bajo alemán, con pequeñas interrupciones de inglés, francés y español. Lo que logra Reygadas es enorme: paultainamente, lentamente, pieza por pieza, va poniendo sobre el tapete los elementos de un terrible rompecabezas moral y psicológico, todo reducido a elementos primordiales: amor, fidelidad, fe, verdad y mentira, pasión, destrucción, desesperanza. Todo en un marco que fuerza a ver el conflicto entre modernidad y tradición desde ángulos impensados. La cinta más sutil de esta lista.

5. Paranoid Park, del norteamericano Gus Van Sant. Van Sant construye un universo dividido, en el que a una sociedad adulta semiinvisible se opone una suerte de comunidad juvenil, no menos fallida ni menos violenta ni más consecuente que la otra: cada cual tiene sus reglas de juego, pero sólo las leyes de la primera tienen el poder de expandirse para regir sobre la opuesta. El incidente que detona el estallido medular del argumento es, precisamente, uno en el que ambos mundos se entrecruzan, una breve intersección capaz de desmoronar los dos escenarios y hacer explotar la burbuja de libertad (condicional) que se representa en ese territorio de falso refugio adolescente, el parque Paranoid.

6. Boy A
, del británico John Crowley. Es curioso el paralelo que puede establecerse entre esta cinta y Paranoid Park, de Van Sant: los solitarios jovencitos protagónicos, los no del todo fortuitos actos de violencia criminal, el largo espiral de arrepentimientos. Si Van Sant prefiere destruir la cronología del relato para recomponerlo como quien reúne esquirlas de tiempo (reproduciendo en ello la naturaleza caótica del instante traumático), Crowley, en cambio, acude a una alternancia de retrospección e instrospección, para narrar la historia de una cicatriz psíquica que nunca llega a cerrarse.

7. Bikur Ha-Tizmoret, o La visita de la banda, del israelí Eran Kolirin. Una película simple, dulce, de perfil bajo, a ratos cómica y a ratos dramática, que no parece aspirar a mucho y sin embargo alcanza sutilmente a abordar más de un territorio peliagudo: uno de ellos es el de las relaciones entre Israel y el mundo árabe; otro, más íntimo, el de la difícil reconstrucción del ánimo de un hombre que ha visto siempre en la disciplina la piedra angular de su vida y que un día ve esa vida destruida por el exceso de su rigor moral. Como telón de fondo de toda la historia, la música se transforma en una cifra no de la belleza, sino del puro equilibrio, tanto el equilibrio del alma humana como el equilibrio del mundo en el que ella se mueve.

8. La Môme, o La Vie en rose, del francés Olivier Dahan. Quizá el mayor biopic de la última década, la cinta de Dahan nos hace testigos y acaso cómplices de una caída atroz, en la que la protagonista, una Edith Pïaf destructora y autodestructiva, va primero cubriendo su miseria vital con el vestido de una voz innatural para luego descubrir paulatinamente las miserias de la soledad que la han perseguido durante décadas. La actuación de Marion Cotillard es una de esas capaces de consagrar una carrera entera.

9. The Edge of Heaven, o El borde del paraíso, del turco Fatih Akin. La historia de un múltiple cruce de fronteras, o de una misma frontera muchas veces atravesada: la entrada y la salida de alemanes en Turquía y turcos en Alemania es sólo una metáfora para la esencial descolocación y el desarraigo que invade a todos los protagonistas. Una historia de búsquedas sin hallazgo visible: la dinámica que mueve al relato es la del desamor y el desengaño; la soledad es su escenario natural.

10. Rachel Getting Married
, del neoyorquino Jonathan Demme. La mejor película de Demme desde The Silence of the Lambs, y la mejor actuación en la carrera de Anne Hathaway. La película parece por momentos una puesta al día del viejo Cassavettes y, por momentos, un regreso a los dramas familiares de raigambre bergmaniana que Woody Allen dirigió en los ochentas y noventas. Su originalidad mayor es formal: coloca al espectador en el centro mismo de una escena de casa, en una ocasión especial (un matrimonio) y le permite ir hurgando paulatinamente en el cuerpo sumergido del iceberg bajo esa débil punta visible: desde allí emerge lo más interesante de la cinta, temáticamente: la ansiosa impresión de que casi no hay distancia entre euforia y depresión, entre amor y odio, entre éxtasis y aborrecimiento.

11. Efter Brylluppet, o After the Wedding, o Despúes de la boda, de la danesa Susanne Bier. Como la turca The Edge of Heaven, esta cinta se involucra también con el asunto del cruce de fronteras, el exilio, el refugio y la soledad de la migración. Como aquella, también en esta película los dos espacios a ambos lados de la línea son un país del primer mundo y uno del tercero; en este caso, los barrios más marginales y empobrecidos de la India son el contrapunto para las mansiones más lujosas y los hoteles más ricos de la aristocracia empresarial danesa. Sin embargo, también aquí es más decisivo el plano íntimo: la cinta es un curioso tour de force por el mundo del melodrama y la telenovela, con su argumento hipercargado de giros sorpresivos y relaciones familiares truncas, suspendidas, entrecruzadas y deformes. (Bier ha estrenado una película americana en este mismo año, hace unas semanas; se llama Things We Lost in the Fire y ha recibido críticas muy positivas, aunque yo no he podido verla).

12. Happy-Go-Lucky
, del británico Mike Leigh. La filmografía de Leigh es de las más ricas que puede ostentar un cineasta contemporáneo, y también de las más variadas cuando uno atiende a los temas de sus obras: la oscuridad de Vera Drake, la depresión a flote de Career Girls, la festiva locura de Topsy-Turvy, la decidida turbidez de Naked. En esa nómina, Happy-Go-Lucky debe de ser la más feliz de sus películas, la más animosa, la más transparente y optimista, y acaso la que más se concentra en la construcción de un personaje: una Pollyana inverosímil (Sally Hawkins) que, sin embargo, uno acaba por aceptar e incluso querer.

13. Inside, de los franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury. Cualquier cosa que hayan visto en años recientes bajo la etiqueta de "película de horror" es cine para niños al lado de esta monstruosa y, sin embargo, precisa e inteligente cinta de la pareja creativa de Bustillo y Maury. Quienes se encuentren aquí, veinte años después, con la ya muy madura Beatrice Dalle, se darán cuenta de que, dos décadas después de Betty Blue, la mujer ha aprendido varias formas nuevas de ser creepy. Y ahora sí le funciona.

14. Vicky Cristina Barcelona
, del neoyorquino Woody Allen, que cada cierto tiempo se las arregla para entregar una cinta más que respetable, y desde que dejó los Estados Unidos para trabajar en Europa las cosas parecen haber tomado un ritmo aun mejor. Esta película se distingue de otras comedias románticas de Allen en que su elemento esencial no es la emoción, propiamente, sino el temperamento: el exabrupto amoroso, el ataque de celos, el arrebato, el paroxismo, la crisis. Podría juzgarse como una versión estereotípica de la exuberancia española vista desde Manhattan, pero la admiración sincera con que Allen se rinde al carácter de Javier Bárdem y Penélope Cruz, la forma en que les permite conducir la película, acaba por conquistar la simpatía del espectador.

15. Brand Upon the Brain!, del canadiense Guy Maddin. Un homenaje a cuanto género circuló en celuloide en los tiempos del cine mudo, Brand Upon the Brain! fue además no sólo una cinta sino toda una performance itinerante, con una orquesta en vivo de once músicos, un castrato y narradores, también en vivo, que incluyeron al mismo Maddin, Isabella Rosellini y Laurie Anderson, entre otros. La película es la historia fantástica de un hombre que regresa a la isla-orfelinato de su infancia, a la memoria de una madre enloquecida y un padre enajenado, al recuerdo de su primer (ambiguo) amor, todo ello con el tono y los elementos del romance gótico, la novela de horror y el cuento de hadas, y con la oscura morosidad del expresionismo de los veintes y treintas (Maddin, después de todo, es un verdadero conocedor de la literatura europea de aquella época). Nota: no tuve tiempo de ver My Winnipeg, la última cinta de Maddin, estrenada hace unas pocas semanas con gran aprobación de la crítica.

Y una más: The Dark Knight, de Christopher Nolan. Si no fuera por los estallidos de talento indudable de Heath Ledger, este laberinto aparatoso de correteos callejeros y fuegos artificiales difícilmente habría entrado en mi lista (o hubiera sido reemplazado por la menos pretenciosa y también más vital Iron Man). Pero, lo que sea de cada quien, el espacio de creatividad que Nolan le da a Ledger, y el producto final que el actor entrega, hacen al menos justo anotar este título y no borrarlo de la memoria. (Una nota más: entre actores de la talla de Maggie Gyllenhaal, Morgan Freeman, Michael Caine, Aaron Eckart y Gary Oldman, el pobre Christian Bale queda reducido y apocado hasta la nada).


11.12.08

Sumalavia sobre Thays

Un lugar llamado Oreja de Perro

Gracias a un anónimo descubro este comentario sobre la novela Un lugar llamado Oreja de Perro, de Iván Thays, finalista del último Premio Herralde. El comentario es del escritor Ricardo Sumalavia y apareció en su blog Primeras Impresiones.

Yo no digo nada porque Iván, as de las comunicaciones digitales, me ha enviado la novela en formatos absolutamente incomputables para mis precarios ordenadores, así que hasta ahora no la he podido ver y recién este 16, que llego a Lima para quedarme un mes, le podré echar mano en la primera librería que me salga al paso.


Les recomiendo esta parte del texto de Ricardo sobre el libro de Iván:
"Antes, casi todas las novelas las leíamos bajo el principio de que debían ser verosímiles -guardar su lógica interna- y que debían, por tanto, hacernos olvidar de que se trataban de mundos ficcionales. En estos últimos tiempos, por el contrario, hay escritores que le enrostran al lector que lo que están leyendo es ficción, un artificio, que no deben creer lo que leen. Sin embargo, estas evidencias causan un efecto perturbador en el lector, pues surgen nuevos modos de lectura. Por otro lado, en esa estrategia, el autor interviene, o puede hacerlo, como personaje –tal cual o distorsionado-, y él también se convierte, entonces, en un artificio, en una mentira descubierta por todos, en un entrometido entre la ficción y la realidad.

"En un lugar llamado Oreja de Perro me es inevitable no notar la correspondencia con el autor. Pero para los que no saben nada de Iván Thays, difícil –diría imposible- en estos tiempos de facebook, blogs y toda difusión por Internet, hasta la mínima información del autor en la solapa del libro nos da una advertencia y nos predispone a su presencia en la novela. Pero lo que se consigue, lo que busca en esta sobre exposición, es desaparecer".


El ejemplo de Le Clézio

Literatura, comunicación, globalización

En tiempos recientes, que un escritor gane un premio suele ser ocasión para que componga un discurso superficial, un par de bromas seguidas de alguna confesión, unas palabras de ocasión que digan poco o no digan nada sobre el oficio, sobre el compromiso (personal o comunal) del oficio, sobre el vínculo entre ese oficio y la realidad exterior.

El discurso de Jean-Marie Gustave Le Clézio la noche de anteayer, en Estocolmo, en el fórum previo a la entrega de los premios Nobel de este año, está a años luz de esa media mediocre: es interesante, y es un documento agudo, agresivo a la vez que fraterno y paternal, crudo pero sensible: un recordatorio oportuno (parece) de por qué el trabajo de escritor, en sus avatares más notables, ha caído durante siglos en los hombros de personas lúcidas, pensantes y sin temor a lidiar con ideas complejas.

Políticamente, no son demasiadas las cosas que me reconcilian con Le Clézio, pero su discurso deja en claro que el tipo sabe darse cuenta, todavía, de eso que muchos otros escritores han perdido de vista: que la literatura no es sólo importante para ellos, como parte de sus vidas privadas y como parte de la construcción de sus egos, sino que sigue siendo crucial para la humanidad en general.

Un dato interesante: en este discurso, en el que rinde homenaje a un par de decenas de escritores en particular (uno de ellos es José María Arguedas), Le Clézio reinscribe la crucial importancia de la escritura y la lectura literarias dentro de la nueva sociedad de la información. Se da tiempo para especular si hubieran sido posibles la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto en un mundo interconectado, con una www y una esfera blogger.

Pero, sobre todo, quiere señalar con claridad que la literatura no es un ejercicio onanista, de autogratificación, sino un intrincado y cada vez más global circuito comunicativo en el que escritores y lectores van construyendo paulatinamente el mundo del futuro. ¿Siempre ha sido así? Quizá. Quizá esa esperanza asomaba ya en las viejas letras imperiales, pese a la evidencia de su transitorio papel sojuzgador. Quizá hoy la literatura, como las comunicaciones en general, tienen por primera vez a la mano la posibilidad real de ser medio de liberación en lugar de, como lo han sido muchas veces, formas de control, de regulación y de normalización.

Una frase memorable, que mi amigo Daniel Salas me hace notar, está al inicio del discurso, cuando Le Clézio menciona su relación con la guerra mundial que le tocó presenciar de niño, y la forma en que esa guerra imprimió su huella en él y su literatura: no por el hecho histórico, sino por su dimensión privada: "Nunca, ni una sola vez, le guerra me pareció un momento histórico. Estábamos hambrientos, estábamos asustados, teníamos frío, y eso era todo".

El discurso completo lo pueden leer aquí en inglés y aquí en francés. No he podido encontrarlo en español, pero si alguien tiene el link, envíemelo, por favor. (Aquí, Iván Thays ha comentado el discurso y la reacción de otros medios y bloggers).


10.12.08

¿Y la verdad?

Un faro que cada vez ilumina menos

Imagino que, a primera vista, las siguientes dos citas no parecen tener relación alguna una con la otra. La primera es de un artículo de Bethsabé Huamán Andía sobre ciertos poemas habitualmente atribuidos a María Emilia Cornejo pero cuya autoría ha sido puesta en duda en el año que termina:

"Es muy grave lo que está en juego en relación con María Emilia, no tanto por el hecho de que haya escrito o no los poemas, que está claro la esencia es suya aunque haya sido transformada la forma, sino por la repercusión simbólica que ello tiene sobre la posibilidad de conformar una tradición artística y una identidad. La razón principal de que se ataque con tanta vehemencia la capacidad de escribir literatura por las mujeres es que ella permite un proceso de subjetivación, de conciencia, aprendizaje, individual y colectivo, que permitiría una identidad, tantas veces arrebatada a las mujeres, para seguirles vendiéndoles el cuento de que están perfectamente representadas en lo universal masculino, que las cosas están bien tal y como están. Lo que está en juego por tanto, es la posibilidad de ser como mujer en un mundo de hombres, la posibilidad de una emancipación".

La segunda --como digo, aparentemente inconexa en relación con la primera-- es del presidente de todos los peruanos, Alan García, y se refiere a las declaraciones del próximo presidente de todos los norteamericanos, Barack Obama, acerca del futuro inmediato de la crisis económica mundial:

"Cuando el presidente de una nación tan importante como EE.UU. le dice al mundo:
en los EE.UU. el 2009 va a ser peor que el 2008, lo que está ocasionando con sus palabras es que la crisis sea mucho peor de lo que iba a ser... Se necesita serenidad como el general de un ejército que sabe los peligros que hay, pero tiene que dar la batalla y no dar la espalda vergonzosamente y eso solo se logra con buenos oficiales y soldados que tengan aplomo y serenidad y que sepan vencer el temor que es muy natural en todos nosotros".

Un amigo me hizo notar la endeble escala de valor ético que se esconde detrás de la frase de García. Yo, por mi parte, quiero conectar eso con la cita de Bethsabé Huamán (sin acusarla a ella de ninguna falta de ética, que eso quede claro).

Entonces: ¿en qué se parecen las dos observaciones? En que ambas parecen encontrar valores preferibles a la verdad. A García, por un lado, no le interesa si lo que Obama ha dicho es cierto o no. Le interesa sólo el lucro táctico que Obama debió haberle sacado a sus declaraciones dada su posición como futuro presidente. Es decir, Obama puede estar diciendo la verdad, pero debió haberla ocultado. Sin querer, claro, García ha subrayado con ello la diferencia fundamental entre un estadista (Obama) y un demagogo (García).

En el caso de Bethsabé Huamán la cosa es menos radical, más sutil, pero no por ello debe quedar exceptuada de una crítica: si María Emilia Cornejo no escribió los poemas que se le atribuyen, entonces es irrelevante, inconducente y secundario que se acuse a quienes ponen en duda su autoría de querer minar "la capacidad" de las mujeres "de escribir literatura" o escamotearles la posibilidad de seguir "procesos de subjetivación".

La cosa debería ser más fácil: si María Emilia Cornejo no escribió los poemas, y sus verdaderos autores son los dos poetas que parecen reclamar esa distinción, entonces no hay consideraciones especulativas que añadir: las mujeres seguirán construyendo su subjetividad como cualquier mortal y las escritoras seguirán escribiendo como cualquier colega, sólo que
esos dos poemas dejarán de ser de una autora particular para pasar a ser reconocidos como obra de otros escritores.

¿Qué conclusión común se puede sacar de ambas citas? Que de vez en cuando no está de sobra ser más amigo de la verdad que de Platón y que es mejor basar el valor simbólico de las cosas sobre el cimiento de su valor de verdad, antes que atropellar la verdad en pro de un símbolo o de una táctica.


9.12.08

El imbécil del 2008

Nuestro ganador: Aldo Mariátegui

En
Escape del planeta de los simios, Aldo es el nombre del primer gorila que adquiere la capacidad de hablar. Eslabón encontrado, entonces, y no perdido, pero en una cadena torcida, que no vuelve humano al animal sino freak a la bestia. Lo mismo ocurre con este otro Aldo, gorila que escribe en un periódico.

(Él, cada vez que puede, la emprende contra ancestros y descendientes de todos aquellos a quienes quiere atacar. Yo, en cambio, no pienso jugar con su apellido, más que ilustre, porque tengo consciencia de que uno no es hechura de sus abuelos y porque sospecho que, en cuestiones de genealogía, como en la vida misma, Aldo no ha descendido de ningún árbol: aún vive encaramado en la copa de su platanero, pelando bananas y escarbándose ácaros a la altura del diminuto y bienvenido cerebelo).

Los chomskianos y los cognitivistas, si no entiendo mal, aseguran que la inteligencia y el lenguaje no están necesariamente asociados. Eso no implica que el lenguaje no lo puedan usar unos para fines más inteligentes que otros. Mariátegui, por ejemplo, que se reclama liberal, podría poner todo su empeño en descubrir que
liberal y libertad son palabras hermanas: no es liberal sino payaso el que quiere ponerse ese apodo y reclamar restricciones, elidir igualdades, suponer supremacías y dar tribuna a todas las formas de segregacionismo que ha parido madre.

Tampoco es liberal el que reclama libertades parciales y se ofende del atropello de los derechos de unos mientras aboga, promueve y da tribuna a quienes postulan el atropello de los derechos de otros. No es liberal; es hipócrita. Y la hipocresía es una de las formas más vergonzosas de la imbecilidad, pues en ella el imbécil supone que los demás son imbéciles también.

El presidente García, infausto como siempre, competidor para el premio que Puente Aéreo le confiere esta tarde a Aldo Mariátegui, dijo hace un par de días que los peruanos
de verdad son los de piel cobriza, los pobres, los cholos, los mestizos. Otros atorrantes como García lo han dicho innumerablemente. Esta vez, como en las anteriores, no han faltado las respuestas: con justicia, se argumenta que la idea de García es racista, segregadora, innecesariamente beligerante, y que juega con fuego.

Algo pasa con esas respuestas, sin embargo: muchas vienen de racistas consumados, promotores de la segregación, que sólo encuentran el racismo ofensivo cuando los agredidos son ellos: Aldo Mariátegui, por ejemplo, a raíz de las declaraciones de García, escribe --mono gramático, mono dramático-- una recolección de anécdotas que ilustran el racismo peruano tal como él lo conoce; es decir, el racismo contra los blancos, contra los pitucos y contra la clase media. Racismo de cocacho en la cancha de fulbito, de mirada torcida en los semáforos de San Isidro.

Bien. Ese racismo existe y es, como todos, negativo. Es cierto, también, sin embargo, que es un racismo reactivo y sin consecuencias relevantes, respuesta al racismo secular, antiguo, endémico y estructural que ha hecho del Perú una sociedad marginalizadora y vertical durante siglos. Es el racismo del que ha sido ofendido y humillado y segregado por su aspecto físico y su origen social durante toda su vida; racismo del que tiene la mitad de las puertas del Perú cerradas desde siempre y para siempre. Un racismo que desaparecería en el instante mismo en que desapareciera el otro, el que pone a los cholos y a los indios en el patio trasero de la nacionalidad y los abandona allí, a su suerte.

¿Y por qué no desaparece ese otro racismo, el secular, el de siempre? Entre otras cosas porque hipócritas y débiles mentales como Aldo Mariátegui le dan tribuna, lo cimientan y lo protegen, lo alientan, lo legitiman y lo cobijan. Eso es lo que hace Aldo Mariátegui cada vez que publica en su diario, como lo ha hecho a lo largo de los años, los artículos de racistas inveterados como Pedro Pablo Kuczynski o Jaime Bayly y, sobre todo, por encima de todos, Andrés Bedoya Ugarteche, el más fiel de sus colaboradores.

"No metamos el racismo en la política oficial, ya que eso puede acabar muy mal en un país fracturado", escribe Mariátegui --mono pragmático--. Como si la política oficial peruana no hubiera sido racista desde siempre, como si nada tuviera que ver el racismo con la estructura misma de nuestra sociedad. Como si Mariátegui no fuera el protector y el auspiciador de los racistas más odiosos y cavernarios de la prensa peruana.

La hipocresía es la forma más perversa de la imbecilidad. Conozco varios sujetos casi igual de idiotas, pero a los otros los salva del patetismo la sombra de autosospecha que de vez en cuando les hace preguntarse: ¿no será que el imbécil soy yo? Mariátegui es incapaz de formularse esa pregunta. Mariátegui es de los imbéciles totales.

8.12.08

Dummies for dummies

Roncagliolo sobre Jean-Luc Godard

Un comentario sobre Jean-Luc Godard vertido por Santiago Roncagliolo en un
artículo reciente de la Revista Ñ, del diario Clarín, ha causado una divertida respuesta en el blog argentino La Lectora Provisoria. Supe de la reacción del cinéfilo argentino a través del comentario de un lector y con dos paradas previas, la primera en el blog Páginas del Diario de Satán, del más interesante crítico peruano de cine, Ricardo Bedoya, y la segunda en la bitácora, también peruana, Cinenuentro.

Básicamente, lo que Roncagliolo dice sobre Godard es que el suyo es cine somnífero y aburrido, a lo mucho útil para ligar con chicas esnobs (y eso además sólo en la época en que Godard era cool, o sea, dice Roncagliolo, en los... ¿noventas...? ¿No hay allí un resbalón de unos treinta años?)

Nadie tiene ganas (ni tiempo) para volver a la vieja seudo-polémica armada por quienes piensan que despreciar lo intelectual por aburrido implica volver
cool, como por arte de magia, lo que es simplemente malo y vacío. Pero sí vale la pena, quizás, fijarse en cómo va perdiendo gracia el asunto cuando los abogados de la superficialidad encuentran que todo, excepto quizá algún fascículo de Hellboy, es demasiado intelectual y, por tanto, excesivamente aburrido.

O sea, en otras palabras: Godard no debería ser aburrido ni demasiado intelectual para nadie que haya elegido como terreno para su obra el territorio que Roncagliolo ha escogido para la suya: los cuadrantes de las mejores obras de Godard son precisamente los que, se supone, prefiere Roncagliolo: el
film noir, el drama y la tragedia de la burguesía decadente, la serie B de Hollywood, y otros que abundan entre las referencias que nuestro compatriota suele poner sobre la mesa: la narración distópica, la ciencia ficción, etc.

Entonces, la pregunta es: ¿no será que, con autores como Santiago Roncagliolo, no estamos ya ante el más o menos trasnochado reclamo por un arte desintelectualizado, sino que, más bien, nos enfrentamos a una especie de desvergonzada reivindicación de la más absoluta vacuidad? ¿Cuán ausentes tendrían que estar en una obra de arte la inteligencia, la sutileza y la complejidad para que lectores o espectadores a lo Roncagliolo no se queden dormidos ante ella?


7.12.08

Disparen al pianista

Hang the DJ, Hang the DJ, Hang the DJ...

Una especie de delirio generacional atravesó por un tiempo a la gente con la que estudiaba yo en la Católica: planeaban el desarrollo de una célula terrorista llamada Liga del Buen Gusto, cuyo destino iba a ser el silenciamiento de todo aquel que, en el terreno del arte, perpetrara atentados de lesa estética que fueran más allá de lo aceptable. La subcélula musical iba a llamarse El Ecualizador).

Un reporte que ha rebotado de blog en blog por medio mundo, y que yo recojo de The Lede, una de las bitácoras del New York Times: el último jueves, en la isla malaya de Borneo, un hombre fue asesinado a disparos en un karaoke luego de haberse apropiado del micrófono por un tiempo que al menos a uno de los concurrentes le pareció demasiado largo.

Hurgando en las noticias, informa Robert Mackey, se descubre que el hecho está lejos de ser una insólita excepción en Asia: una estadística enumera los casos de violencia incontenida ocasionados por malas interpretaciones de "My Way", el clásico de Sinatra: en las Filipinas, numerosas casas de karaoke han retirado la pieza de sus repertorios electrónicos, para evitar malos ratos.

Aún más sangrienta ha resultado "Country Roads", de John Denver: el Telegraph de Londres informó en marzo pasado del caso, sucedido en Tailandia, de un hombre que asesinó a balazos a ocho vecinos suyos luego de soportar (o no soportar) por horas las interpretaciones que estos hacían, en su karaoke privado, de la canción del músico de Colorado (si no recuerdo mal, el título correcto es "Take Me Home, Country Roads".

El karaoke es, qué duda cabe a estas alturas, más que una simple diversión, un foco de fanatismos y una especie de arte (o
artoide) de insospechada extensión en el sudeste asiático, como lo ha sido desde antes aun en lugares como Corea o Japón. Y sí: a los que le gusta cualquier cosa que huela a democratización habrá que hacerles notar que el karaoke es la democratización de la canción: no hay que tener mayor talento vocal para ser estrella de karaoke, basta con un micrófono. Visto así, queda claro que los criminales del karaoke no sólo son asesinos, sino, sobre todo, tiranos.

¿Alguien se da cuenta del parecido entre el micrófono del karaokista y la computadora del blogger? En resumen: ambos son instrumentos que dan a una persona sin calificaciones la oportunidad de brillo instantáneo en un área tradicionalmente reservada a gente con una cierta preparación. El ministro de Informaciones de Malasia, Seri Zainuddin Maidin (esto también lo encuentro en The Lede, aunque apareció primero en Bernama.com), fue el primero en hacer notar el paralelo, y además lo ahondó. Aquí un resumen-paráfrasis de lo que dijo:
"Los bloggers son como cantantes de karaoke, que sienten placer de su propio canto pero no influyen en nadie, aun cuando dicen ser leídos por millones. De cualquier forma, veo el fenómeno como un desarrollo positivo porque, con la oportunidad de "cantar en su karaoke", los bloggers pueden aliviar su tensión y también su adicción (a tener una audiencia). También proveen algo de lectura alternativa, con lo que hacen al país más maduro políticamente. Pero las acciones poco inteligentes de algunos bloggers empañan el nombre de los bloggers profesionales, que usan la tecnología para promover el conocimiento, la discusión académica, el interés en campos específicos y otras cuestiones de interés para la sociedad. Aun con la cantidad de bloggers que hay, sin embargo, los periódicos del mainstream mantendrán una mayor lectoría. De hecho, muchos bloggers ansían ser citados por los diarios porque creen que los medios tradicionales pueden atraerles lectores".
Ok. Y será bueno dejar la comparación allí. Nadie quiere que los fanáticos de la blogósfera empiecen a acribillar a los bloggers que cantan mal la melodía que han elegido para soñar que son estrellas.

6.12.08

Plagios al azar

Dos noticias de copiandanga furtiva

Una de ellas la recibo por email, la manda mi facebook friend Laura García, y ella la publicó originalmente en su blog de La Tercera: es una nota que pueden leer aquí acerca de un aparente plagio cometido por Pablo Neruda a partir de unos versos del cubano Miguel Ángel Macau.

La prueba del delito:

LOS NAUTAS (de Macau)

Amo el amor de los marineros

que besan las mujeres y se van,

dejando una promesa de naufragios
para huir y no volver jamás.

Vienen a la vida entre los brazos

de los trigueños cantos del azar,
y una noche se acuestan con la muerte

en el lecho letal de la mar.


FAREWELL (de Neruda)

Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.

No vuelven nunca más


En cada puerto una mujer espera,
los marineros besan y se van.

Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar…


La otra noticia la encuentro en el Huffington Post y tiene que ver con el asombroso parecido entre el primer single del último álbum de los antipáticos de Coldplay y un disco del célebre guitarrista Joe Satriani. Otra vez, las puebas a la vista (o al oído):




5.12.08

Escuelas para bloggers

A ver si reemplazan a nuestros periodistas

Curioseando en
Huffington Post (ahora que una ex-estudiante mía ha ido a parar allí como redactora) encuentro una puntual entrevista a Christiane Amanpour, reportera de affaires internacionales a quien sigo por CNN, y quien anoche estrenó el documental Scream Bloody Murder, sobre el asunto del genocidio a principios del siglo veintiuno.

Al final de la entrevista, le preguntan a Amanpour por su opinión sobre el rol de los blogs en aquellos lugares del mundo donde las libertades individuales están abolidas o amenazadas. Luego de elogiar la labor de bloggers heroicos en esa regiones del planeta, Amanpour pasa a contrastar el papel de aquellos con el de una buena parte de los bloggers "occidentales":
"I think that in the West sometimes blogging is an excuse for sitting back and just commenting on life as it passes by and putting out your opinions on what is happening. Sometimes those are interesting, but not always. And the truth of the matter is I do not believe, no matter how sophisticated the delivery platform, I don't [think] there is a substitute or should there be a substitute for professional journalism, which comes with training, with experience, with credibility, with developing trust based on the accuracy of your record in the field. I think that is an absolute must. That must stay with us so that people have an accurate and objective reference point for their information".
Para decirlo en cristiano: nos jodimos. Si esa es la diferencia entre bloggers y periodistas, entonces en el Perú no hay diferencia alguna. Veamos: según Amanpour, ¿qué tiene el periodista que no suele tener el blogger? Entrenamiento, experiencia, credibilidad, un rédito de confianza basado en la acuciosidad de su trabajo en el campo, etc.

Por allí no parece ir la cosa entre nosotros: la prensa peruana está en manos de gente que, para comenzar, jamás estudió periodismo, como los dos flamantes directores de
El Comercio; o César Hildebrandt, a duras penas egresado de Eduacación de la Villarreal; o Chichi Valenzuela, que dejó a medio acabar su carrera de Literatura en la PUCP. ¿Debo decir que el etcétera es infinito?

(Por supuesto, una carrera superior tampoco sería crédito de nada: si alguien en la tele peruana puede decir con orgullo que es periodista titulada, ese alguien es la malagua presidiaria llamada Magaly Medina).

La cuestión ética tampoco parece crucial: el periodismo televisivo "profesional" invade intimidades y esgrime documentos privados con la misma facilidad con que un atorrante como José Alejandro Godoy hace publicidad a documentos confidenciales de estudiantes de la PUCP (que lo cobija, lo defiende y le paga el sueldo) o saca a la luz papeles como el (privado y confidencial) perfil psicológico de Javier Villa Stein.

En resumen: en el Perú la prensa sí podría ser reemplazada por la blogósfera. Porque conseguir un sitio en una u otra es igual de fácil, y porque los requisitos de solvencia intelectual, ética y profesional que exige cada una son igual de inexistentes.

Y si no fuera así, bastaría con armar una pequeña escuela en la que periodistas "de verdad" terminen de ajustar las clavijas a los bloggers aspirantes, para convertirlos en profesionales a carta cabal. Pienso en una escuela en la que Martha Meier dé clases de periodismo cultural, por ejemplo; o César Hildebrandt enseñe la cátedra de ética periodística y deontología (podría tomar ejemplos de su propio rol como maquillador mediático del narco Zevallos); ¿y qué tal Chichi Valenzuela acerca de periodismo y derechos humanos, con unas clases especiales dedicadas al tema de la discriminación racial (que ponga de ejemplo su trato de figuras como Alejandro Toledo e Hilaria Supa)? ¿O qué me dicen de un seminario a dúo, dictado por Aldo Mariátegui y Nicolás Lúcar, sobre la diferencia entre mentira y verdad?

A cambio de todo eso, los bloggers podría revelarles a los periodistas el secreto mayor de su conocimiento, la clave que los distingue de aquellos: podrían explicarles cómo se abre una cuenta en blogspot.com... ¿Es que acaso hay algo más que saber?

Imagen: Amanpour en las ruinas de uno de los complejos de Osama Bin Laden en Afghanistán.

4.12.08

Trabalenguas 17

Agudezas, patinadas y dudas celestes de la semana

"De Mario Montalbetti se dice, con ironía y admiración, que es una rara avis porque es un excelente poeta y, además, una persona inteligente".

(Gonzalo Pajares Cruzado, en comentario al margen de una entrevista suya al excelente poeta (y lingüista notable) Mario Montalbetti, en el diario Perú 21.¿Así que en el Perú son raros los casos en que alguien es a la vez poeta conocido y persona pensante…? No tomemos esa afirmación a la ligera: Pajares might be onto something...)

"Riesco poseía más recursos expresivos, sutileza psicológica, densidad de referencias culturales (sin ostentación, con ingenio o humor deliciosos) y aliento poético que las promocionadísimas chilenas Isabel Allende y Marcela Serrano, y las mexicanas Elena Poniatowska, Laura Esquivel y Ángeles Mastretta".


(Profesor Ricardo González Vigil en artículo de El Dominical. Con el respeto de siempre para mi maestro, el párrafo me lleva a la vieja pregunta: ¿por qué a ciertas escritoras mujeres se les compara únicamente con otras mujeres, como si se trataran de una especie distinta?).


"El mundo adulto es expuesto como poco comprensivo y amenazante, mientras que el mundo del skate y de la juventud expresa complejidad y sensibilidad especiales, veraces, aunque difuminadas".


(Higiénico muralista Víctor Coral comenta la cinta Paranoid Park, de mi tocayo Van Sant, después de haber visto, aparentemente, un double feature de Roller Boogie y Xanadú… No, en serio: qué bestia qué superficial es este pata... Nada más nos falta una frase de Rodolfo Ybarra y estamos hechos…)


"Esta revista reúne textos de los estudiantes y de los profesores de la Maestría en Escritura Creativa de dicha Casa de Estudios; así como de los más reconocidos poetas nacionales e internacionales como Gonzalo Portals, Rubén Quiroz, Rodolfo Ybarra, etc".


(Rodolfo Ybarra aprovecha para pasarse el plumero a sí mismo mientras anuncia la aparición de la revista Telúrica y Magnética).


Novela de Ángeles

La línea en medio del cielo

Mientras sigue la participación del respetable en los comentarios a la entrevista-aterrizaje del poeta César Gutiérrez, aparecida aquí mismo la tarde de ayer, aprovecho para bañarme dos veces en el mismo río, presentado aquí, de inmediato, y por segunda oportunidad, adelantos de una novela que será lanzada a librerías esta misma noche: La línea en medio del cielo, de Francisco Ángeles.

Se trata de la primera novela de Francisco: la leí hace, creo, quizá, un año y medio, o acaso más, en una versión que seguramente ya no existe: es, o era, un libro rápido, inteligente, escrito a la sombra de árboles mayores, como el de Piglia, sobre todo, y parcialmente dentro de un territorio que no es el más frecuente en nuestra tradición, el de la narrativa de ideas.

El libro lo presentan, junto a Francisco (director del multi-blog Porta 9), los escritores Fernando Ampuero y Jeremías Gamboa, dentro de unas pocas horas, a las 8 pm., en el anfiteatro Chabuca Granda de la Feria del Libro Ricardo Palma (sí, me refiero al día de hoy, jueves 4).

¿Un adelanto, para ir abriendo los ojos a la nueva novela? Aquí va:

La línea en medio del cielo
(segunda parte – capítulo 4)

El viejo pensaba que debía llenar el cuaderno de palabras, llenarlo por completo. Comenzar escribiendo en forma convencional, línea por línea, página por página, hasta el final, y luego recomenzar con el cuaderno volteado, escribir de abajo hacia arriba, cruzar las nuevas palabras con las antiguas, hacer que se estrellen, hacer que se estorben. Y después volver a la primera página y empezar en diagonal, y después ir girando el ángulo y tener la historia completa y no poder descifrarla, apenas entrever un trazo que no se sabe dónde empieza, a qué episodio corresponde.

De esa manera el relato fracturaba el orden cronológico, fracturaba todo orden, y el viejo esperaba que al final, entre la maraña de trazos sin sentido, pudiera reconocer, dibujado por sus propias palabras, su rostro desgastado frente al cuaderno colocando el punto final. Y después no habría más.

Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, incluso antes de la noche de su matrimonio, no todo era tan confuso. Había posibilidades, perspectivas, el futuro como una de las muchas digresiones posibles, todavía no delimitada. Siempre hay algo a punto de estallar, nunca sabremos cuándo. Sólo veremos el derrumbe, muy antiguo, las ruinas de un pasado que sólo queda idealizar, falsear, maquillar, creer distinto, mejor, superior. Y entonces el cuaderno, y entonces la escritura.

Nada es verdad, nada, nada, nada, ni siquiera yo, yo, yo, que escribo, escribo, escribo en la oscuridad, avanzo a tientas, y muy lento, muy quieto, muy torpe, espero, espero, espero.

La reunión por el cumpleaños se dio por concluida apenas Zeta dijo que se retiraba. Los cinco se pusieron de pie, salieron a la calle, quedaron en volver a verse. Ignat vio que los tres hombres abordaron un taxi y dejaron a Virginia allí. No sabía si esperaban que él se fuera con ella o simplemente no la habían tomado en cuenta. Así que le dijo para ir a beber una cerveza más, la última, a otro lugar. Una vez a solas Virginia cambió de postura. Se le veía mucho más distendida. Están un poco locos con el tema político, le dijo. Están de acuerdo en casi todo, pero no en los mecanismos. Ignat sorbió la cerveza. Zeta los deja hablar, ¿te diste cuenta?, siguió Virginia. Deja que discutan, y él los mira, como a dos niños a los que no hay que dar demasiada importancia. Ya después les dirá lo que tienen que hacer.

Virginia encendió un cigarrillo y se puso a mirar por la ventana. Alguien, un viejo gordo, había entrado al local con un cuaderno en la mano. Avanzó pesadamente hacia el mostrador y pidió una botella de agua. Permaneció de pie, con la botella destapada sobre el mostrador, y sacó un lapicero e hizo el ademán de ponerse escribir. Pero rápidamente desistió y se puso a pasar las páginas, dando vueltas al cuaderno como un espejo en el que se quiere descubrir un ángulo preciso. Al final, cogió la botella, cerró el cuaderno y se fue.

A veces no entiendo muy bien lo que hablan, dijo Virginia. Es como si ellos supieran más que yo. El otro día, por ejemplo, se pasaron toda la tarde hablando de gente que no conozco. Mencionaban nombres, ideas que habían discutido. Yo no entendía nada. Por eso Zeta de alguna manera me sirve. Es el que interpreta la historia para mí, el que me ofrece su versión más legible y permite que la pueda comprender.

Miró su reloj y dijo que ya era un poco tarde, que al día siguiente tendrían que levantarse temprano para ir al ministerio. Ignat le dijo que no era tan tarde, que se quedaran un rato más. Bien, dijo Virginia, será un poco más.

Las ocasiones en que no tiene mayor sentido ir paso por paso, describir, vislumbrar el pasado como un futuro que no se comprende, la misma ambigüedad, la misma oscuridad. Mejor el resumen, las líneas centrales, la esencia que perdura, el núcleo sobre el cual giran todas las posibilidades incumplidas. Siempre queda algo perdido, el jardín vacío y estancado, el jardín sin tiempo que late en esos detalles ocultos para recordarnos que no hemos sido capaces de desaparecerlo, que puede saltar de las sombras cuando menos lo esperamos. La amenaza espectral de lo que pudo ser, su aliento nocturno cuando las cosas parecen bajo control.


Una cama, la noche fresca, la cabeza en la almohada. Y entonces sentimos la necesidad de hacer el recuento y entonces sabemos que nada es descifrable y entonces la cama y la noche fresca y la cabeza en la almohada dejan de ser la cama y la noche fresca y la cabeza en la almohada y se convierten en algo, algo, algo que flota y nadie ve, algo que ninguna palabra podrá jamás captar. Y entonces el momento de comprender el funcionamiento. Y entonces el grito, el grito alto y sonoro sobre el cielo, sobre el cielo por la mitad. Y después, mucho después, cuando ya no hay voz, cuando ya no hay eco, entonces, sólo entonces, arañar entre las líneas el despertar sangrante, el despertar imposible.


El relato de Virginia lo dejó aún más confundido. Lo peor de todo es que no conseguía decidir cuál había sido su intención al empezar a hablar. Ni siquiera quedaba claro por qué habían terminado en ese hotel, por qué se habían desnudado, por qué todo había sido tan apresurado, tan torpe. La primera vez juntos nunca será la mejor, le había dicho ella. Hay que aprender a acoplarse, a entender los ritmos de ese nuevo cuerpo. Pero hasta el cuerpo de Virginia le era esquivo, no podía descubrirlo. Ella misma casi lo había arrastrado al hotel apenas él le hizo una vaga insinuación. Y se había desnudado sin ningún pudor, sin ninguna pasión, un acto frío y mecánico que no le dejó ninguna expectativa, que lo privó de los pasos previos, del descubrimiento lento, íntimo, de la piel. Y de pronto estaba allí, todo muy rápido, todo muy fácil. El cuerpo era una amenaza y él quiso entrar en el vértigo, y se desnudó también y se movió dentro de ella con algo que no era precisamente deseo sino tal vez angustia, y buscó entre sus pliegues algo que le permitiera comprender todo lo que estaba ocurriendo. Agitó su cuerpo con violencia y pocos minutos después se abrió a una nueva, a la definitiva realidad.

Y entonces el momento del relato y la comprobación de que todo siempre puede ser todavía más complejo. ¿Cuánto de lo que ella decía tendría que creerle? Cuando conocí a Zeta, dijo Virginia, percibí de inmediato que era una de esas personas con las que uno sabe que algo va a pasar. Sólo es cuestión de tiempo y de cierta curiosidad llegar a saberlo. Y Zeta terminó siendo mi amante, por supuesto. Pero no por mucho tiempo. A los dos o tres meses, él se aburrió de mí o yo me aburrí de él, no lo recuerdo bien. Como amantes, quiero decir, porque el vínculo ya había quedado establecido. Y por eso seguí interesada en todo lo que él hacía. No por amor, ni siquiera por deseo, sino porque en el tiempo en que fue mi amante él me contaba cosas. Y después él me aburrió, pero sus cosas siguieron interesándome. Por eso me junto con sus amigos y escucho sus conversaciones. A veces me parece que son niños que no saben bien en qué se están metiendo, pero yo a Zeta lo conozco y sé que no debo pensar así. Era una situación un poco rara, íbamos al zoológico, habían llegado unos hipopótamos de África y era increíble cómo se entusiasmaba él con esos animales. Los miraba y les tomaba fotos y empezaba a decir cosas un poco extrañas sobre lo increíble que debía ser para ellos haber cruzado un océano en barco y de pronto despertar en otro clima, en otro ambiente, en un escenario distinto. Yo no le hacía mucho caso, pero él parecía realmente interesado en descubrir en qué momento los animales ya habrían olvidado su pasado y sería para ellos como si siempre hubieran estado ahí. Íbamos al zoológico una vez por semana, sólo para ver a los hipopótamos, y en esas ocasiones se me daba por pensar que era un niño un poco apartado del mundo, que todo eso de la política, todos esos planes un poco oscuros en los que yo veía que se iba involucrando, eran sólo un juego. Pero sé que no es verdad. Zeta tiene sus matices, yo lo conozco bien. él sabe en lo que anda. La que no lo sabe soy yo.