Con cien mil ejemplares simultáneos en español, portugués, catalán e italiano, se lanzó hace unos días la novela más reciente de José Saramago, titulada Las intermitencias de la muerte.
Hay quienes creen (yo soy uno) que Saramago, pasada la etapa genial en que produjo novelas de belleza e inteligencia fascinantes como Memorial del convento --la novela que lee el protagonista de Delirio, de Laura Restrepo, dicho sea de paso--, ha encontrado la fórmula perfecta para repetirse sin dar la impresión de repetirse: cada libro de Saramago plantea una idea contrafáctica, insólita, y luego analiza sus posibles consecuencias.
Curioso procedimiento, este de plantear falsos problemas y analizar sesudamente las falsas ramificaciones que se desprenden de ellos (si no recuerdo mal, algo parecido piensa, de las novelas de Saramago, Félix Reátegui). Especialmente curioso en alguien que presume de ser tal vez el último de los marxistas a la antigua y parece creer que, en verdad, su literatura es parte de una lucha transformadora. (Y no, no le estoy exigiendo realismo; mi crítica es otra).
Repasemos: un hombre se vuelve ciego, luego otro, luego todos, y el mundo en que viven se transforma, pero no tanto (Ensayo sobre la ceguera); un hombre descubre que hay otro igual a él en algún lugar, lo busca, lo encuentra, y el hallazgo cambia su vida, pero no tanto (El hombre duplicado); un país tradicionalmente asumido como alejado del resto del mundo, se desprende de los otros un día y viaja a la deriva por el océano, lo que produce transformaciones radicales, aunque no tanto (La balsa de piedra).
En Las intermitencias de la muerte, según resume Miguel Mora en El País, "de repente la muerte deja de matar. A partir de ahí, el relato indaga con ironía, humor, humanismo y pesimismo en esa situación de inmortalidad transitoria que perturba a los poderosos, ilusiona a los ingenuos y acaba revelándose como un caos muy difícil de administrar". ("Ilusiona" sólo "a los ingenuos", me atrevo a pensar, porque el trastorno crea las expectativa de un cambio profundo, pero, en verdad, no tanto). Parece tratarse de una más de estas ficciones formulaicas, que tienen, eso sí, la extraña cualidad de hacerle sentir al lector que está leyendo una alegoría de algo importante, aunque uno nunca sepa qué, ni por qué es importante.
No quiero sonar cínico, pero, ¿será José Saramago el más destacado intelectual entregado a la tarea de reflexionar sobre problemas inexistentes?
Arriba: Saramago: ¿jugadas de pizarrón? (Fotomontaje: gfp).
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
59 comentarios:
Hola gustavo, muy agudo tu comentario. Solo quería decirte que LA BALSA DE PIEDRA es de 1986, aunque fue reeditada en el 2001, es decir pertenece al que consideras el periodo mas interesante de saramago.
iván
Cierto, es como un anuncio de desgracias por venir...
Ma parece interesante lo que dices, pero me da la impresión que no has leído "Las intermitencias de la muerte", ya que citas una reseña de Miguel Mora de El País. Pregunto, ¿No sería mejor leer el último libro de Saramago para aventurar una tesis que señala dos etapas en la vida de este autor? Porque el leitmotiv puede ser el mismo de siempre y quizá también la genialidad.
No. Mi pequeña nota no es una reseña del libro (el libro ha sido recién presentado en tres países europeos hace cuatro días). Es un comentario sobre una tendencia que veo en la obra de Saramago, a partir de mi lectura de por lo menos diez de sus libros. Y, justamente, digo que en su obra reciente lo único que cambia es el eventual leitmotv, el resto sigue igual.
Sí, pues, Saramago es lo que cabría llamar un intempestivo a la violeta.
¿O sea alguien que sólo es superficialmente intempestivo? ¿Como un falso revolucionario?
Supongo que hay varias formas de decirlo: un cucufato de izquierda o un filisteo. Leyendo El Evangelio según Jesucristo, me sorprendía su antirreligiosidad de adolescente. Me lo imaginaba como uno de esos chicos que de pronto se ponen a proclamar su ateísmo como una prenda de originalidad y van por el mundo demostrando que dios no pudo haber creado TODO el mundo en seis días. Es la misma necedad que retrataba Flaubert, sólo que mirada en el espejo: Ensayo sobre la Ceguera, Ensayo sobre la Lucidez, en fin. En última instancia no tiene que ver con su "politics": si es de izquierda o de derecha, la necedad arrogante es la misma.
El otro día iba decidida a asistir a la presentación del último libro de Saramago en Lisboa. Cuando llegué al teatro y vi la terrible fila que lo rodeaba y mujeres que habían vestido sus mejores joyas y vestidos, cuando vi todo aquello envuelto en papel celofán no me detuve, seguí caminando por las calles de Lisboa, que en invierno está linda, y recordé "la historia del cerco de Lisboa" o el precioso "memorial del convento" y preferí irme a casa con esa imagen...
Como dice Iván Thays es difícil sobrevivir a un prémio Nobel...
un saludo
M.
Me parece una lectura poco cuidadosa la tuya, Gustavo. Lo que hace Saramago en novelas como La balsa de piedra, Ensayo sobre la ceguera, El hombre duplicado y Ensayo sobre la lucidez es poner al hombre en situaciones hipotéticas y, quizá, improbables, para sondear su naturaleza humana a la vez que problemas sociales de una actualidad evidente. A pesar de que probablemente nunca nos quedaremos todos ciegos, Saramago describe una de nuestras posibles respuestas ante dicha situación; lo mismo referente al desprendimiento de la península ibérica, o a encontrarnos a nuestro doble, o a presentarse una elección donde el 80% de los votos estén en blanco; por lo mismo, nos reconocemos en los personajes de esas obras, quiere dar Saramago en ellas cuenta de la condición humana, lo cual las hace al menos relevantes. ¿Acaso no hay falta de solidaridad y rapiña en el mundo? ¿Acaso uno de los intereses de los países poderosos no es controlar a los pequeños? ¿Acaso no nos hemos preguntado muchas veces en qué consiste nuestra identidad? ¿Acaso no es sano cuestionar las "democracias" en que vivimos? De esas cosas, no de problemas inexistentes, habla Saramago.
Por otra parte, no considero la mejor etapa de Saramago la primera: Alzado del suelo me parece una novela ingenua y panfletaria -buenos y malos, pobres y ricos-; Memorial del convento, una novela lentisisíma en el que las descripciones son largas y tediosas -no tendrá problema el lector al que esto no le importe-; El año de la muerte de Ricardo Reis, una novela carente de unidad, en el que diversos asuntos se insertan forzadamente -diatribas a dictaduras, por ejemplo-; en La balsa de piedra el estilo de Saramago y sus digresiones están en proceso de depuración. En las últimas novelas del portugués el estilo ha ganado precisión y las digresiones, ya características de Saramago, se han vuelto más adecuadas a la historia que se cuenta y hasta divertidas, de modo que no fastidien al lector. Además, siempre se ocupa Saramago de cuestiones relevantes que a todos nos competen, estemos o no de acuerdo con la postura del portugués: son grandes alegorías de nuestro tiempo.
Me sorprende que, con el afán de rigurosidad que dices desear para este blog, no hayas explicado tu latigillo "aunque no tanto" al referirte a que los problemas que plantea en sus obras Saramago no son tales.
He escrito algunas notas sobre Saramago y su obra; si te interesan, las puedes encontrar en mi blog: www.comunalia.com/Diablo
Un saludo.
Un comentario más: es un lugar común decir que es difícil sobrevivir a un Premio Nobel. Lo interesante sería dar las razones por las cuales las obras de tal autor publicadas después del Nobel nos parecen menos logradas que las publicadas antes. El libro de García Márquez inmediatamente posterior a la concesión del Nobel es El amor en los tiempos del cólera (1985). ¿Le pide algo acaso esta novela a sus mejores? Luego vienen Aventura de Miguel Littín clandestino en chile (1986), El general en su laberinto (1989), Doce cuentos peregrinos (1992), Del amor y otros demonios (1994), Noticia de un secuestro (1996), Vivir para contarla (2002), Memoria de mis putas tristes (2004). No es éste el espacio para hablar de los méritos y deméritos de cada uno de esos libros, pero creo que es un grupo digno ante las novelas anteriores de Gabo.
Respecto de Saramago, mi opinión es que está escribiendo mejor de lo que nunca ha escrito, por las razones ya mencionadas.
Gracias por tu mensaje, Javier.
No es inusual que los lectores de Saramago digan que frente a sus novelas uno está "ante grandes alegorías de nuestro tiempo", frase hueca en la medida en que no se explique por qué una "gran alegoría" es algo particularmente bueno.
Una alegoría no es nada más que un tropo, como cualquier otro, y puede ser inteligente o tonto o absurdo, como cualquiera. No es difícl imaginar una "gran alegoría de nuestro tiempo" que simplemente no tenga ni pies ni cabeza.
Pero la alegoría tiene algo que otras figuras no tienen: la alegoría es peligrosa porque muchas veces se basa en una falsa pretensión de unidad.
Para decirlo más claramente: hay alegorías quebradas y fragmentadas, como las que veía Benjamin en el teatro barroco alemán, y alegorías de unidad inquebrantable, como las que es fácil ver en mucho del barroco español (en mucho teatro amigo del imperio).
Las alegorías del primer tipo suelen ser contestarias (son también las alegorías de las vanguardias europeas de principios del siglo veinte). Las del segundo tipo suelen ser panfletarias y dogmáticas (son las alegorías del realismo socialista, las alegorías nazis, las alegorías de Carlos Fuentes en novelas como La muerte de Artemio Cruz: alegorías para instruir a los idiotas).
Esas alegorías, las de este segundo tipo, son las que les gustan a los escritores que creen tener las cosas claras: alegoriza de este modo el que se cree dueño de la verdad, el que escribe para decir cómo son las cosas y no para preguntarse sobre su naturaleza, alegorizan así los que tienen aspiraciión totalizadora, que suelen tener también aspiración totalitaria, alegorizan los obtusos y los dictadores (nada más alegórico que el discurso de Bush: el angel de la libertad contra los demoniacos musulmanes).
Difícil encontrar una segura unidad en las alegorías de Borges o Kafka, en cambio: son exploratorias, no imponen la alegoría como explicación, sino que la dejan abierta como pregunta: son alegorías de ese primer tipo. Muy fácil decir, en cambio, que tal novela de Saramago es "una alegoría de X" y que nos enseña que "p entonces q". Porque Saramago no te ayuda a pensar un problema: te hace creer que el problema ha sido descubierto, descrito y resuelto en su mente.
Tal vez esa facilidad sea, en el fondo, lo que te satisface de sus libros.
En el post "¿Dónde estábamos nosotros?" alguien ha colocado la respuesta de Javier Agreda a su lectura (equivocada dice) a Contemplacion de los cuerpos de Chueca por parte de Faveron. Se puede continuar la discusion en ese post. La respuesta de Agreda fue puesta por el propio Autor en la entrada a comentarios a su reseña que coloca en su propio weblog.
He aquí la respuesta a tus comentarios en mi blog:
Nueces masticadas
Gustavo: aprecio tu respuesta. Como habrás visto, yo no digo que la alegoría sea algo especialmente bueno, sino que digo por qué las novelas de Saramago, muchas de ellas alegorías, me parecen grandes. Cuando te refieres a las alegorías del segundo tipo, las planfletarias y dogmáticas, entre las que supongo ubicas las novelas de Saramago, eres especialmente duro: "alegorías para instruir a los idiotas". Primero, metes en un mismo saco demasiadas cosas -realismo socialista, Carlos Fuentes, alegorías nazis-. Segundo: ¿debo entender que somos idiotas quienes nos "instruimos" con las novelas de Saramago? No se trata de instrucción, hombre, sino, como ya lo he dicho, de explorar los actos más abyectos y los más generosos del hombre: eso es, en esencial, la lectura de las buenas novelas de Saramago.
No tengo noticias del primer tipo de alegorías, las de interpretación equívoca, que mencionas. ¿Siguen siendo alegorías esas? ¿No tienen las alegorías un referente reconocible y único? Me sería difícil asumir como alegorías las que mencionas, aunque las de Kafka se pueden tomar como alegorías, según tu clasificación, del "segundo tipo".
Bastante agudo tu comentario respecto de mi gusto por las novelas de Saramago. "Tal vez esa facilidad sea, en el fondo, lo que te satisface de sus libros". Lo has descubierto: los lectores de Saramago somos una caterva de idiotas en busca ideas fáciles, maniqueas, ya masticadas por el viejo portugués.
En cuanto a tu segundo comentario, Gustavo, no he engañado a nadie. En mi nota claramente digo: "Faverón, es justo decirlo, no ha leído la novela a la que le dedica el post, el cual está dedicado más bien a revisar parte de la obra anterior de Saramago. " Es cierto: en tu post reconoces que no has leído Las intermitencias de la muerte, lo cual no es motivo suficiente para guardarte las conjeturas para otro momento. ¿Cuál es la impresión que se lleva el lector de tu nota? La de que Las intermitencias de la muerte es, en tus palabras, "más de lo mismo". Tus conjeturas, disculpa, te convierten en comentarista de la novela, así como las suyas a Thays. En todo caso, deberían ahorrarse comentarios hasta leer la obra. Sería lo más sensato.
Me gustaría seguir debatiendo contigo sobre estos y otros temas. Espero que nuestros intercambios hasta el momento no sean una barrera.
Un saludo.
Javier Munguía
Gustavo encuentra una derivación potencialmente autoritaria en los procedimientos alegóicos de Saramago. Puedo estar de acuerdo (aunque eres demasiado duro con Carlos Fuentes), pero incidiría, más bien, en su carácter sofístico, sobre todo en novelas como Ensayo sobre la Ceguera y Ensayo sobre la Lucidez. Lo que decías de "crear un falso problema" para mi va en serio. Pero, atención, no se está diciendo que la injusticia o la fragilidad de la socialidad humana (¿o burguesa?) sea un falso problemam sino las premisas, al mismo tiempo que son imposibles, dan lugar a reflexiones tautológicas. Construye tan fácilmente las condiciones de sus problemas que pierden interés literario, y al mismo tiempo su reflexión es circular: las convenciones humanas son tan frágiles/espurias/etc, que si la gente no viera ellas no se sostendrían. Es como decir: "la gente es tan falsamente civilizada que si no fuera civilizada no sería civilizada"
Félix:
el interés de las novelas de Saramago no está sólo en sus planteamientos ideológicos. Dice Milan Kundera, y Fuentes lo sigue, que la novela nos debe decir cosas que no se podría decir de otra manera. Ensayo sobre la lucidez, por ejemplo, no es un simple panfleto; en uno de éstos se nos podría explicar que hay la necesidad de cuestionar las democracias contemporáneas y preguntarnos si no están siendo manejadas por los poderosos económicos. Sin embargo, la honda huella que deja Saramago encarnando dichas ideas en personajes, en situaciones, no la proporciona un planfleto. Su obra se asemeja en ese sentido a la de Orwell.
Saludos
Javier:
No deja de ser sintomática la opinión que tienes de los dos libros más complejos de Saramago, "Memorial del convento" y "El año de la muerte de Ricardo Reis". Te cito:
"Memorial del convento, una novela lentisisíma en la que las descripciones son largas y tediosas... El año de la muerte de Ricardo Reis, una novela carente de unidad, en el que diversos asuntos se insertan forzadamente -diatribas a dictaduras, por ejemplo".
(El asunto de la dictadura es completamente crucial en esa novela, que no es sobre Ricardo Reis, sino, como lo dice el título, sobre la época de la muerte del heterónimo de Pessoa: la época de la sucesión de tres dictaduras de distinto cuño en Portugal y la prohibición de los partidos de izquierda. Lo que a ti te parece forzado y secundario es lo que al autor, y a cualquier lector avisado, le parece crucial en esa novela).
Tampoco sorprende que hables de que su estilo, con el tiempo, se ha "depurado", es decir, ha dejado de lado todo lo que tú juzgas superfluo en sus libros más viejos. En efecto, me parece que no aguantas la contradicción ni la duda, no te va mucho la reflexión con matices y no te complace una novela que no sea un solo y gran bloque monolítico y sin fisuras. Te cae a pelo seguir leyendo al Saramago más simple y maniqueo de los últimos años.
(Y déjame recordarte, siguiendo tu lógica peculiar, que tú no has leído el libro que estás defendiendo).
FÉLIX:
Me refería a lo mismo que has explicado muy bien: Saramago crea señuelos de problema y los denuncia, con lo cual ningún problema real ha sido denunciado.
Después de leer "Ensayo sobre la ceguera" lo que a uno le pasa por la cabeza es: "bueno, qué suerte que este problema nunca se va a dar". La siguiente reflexión tendría que ser: "pero Saramago debe estar refiriéndose a otro problema, uno analogable con el del relato; nos debe estar hablando sobre otra cosa que debemos descubrir (por algo es una alegoría)". Y entonces uno se da cuenta de que no existe ese otro referente, la alegoría es totalizante pero a la vez vacua.
Novelas como "Ensayo sobre la ceguera" parecen recurrir a una versión sui generis del deus ex machina: lo que hay en ella son demonios ex machina: nadie sabe de dónde salen los males ni a santo de qué están allí, simplemente están para crear un drama gratuito.
(¿Así que Fuentes sí se salva?)
Gustavo: luego nos explicas por qué Memorial del convento y El año de la muerte de Ricardo Reis son los dos libros más complejos de Saramago, haznos el grandísimo favor, tú que exiges opiniones sustentadas. Ahora, El año de la muerte de Ricardo Reis tiene como protagonista a éste, todo gira en torno a él, a sus preocupaciones, a sus idilios amorosos, reales e inventados, a sus necesidades; de pronto el autor juzga conveniente atiborrarnos de catilinarias largas y tediosas sobre las dictaduras, cuando la indignación contra ellas debería desprender con naturalidad de los sucesos relatados en la novela, de las reacciones de sus personajes. No ocurre así. La novela, perdona, no tiene como tema central la sucesión de dictaduras en Portugal, ya que, de ser así, sus episodios principales serían otros.
Dices: "Lo que a ti te parece forzado y secundario es lo que al autor, y a cualquier lector avisado, le parece crucial en esa novela". ¿Para qué recurrir a la descalificación? Hombre, ¡soy un lector obtuso, no hay ni siquiera que mencionarlo! Sin embargo, me gustaría discutir con Gustavo Faverón y no con Gustavo Faverón más Saramago -que esta vez se habría puesto de tu lado- más asociación de cualesquiera cantidad de lectores avesados.
Dices también: "En efecto, me parece que no aguantas la contradicción ni la duda, no te va mucho la reflexión con matices y no te complace una novela que no sea un solo y gran bloque monolítico y sin fisuras. Te cae a pelo seguir leyendo al Saramago más simple y maniqueo de los últimos años."
Bueno, que soy seguidor de novelas simples y maniqueas, ya había quedado aclarado. Lo que me llama la atención es que malinterpretes mis declaraciones: no se trata de un bloque monolítico o no, sino de lecturas aburridas o no; no una cuestión ideológica, sino estética, aunque la separación sea artificial. Los primeros libros de Saramago suelen ser más bien lentos, no es una cuestión que yo haya descubierto. Él mismo ha dicho que con los años ha dejado de lado aquel estilo ornamental, lo cual celebro.
Dices que defiendo Las intermitencias de la muerte. ¡Hombre, no la defiendo! No me atrevería a escribir una nota sobre ella siendo que no la he leído. Estoy en contra, más bien, de tus argumentos contra la obra reciente de Saramago y contra el prejuicio que se asoma en tu crítica velada a la ignota novela. ¿Estamos?
Te abrazo.
"Aburrido" y "lento" no son categorías estéticas, eso es un error de prebachillerato. ¿Dónde has visto el tratado de estética que se dedique a desentrañar cuán aburrida o cuán lenta es una obra de arte?
La complejidad estructural de una obra no es (a diferencia de tu percepción de lo aburrido y lo lento) asunto subjetivo: la estructura de una obra está allí, antes y después de que tú la leas.
El Ulises te aburrirá si ignoras sus referencias y te entretendrá más mientras más capaz seas de decodificarlo, pero en ningún caso ni lo uno ni lo otro modificarán su estructura. Es intelectualmente ilegítimo basarte en tu aburrimiento para descartar una obra literaria. A lo sumo es una buena razón para descartarte a ti como lector de esa obra.
Si no pudiste percibir siquiera el tema evidente de una novela como "El año de la muerte de Ricardo Reis" no veo cómo podrías haberla disfrutado. Pero aun menos entiendo cómo es que el hecho de que tú no la disfrutaras la convierte en una mala novela. Ese tipo de afirmación es un ejemplo claro de crítica impresionista, el defecto que las universidades deberían corregir en sus estudiantes de literatura. Aparentemente, no en todas partes son capaces de hacerlo.
Seguramente te enteraste de la concesión al Premio Alfaguara de El turno del escriba de Graciela Montes y Ema Wolf. ¿Cuáles fueron los reparos más recurrente hechos a la novela, sobre todo por críticos españoles? Que era cansada, que estaba muy bien documentada pero aburría, que las autoras se engolosinaban en la recreación de un ámbito y descuidaban las simples acciones -en la novela casi nunca pasa nada. Me parece una crítica legítima, del todo justificada, no un "simple juicio impresionista", como te encantará decir, me imagino. ¿Y dices que no es asunto del crítico señalar estos defectos?
Mencionas al Ulises y me das oportunidad de recordarte lo que ha dicho el mismísimo Edmund Wilson sobre la novela: ¡cuán mejor sería de tener 150 o 200 páginas menos! Agrego yo: ¡cuán cierto eso! Por más que consigas, con ayuda de una buena edición, desentrañar los códigos de la obra, Joyce abusa del pastiche, de los chistecitos que a él y a nadie más le hacen gracia, de las audacias formales todo lo cual no resulta verdaderamente significativo respecto de la historia que se cuenta y en cambio vuelve a Ulises una obra farragosa y pesada.
Más impresionista que decir por qué no te gusta una obra y dar tus razones, como he hecho al hablar de El año de la muerte de Ricardo Reis, es decir una cosa como que ésta y Memorial del convento son las dos obras más importantes de Saramago y luego no hacer nada por justificarlo, cerrar del todo la boca.
Te saludo.
El prebachiller
Javier Munguía:
Lo siento mucho si te exalta escuchar razones, pero es que en verdad tienes grandes dificultades para la lectura y me parece bueno señalártelas cuando las veo.
Que un crítico diga que un libro lo aburre no transforma el aburrimiento en una categoría de análisis estético. Está claro, y no es mi culpa.
Cualquier comentarista puede, como Wilson, decir que un libro le parece aburrido; cualquier otro puede decir que es divertidísimo. Ni tú ni nadie tiene cómo rebatir ninguno de los dos argumentos porque son enteramente subjetivos y reflejos.
Si Juan dice que la película X es aburrida tú no puedes decirle "falso, porque a Pedro le divirtió". (Es decir, tú sí puedes, me doy cuenta de que esa es tu forma de argumentar, pero, lamentablemente, no tiene el menor sentido).
Hay algo profundamente ridículo en un crítico que se permite obsevaciones como "a esa obra hay que quitarle doscientas páginas". En el fondo, sólo está diciendo: "si modificamos esa obra en tal y tal forma, vamos a lograr que me divierta y me agrade a mí, que soy la medida de todas las cosas".
Pero también se puede ser un crítico privado, digamos, como lo fue Pound para Eliot, y, entonces sí, como parte del proceso creativo, recomendar enmiendas, cortes, supresiones, etc. Nótese que a Pound, en efecto, le pareció que el poema de Eliot debía ser podado, pero eso quería decir que todo su sentido deslumbrante y genial ya estaba allí: el comentario de E. Wilson, que en principio me parece impropio de un crítico serio, de ningún modo quiere decir que el Ulises sea un mal libro, y de ningún modo debe tomarse, tampoco, como si fuera palabra divina.
Eso de recomendar reducciones, ya en la lectura crítica, no es algo que al estudioso le sea dado observar (tal vez sí al reseñador de prensa, que asume que su trabajo es sintonizar con los gustos del mercado); el crítico trabaja sobre una estructura que le es puesta en frente, y sobre las formas de representación que esa estructura pone en juego, y, por tanto, sobre las formas de vinculación entre esa estructura y su tiempo, su sociedad, su coyuntura, etc.
Hay un pasaje famoso en Amadeus, de Forman, donde uno de los músicos de la corte critica una pieza de Mozart con el comentario "too many notes". Es claro que ese músico no entiende nada; la pieza de Mozart tiene una complejidad formal que va más allá de la posibilidad de captación de ese sujeto, por lo tanto, el sujeto, defensivamente, prefiere creer que los elementos que él no comprende están sobrando: lo aburren.
En efecto: a veces tu aburrimiento subjetivo es la expresión de una realidad objetiva, pero no una realidad objetiva del texto, sino tuya: tu incapacidad de comprensión. Obviamente, a veces el texto es malo, pero esa no es una conclusión a la que vayas a llegar a partir de tu gusto subjetivo, sino a partir del análisis de la estructura del texto y las demás cosas que menciono dos o tres párrafos arriba.
No es raro que un neófito se duerma en la ópera, ¿por qué no dormirse frente al Ulises? Si la agilidad, la rapidez, la lentitud, el entretenimiento, el aburrimiento, etc, fueran categorías definitorias del valor artístico de una obra, pues cualquier capítulo de los X Files sería superior a cualquier novela de Proust. Y el crítico más ignorante estaría igual de autorizado que el más culto para sugerir qué está bien y qué está mal.
Hablando de filisteos
Una corrección a mi comentario previo: quien dice "Too many notes" es el rey mismo, no el músico de la corte, que, si no recuerdo más, es Salieri mismo.
Según dicen, es cierto que el rey le hizo ese comentario a Mozart la primera vez que escuchó un fragmento de Die Entführung aus dem Serail.
Javier: si esto fuera un concurso interescolar de argumentación, a ti te bajarían puntos por citar a la autoridad (Wilson) para defender tu postura.
Citar a una autoridad para avalar un argumento es un recurso falaz: lo mismo podría hacerse al revés. ¿Sabías tú que Paolo Coelho también considera que a Ulises le sobran página e incluso se atrevió a decir que Joyce "mató el placer de la lectura" (hasta que él, por supuesto, el cristo Paolo Coelho lo resucitó)?
Tú, que siempre pides que argumenten las ideas, nos debes un argumento más sólido de por qué consideras que las obras literarias deben ser entretenidas, o en todo caso que el ser entretenidas es un valor agregado en una obra literaria.
O te decalificamos del concurso y Gustavo pasa a la segunda ronda...
IVAN
PD: sobra decir que lo del concurso es broma, tú ya sabes cómo soy...
Por otra parte, como bien sabes, fui parte del jurado del concurso que premió a EL TURNO DEL ESCRIBA, y debo decirte que en medio de las deliberaciones (hechas por un poeta mayor, un cineasta, una crítica literaria, dos narradores y un editor) en ningún momento se discutió si la novela era o no entretenida. A pesar de que Alfaguara no es una editorial que publique libros demasiado complejos (aunque publique algunos, sí, como los más complicados del mismo Saramago), y que teníamos un editor del sello entre nosotros, nadie dijo que EL TURNO... era una novela aburrida como un demérito, y todos sabíamos que era muy lenta. Eso, creo yo, y si me permites la vanidad, honra al jurado de un premio que reparte tanto dinero y por tanto, podría estar implícito que la ganadora debía ser "vendedora". Pero nosotros optamos por obviar eso y decidir el premio según criterios de calidad literaria.
Incluso, a nivel de off the record, te comento que entre las siete finalistas había una novela de intriga que todos coincidimos en la cena que la leímos "de un tirón". Yo me la leí en un día, por ejemplo. Pero esa novela no obtuvo ningún voto en las deliberaciones finales que yo recuerde.
saludos
IVAN
Esa evocación de Edmund Wilson -- un arbitrario genial, por lo demás -- me ha hecho recordar la introducción de José María Valverde al Ulises, en la que recomienda al lector español saltarse un capítulo porque tiene demasiadas referencias elípticas a piezas de Shakespeare.
Leo Zelada, quien cada vez parece más una plaga que un comentarista, ha puesto nueve comentarios, uno después de otro, todos extraídos de un artículo ajeno y sin mencionar su fuente. Ese tipo de exabrupto no viene al caso y entorpece la conversación, de modo que he retirado dichos comentarios. Si quiere publicarlos, le pido que lo haga en un solo texto, mencionando sus fuentes e intentando cierta coherencia.
El autor de ese artículo desconoce que, tanto en el Perú como en Estados Unidos y muchas otras partes del mundo, buena parte de los académicos de la literatura están bastante más interesados (con resultados a veces buenos y a veces malos) en los discursos subalternos que en los discursos oficiales.
¿Desde dónde se han defendido las literaturas populares en el Perú si no desde San Marcos y la Católica? ¿Quién es Víctor Vich? ¿Un guerrillero, un marginal, un olvidado, o un profesor de la PUC?
Ese tipo de argumento siempre pierde de vista el hecho evidente de que él mismo es académico, no contracultural, y que, por lo tanto, su sola existencia es una muestra de que la presencia (y la génesis) de esos discursos críticos reivindicativos se da dentro de la academia misma.
Martin Rodriguez-Gaona acaba de colocar una resena al poemario de Chueca en el post "¿Dónde estábamos nosotros?", por que no seguimos la discusion por ahi? Esta resena, mas los aclares de Agreda a Faveron estan de lo mas interesantes.
Pero es un texto confuso y lleno de vacíos (si se me permite la antítesis).
La crítica de diarios y revistas, es cierto, forma parte de "la industria literaria y editorial", pero la crítica académica no. Es más, casi no tiene contacto alguno con esa industria. Y, yendo por el camino de vuelta, la crítica de diarios y revistas no suele ser ejercida por académicos. De modo que la afirmación de la persona a la que citas ("la crítica forma parte del mundo académico y de la industria literaria y editorial") es en el mejor de los casos una notable exageración, y, en el peor, demuestra una gran falta de sutileza.
Por otro lado, eso de "el sistema oficial donde la crítica es ejercida por intelectuales que pertenecen a la clase dirigente" me genera varias dudas: primero, qué cosa es el sistema oficial en el Perú y qué crítica es ejercida en ese sistema; y, segundo, qué definición de "clase dirigente" tendríamos que manejar para que un profesor de la PUC o de San Marcos formara parte de ella.
Luis Hernán,
agradezco el tono comedido y respetuoso de tu comentario. No igualo los adjetivos "bueno" y "entretenido" al referirme a obras literarias. Si has inferido eso por mis palabras, te aclaro que no es así, sin ofenderme porque hayas pensando que yo creo en un postulado tan escandalosamente falso: de ser cierto, El código Da Vinci sería una obra maestra de la literatura universal. He dicho que las primeras novelas de Saramago son farragosas, y que eso, desde mi criterio, es un demérito, el cual se puede rastrear con un análisis sencillo y útil.
Me han parecido dignas de consideración tus anotaciones posteriores, sobre todo tu pregunta de retórica: ¿La crítica literaria consiste en la labor prescriptiva de identificar un único modelo deseable para elogiar o condenar a partir de él?
Claro que hay obras, efectivamente, que no tienen el más mínimo interés en ofrecer al lector, por ejemplo, una narración tramada, con unidad y cuyo vértice sean las acciones. La labor como crítico, creo, consiste en señalar con claridad por qué una obra con ciertas características no resulta funcional o un producto artísticamente logrado, y no tragárselo todo. El crítico da juicios, no lo olvidemos, desde su criterio. Como es empresa imposible homogenizar criterios -lo cual, por otro lado, no sería deseable-, para entendernos lo más sensato sería dejar sentados al menos los criterios con que enjuiciamos.
Respecto de mi "cierto subjetivismo insostenible" -de nuevo la palabreja, tan recurrente y tan inútil ella-, no sé bien a qué te refieres, ya que he intentado dar mis razones lo más claramente posible.
Nos vemos.
Por si acaso, hay un comentario del joven Munguía que me he visto forzado a borrar en vista de su vulgaridad. Si quiere ponerlo nuevamente, cuando esté más calmado y pueda pensar con más lucidez que alteración, pues que lo haga.
Iván,
si he citado a Wilson no ha sido gratuitamente, quiero aclararlo, sino para mostrarle a Gustavo -ya que mi opinión no le merece ninguna consideración, qué le vamos a hacer- que un crítico reconocido se ha permitido exponer que el Ulises está sobrecargado, y que creo que sí es ésa labor de la crítica. No me importa lo que declare Paulo Coehlo, obviamente, pero sí lo que ha escrito Edmund Wilson.
¿Un argumento más sólido respecto de por qué considero que las ficciones deben ser entretenidas? ¿Es que hace falta? Debería ser un principio básico. Creo que la literatura no es para padecerla, Iván, sino para disfrutarla. Y no me refiero, no te asustes, a un placer meramente hedonista, sino uno intelectual y sensible. Es ése mi único argumento posible. Con base en él, me niego a declarar que una obra como El turno del escriba (la cual recrea bien la época en que sitúa sus acciones pero es extremadamente aburrida, justamente porque dichas descripciones se imponen a las acciones -se pierde el vértice de toda buena narración) es una buena novela.
Ya he aclarado en el comentario a Luis que no me parece el que una obra sea entretenida signo de calidad. Hay novelas policiales cuyo único fin parece ser el develar el misterio; hay otras en las cuales, además de ello, se sondean aspectos profundos de nuestra condición, muy humanos. ¿Se entiende con este ejemplo las diferencias que veo entre "entretenido" y "bueno"? Gracias por el "Detrás de cámara". Te devuelvo, cordialmente, el saludo.
¿Disfrutar los relatos sobre Auschwitz de Primo Levi? ¿Gozar con "Operación masacre"? ¿Divertirse con "Tejas verdes"? ¿Entretenerse con Trilce 1? ¿Qué dirá Edmund Wilson?
Por desgracia, no he guardado el comentario que ha sido borrado y no me voy a tomar la molestia de reelaborarlo. Sólo quiero consignar que no veo qué puede haber encontrado el inquisidor Faverón en él de vulgar, ya que sólo era mi explicación de cuál creo debe ser la función de la crítica literaria y por qué ella está tan devaluada en nuestros días. Me tomé tiempo para pensar y redactar mi respuesta, para enterarme, cuando apenas termino de responder a Iván, que ha sido impunemente desaparecida del mapa. Lo mismo que señalaba en ella se repite en el aviso de que se ha eliminado: la descalificación; ¿qué otra cosa es el adjetivo "joven" esgrimido con desdén para invalidar mi opinión? Reto a Gustavo a que, de conservar mi comentario, me lo proporcione para exponerlo a los lectores, si no en su blog, sí en el mío, y que ellos decidan. No sé si algún lector haya alcanzando a leerlo, pero, de ser así, sospecho que me daría la razón. Me sorprende la manera, Gustavo, en que quieres hacer pensar a quienes te leen que escribí cosas horribles, cuando los términos en que estaba redactado mi comentario no ameritaban su censura sino una pronta respuesta. Ante tu acción, no sé cuánto sentido tenga seguir escribiendo en Puente aéreo.
¿No has disfrutado la sevicia de Trujillo en La Fiesta del Chivo? Creo que no has entendido, o no has querido entender, a qué me refiero con que las obras literarias son para disfrutarlas, no para padecerlas. Además, has trasladado lo que digo para la narrativa a la poesía. En fin. Quiero que me permitas decir, al menos esto sí, que has hecho gala de gran arrogancia en los comentarios que has escrito como respuesta a los míos; que te has situado en una atalaya para decidir si mi aburrimiento es o no legítimo, si he sido o no bien educado en la facultad; que el asunto no se trataba de eso, de descalificaciones personales, sino de discutir con argumentos.
No, por supuesto que no he disfrutado la salvajada de un torturador en una novela que ha tenido el enorme mérito de hacerme sentir la desgracia de sus víctimas. Si no buscas las palabras justas para lo que quieres decir, no te quejes de no se te entienda.
Podrías revisar entrevistas a Vargas Llosa donde éste dice en torno a La Fiesta del Chivo que en la novela hasta lo más horrible, lo más cruento, tiene que ser bello, tiene que elevarse a la categoría de lo estético: es ése el reto del novelista.
No es bello lo truculento ni lo gratuitamente violento, por ejemplo, ni lo cursi ni lo afectado. Claro, todo un problema ponerse de acuerdo respecto de esos conceptos. Por lo mismo, hay la necesidad de intentar que explicar con la mayor claridad posible por qué nos parece afectadq tal escena, por qué afectado este diálogo, por qué cursi aquel otro.
No es bello lo truculento ni lo gratuitamente violento, por ejemplo, ni lo cursi ni lo afectado. Claro, todo un problema ponerse de acuerdo respecto de esos conceptos. Por lo mismo, hay la necesidad de intentar que explicar con la mayor claridad posible por qué nos parece truculenta tal escena, por qué afectado este diálogo, por qué cursi aquel otro.
Que les parece Lobo Antunes? Parece que la conversacion sobre Saramago ha quedado saturada, sin embargo ha tenido cosas muy buenas. Que opinan del otro portugues?
Saludos,
Rado.
No entiendo la fijación de Munguía con el argumento ad autoritatem: está claro que mencionar a Wilson o a Vargas Llosa no modifica la discusión ni un ápice, cosa que sí lograría si fundamentara sus opiniones o al menos explicara las de ellos.
Más difícil todavía es entender por qué insiste en simplificar las cosas que esas otras personas han dicho.
Sobre Vargas Llosa me basta con revisar la entrevista que le hice sobre "La fiesta del Chivo" (no porque la prefiera a los demás, sino porque es la que tengo a la mano) para comprender lo obvio: VLL no se refiere a belleza en ningún sentido convencional, sino a esa forma espeluznante, aberrada, que él ha descrito tantas veces a partir de Bataille, que ciertmente no se parece en nada a lo que Munguía dice; ni establece ninguna relación facilista y sin matices como la de Munguía entre belleza, goce y entretenimiento. Esa idea no se sostiene, simplemente, o, peor aún, esa es una idea que Munguía sostiene pero hasta ahora no dice por qué.
Y para salir de dudas sobre la certeza de sus otras citas, no porque caiga en el juego del argumento ad autoritatem, sino porque Munguía no tiene derecho a simplificar sistemáticamente la opinión de los demás para apoyar sus ideas, como si en verdad hubiera críticos reconocidos que pensaran lo mismo que él, es necesario señalar un par de cosas:
En su tiempo, Edmund Wilson consideraba a Joyce "el más grande artista literario vivo" ("The Triple Thinkers". Decía que Ulysses había "fijado un nuevo standard y servido como un estímulo para todos los escritores que lo hubieran leído" ("The Shores of Light"). Decía que Ulysses era "la novela más cargada de sentido desde las de Flaubert" ("Axel´s Castel", al igual que todas las citas que siguen). Decía que era un malentendido pensar que sólo porque Joyce carecía de "apetito por el conflicto violento o la acción vigorosa", su obra no fuera "prodigiosamente rica y viva".
Decía Wilson lo siguiente: "Dudo que la mente humana sea capaz de satisfacer toda la demanda intelectual del Ulysses en una primera lectura" (por eso es que Wilson confesaba haber leído Ulysses decenas de veces: ¿masoquismo suyo enfrentarse así a este libro "aburrido"').
Y luego añade Wilson:
"Y cuando releemos el Ulysses, podemos comenzar en cualquier punto, como si fuera un cuerpo sólido, como una ciudad que existiera en el espacio y en la cual pudiéramos entrar desde cualquier dirección... porque, más que cualquier otra obra de ficción en la historia, Ulysses crea la ilusión de un organismo social vivo". (Hmm... curiosa manera de decir que no le gusta el libro).
También señala Wilson, claro, que Ulysses ofrece una gran dificultad de lectura EN LA PRIMERA LECTURA, y que esa primera vez puede no ser placentera, porque el lector, dice Wilson, "no sabe que al leer está trepando muchos obstáculos puestos allí por el autor", porque hay "debajo de la superficie de la narración muchos otros temas y muchos diferentes órdenes de temas propuestos a nuestra atención".
Queda claro que cuando se refiere a este rasgo del libro, Wilson habla de la dificultad de la lectura del Ulysses, de una multiplicidad semántica que es transversal, es decir, que está presente por debajo de la superficie narrativa en todo el texto; llega a decir que eso puede hacer penosa la lectura, pero no propone desemantizar el libro para así lograr una lectura más placentera. Wilson considera al Ulysses la vara (el "standard") con la que había que medir toda la literatura de su época.
Esto que dice Wilson es crucial:
"Ulysses es un organismo hecho de eventos, que pueden ser tomados como infinitamente inclusivos o infinitamente pequeños y cada uno de los cuales envuelve a todos los demás; y cada uno de estos eventos es único. Un mundo así no puede ser presentado en términos de abstracción artificial, tal como ha sido tradicional en el pasado".
Está claro que cuando Wilson, más adelante, hable de los DOS pasajes del libro que le parecen fruto de un exceso del método intelectualista joyceano , y que hacen penosa la lectura, no se atreverá JAMÁS a decir un despropósito como que la novela quedaría mejor si le quitaran esas páginas. Y no lo dice, simplemente, porque él considera que "cada uno de los eventos de la novela envuelve a TODOS los demás", y que Ulysses es "un cuerpo sólido" al que se puede "acceder desde cualquier punto". Es decir, siguiendo a Wilson, quien piensa que estos rasgos son novedades llegadas a la literatura con esta novela, recortar cualquier pasaje del Ulysses sería como extirpar órganos vitales: no todos ellos causan placer pero todos tienen una función.
Señalar los que él considera pasajes poco exitosos del libro (es cierto que lo hace, y lo justifica, y sus motivos tienen que ver con la semántica del libro y no con su capacidad de entretener), señalar esos pasajes, digo, NO equivalía a la ingenua arbitrariedad de sugerir que hubiera que quitarle páginas a lo que él consideraba el libro de ficción más importante de su tiempo. Y ciertamente, a nadie con un poco de sensibilidad se le ocurriría que vale la pena perder algunas de las páginas más complejas, novedosas y pioneras de la literatura universal simplemente porque no son muy divertidas.
No sé los demás, pero yo, la próxima vez que vea al señor Munguía citando a alguien, voy a desconfiar ciertamente de las ideas que le atribuya.
Otro ejemplo. Zelada discute lo que nadie ha dicho.
Ojalá, porque para encotrar alguna idea coherente en ese último mensaje tuyo, va a haber que buscar entre líneas y con perros policías.
Gustavo,
acabo de escribir este comentario a la nota "Punto final a un incidente ingrato":
Valverde sobre Wilson y Ulises
Gustavo, lectores:
he aquí, por fin, la cita de la introducción de Valverde a su traducción de Ulises, editada por Lumen. Efectivamente: en ningún lugar dice Wilson lo que erróneamente le atribuí -aunque sí se queja de ciertos pasajes de Ulises, según el traductor-; quien lo consigna, palabras más, palabras menos, es Valverde. Le debo una disculpa, por lo tanto, al señor Faverón.
"Edmund Wilson, después, entraría por primera vez a plantear el gran problema que hay en la valoración de la expresión joyceana, el contaste entre un lado magistralmente sólido -la presentación directa de hechos y pensamientos, así, en Ulises, "el modo como se le hace notar al lector, sin afirmar abiertamente el hecho, que Bloom es diferente de sus vecinos"-, y otro lado débil -la hinchazón caricatural, la complacencia en los juegos meramente verbales, en las parodias de estilo-; como ejemplo extremo, pondríamos nosotros la crónica de la "boda vegetal" en (12). La objeción de Wilson era no sólo justa, sino necesaria: el punto débil de Joyce, en Ulises, es que se divertía demasiado con sus propias bromas "literarias" -de chiste y de imitación estilística-, sin fatigarse nunca en hinchar semejantes perros -más grave sería aún esa tendencia en Finnegan`s Wake. Cabe imaginar cuánto mejor sería Ulises si se hubieran suprimido o reducido los pasajes de ese segundo estilo -hasta descargar, quizá, más de un tercio de la extensión total del libro-, pero Joyce, desde Ulises en adelante, fue incapaz de cortar o comprimir nada de lo que escribía; toda corrección era siempre añadido. Y, al fin y al cabo, cada libro, como cada persona, tiene "los defectos de sus virtudes". Pero Wilson señala que, aun con esos pasajes hinchados, Joyce elevó la calidad expresiva en la novelística a la altura de la poesía."
No hace falta decir que comparto la opinión de Valverde.
Saludos.
Javier Munguía
la nota, olvidé mencionarlo, se encuentra en mi blog "buenos modales".
Aclarar que, a pesar de su crítica, Valverde debió tener mucho amor a la máxima novela de Joyce, ya que la tradujo -toda una hazaña para cualquiera, imagino-; incluso ganó un premio con su traducción.
Gustavo,
he dejado una respuesta a tu breve comentario sobre este asunto en mi blog.
Saludos.
"Después de leer "Ensayo sobre la ceguera" lo que a uno le pasa por la cabeza es: "bueno, qué suerte que este problema nunca se va a dar". La siguiente reflexión tendría que ser: "pero Saramago debe estar refiriéndose a otro problema, uno analogable con el del relato; nos debe estar hablando sobre otra cosa que debemos descubrir (por algo es una alegoría)". Y entonces uno se da cuenta de que no existe ese otro referente, la alegoría es totalizante pero a la vez vacua."
Creo que no has reflexionado bien lo que dices, Gustavo. Claro que hay referentes a las alegorías de Saramago.
SARAMAGO BASA SU RECIENTE NOVELA EN UNO DE MIS CUENTOS
Por Teófilo Huerta
“Los científicos, los religiosos y el hombre en general, no se explicaban las causas de tan singular fenómeno que afectó a toda la Tierra y puso en peligro la vida de sus habitantes, su estabilidad, su congruente equilibrio ecológico y su capacidad para albergar tantos seres...El hecho ocurrió de pronto en todos los países, en unos de día en otros de noche. La noticia se comenzó a difundir...la gente.... no daba crédito a los titulares de los periódicos de ese día: “NO MURIÓ NADIE AYER!”...
Este es el inicio de mi cuento ¡Últimas noticias!, el cual escribí en 1983 para el Primer Concurso de Cuento de Ciencia Ficción convocado por la representación del CONACYT Puebla (1984), con el debido registro en 1986 (No. 8369/86 de la Dirección General del Derecho de Autor hoy INDAUTOR) y publicado en una edición limitada en 1987 por Editorial Quetzalcóatl, junto con otros cuentos bajo el título La segunda muerte y otros cuentos de fúnebre y amorosa hechura.
Esta por su parte es la semejante introducción de la novela las Intermitencias de la muerte del Premio Nobel José Saramago:
"Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado... ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido in fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas.”
Más adelante mil cuento dice:
“’Nuestros reporteros realizan en este momento una acuciosa investigación en todos los velatorios y hospitales, pues, al parecer, ayer tampoco murieron enfermos graves’”
Y la novela de Saramago expresa de manera sorprendentemente similar:
“...Se realizaron llamadas a los hospitales , a la cruz roja, a la morgue, a las funerarias...y las respuestas llegaban siempre con las mismas lacónicas palabras, No hay muertos”.
En otro pasaje de ¡Últimas noticias! se dice:
“...los vehículos quedaron prácticamente deshechos, pero sus ocupantes están ilesos, repito, los ocupantes de los dos autobuses que acaban de chocar están ilesos...”
Y en otro pasaje Saramago lo repite así:
“...de acuerdo con la lógica matemática de las colisiones, deberían estar muertos, pero que, pese a la gravedad de las heridas y de los traumatismos sufridos, se mantenían vivos...” (p. 14)
Al explicar tan peculiar fenómeno mi obra revela:
“’Otra de las teorías es la que mantienen especialistas de Moscú, quienes atribuyen la existencia del fenómeno a una variación de la órbita de la Tierra...”
Y Saramago lo copia así:
“....no se debería excluir la posibilidad de que se tratara de una alteración cósmica meramente accidental...”
Ante tan característica situación la gente celebra así en mi cuento:
“Un ambiente de fiesta surgió en todos los hogares, en muchos de ellos había auténtica algarabía....“El júbilo era casi general, aun los que no habían atravesado por peligro alguno se sentían seguros de que nada les pasaría. Los niños jugaban sin cansarse y repetían las frases de los adultos: “no vamos a morir, no vamos a morir”.
Y así similarmente, sólo con cambio de palabras, celebran en la novela:
“...alegría colectiva que se extendía de norte a sur y de este a oeste, refrescando las mentes temerosas y arrastrando lejos de la vista la larga sombra de tánatos..se fueron uniendo al mare mágnum de ciudadanos que aprovechaban todas las ocasiones para salir a la calle y proclamar, y gritar, que, ahora sí, la vida es bella.”
En mi relato se ven afectados esencialmente los intereses de hospitales, funerarias, cementerios y compañías de seguros:
“...mientras que otros intentaron ejercer diferentes actividades, lo mismo que los empleados, gerentes y dueños de velatorios y panteones.”
En la novela de Saramago sospechosamente también se ven afectados los intereses de hospitales, funerarias, cementerios y compañías de seguros:
“Importantes sectores profesionales, seriamente preocupados con la situación, ya comenzaron a transmitir la expresión de su descontento...las primera y formales reclamaciones llegaron de las empresas del negocio funerario.”
Mi cuento le da un peso esencial como eje de la trama al aspecto periodístico:
“...sin faltar aquellos encabezados ingeniosos: ‘THANATOS VENCIDO’, ‘LA TILICA Y FLACA DE VACACIONES’....Los encabezados seguían siendo sumamente llamativos: ‘EUFORIA MUNDIAL’, ‘¡SOMOS INMORTALES!’, ‘¡SÓLO FALTA QUE RESUCITEN LOS MUERTOS!’...”.
La novela de Saramago también le da ese peso al aspecto periodístico:
“...los más diversos y sustanciosos titulares, algunas veces dramáticos, líricos otras, y, aunque pocos, filosóficos o místicos, cuando no de conmovedora ingenuidad, como el de un diario popular que se contentó con la pregunta, Y Ahora Qué Será De Nosotros...páginas convulsas, agitadas, manchadas de titulares exclamativos y apocalípticos...Tras el paraíso, el infierno, La muerte dirige el baile, Inmortales por poco tiempo, Otra vez condenados a morir, Jaque mate...”
Mi cuento justifica así el regreso a la mortalidad:
“De pronto, después de quién sabe cuántos días o meses, en una ciudad en la que se construía un edificio, un trabajador, tras caer desde un piso doce, no se levantó de la acera...todos clavaron su mirada en el hombre inmóvil.”
La muerte de la novela de Saramago sin ningún empacho la imagina así con el mismo trabajador:
“En esa obra tendrá que entrar de aquí a dos semanas (la muerte) para empujar de un andamio a un albañil distraído que no se fijará dónde va a poner el pie...nuestro turno de caer del andamio todavía no ha llegado... ”
El final del cuento, entregado en 1997 para su evaluación a Santillana (representante de Alfaguara en México) tras un concurso convocado por la editorial y el diario Reforma, así como enviado en 2002 al Premio Internacional de Cuentos Max Aub en España, expresa:
“Sin manifestaciones de júbilo, pero tampoco de desesperación y llanto, los seres de todos los confines acogieron la vuelta a la normalidad y, más que eso, a la naturalidad.”
La novela en páginas avanzadas también retoma los mismos términos:
“...para festejar el ya no esperado regreso a la normalidad, lo que pareciendo ser el cúmulo de la indiferencia y el desprecio por la vida ajena, no era, en resumen, otra cosa que el natural alivio...”
La diferencia entre las obras es que el cuento tiene 8 cuartillas (10 en su registro y publicación original ) y la novela 274.
La otra diferencia es que el cuento fue publicado en 1987 y la novela fue publicada en 2005 ya con ese antecedente y basándose en él sin ninguna autorización ni consentimiento.
---------------
El pasado 26 de mayo comparecí ante la Dirección Jurídica del Instituto Nacional del Derecho de Autor (INDAUTOR) en relación a la junta de avenencia promovida para dirimir la derivación de la novela Las intermitencias de la muerte del Premio Nobel José Saramago publicada en 2005 por Editorial Alfaguara, a partir de mi cuento de ¡Últimas noticias! contenido en la obra La segunda muerte y otros cuentos de fúnebre y amorosa hechura, registrado en 1986 y publicado por Editorial Quetzalcóatl en 1987.
Por la contraparte no asistió persona alguna que representara legalmente al señor José Saramago, toda vez que no ocurrió la notificación porque el domicilio particular de éste no coincide con el de Editorial Santillana al que se dirigió el citatorio.
Así pues, solamente se levantó un Acta de la comparecencia y se archivó el procedimiento administrativo hasta nueva promoción para la que se cuenta con un plazo de tres meses.
Derivado de lo anterior y sin abandonar en lo absoluto el interés en el asunto, además de la nueva opción ante el INDAUTOR, estudio otros cauces jurídicos con la asesoría de un equipo de abogados.
-------------------
FICHA BIOGRÁFICA
Teófilo Huerta
- Nace el 7 de noviembre de 1956 en México, D.F.
- Mención honorífica verbal por parte del escritor Juan de la Cabada en los setenta con por el cuento ¡Vaya Tránsito! (originalmente La vida en los cuatro reinos) en un certamen organizado por el extinto Instituto Nacional de la Juventud Mexicana (INJUVE).
- 1980. Creador de la frase “Regale afecto, no lo compre”.
- 1981. Título de licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM.
- 1982. Fundador y editor del suplemento infantil El brinco en la Revista del Consumidor.
- 1983-84. Participación en el Primer Concurso de Cuento de Ciencia Ficción de la representación del CONACYT Puebla, con el cuento ¡Últimas noticias!
- 1984. Edición limitada por Editorial Quetzalcóatl, del poemario Ruta poética.
- 1985. Publicación del libro teórico La prensa infantil como medio de identificación y participación social de la niñez mexicana, por Ed. Oasis.
- 1986. Registro ante la Dirección General del Derecho de Autor (hoy INDAUTOR) de colección de cuentos, entre ellos ¡Últimas noticias!
- 1987. Edición limitada por Editorial Quetzalcóatl, de la colección de cuentos La segunda muerte y otros cuentos de fúnebre y amorosa hechura (incluido ¡Últimas noticias!)
- 1994. Publicación del libro La prensa infantil por Ed. Colofón.
- 1997. Mención honorífica por el cuento La mujer rojinegra dentro del certamen El Cuento Triste, convocado por el diario Reforma y Ed. Alfaguara.
- Se ha desempeñado como académico de la UNAM y como creativo, publicista y empleado fundamentalmente en la administración pública.
Publicar un comentario