30.7.10

Vargas Llosa vs. las culturas, 2

Un canto de sirena por el mundo uniforme

El resto del artículo de Vargas Llosa es sorprendente. ¿Realmente piensa que toda la filosofía postmoderna es simplemente un discurso sin conexión con la realidad? ¿Qué los libros de Derrida son un juego de palabras sin mayor objeto? ¿Que la premisa de todo crítico postestructuralista es que la literatura no nos puede decir nada sobre el mundo? ¿Que el solo objetivo de la deconstrucción es hacer que los libros digan cualquier absurdo?

¿En verdad piensa que el efecto mayor de las especulaciones de Foucault sobre el poder es que ahora, debido a ellas, los maestros ya perdieron para siempre el respeto de sus estudiantes? ¿O que en un mundo postmoderno la gente no tiene una escala de valores éticos, estéticos o intelectuales? ¿Y que la academia americana, en la que él trabaja con frecuencia, es una institución que nada aporta a las humanidades y al estudio de la literatura?

¿Realmente cree que el hecho de que la alfabetización alcance a números inéditos de seres humanos en todo el planeta es menos preferible que la supervivenvia de una élite de eruditos a la antigua? ¿Y que las humanidades mismas han sido asesinadas y enterradas para siempre por una corriente filosófica francesa? ¿Simplemente porque los herederos de esa corriente han propuesto abolir el eurocentrismo, el patriarcado y el occidentalismo como principios definidores de nociones como civilización y cultura?

Parece que sí, que eso cree. El siguiente párrafo nos lo deja más o menos claro:
"Nadie puede saber todo de todo –ni antes ni ahora fue posible–, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos. En la era de la especialización y el derrumbe de la cultura las jerarquías han desaparecido en una amorfa mezcolanza en la que, según el embrollo que iguala las innumerables formas de vida bautizadas como culturas, todas las ciencias y las técnicas se justifican y equivalen, y no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es. Incluso hablar de este modo resulta ya obsoleto pues la noción misma de belleza está tan desacreditada como la clásica idea de cultura". 


Ese mundo que Vargas Llosa piensa destruido y finiquitado, lo describe en términos que dicen mucho: una sociedad en la que el "hombre culto" era capaz de "establecer jerarquías y preferencias", tanto en la ciencia y el conocimiento como en las artes. Un mundo en el que sólo ciertas formaciones sociales merecen llamarse "culturas", mientras que otras "innumerables formas de vida" no: sólo han sido "bautizadas" así por el capricho de los antropólogos.

No es necesario añadir mucho para saber qué mundo es ese: "falocéntrico" y "eurocéntrico" no son términos que yo use con mucha frecuencia, pero aquí se hacen necesarios; parecen inventados para criticar el texto de Vargas Llosa.


Aunque quizá lo más curioso sea la queja sobre la imposibilidad de objetividad para juzgar las artes: en el mundo de hoy, dice Vargas Llosa (aparentemente por contraste con el mundo previo al postestructuralismo), "no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es". Cabría preguntarse, claro, en qué mundo la belleza estética ha sido indiscutible y objetivamente reconocible.

La primera respuesta que viene a la mente es: en ninguno. La segunda es: quizá dentro de un solo sistema estético-filosófico, aislado de cualquiera anterior, simultáneo o subsiguiente. Es decir, sólo en condiciones de laboratorio, donde una sola teoría estética o un solo conjunto de modos de valoración dominen todo el juicio. Pero esto es equivalente a la primera respuesta: decidir, categorizar y jerarquizar lo bello objetivamente no ha sido posible jamás sin la inmediata o concomitante afloración de contradicciones.

En otras palabras, lo que Vargas Llosa añora no es simplemente el mundo anterior a la postmodernidad. Lo que añora es el círculo central de la élite cultural, la de la antigua academia y la de las academias de las letras, la de los poetas coronados y los cánones irrompibles.

Una buena parte de su artículo está dedicada a llamar la atención sobre los peligros de la especialización en las humanidades (aunque, a decir verdad, los extiende a todos los campos, hasta alcanzar el colmo del aliento apocalíptico asociando la especialización en las ciencias con la producción de armas de destrucción masiva y no, por ejemplo, con el diseño de medicinas de alcance mundial: cuestión de parcialidades).

Es llamativo el razonamiento de alguien que simultáneamente considera perniciosa la especialización en el terreno de las humanidades, la estética, la teoría y la crítica literaria y, por otra parte, piensa que estas últimas deberían aspirar a prescribir unas formas de juicio objetivo sobre lo bello en el arte. Porque, ¿cómo exactamente es que un conocimiento especialziado puede atentar contra la formulación de juicios estéticos? ¿Cómo es que la apertura a un mayor número de tradiciones, corrientes, usos y aproximaciones estéticas o literarias, y su estudio especializado, puede ser un obstáculo para el juicio estético?

Las corrientes culturalistas en los estudios literarios han permitido la incorporación a la esfera académica de territorios como las "literaturas étnicas", las tradiciones orales, la literatura proletaria, la cultura popular y la cultura pop, el cómic, la canción de protesta y una lista tan larga que resultaría ocioso siquiera comenzar a enumerar sus ítems.

Lo crucial es hacer notar que cada uno de esos territorios ha ingresado en los estudios literarios con sus propias escalas valorativas, surgidas del medio social donde se cultiva cada género o cada especie o cada forma artística. Eso es probablemente lo que Vargas Llosa llama caos y percibe como una "amorfa mescolanza". Pero, ¿acaso eso está mal?

Es cierto: es ahora más difícil que antes imaginar una jerarquía, desde el momento en que tanto un estudioso de la literatura como un simple lector sabe o intuye que allí donde antes sólo estaban los Virgilios y los Rabelais y los Zolás, ahora están también los Art Spiegelman y los Chris Ware: hay un riesgo mayor en el juicio porque la escala culturalmente unívoca de antes no sirve para valorar objetos que provienen cada cual de tradiciones no sólo divergentes sino a veces simplemente desoconocidas o mal conocidas o apenas conocidas para el lector.

Pero, repito: ¿acaso eso está mal? ¿Debemos rechazar todos aquellos objetos literarios que no pueden probar su limpieza de sangre, que no pueden demostrar que vienen de una familia de "cristianos viejos", por decirlo así, en la historia de la literatura? Y si la respuesta es no: ¿debemos juzgar todas las obras creativas de la familia literaria con los estándares de una sola, con los estándares, digamos, de la lírica, la épica y el drama tradicionales?

Lo que ha ocurrido con la crítica literaria en las últimas cuatro décadas no es un exceso de especialización, sino la conjunción de las tradiciones críticas con la apertura de la multiculturalidad. Es imposible pensar en críticos más especializados que aquellos a quienes Vargas Llosa adora: Trilling, Eliot, Steiner, por ejemplo, que nunca pusieron los ojos sobre literatura que no fuera europea y eurocéntrica y canónica ni valoraron nada que proviniera de otras tradiciones.

Lo que a Vargas Llosa parecer repelerle es la idea de un crítico que pueda no interesarse crucialmente en esas tradiciones y sí, digamos, en los narco-corridos de la frontera mexicana o la poesía mapuche o que piense que un novelista gráfico como Chris Ware es más interesante que cualquiera que escriba novelas tradicionales hoy en los Estados Unidos.

Al mismo tiempo, sin embargo, Vargas Llosa valora y tiene en muy alta estima a novelistas como el sueco Stieg Larsson y no pocas veces ha hecho patente su admiración por otros autores del mundo de los súper-ventas. Me pregunto: ¿cómo podría Vargas Llosa aproximarse a su proclamada objetividad pre-postmoderna para decir que un best-seller de Larsson es estética y literariamente más bello o más complejo o más inteligente o más penetrante que un reportaje-cómic de Joe Sacco o una performance de La Fura dels Baus?

A fin de cuentas, lo que Vargas Llosa hace al añorar el orden, las facilidades jerarquizadoras, la uniformidad de criterios y la capacidad de objetividad en el juicio estético que falsamente atribuye a las artes y a la literatura anterior al postestructuralismo, es lanzar un canto de sirena por una crítica literaria y estética más transparente por menos compleja, más comprensible por más limitada, más homogénea por menos inclusiva y más cómoda por menos problematizadora.

...

27.7.10

Vargas Llosa vs. las culturas, 1

Sobre un artículo publicado en Letras Libres

En un artículo reciente, Mario Vargas Llosa afirma que "la noción de cultura" a lo largo de "muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico", y presenta como ejemplo la cultura de la filosofía en Grecia y la del derecho en Roma.

Hace notar luego que, en el Renacimiento, el concepto de cultura "lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes" y que después, "en épocas más recientes", dice, desde la Ilustración, "fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura".

De inmediato propone la definición más circular de cultura que me haya sido dado escuchar alguna vez. Escribe Vargas Llosa: "cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según amplio consenso social, la constituían y ella implicaba".

Que es como decir que el fútbol es la suma de los elementos que componen el fútbol o de los elementos que el fútbol implica, de acuerdo con un consenso logrado entre quienes saben de fútbol.

Vargas Llosa, claro, tiene en mente cuáles son esos elementos y los enumera a continuación: "la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber".

Antes de seguir habrá que hacer notar al amplitud de esa nómina, que incluye cosas tan generales como "ideas" y "valores". ¿Quiere decir, por ejemplo, ideas políticas y valores morales? Probablemente. ¿Quiere decir también, por tanto, ideas marginales y valores populares? Uno pensaría que sí, pero Vargas Llosa no necesariamente lo cree, pues a continuación dice:

"La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".

Vargas Llosa defiende la idea de que la clasificación jerárquica de la cultura siempre fue "bastante clara" porque "para el mundo entero" no había sino "un solo sistema de valores, criterios cilturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".

Cabe preguntarse a qué mundo se está refiriendo Vargas Llosa con esa mirada tan herméticamente homogénea: ¿un mundo donde todos comparten exactamente los mismos sistemas de valores, criterios y modos de pensamiento, juicio y comportamiento, sólo que unos individuos hacen progresar esos sistemas mientras que otros "se desentienden de ellos"?

Mi observación es obvia: tal mundo no ha existido jamás: las "razones sociales y económicas" que Vargas Llosa menciona a vuelo de pájaro son más que suficiente asidero para entender que cualquier sociedad presenta quiebres, hiatos y discontinuidades que engendran modos distintos de valoración, juicio y comportamiento; eso, para no entrar al tema evidente de las culturas mestizas, los mundos coloniales, las sociedades hibridas, las formas de dominación, etc.

Según Vargas Llosa, esa utópica unicidad de la cultura fue resquebrajada por la bienintencionada pero degenerante acción de "los antropólogos", que propusieron una idea absurda: que la cultura es "la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora".

Momento de detenerse y regresar al principio para hacerle notar algo a Vargas Llosa: cuando él habla del "concepto" y la "noción" de cultura en la antigüedad griega y romama, en el Renacimiento europeo, en la temprana Ilustración, etc., remontándose veinticinco siglos en busca de la genealogía del término, está, en verdad, inventando esa genealogía: el "concepto" y la noción" de "cultura" que Vargas Llosa atribuye a esos periodos históricos, fueron enteramente desconocidos en aquellos tiempos. Una frase como "el centro de la cultura romana es nuestra tradición legislativa" hubiera sido una frase más o menos incomprensible dicha por alguien en un senado latino en tiempos del imperio.


Sí: Vargas Llosa está intentando dotar a su idea de "cultura" de una historia de la cual carece. La idea de cultura de Vargas Llosa, que no se remonta más allá del siglo dieciocho, podría replantearse de esta manera: "cultura es un corpus de conocimientos, artísticos, humanísticos y científicos, en cuya evolución una élite social tiene ingerencia y agencia constantes y otras parte de la sociedad no".

Y, en ese contexto, "culto" es siempre un adjetivo que sólo se puede adscribir a un individuo que de una forma u otra tiene presencia en (o acceso a) esa élite social. Una idea "culta", y por tanto atendible, sólo puede originarse, así, dentro de ese fragmento de la sociedad. Y ciertamente no puede originarse en un mundo ajeno (por ejemplo, en otro mundo social, es decir, en un pueblo "bárbaro").

A esa noción de cultura es a la que Vargas Llosa se refiere, en verdad, cuando dice que "la noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado". Por ello, a renglón seguido, Vargas Llosa, enumerando los rasgos del nuevo monstruo al que llamamos cultura, incluye los adjetivos "multitudianario y traslaticio".

En efecto: ante una definición estrictamente elitista de cultura, en la que no se reconoce un gran centro único ni la agencia exclusiva de un grupo minoritario y jerárquicamente elevado sobre los demás, todo se hace incómodamente traslaticio (¿qué?, ¿que la cultura está en todas partes?) e inquietantemente multitudinario (¿ah?, ¿y toda esa gente se cree parte de la cultura?). La respuesta de Vargas Llosa es dramática e hiperbólica: "el contenido de lo que llamamos cultura", dice, "ha sido depravado".

Vargas Llosa parte, entonces, de esa definición dieciochesca de cultura y la complementa con el sentido romántico, decimonónico, de cultura: el que se interesó por construir los cánones, las nóminas de los héroes que habían trasnsformado las artes y las ciencias para mayor honra de unas historias nacionales que necesitaban apuntalarse y definirse en la medida en que se iban construyendo los estados-nación; pero que necesitaban también, rápida y efectivamente, instruir al pueblo en una manera de ser "nacional", de modo que quienes alguna vez se nuclearon en torno a señores feudales y luego en torno a coronas y dinastías (o bajo yugos coloniales) se nuclearan ahora en torno a "valores nacionales", que no podían provenir de los pueblos mismos (aunque debieran dar esa impresión), sino que debían llegarles a los pueblos desde arriba, desde alguna élite, dentro de un ejercicio de homogeneización y de hegemonización.

Pero lo más curioso de la defensa vargasllosiana de las antiguas nociones de cultura es su ambigua y acaso sólo a medias inocente inutilidad: Vargas Llosa quiere que se mantengan o renazcan esas ideas de cultura porque ellas permiten cierta jerarquización.

Literalemente, se refiere a tres formas de jerarquización: una, que nos permita seguir teniendo claro quién es culto y quién es inculto; otra que nos permita saber qué arte es elevado y qué arte es bajo (o no es arte) y una tercera que nos permita saber qué culturas son superiores y qué culturas son inferiores.

Es decir, lo que Vargas Llosa quiere recuperar son formas de jerarquización que nos permitan llamar incultos a ciertos individuos, bajas a ciertas tradiciones artísticas e inferiores a ciertas culturas.

Con lo que una pregunta se hace inevitable: ¿cuál de esas cuatro actitudes es necesaria o siquiera fructífera?

Mi respuesta: yo creo tener la capacidad de distinguir entre una persona que ha tenido acceso a ciertas formas de educación, que ha sido expuesta a ciertas experiencias estéticas, científicas, y a la que se le han dado las armas intelectuales para enfrentarse a la vida y remontarla, hacerla suya, transformarla, y una persona que no ha tenido esas oportunidades, o las ha tenido en menor medida o ha tenido unas experiencias de tipo muy diferente.

Del mismo modo, me creo razonablemente capacitado para saber cuándo estoy viendo una gran película, o leyendo un gran libro, o viendo una estupenda pieza de danza y cuándo lo que tengo en frente es una tontería, un error, un resbalón o un aborto. Y sí, incluso creo que, al menos en casos polares, tengo cierta capacidad de juicio para decir que hay sistemas culturales más complejos que otros, o más capaces de traer, a quienes viven en ellos, una forma de felicidad en sociedad.

Pero también soy consciente de que en todos esos casos, mi posición de obsrevación puede llevarme a error: sé que no poseer mi forma de juzgar la realidad no vuelve inculto a ningún individuo; sé que una tradición artística completa me puede parecer inatractiva o menor simplemente por mi incapacidad de comprenderla; sé que en el encuentro de dos culturas radicalmente distintas, acaso inconmensurables, decidir la inferioridad de una no sólo puede convertise en un ejercicio arbitrario, sino también en uno abusivo y mortal.

Sé otra cosa: que tanto para alcanzar los juicios en los que confío como para notar los vacíos en que mi juicio puede caer (y caerá), es absolutamente innecesaria una noción elitista, egocéntrica de cultura. Y también sé algo más, algo que quiero exponer brevemente y que describo, de antemano, como un ideal egoísta para luchar contra el egocentrismo de la cultura elitista.

Es esto. Si volvemos a la noción de que existe un gran estándar --la cultura, la "civilización humana" de la que habla explícitamente Vargas Llosa-- y a la vez asumimos, como hace el escritor, que la cultura occidental es "la única que, con todas sus limitaciones y extravíos, ha hecho progresar la libertad, la democracia y los derechos humanos en la historia" (con toda la obvia circularidad de ese raciocinio), estaremos diseñando una suerte de autoritarismo cultural extremo, en el que, en la práctica, la única ruta que tiene el mundo no occidental para volverse parte aceptable de la "civilización humana" es transformarse a su imagen y semejanza.

En cambio, si descartamos tanto la idea del gran estándar como la noción de una sola "civilización humana", estaremos en condiciones, por ejemplo, de permearnos a otras culturas, de aceptar de ellas lo que nos parezca mejor, más funcional, más efectivo, y también, casi irónicamente, más humano.

No digo esto en un sentido naïf; no soy dado a ese tipo de sentimiento: me refiero a la simple practicabilidad de la convivencia; me refiero a que no podemos seguir pretendiendo la globalización a la vez que mantenemos las jerarquías, porque eso equivale a convertir la globalización en una megacampaña colonialista (que en gran medida lo es, tal como se está produciendo): sólo en la medida en que sepamos adquirir lo ajeno, estaremos disolviendo fronteras y eliminando la verticalidad.

Eso es algo que yo nunca sabré hacer sinceramente, abiertamente, desacomplejadamente, mientras no empiece por suponer que mi cultura es tan maleable y debería ser tan porosa y modificable como cualquier otra. Pero para aceptar esto último debo renunciar a la idea de que la mía es el estándar y de que hay una "civilización humana" a la que yo he contribuido más que nadie.

Vargas Llosa mismo debería darse cuenta de que su éxito mundial no se debe a que él escriba como Flaubert y como Victor Hugo (¿a qué francés le interesa saber que hay un Victor Hugo arequipeño?), sino al hecho de que escribe de otra manera, desde otro mundo, con otra cultura corriendo en sus páginas, con algo que los demás, en otros espacios culturales, han sabido aceptar no porque sea idéntico a sí mismos, sino porque es sumamente distinto, porque les muestra otras cosas y los conduce en otras direcciones.

Y ahora, después de todo eso, justamente él, ¿quiere eliminar unas diferencias que pueden transitar horizontalmente para hacerles los honores a las viejas jerarquías verticales y de un centro único? ¿Para qué?

...

25.7.10

Baricco y el silencio

La culpa y la reconciliación en una novela italiana

En Senza sangue (2002), acaso la más consistente de las novelas cortas de Alessandro Baricco, un anciano se reúne después de décadas con la única sobreviviente de una masacre familiar que él, a los veinte años de edad y al final de una violenta guerra civil, ayudó a llevar a cabo.

La mujer, entonces una niña pero hoy también una persona muy mayor, salvó la vida por un extraño gesto de misericordia de este hombre, a quien, no obstante, ahora espera cobrar la vida de su padre y su hermano, asesinados salvajemente en aquella ocasión (ya ha hecho lo mismo con otros actores del crimen).

Aunque los hechos del pasado no son referidos transparentemente, sino dejados en la indeterminación, se alcanza a comprender que el crimen fue a su vez la retaliación de otra matanza incluso más sangrienta, ocurrida aquella durante la guerra misma.

La novela tiene dos momentos: la primera es el relato de la venganza inicial, el asesinato del padre de la mujer y de su hermano pequeño. El segundo es el arribo de la mujer, ya mayor, a la vida del asesino misericorde, que la está esperando, sabedor de que ella será su heraldo negro.

Esta segunda parte es un contrapunto de conversación y silencio, miradas esquivas entre ambos personajes, extrañas formas de comprensión entre enemigos, insólitas capacidades de compasión, y una escena final que reconcilia la venganza con el amor y la atracción sexual con la reformulación de la memoria.

En cierto momento, el narrador, atravesando la mente del hombre, refiere su sensación:
"En el pasado, había sentido muchas veces cuán difícil era darle un nombre a lo que le había ocurrido en la guerra, como si hubiera un hechizo bajo el cual aquellos que habían sobrevivido no pudieran contar la historia y aquellos que sabían cómo contarla no hubieran estado destinados a sobrevivir".*
Los apellidos son hispanos, los toponímicos también --aunque podrían ser portugueses o gallegos--, y la borrosa cronología hace pensar que Baricco ha querido situar veladamente su historia en una suerte de distopía de la Guerra Civil española y su infinita postguerra, sin arrebatar a su relato la capacidad de rozar un carácter más amplio, menos históricamente determinado o menos puntual.

La idea del personaje, en esa cita, la hemos escuchado antes: la incapacidad de articulación de lo traumático por parte del sobreviviente (también el victimario, aquí, es un sobreviviente: un joven criado en la violencia, que ha seguido ejerciéndola por defecto, porque nada más conoce del mundo, pero que será acosado por su memoria para siempre, luego de haber sido atrapado en una espiral de venganzas que no se ha detenido por voluntad, sino por la forzosa extinción de sus participantes).

La idea da más de sí: el personaje supone la existencia de una maldición: quienes podían contar la historia han muerto; han sobrevivido quienes carecen de la capacidad de relatarla. Si se elimina el factor trágico (la condena que el personaje llama "hechizo") permanece otra forma de condena o de maldición: la sobrevivencia misma implica la pérdida de la capacidad de articular el relato: quien sobreviva quedará inhabilitado o, al menos, obstaculizado, impedido.

¿Por qué? En la novela de Baricco la respuesta es ruda: no porque para articular la historia haga falta superar el trauma de la violencia sufrida, de la violencia infligida sobre uno; sino porque para reconstruir la historia primero hay que vencer el trauma de las culpas propias, que son el más radical lastre de la conciencia:

El hombre puede consolarse con el recuerdo de haber salvado a la niña (hoy la mujer), pero debe lidiar con la memoria de haber colaborado en la muerte del padre y el pequeño hermano. La mujer recuerda que, cuando niña, en la noche de la masacre, escondida en una trampa disimulada en el piso de su casa, aunque podía escuchar los disparos y los gritos de su padre y su hermano, su ilusión era que el muchacho, uno de los asesinos, la cargara en sus brazos y la llevara consigo.

Las culpas, pues, no son sólo las referidas al ejercicio mismo, práctico, objetivo y tangible, de la violencia destructiva, sino que pueden ser de muchos otros tipos: la culpa de la traición, la culpa del desapego, la culpa de no haber hecho nada, la culpa del testigo silencioso, la del que intuyó la línea de la justicia pero prefirió o sintió que debía ignorarla.


(* Sólo he leído la novela en inglés, re-traduzco de allí. Hay una versión en español publicada por Anagrama. La imagen es de una adaptación teatral chilena, del grupo Teatro Cinema)
...

22.7.10

Novedad en la feria

El futuro de mi cuerpo, de Luis Hernán Castañeda
 
Comenzó la Feria del Libro de Lima y en ese marco, esta noche a las 7 pm, en la Sala Blanca Varela (Parque de Los Próceres de la Independencia, Jesús María, a la altura de la cuadra 17 de la Avenida Salaverry), el escritor Luis Hernán Castañeda presentará su más reciente novela, El futuro de mi cuerpo, con comentarios de Jeremías Gamboa y Johann Page.
 
Hace un par de semanas escribí un brevísimo texto que aparecerá en alguna parte del libro, imagino que en la contratapa. Lo copio aquí:
Mientras más lejos parece el Perú en esta historia, más próximo acecha al lector (y a sus personajes). Cuando más distinta es la violencia de este escenario (el medio oeste norteamericano), más visibles los trazos comunes entre todas las formas de beligerancia que habitan lo humano. Cuanto más extraños e inusitados lucen los personajes y sus acciones, más cercana la sombra que proyectan sobre el ánimo de quien se encuentra con ellos, en las páginas de esta novela. Relato misterioso y de nerviosas anticipaciones, hecho de fragmentos de memoria y proyecciones del subconsciente, en El futuro de mi cuerpo todos los objetos materiales y las personas de carne y hueso parecen reclamar su condición de fantasmas y todos los fantasmas quieren ser reconocidos como seres objetivos y palpables. Esta novela de Luis Hernán Castañeda involucra al lector en problemas que van mucho más allá del espacio y el tiempo de la ficción. Quienes quieran encontrar en ella un retrato vívido aunque no poco enrarecido de la sociedad semi-rural estadounidense, lo hallarán en el Festival del Hombre Congelado, en esta dura trama de caracteres insólitos, en las callejuelas de Nederland, en el aire espectral pero vivo de Colorado y los rostros secos de los pasajeros del Greyhound, entre las Montañas Rocosas. Quieren quieran descubrir aquí una reflexión sobre la omnipresente ubicuidad de la muerte y la constante persecución del mal, no tendrán otra salida que convivir con ellas en cada línea. Una de las mejores novelas peruanas de los últimos años, sin duda alguna.
 

Más de Allende y Eltit

Los comentarios de Pinto y Subercaseaux

En la cocina literaria chilena siguen volando ollas y platos: la periodista y escritora Elizabeth Subercaseaux le lanza la sartén al crítico Rodrigo Pinto quien, a mi juicio, la sigue teniendo por el mango: El tema es el mismo: las candidaturas de Isabel Allende y Diamela Eltit al Premio Nacional de Literatura de Chile.

Subercaseaux apoya la nominación de Allende; Pinto la de Eltit, aunque se concentra sobre todo en argumentar en contra de la primera, más o menos en la misma línea de aquello que escribí hace unos días: Allende, dice Pinto, es autora de novelas malas y facilongas, escritas en la huella de un realismo mágico a la García Márquez, pero desescamado, doblemente edulcorado y sin mayores expectativas artísticas.

Subercaseaux, básicamente, ha dicho y repetido que la literatura de Allende es notable, honda, estremecedora, valiente, y que como tal ha sido recibida en todo el planeta, motivo por el cual se la estudia en las mejores universidades del mundo y se le otorga premios en las cuatro esquinas de la tierra. También ha dicho que Allende tiene "una estatura moral e intelectual" que ningún otro chileno ostenta "en la actualidad" (comentario que debería ponerle los pelos de punta a todos los chilenos).

Es problemático, claro, que los argumentos de Subercaseaux se refieran exclusivamente a la recepción de Allende en el extranjero y ni siquiera atiendan a qué se dice sobre Allende, con qué razones se la corona, de qué manera se la estudia, sino apenas al hecho mismo de que exista una recepción numerosa y extensa en el mundo académico y el comercial. Parece que en Chile también hay quienes sólo pueden medir la calidad de lo propio en función de cuánto se habla sobre ello en otros países.

Curiosamente, cuando Pinto se apoya en las observaciones de un lector extranjero, el antropólogo italiano Francesco Varanini, crítico literario de oficio que muchas cosas ciertas ha dicho sobre el progresivo vaciamiento de sentido del realismo mágico latinoamericano en los últimos veinte años, la respuesta de Subercaseaux es cuestionar la validez de los argumentos de un italiano que "se da el lujo de mirar nuestra literatura desde su excéntrica perspectiva, que debe ser muy interesante para sus amigos y las personas que lo conocen en la casa a la hora del desayuno".

¿Total? ¿Si un académico americano o un editor italiano glorifican la literatura de Allende, Subercaseaux afirma que en ello se halla la prueba de que la literatura de la autora chilena es notable, seria y atendible. Pero si un académico italiano argumenta algo en contra de los herederos de García Márquez, entonces sus razones son inválidas precisamente (y únicamente) porque provienen de un extranjero?

(Observación: así suele trabajar el patrioterismo: las opiniones extranjeras positivas sobre lo nuestro nos halagan y se vuelven nuestros argumentos; las negativas las rechazamos violentamente como usurpaciones o entrometimientos).

Más allá de su confusión argumentativa, Subercaseaux insiste en hacer notar que el éxito comercial no significa mecánicamente pobreza de contenidos o de formas, pobreza intelectual o estética. Eso es obvio. No creo que Pinto ni nadie de quienes se oponen a la premiación de Allende quieran argumentar que las ventas voluminosas son un certificado de mala calidad. De hecho, no lo hacen. Sus observaciones son puntuales y se refieren a la obra de Allende, no a su recepción comercial.

Más bien, parece ser Subercaseaux quien esgrime una variante inversa de ese prejuicio, al convertir su alegato pro-Allende en una enumeración de premios y ediciones y reediciones y ensayos críticos a los que se alude por su número y no por su discurso.

Esto último es sin duda muy interesante. Como parte de la academia que ha producido ese voluminoso corpus crítico, debo decir que una gran tajada de los trabajos sobre Allende son estudios sobre el fenómeno de popularidad de la llamada literatura femenina latinoamericana, muchas veces escritos con total ajenidad al hecho de que esa literatura y sus producciones individuales sean --digámoslo simplemente-- buenas o malas.

Otro tanto es poco menos que la norma en los llamados estudios culturales y en gran parte de sus variantes de uso actual: los objetos de estudio suelen elegirse por un interés temático, por los asuntos que tratan, por la situación social, cultural, étnica o de género en que se inscriben, más allá de que se trate de joyas de la literatura. Esto no es tampoco razón de escándalo y no lo digo para desestimar a la academia: el estudio de una cultura a través de su producción literaria no tiene por qué ser sólo el estudio de sus cumbres, sino el de su totalidad.

Pero los premios literarios no se deberían otorgar a lo más representativo de la media ni a lo más exitoso del status quo, sino, allí sí, a lo más interesante, a lo más provocativo, a lo más brillante estéticamente; no a quien coge una posta y la estandariza y la divulga y la simplifica, sino a quien se distingue en una ruta propia.

...

21.7.10

Que viva Túpac Amaru

(O por lo menos que no lo sigan matando a punta de idioteces)

A alguien se le ocurre colocar en el balcón de su departamento una bandera peruana con la imagen de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. De pronto, los vecinos, alarmados ante el descaro del supuesto apologista del terrorismo, llaman a la policía. Un guardia se descuelga acrobáticamente entre las ventanas de un edificio, en el malecón de Miraflores, para arrancar el dichoso simbolito.

El lío es absurdo, claro. Quien ha colgado la bandera con el rostro de Túpac Amaru II lo ha hecho para celebrar las fiestas patrias, con un fervor que, hay que decirlo, rebasa largamente el del limeño promedio (más inclinado a quejarse por tener que embanderar la fachada de su domicilio, ya suficientemente adornada de alambres de púas, vidrios cortados y alarmas eléctricas).

La ignorancia supina de la historia lleva a los vecinos de un barrio de clase media y alta a identificar a Túpac Amaru II con el grupo terrorista que usurpó su nombre, olvidando que, antes que cualquier otra cosa, el cusqueño fue el quinto nieto del último emperador inca, y un complejo rebelde de afán emancipador, de los primeros en articular un discurso que reivindicó la igualdad de criollos e indígenas (e incluso de esclavos negros) en los Andes del virreynato peruano, frente a la corona española.

Curiosamente, el autor de la ilustración que fue colocada en la problemática bandera, Cherman Kino Ganoza, diseñó ese retrato ficcional de Túpac Amaru II como parte de una colección titulada Superhéroes de la Patria, con la idea (que él defiende desde hace mucho) de que una forma de dar coherencia a la nacionalidad peruana es reunirla en torno a la figura de los grandes luchadores sociales de su historia.

Digo curiosamente porque esa idea (incluso a pesar de lo que el mismo Cherman piense, y eso sería interesante discutirlo con él mismo) ha sido por mucho tiempo patrimonio de conservadores y luego de neoliberales peruanos, sobre todo en lo que atañe a convertir a líderes indígenas del incanato y de la colonia en figuras heroicas de una patria que no existía en su época.

De hecho, el primero en deformar la imagen histórica de Túpac Amaru II fue el Estado peruano, que lo convirtió en un precursor de la independencia nacional, cuando es transparente que cualquier cosa que Túpac Amaru II haya soñado como objetivo de su revolución, ese sueño no era para nada el que abrigaban los independentistas criollos de 1821 ni nuestro sucesivo Estado republicano: Túpac Amaru II propugnaba la igualdad práctica de criollos, mestizos e indígenas (cosa que los criollos del siglo siguiente sólo buscaron en el papel), pero lo hacía a la vez que reclamaba derechos monárquicos hereditarios (que los criollos del siglo siguiente eligieron dejar de lado).

En grados distintos, Velasco y el MRTA transformaron a Túpac Amaru II en un símbolo socialista, que poco tenía que ver con la figura histórica real. Velasco lo hacía para utilizar el poder evocativo e inspirador del personaje como líder mestizo y reivindicativo, igualitario; el MRTA le daba un sentido de revuelta de clase que difícilmente se puede atribuir al verdadero Condorcanqui.

Son manipulaciones esperables: todos quienes proponen una idea de nación, como estudió Hobsbawm, empiezan por inventarle un pasado y unos mitos a esa nación, e integrarlos dentro de un relato que se acomode y sirva a su proyecto. Quienes creen que una de esas manipulaciones es excesiva, injusta, degradante, demasiado retorcida, pueden reclamar para sí nuevamente el símbolo que creen usurpado; de hecho, eso es lo que está intentando Cherman con la figura de Túpac Amaru II.

¿Perseguir, incordiar, denunciar a alguien porque quiere ver en Túpac Amaru II a uno de los "superhéroes" de la patria? ¿Llamar a la policía porque alguien más coloca esa imagen del rebelde cusqueño dentro de una bandera del Perú? Irónicamente, me parece, esos vecinos miraflorinos, por ingorancia (repito), son incapaces de reconocer una manera de entender el Perú que debería serles muy familiar y muy natural. Salvo que en verdad quieran abandonar a Túpac Amaru II a ese vil papel secundario en la historia, como rostro de un grupo terrorista fundado doscientos años después de su muerte.

...

17.7.10

Isabel Allende vs. Diamela Eltit

¿Premio Nacional a las Exportaciones?

En el 2001 la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas le otorgó el Oscar en la categoría de mejor película a Una mente brillante. Entre los candidatos que se quedaron en carrera estuvieron El señor de los anillos y Moulin Rouge, cintas acaso más mediocres que la triunfadora. Pero entre las películas de lengua inglesa que ni siquiera recibieron la nominación se encontraban Mullholand Dr, de David Lynch; Donnie Darko, de Richard Kelly; The Man Who Wasn´t There, de los hermanos Coen, y The Others, de Alejandro Amenábar.

O, para decirlo en otras palabras: a la hora de repartir premios, honores y distinciones, la gente suele hacer idioteces. Eso ocurre en el cine igual que ocurre en la literatura. Y no va a cambiar en el corto plazo ni en el mediano. Ni en el largo. Al contrario, es algo que va a ocurrir con más y más frecuencia, en la medida en que el dinero se vuelva cada vez más el descarado motivo y motor de las selecciones. En Chile se está dando un caso paradigmático y no poco patético.

La cosa es así. Al parecer, las dos candidatas favoritas a recibir este año el Premio Nacional de Literatura de Chile, que es una distinción estatal, son Isabel Allende y Diamela Eltit. La candidatura de la primera (que, para decirlo sinceramente, debería sonrojar a cualquiera que entienda que un premio nacional no es un reconocimiento comercial a las ventas sino uno cultural a la creación artística) ha crecido en volumen debido a una campaña montada por la editorial que maneja su obra, la transnacional Random House-Mondadori.

Los ejecutivos de la empresa se han encargado de reunir cientos de miles de adhesiones en Facebook y han reclutado el apoyo de tres ex-presidentes chilenos para promover la premiación de Allende. ¿Qué le puede interesar a Random-House Mondadori, desde el punto de vista comercial, que Allende reciba esa distinción, si los libros de la escritora son ya de por sí un constante éxito mundial desde hace décadas? La respuesta es obvia: lo único que Allende no tiene es el aura del reconocimiento artístico.

La candidatura de Eltit (también esto hay que decirlo) tiene toda la pinta de haber sido lanzado como la negación más radical posible a la de Allende: si algún escritor hay en lengua española hoy cuyo prestigio esté casi absolutamente limitado, al menos fuera de Chile, al ámbito académico, y cuya obra sea percibida como literatura hecha exclusivamente para intelectuales, ése escritor es Diamela Eltit, autora difícil de libros experimentales en los que la complejidad formal con frecuencia asume la apariencia de la abstracción o del hermetismo.

Poner una frente a otra a Eltit y Allende es poner en competencia una idea intelectual de la literatura como forma de experimento, aprendizaje y movilización de conciencias (Eltit) y una idea populista de la novela como forma de diversión, edulcorante de la vida cotidiana, enteramente ajena a cualquier ideal de trascendencia (Allende).

Mientras Random House-Mondadori quiere dotar a su autora estrella de una nubecilla de intelectualidad, quienes otorgan el Premio Nacional de Literatura de Chile están a punto de convertir esa distinción en algo muy diferente. Premiar a Allende por su éxito comercial, sin consideración alguna acerca de qué es lo que sus libros contienen (vástagos de un García Márquez leído con los anteojos de Corín Tellado), es transformar el Premio Nacional de Literatura en un galardón anual a las exportaciones. Es declarar desde el Estado que la literatura es pura mercancía y que su valor es simplemente monetario.
...



16.7.10

Querido diario

Cosas que acabo de leer y sospecho que debo recomendar

* Clemente Palma tiene un cuento más o menos largo, titulado "La granja blanca", que forma parte de su libro Cuentos malévolos, publicado en 1904. Atención a esa fecha, constructores de genealogías: el relato de Palma, inspirado sin duda en La Eva futura de Auguste Villiers de L´Isle-Adam, contiene innumerables anuncios de los temas que en nuestro tiempo solemos llamar borgeanos y es, en diversos aspectos, un anticipo de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares: allí está el espacio cerrado de la ficción que huye del espacio de la realidad, allí la idea de la reproducción icónica del ser amado, allí la obsesión romántica convertida en el motor prometeico de una vida fantásticamente concebida.

* El New York Times del 12 de julio trajo un artículo de Dennis Overbye sobre el físico holandés Erik Verlinde, un profesor de la Universidad de Amsterdam (y antes de Princeton) que destaca entre el grupo de científicos contemporáneos que quiere una vez más reformular (transtornar, casi revocar) la definición de la gravedad de Newton. "Para mí, la gravedad no existe", dice Verlinde, aunque esa frase, hay que decirlo, es sólo el resumen casi amarillista de su hipótesis, y su trabajo es bastante más serio que sólo eso. Por aquí se puede acceder a su artículo original, "On the Origin of Gravity and the Laws of Newton".

* R. Sikoryak lanzó hace unos meses el que puede ser el libro más divertido en el rubro del cómic en lo que va del año: Masterpiece Comics, que recoje relatos suyos publicados en las últimas dos décadas en revistas como Drawn & Quarterly, Raw y Reveal. El rasgo distintivo: cada relato es la curiosa hibridación de dos universos disímiles: el tono, el estilo y los personajes centrales de alguna tira cómica clásica, por un lado, y, por otro, el argumento de algun libro celebérrimo de la literatura universal. Tenemos: Beavis and Butt-head en una versión de Esperando a Godot; Batman en Crimen y castigo; Superman en El extranjero; La pequeña Lulú en La letra escarlata; Charlie Brown en La metamorfosis, y al menos una docena más de mashups de ese tipo. Quizá suene insólito decirlo, pero la impresión más inmediata para el lector (ok, para este lector) es que esos mundos narrativos eran desde su origen bastante más afines de lo que uno hubiera sospechado.

* The Believer, que sigue siendo el magazine cultural más divertido del mercado americano (no hay nada que se aproxime siquiera medianamente en español), ha dado en el clavo con su especial musical del 2010: el último número trae un CD con dieciocho canciones lanzadas este año (incluyendo un rescate del archivo de Nina Simone) que es, en verdad, una clase maestra sobre cómo armar una antología coherente y comprensiva con piezas de docena y media de artistas muy distintos. Mis highlights personales: M.I.A., Of Montreal, Saul Williams, Janelle Monáe, BLK JKS. ¿El punto en común?: la suma de sus partes hace que el disco todo suene como un viaje a Andrómeda.

...

13.7.10

Vindicación de Clemente Palma

El más simpático de nuestros villanos

Si un escritor peruano ha corrido una suerte injusta, o al menos azarosa y antojadiza, ese es Clemente Palma. O quizá fuera mejor decir que ha corrido tres suertes diversas, todas arbitrarias o reductoras.

Para unos, Clemente Palma no es otra cosa que el autor de un cuento, "Los ojos de Lina". Para otros, es únicamente el hijo escritor de Ricardo Palma, nunca comparable con su inmenso padre. Para algunos más, es el crítico descabellado que le pidió a César Vallejo (ni más ni menos que a César Vallejo) abandonar la poesía y dedicarse a otra cosa.

Sobre el primer punto: "Los ojos de Lina" es sólo uno de los varios excelentes relatos que Palma recopiló en sus dos colecciones de cuentos, acaso más sorpresivo pero de ninguna manera más interesante que otros, como "Una historia vulgar" o "El quinto evangelio", cuentos que coinciden en el tiempo, en los temas, y muchas veces en la sagacidad narrativa, con los que escribía en esos mismos años Leopoldo Lugones.

Sobre el segundo punto: con todo lo abarcador y singular que es el trabajo narrativo de Ricardo Palma, la obra de su hijo está en inmensa medida desmarcada de la sombra del padre; Clemente no fue de ninguna manera un imitador, no permaneció en el área estética del otro, tuvo una permeabilidad bastante más cosmopolita a muchas tradiciones literarias que a Palma senior le fueron muy ajenas.Y sobre todo, así como la imaginación de Ricardo se orientó siempre al pasado, la de Clemente tiene mucho que ver con la gran proyección de su generación literaria hacia el futuro, hacia las vanguardias, la renovación experimental de la prosa y la poesía, la discusión de ideas nuevas, etc.

Sobre el tercer punto: el texto en el que Clemente Palma formula el célebre comentario sobre Vallejo, publicado en la estafeta del número 499 de la revista Variedades, y dirigido discretamente a "C.A.V." (César Abraham Vallejo), dice literalmente:
"Su versos son burradas más o menos infectas y que hasta el momento de largar al canasto su mamarracho no tenemos de usted otra idea sino la de deshonra de la colectividad trujillana, y que si descubrieran su nombre el vecindario haría lazo y lo amarraría en calidad de durmiente en la línea del ferrocarril de Malabrigo".

Aclaraciones necesarias: la opinión de Palma fue escrita en setiembre de 1917, cuando Vallejo no era Vallejo y sí era, en cambio, un poeta modernista que aspiraba a un primer reconocimiento, dos largos años antes de la publicación de Los heraldos negros y cinco años antes de la aparición de Trilce.

Más aun: Palma se refería a un solo poema de Vallejo, que éste le había enviado por correo para su publicación en Variedades: el soneto "El poeta a su amada", al que Palma considera un "adefesio", una de esas "tonterías poéticas más o menos cursis" que los principiantes escribían por esa época. 

"El poeta a su amada" es hoy un conocido poema vallejiano. Mi pregunta es, sin embargo: ¿es o no es un "adefesio", una "tontería cursi", un "mamarracho" y una "burrada" (todos ellos calificativos que Palma creyó justo aplicar a las catorce líneas del joven César)? Este es el soneto:

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.

Ok. Quizá entre el verso 6 y el verso 8, Vallejo está en algo: está vallejiano, medio oscuro, cerca de sus recursos y motivos más típicos de años posteriores: la antítesis, el memento mori, el aire cadavérico de la alegría, la repetitividad de lo vital, etc. Pero el soneto es cursi, la idea general es tópica, se trata de un soneto en gran medida formulaico, esperable ya en su momento.

Momento de ponerse una mano en el corazón y responder:

Si nunca hubiéramos sabido que el soneto es de Vallejo, o que Vallejo es una cumbre de la poesía moderna, y escucháramos la estrofa que dice "Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos; / ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura / los dos nos dormiremos, como dos hermanitos"...

a) Pensaríamos que es parte de un soneto escrito por un poeta notable que en 1922 partió en dos la historia de la poesía hispana para siempre.

b) Pensaríamos que es una estrofa de un valsecito criollo de Augusto Polo Campos, modelo de cursilería, arquetípicamente huachafo y demoniacamente atorrante.

c) Nos sentaríamos tentados de preguntarle al autor con qué derecho nos ha endilgado esta tontería cursi, este mamarracho, esta burrada y este adefesio.

d) Le recomendaríamos al autor la urgente lectura de los poemas de José María Eguren, para que se haga una idea de cómo mezclar motivos religiosos con motivos eróticos e imágenes de cuento infantil con toquecillos de gótica necrofilia.

En un día intransigente, yo respondo "b" o "c". En un día conciliador, "d". Nunca "a". Y quién sabe: no tenemos cómo cuantificar las posibles consecuencias que esa respuesta de Palma haya dejado en el trabajo de Vallejo. Quizá fuera en parte a raíz de comentarios como ese que Vallejo se decidió a bajarle un par de kilos a su modernismo ritual y previsible.

Lo cierto es que Vallejo regresó a Variedades años más tarde, colaborando con la revista aún bajo la dirección de Clemente Palma, lo mismo que Eguren, Mariátegui o Valdelomar: Palma no fue nada equívoco en sus intenciones de que Variedades recogiera el trabajo de los más diversos y los más renovadores artistas e intelectuales de su tiempo, y todo indica que su valoración del joven norteño cambió con los años. Y también eso hay que reivindicarlo.

(Providence, Rhode Island, 13 de julio)
...

9.7.10

¿Espías rusos? ¡Uff, qué raro!

(Excepto por el hecho de que ya confesaron)

El gobierno americano captura a una decena de personas y las acusa de espionaje. Dentro y fuera de Estados Unidos, el rango de reacciones va de la suspicacia a la burla y del escepticismo a la ironía. Luego se descubre que entre los once capturados están una periodista peruana y su esposo, un uruguayo que vivió varios años en Lima trabajando como fotógrafo de prensa. En el Perú, algunos la defienden a ella, Vicky Peláez; otros defienden al esposo, Juan Lázaro.

Leo en Facebook: "no me van a decir que Lázaro era espía, qué idiotez". También leo: "Estos gringos idiotas quieren inventarse otra Guerra Fría". Y finalmente leo: "¿Espías? Parece que alguien en la CIA está leyendo muchas novelas". La suspicacia crece y se multiplica y todo el asunto es mayoritariamente considerado un golpe bajo del gobierno americano que ha acusado de cualquier cosa a una aguerrida periodista de izquierda y a su pareja.

Curiosamente, parte de la prensa americana responde en un tono parecido (incluso John Stewart, el comediante, normalmente mucho más sutil): la CIA está haciendo el ridículo, dicen, el gobierno de Obama está haciendo el ridículo. Una de las espías, Anna Chapman, una pelirroja con pinta de modelo publicitaria, se vuelve célebre de la noche a la mañana. En Rusia, su madre tiene que declarar ante la prensa que su hija "no es una Mata Hari".

Los más piadosos suponen que aquí "pasa algo raro". Y poco después, en verdad pasa algo raro: según los cables, Juan Lázaro, el esposo de Vicky Peláez, ha confesado: ha dicho que su nombre real no es ése (en verdad se llama Mikhail Vasenkov), que no tiene nacionalidad peruana, que no nació en Uruguay, sino en Rusia. En suma, que la mayor parte de su vida en los últimos treina años (él era fotógrafo político asignado a Palacio de Gobierno en el segundo periodo de Belaunde: ver foto) ha sido una ficción, la construcción de una pantalla.

Los suspicaces, que siempre creen saber más que dios y que el demonio, reaccionan: quién sabe, dicen, cómo habrán hecho los americanos para obtener esa supuesta confesión. Pero de pronto, llega una noticia más: Rusia ha aceptado hacer un canje de espías presos con Estados Unidos. No hay mucho más que discutir: a través de sus abogados, oficial y legalmente, ante la corte, los presos se declaran culpables de conspiración y de ser "agentes extranjeros no declarados ante el gobierno americano".

Y entonces resulta que los espías no son un espejismo surreal de la Guerra Fría, no son producto de la imaginación excesiva de un funcionario, no son una invención del gobierno americano. Simplemente, son agentes a sueldo del gobierno ruso, pagados para transmitir información confidencial ajena dentro de un juego de observación e investigación que subsiste, complejamente organizado, desde hace muchas décadas (si los rusos aceptan el canje es porque, en efecto, también hay espías al servicio de Estados Unidos encarcelados en Rusia).

Vicky Peláez se ha declarado culpable de los cargos. El cable de AP lo resume así:
"“Mi nombre es Vicky Peláez. Yo formo parte de esta confabulación. Por indicación de mi esposo, viajé a Perú y me encontré con un señor de la Federación Rusa a sabiendas”, afirmó ante la corte. Peláez dijo que trajo un paquete de dinero a Estados Unidos. La prominente columnista de El Diario-La Prensa indicó también que llevó una carta escrita con tinta invisible a los agentes".
Parece que los que pusieron su mano en el fuego por la inocencia de Vicky Peláez se quemaron. Tras su confesión, el único cargo adicional que se le puede levantar ahora es el de estupidez agravada: de todos los implicados, ella es la única sin fachada alguna, la única que no recibió entrenamiento, la única que expresó públicamente y muchas veces su odio infinito contra los Estados Unidos, a pesar de haber asumido la nacionalidad de este país. Y también la única que ha admitido, ahora, que los rusos le acaban de ofrecer dos mil dólares mensuales de por vida, casa en Rusia, pagar los costos de su viaje, etc.

Entonces resulta que a Vicky Peláez no la expulsan de Estados Unidos por ser una aguerrida periodista de izquierda, ni por llamar al gobierno americano "tiranía", tal como ha hecho, ni por comparar a Fidel Castro con Jesucristo y con Mahoma, como ha hecho, ni por ser el vestigio más anacrónico de la izquierda dinosáurica de los sesentas. La expulsan por espía.

Y eso era. Y ahora muchos tienen que morderse la lengua o hacerse los locos y mirar para otro lado u olvidarse del tema. Porque a veces la pura suspicacia quiere pasar por inteligencia, las teorías de la conspiración quieren reemplazar a la realidad (o a otras teorías que sí tienen fundamento) y los aguerridos luchadores revolucionarios reciben dinero de oscuras dictaduras de derecha levemente maquilladas de democracia, como la rusa, que le pagaba a Juan Lázaro y para la cual colaboraba nuestra compatriota.

Porque, como vengo diciendo desde hace varios posts, una parte de la izquierda latinoamericana ha perdido la brújula y cree que conspirar contra Estados Unidos, por ejemplo, es un deber que hay que cumplir sin que importen ni los principios más elementales ni la mínima consecuencia ideológica o ética.

(Fotografía de la revista Caretas)


...

7.7.10

Vila-Matas en Lima

Esta noche en el Centro Cultural de España
Los limeños tienen tiempo de salir corriendo al Centro Cultural de España, donde, dentro de un rato (quiero decir, a las 7:30 pm de hoy), el escritor español Enrique Vila-Matas estará presentando su libro Dublinesca, en una suerte de entrevista pública en donde las preguntas irán por cuenta de Gabriel Ruiz Ortega. Todo esto ocurre dentro del marco de la Semana del Autor.

6.7.10

La mujer y la izquierda, 2

Chivos expiatorios y víctimas propiciatorias

En una columna reciente, Rocío Silva Santisteban apunta que la sociedad peruana ha convertido a mujeres como la senderista Maritza Garrido Lecca y la recién liberada Lori Berenson en sus chivos expiatorios, personajes con quienes nos ensañamos para cifrar en ellos las culpas de todo un segmento de nuestro pasado reciente.

Rocío no usa el término "chivo expiatorio" sino uno distinto, pharmakos, al que René Girard y Jacques Derrida han dado prestigio en la filosofía contemporánea y que proviene de ciertos rituales religiosos de la antigüedad griega. El pharmakos, sin embargo, era un personaje distinto: porque se le concedía un cierto grado de divinidad, porque era inocente de las culpas que querían expiarse o pagar, porque su selección era arbitraria. Nada de eso, claro, se puede decir de Lori Berenson o Maritza Garrido Lecca.

Sobre Lori Berenson se pueden decir otras cosas: que hay quienes encuentran en su figura la posibilidad de culpar de parte de sus males a alguien que no es propio, a un extranjero, y, mejor aún, a un estadounidense de la clase media de New York.

Sobre Maritza Garrido Lecca, aparte los detalles que la convirtieron en personaje romantizable (una trágica anti-heroína en la novela de Nicholas Shakespeare y en la adaptación fílmica de John Malkovich, por ejemplo), no hay que olvidar que tampoco fue ni inocente ni secundaria, y que su crimen no fue menor ni desde el punto de vista político ni desde el estrictamente policial. Refugiar, con entera convicción, al hombre en cuyo discurso está la culpa central de la violencia política y de las decenas de miles de muertes que ocurrieron en el Perú de los años ochenta y noventa, era, ni más ni menos, propiciar voluntariamente la comisión de nuevos homicidios.

Muchos pasajes del artículo de Rocío parecen partir del supuesto indudable de que el hecho de que Maritza Garrido Lecca y Lori Berenson sean mujeres es un factor central para explicar por qué la sociedad les "grita", les "escupe en los medios", las "lapida simbólicamente". Quizá sea así, pero vale la pena preguntarse hasta qué punto, y en qué punto ese factor se confunde con otros.

Me parece que hay el riesgo de cierta generalización en una observación de ese tipo. Los pro-senderistas de la post-guerra interna no dudan en cuasi divinizar la figura de Edith Lagos, dándole un lugar entre legendario y mítico en la imaginación popular. Pero también la memoria de la defensa de la civilidad del pueblo peruano se ha construido con símbolos como el de la heroica luchadora social María Elena Moyano.

En esos casos el rasgo de la feminidad no parece haber constituido un factor negativo, sino todo lo contrario: en ellos está en juego la idea (en general positiva) de la mujer que ocupa una posición de poder auto-construida en el centro de un imaginario mayoritariamente varonil, como es el de la guerra. El hecho de que Garrido Lecca, Berenson, Lagos y Moyano (pido disculpas por hacer una lista con biografías tan opuestas) hayan accedido a posiciones tan singulares pero a la vez tan disímiles implica que no es el rasgo femenino el que determina la aceptación o el rechazo, o al menos no directamente.

Rocío propone un matiz que muchos han manejado, sobre el caso de Maritza Garrido Lecca:
"Se trataba de una joven de clase media alta, con una educación en colegios privados y en la Universidad Católica, muy bella, de rostro apacible, además bailarina de danza moderna, y tenía un pasado de cristiana comprometida. La dulzura de su rostro y de su voz contrastaba con la idea de la “senderista” que los medios difundían desde que José Gonzales, de Caretas, escribió el primer artículo sobre el tema en 1983: cruel, dura y quien daba “el tiro de gracia”. Maritza era la antítesis del estereotipo. Por eso, le fue peor".
Me parece, sin embargo, que la enumeración de rasgos salta por encima el más evidente: como Lori Berenson, Maritza Garrido Lecca es blanca. Como tal, la violencia le debía ser ajena. Y, sobre todo, Sendero Luminoso le debía ser enteramente ajeno. Yo creo que a Berenson y a Garrido Lecca les ha tocado el escarnio mayoritario por ese simple (pero cuán complejo) factor: estar en el lado "innatural" de la división en un escenario que muchos entendieron como racialmente determinado.

Así como Sendero Luminoso hizo estallar en añicos el cuerpo de María Elena Moyano, porque era inconcebible que una mujer negra, lideresa popular y además izquierdista luchara contra la supuesta revolución, así también, las clases medias y altas limeñas, y su prensa, han sido especialmente vehementes en repudiar a la bailarina blanca de clase media y a la neoyorquina blanca del MIT, que de pronto aparecieron alineadas en el lado menos previsible de la barricada.

No quiere esto decir que el hecho de que sean mujeres resulte irrelevante. Mi propia percepción del papel que juega su feminidad en todo esto es, sin embargo, un poco distinto del de Rocío: yo creo que en el imaginario de la guerra interna, a los hombres se les ha seguido dando el rol de personajes históricos dentro de la racionalidad o la irracionalidad de la violencia, mientras que a las mujeres se les ha querido dar en general un rol mítico, inamovible, y de alcances más bien simbólicos: se les ha convertido en emblemas de algo, de alguna idea, sin matices, algo así como abstracciones de una noción, una noción distinta en cada caso.

Curiosamente, mucho del análisis feminista de figuras como Moyano y Lagos ha contribuido a ese proceso: la necesidad de interpretar su condición de mujeres como el elemento crucial de su ejecutoria y de la recepción popular de esa ejecutoria las ha acabado por convertir menos en personas que en trazas del eterno femenino circunstancialmente encarnado en una cierta coyuntura.

En la imaginación de muchos peruanos, Abimael Guzmán (desde su captura), Antonio Ketín Vidal, Víctor Polay, Alberto Fujimori, son personajes debatibles, que se perciben como biografías y están sometidos a los juicios de la historia. Moyano, Garrido Lecca, Lagos, Berenson, en cambio, son emblemas de la traición o del heroísmo o de la resistencia o de la malignidad pura, según sea el caso.

Por un lado, es peligroso dejar que la imaginación de los peruanos se pueble de figuras así de abstractas. No sólo porque, a fuerza de demonizarlas (en el sentido de deshumanizarlas y colocarlas fuera de la historia), se corre el riego de que Garrido Lecca y Berenson sean reivindicadas de pronto como mitos positivos de la subversión, como se ha tratado de hacer ya con Edith Lagos. Sino porque se pierde el relieve histórico, estrictamente histórico, que es necesario conservar en torno a personajes como Moyano: la realidad palpable de una figura de liderazgo popular racionalmente opuesta a la violencia destructiva.

Pero no se destruye el aura emblemática de Garrido Lecca o Berenson adosándoles nuevos caracteres míticos, diciendo que a una la hemos transformado en un pharmakos y a la otra un pishtaco, por ejemplo. El mito se destruye reposicionándolas en la historia, haciendo ver que en efecto fueron culpables de algo, y que ese algo no es banal ni tangencial ni secundario, sino de una estupidez y una inmoralidad patentes.

Quizá si Garrido Lecca no fuera mujer no habría recibido el odio abrumador de la sociedad. Es muy posible. Pero eso supone que si fuera hombre, cholo y obrero de construcción, sin un apellido compuesto, no habría sido objeto de ese escarnio. Posible. Pero quizás estaría hasta hoy purgando una condena a prisión perpetua sin que a nadie le llamara la atención. También por eso es mejor colocar a todos los sujetos de la historia en la historia: todos tienen el derecho y la responsabilidad de serlo.

...

5.7.10

La mujer y la izquierda, 1

Comencemos por Irán y sus aliados

En estos días, en Iran, no son pocas las mujeres condenadas a muerte por adulterio. En algunos casos, el adulterio es real; en otros, la acusación es sólo una forma expeditiva en que un marido puede deshacerse de su mujer si es que ya no quiere tenerla a su lado. En ambos escenarios la condena es un escándalo para la noción misma de derechos humanos.

Una vez que la acusación se produce es práctimante imposible escapar de la condena. Si la mujer niega el cargo, se la somete a 90 latigazos, hasta hacerla "confesar". Si luego apela y desmiente su propio testimonio, la Corte Suprema puede desoír el reclamo sin necesidad de revisar pruebas: basta con un voto basado en impresiones. Si la acusada no entiende el farsi, el idioma oficial usado en los procedimientos legales, no se le proporciona un traductor. De cualquier forma, como en muchos códigos legales del mundo árabe, el testimonio de la mujer tiene la mitad del valor del testimonio de un hombre.

Una vez que todas las instancias han sido recorridas, la condena es la muerte por apedreamiento: la mujer es llevada a un lugar, casi siempre público, donde es enterrada hasta el pecho, y se le arrojan piedras "lo suficientemente grandes para causar dolor pero no tanto que la maten de inmediato" (*). El proceso continúa hasta que la mujer muera.

Sakineh Mohammadie Ashtiani es una mujer de 42 años, madre de dos hijos, iraní descendiente de azerbayanos, de lengua turca. Ha pasado ya por todas las instancias que mencioné y en cualquier momento puede morir lapidada. Como mueren en Irán mujeres que resultan embarazadas por violación, mujeres que son abusadas en casa y se atreven a responder, niñas como Zhila Izadi, de 13 años, que en 1994 fue acusada por su propio padre por esperar un hijo de su hermano de 15.

El régimen de los mullahs de Irán es sin duda de los más atroces que conoce el mundo hoy. Pero el presidente de Irán se pasea por el planeta recibiendo abrazos y cariños y condecoraciones de diversos gobernantes que, sin embargo, se proclaman a sí mismos defensores de los derechos humanos, de los derechos del pueblo, de los derechos de los desposeídos y de los marginados.

Más de una vez he escrito sobre esto mismo, pero nunca está de más hacerlo de nuevo: ¿acaso para ser de izquierda y llamarse antiimperialista, es necesario alinearse con regímenes criminales y darles palmaditas en el hombro a los asesinos? ¿Qué hace un líder como Lula da Silva proclamando su cercanía al régimen de Ahmadinejad? ¿Es acaso ese régimen algo que él querría ver encarnado en su país?

La respuesta es que no, sin duda alguna, y supongo (supongo) que lo mismo puede decirse de Chávez, Morales, Correa o el nicaragüense Daniel Ortega (en la imagen), los otros líderes latinoamericanos que andan fotografiando sus amores con Ahmadinejad cada vez que les cae la ocasión. Pero entonces, ¿es que la política de conveniencias internacionales de estos personajes y de sus gobiernos tiene una prioridad tan, pero tan mayor que su simple moral?

¿Y qué pasa con las mujeres de esos regímenes? ¿Dónde está la voz de las revolcuonarias cubanas y venezolanas y nicaragüenses, y dónde la de las lideresas populares de Correa y Lula? ¿Qué es lo que tiene que decir la izquierda populista latinoamericana ante el femicidio sistemático en Irán y en otros países árabes?

¿Es que basta con que Ahmadinejad sea el líder antiamericano por excelencia en su esquina del planeta, que apoye logísticamente al terrorismo de Hamas en Palestina y amenace a Israel, y que se alíe a Chávez y Lula entre los productores de petróleo, para que todos sus crímenes sean borrados de la conciencia de la izquierda en este otro lado del mundo?


...

3.7.10

La izquierda y la violencia

Qué hacer (en este momento)

La izquierda peruana, lamentablemente, no parece aprender de la experiencia. Una vez más, como hace treinta años, a mucha gente en la izquierda se le está haciendo difícil sintonizar con la simple indignación popular que produce la amenaza del terrorismo. Y se les está haciendo difícil, además, darse cuenta de que la amenaza es real, más allá de que el gobierno tenga un interés politico en exagerarla.

Hay una marcha pro-senderista en las calles de Lima y otra en San Marcos. Y a la gente de la izquierda le molesta que los medios pongan su atención y su énfasis en denunciar la segunda en vez de la primera. ¿Por qué?, preguntan. ¿Cuál es el interés político detrás de eso? ¿Cuál es el oscuro objetivo detrás de eso? ¿Qué tiene el gobierno aprista contra la universidad?

No se les ocurre decir que hay que hacer algo efectivo y rápido y serio y coherente para evitar que San Marcos vuelva a ser utilizado como foco de captación y formación para células terroristas. Tampoco se les ocurre pensar que hacer eso, en efecto, es responsabilidad del gobierno, que el gobierno no sólo tiene el derecho sino también el deber de garantizarle a la ciudadanía que una entidad universitaria (más aun una que vive del dinero del Estado) no será un foco de subversión terrorista. Evidentemente, no se les ocurre proponer una solución que sirva para preservar la autonomía del campus y la seguridad de todos simultáneamente. Grupos de estudiantes salen a protestar contra una posible intervención estatal, que no ha ocurrido, antes de organizarse para lograr que en San Marcos deje de existir un grupo pro-senderista.

¿Qué los lleva a creer que enfrentarse al Estado es más importante que enfrentarse a Sendero Luminoso? ¿Qué los hace pensar que el Estado no debe interesarse por hacer nada y que el campus solo y la universidad sola serán capaces de garantizarle al resto del país que esa organización pro-senderista que actúa dentro de su comunidad no será parte medular en un relanzamiento de Sendero Luminoso? Sin duda, no será la experiencia de décadas pasadas la que les da esa seguridad.


Una requisa en la cárcel de mujeres ocasiona protestas de gente de izquierda por el hecho de que se haya inspeccionado particularmente a ciertos miembros de Sendero Luminoso, como Marissa Garrido Lecca. Pero, ¿a quién habría que inspeccionar cuando se organiza una requisa con el fin expreso de impedir que los senderistas encarcelados cuenten con medios de acción vedados por el régimen carcelario? ¿O es que se espera que las cárceles sean territorio autónomo donde los miembros de Sendero Luminoso sigan organizándose más allá del control de las autoridades?

Mucha gente de izquierda parece abrigar todavía la estúpida idea de que los senderistas son algo así como compañeros desorientados, románticos que extraviaron el rumbo temporalmente. He leído comentarios de personas que preguntan socarronamente si acaso los ex-senderistas son el cuco, si acaso van a intentar algo que ponga en alarma la seguridad de la nación.

Bueno, pues. Ocurre que la violencia más miserable es lo que ha definido a Sendero Luminoso desde siempre. No es un invento. No es una intriga ni una cortina de humo lanzada por nadie; es simplemente una comprobación factual. Sendero Luminoso nunca ha articulado seriamente un proyecto nacional que no pase por la destrucción y el crimen generalizado. Así que sí: hay motivos para suponer que, si la organización persiste o resurge, la violencia será nuevamente su método y la destrucción homicida será su estrategia.

Una gran cantidad de senderistas presos siguen refiriéndose a sí mismos y a los suyos con los términos de guerra que usaban años atrás; eso es lo que tenían en la cabeza cuando entraron y es lo que muchos tienen al salir. No todos, gracias a Dios. Y sí: todos tienen una oportunidad, legalmente otorgada, de reingresar en la esfera social. Pero no creo que esté de más decir que no han hecho gran cosa para ganarse ninguna forma ciega de confianza.

Pasaron algunos años, muchos senderistas han salido de prisión, la gran mayoría saldrá en los próximos pocos años. No es cuestión de inventar el apocalipsis y creer que ese hecho en sí vaya a ser el fin del mundo. Pero, francamente, habría que ser muy torpe para pensar que no hay que preocuparse de nada. Eso sería ni más ni menos que volver al 1980 en el que, en efecto, nadie creía que hubiera que preocuparse de nada.


¿Qué debería hacer la izquierda? ¿Y por qué es importante que haga algo? Obviamente, no basta que la izquierda pase un tercio de siglo repitiendo el mantra de que ella nada tiene que ver con Sendero Luminoso; no basta con condenar y señalar con el dedo. No basta con hacer notar la propia inocencia y la distancia frente al proyecto violentista.

Si alguien en el Perú debería ser capaz de luchar con Sendero Luminoso en el campo de las ideas, si alguien sabe lo suficiente sobre discursos revolucionarios como para imaginar lo que debe hacerse antes de que todo regrese al punto de la violencia y la guerra interna, ése alguien es la izquierda en su conjunto. La izquierda, que no es una opción electoral viable en los próximos pocos años, puede volver a hacerlo si elige que la derrota final y absoluta de Sendero Luminoso sea su objetivo particular, el centro de su acción, algo que la sociedad le pueda deber a ella, después de tantos años en que poco o nada le debemos a la izquierda.

Gran parte de la izquierda peruana optó, en su momento, correctamente, por hacer suya la bandera de los derechos humanos. Y ahora que la tiene, aunque precariamente, no debe perderla. En sus mejores instancias, esa izquierda ha defendido los derechos de todos, pero ha sido encasillada ante la opinión pública como defensora de terroristas. Eso es falso en gran parte, aunque lamentablemente no en todos los casos.

La manera en que la izquierda ha modelado su discurso derechohumanista (y yo uso esa palabra en el único sentido válido, que es positivo) parece orientarse más al filo de la navaja en el que todos estamos forzados a aceptar la nueva o futura libertad de los senderistas sin tener ninguna defensa concreta ante la posibilidad de que Sendero Luminoso regrese a su camino de los años ochentas y noventas.

La izquierda debería articular un proyecto de acción que cope los espacios de posible crecimiento de Sendero Luminoso; debería volver con fuerza y coherentemente a las universidades, a los sindicatos, al campo, a las cooperativas, a la sierra, a los conos, desarrollar una alternativa socialista moderna que sea defendible e inteligente.

Debería dejar de concebirse a sí misma como tres izquierdas separadas e irreconciliables, una extrema representada por el violentismo, una tradicional que se asfixia y se ahoga en sus viejos escenarios (los mini partidos, las mini células universitarias, los sindicatos de quemadores de llantas), y una progresista a la chilena que ninguna simpatía encuentra en la anterior y donde el líder más visible parece ser una Susana Villarán sin la menor visión de cómo aproximarse al pueblo.

¿Esa unidad de izquierda, que descarte solamente a los violentistas, solamente a los que abrazan o abrazaron la violencia homicida, es imposible? Quizás lo sea: la izquierda peruana tiene la costumbre secular de la subdivisión infinita. Pero si no se plantea un objetivo unitario y una posibilidad de conjunción, no tiene más destino que el final de su presente proceso de desaparición.

Y la unidad contra la violencia, la unidad en el rechazo práctico, inmediato, radical y productivo contra la violencia, empezando por la que trajo y posiblemente traiga nuevamente Sendero Luminoso, es el único tópico de unión que le podrá rendir frutos en el futuro, cuando no le sea necesario perder el tiempo limpiándose la cara y repitiendo sus deslindes, cuando ese deslinde sea tan evidente que se vuelva innecesario hacerlo y la izquierda pueda pasar a exponer y explicar y ofrecer sus ideas sobre otros asuntos.

Sin embargo, hoy, cuatro de cada cinco veces en que una organización de izquierda o un intelectual de izquierda gana un espacio público para decir algo en voz alta, lo usa en defender la paz y la tranquilidad de los presos por terrorismo, la de los recién liberados, la de los inminentes liberados, o en atacar a aquellos que sospechan de (o temen a) quienes salen de la cárcel después de una condena por terrorismo. Si esas defensas, que son legales, se hicieran dentro de un discurso en el que, sobre todo, se propusiera al resto de la población una manera de pensar que su futuro está protegido ante el posible regreso de la violencia, todo estaría bien. Pero no es así.

En la práctica, lo que se espera de los peruanos es que reciban en sus barrios a los ex-presos y que vean desfilar por sus calles y sus universidades a quienes piden la libertad de Abimael Guzmán, pero sin darles ninguna idea de qué pasará después y sin darles una razón para creer que ese después no estará lleno de bombas. No lo hacen el Estado ni el gobierno, que prefieren jugar con el miedo de la gente; no lo hace la prensa, que no tiene ninguna noción de contribución social; no lo hace la izquierda, que está en la luna de Paita repitiendo los errores de antes; no lo hace nadie.

Y en ese vacío, los fujimoristas le recuerdan a la gente en qué gobierno se derrotó a Sendero Luminoso y eso basta: Keiko Fujimori, con el intelecto de un cactus y la sabiduría política de un cenicero, les ofrece a los peruanos algo que la izquierda legal debería haber hecho su especialidad hace tiempo: una garantía de acción ante la amenaza de la violencia. Y el indulto y muchos años de libertad para el otro gran delincuente de nuestra historia, su padre.

Una cosa más: la izquierda y las organizaciones de Derechos Humanos han hecho suya, loablemente, la tarea de mantener viva la memoria de la guerra. Quien eso hace, tiene que considerar que recordar no es sólo pensar en el pasado, sino que, inevitablemente, también es contrastarlo con el presente e intuir, a partir de eso, el futuro. No se le puede pedir a la ciudadanía que recuerde el pasado y no tema al ver a los presos de Sendero Luminoso regresar a las calles. Proponer la memoria absoluta implica también la necesidad de ofrecer salidas hacia un futuro distinto. Eso también supone lidiar con Sendero Luminoso de manera distinta desde un inicio; no cerrar los ojos y convencernos ciegamente de que lo que pasó no pasará nuevamente, así porque sí, por arte de magia. Porque, ¿de qué sirve recordar tanto si repetimos todo?

...