2.1.06
Críticos y comentaristas
Cuando alguien insiste, como insisto yo a veces, en la necesidad de distinguir entre críticos literarios y comentaristas de prensa, hay quienes reaccionan como si ello fuera una forma de discriminación o, incluso, una muestra de arrogancia. Como si quien remarca la diferencia intentara decir que hay un lugar superior ocupado por los críticos y uno inferior para los que reseñan libros en diarios y revistas.
No es así. Se trata, simplemente, de dos oficios distintos, que ocupan espacios separados y se inscriben en circuitos aparte. Hay brillantes comentaristas y críticos mediocres, y hay críticos agudísimos y comentaristas lamentables. Ambos oficios pueden, eventualmente, ser ejercidos por unas mismas personas (lo que no nos debe llevar a confundirlos), pero el ser exitoso en uno de esos campos no garantiza tener lo que se necesita para ser solvente en el otro: un gran crítico puede ser incapaz de simplificar su lenguaje para hacerlo funcional en un diario; un buen reseñador puede fracasar ante la tarea de escribir un estudio académico teóricamente solvente y críticamente sustancial.
Los críticos suelen ser más lentos al enfrentarse a un nuevo fenómeno literario: su oficio demanda un grado de reflexión al que no siempre se puede acceder sin años de investigación y paciencia. Los comentaristas de prensa necesitan buenos reflejos y una sensibilidad para entender rápidamente, al menos, los rasgos más evidentes de un fenómeno en el momento mismo en que ocurre.
La morosidad necesaria de la crítica contribuye a alejarla de los fenómenos que estudia; le da perspectiva y distancia. La inmediatez que condiciona al comentarista de prensa lo convierte muchas veces en parte de los fenómenos a los que se enfrenta.
El crítico observa su objeto a través de una sucesión de filtros (teorías, primeras aproximaciones, panoramas históricos, la imperiosa necesidad de estudiar cada cosa como parte de un proceso histórico), construyendo su mirada a través de las miradas de otros. El comentarista necesita ver su objeto de estudio cara a cara, no tiene tiempo para esperar que otros arriesguen la primera opinión: la primera opinión debe ser la suya.
El crítico dispone de toda la historia literaria para elegir su lectura; el comentarista dispone de lo que las editoriales impriman y lo que las librerías coloquen sobre el estante de las novedades. El primero, por eso, trabaja con la tradición literaria desde una perspectiva en principio humanista; el segundo, en cambio, aun si quiere hacer eso, tiene que moverse dentro de los límites que le señale el mercado editorial.
El crítico puede pasar dos, cinco, diez o veinte años siguiendo las innumerables pistas de un fenómeno histórico, social o cultural y sus trasposiciones literarias, reportando cada cierto tiempo sus hallazgos parciales, hasta llegar, si es que llega, al libro que reúna los resultados de su labor. El comentarista necesita leer seis días a la semana para, al sétimo, escribir en setecientas palabras, no sobre un fenómeno o un proceso, sino básicamente sobre un libro y sobre su autor.
El crítico podría encontrar que su tarea más urgente es desvelar un problema referido a textos escritos hace cien, o doscientos, o mil años. El comentarista vive el problema presente tal como lo elaboran escritores que son siempre sus contemporáneos.
Un crítico puede enredarse en los tentáculos de la teoría, ceder al vértigo del seudo intelectualismo, caer en el esnobismo de las ideas de moda, perder de vista la literatura, enterrarla bajo una montaña de elucubraciones vacuas. Un reseñador puede sentirse árbitro de su tiempo, mandamás de las famas ajenas, enamorarse de su imagen de juez, y también, muchas veces, arrogarse una autoridad totalmente impropia: redactar veredictos sobre el valor literario de obras que es incapaz de comprender, olvidar que todo libro forma parte de un proceso mayor y que desconocer el proceso es suficiente para no comprender la obra individual.
Así como el crítico puede desaparecer bajo una catarata de teorías mal comprendidas, o muy fácilmente adoptadas, un comentarista de prensa puede cometer el error de pensar que no necesita de un saber teórico sólido, prudente y coherente.
Muchas veces, los críticos usan la teoría superficialmente, como un instrumento para validar como verdades axiomáticas las que no son sino especulaciones discutibles. Muchas veces, los reseñadores dan la impresión de ampararse en el puro sentido común en lugar de cualquier teoría, olvidando que el sentido común es una construcción ideológica, y que, como todas, debe someterse a crítica: el no poner sobre el tapete el marco teórico de sus juicios contribuye a hacer ver sus comentarios como verdades definitivas e innegables.
Como los puntos de contacto, las diferencias entre ambos ejercicios son bastante obvias. Es también muy claro que esas divergencias no hacen a unos superiores a los otros, sino sólo observadores con intereses intelectuales de índoles diversas. ¿Por qué insistir en llamar críticos a quienes no ejercen la crítica?
Imagen: "El lector" de Chagall.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
20 comentarios:
De acuerdo contigo. Sólo agregaría que si "un crítico puede enredarse en los tentáculos de la teoría" sería, en mi opinión, un mal critico. Uno no se enreda en la teoría, al contrario, es la gran herramienta para no dispararse y realizar opiniones o lecturas sin rigor, ese rigor que necesita una investigación.
Y sí, tampoco comprendo porque se llama críticos a quienes no lo son porque no ejercen la crítica. Quizá porque se tiene desconocimiento de lo que es "crítica" y otras veces, al menos en mi experiencia, porque quienes desconocen la teoría literaria, por el motivo que sea, les desagrada, y entonces yo me he preguntado muchas veces: "por qué si la desconocen les desagrada?
La teoría literaria es fascinante, una herramienta que muchos no podemos dejar nunca. Sin embargo, en sí misma no es, necesita a la literatura para existir, y la literatura no necesita a la teoría, es en sí misma, como todo arte.
Muchos saludos.
Estimado Gustavo: a quien denominas "crítico" yo llamaría "académico" o "erudito". ¿El término crítico no implica participación del espacio público? ¿No existen muchos "criticos", tal como tu los entiendes, que reclamarían para sí el honor del "reseñismo", en tus términos, por la forma en que han coronado y entienden su propia carrera? (Bloom y Steiner, de un lado,y Paul de Man en el otro)? Con el mayor respeto, no es mejor dejar las categorías al fuego de su uso o de su precariedad, siguiendo el ejemplo de Isaiah Berlin en "El erizo y la zorra"? Mucho más útil, me parece, señalar qué está sucediendo con su uso, por qué y para qué se les emplea de un modo que a algunos les esta causando pérplejidad por excéntico y a otros no. Un saludo afectuoso por año nuevo
Hay una trivialización en el uso indiscriminado del término "crítico" cuando se refiere uno a reseñadores. Es parecida a la trivialización que hay en el uso de "artista" para hablar de chefs, vedettes (¡y hasta animadores y locutores de noticias!) Sólo en un medio banalizado puede darse el caso de que gente como Leonardo Aguirre se llame a sí mismo "crítico" por sus comentarios malintencionados de carátulas y solapas de libros.
Me intriga eso de que la teoría literaria no necesita de la literatura para existir---pero claro, yo no sé cómo funciona la crítica literaria...
Dos comentarios a Miguel Rodríguez:
1. Estaría de acuerdo contigo si entiendes banalización como el proceso por el cual algunas actividades o dichos dejan de parecernos importantes por x motivos (una manera de decir "no me gusta" o "es trivial segun mi parecer"), pero no si con ello entiendes que se alejan de su sustancia, esencia, etc. En el blog de Gustavo hay mucha tendencia a definiciones "fuertes" de las que me permito discrepar.
2. Estoy completamente de acuerdo contigo en que no puede existir teoría sin literatura, si es que eso quiso decir Gustavo. Curiosamente, esa es una paradoja a la que nos llevan muchos de los caminos de los estudios culturales (veáse el estudio de Vich sobre los cómicos ambulantes). Sin embargo, ad origene (Sócrates y Platón), el conocimiento teórico implica la toma de distancia del OBJETO, aunque solo fuese para contemplarlos. La modernidad añade a esta noción la idea de instrumentalización, que (paradoja que me parece infinitamente más productiva que la de los estudios culturales), como Marx y sus publicistas no se han cansado de machacarnos, nos obliga hacer de la teoría un arseñal de propuestas para rediseñar nuestras prácticas (algunas más y otras menos persuasivas). Me parece que en la idea de "crítico" que formula Gustavo debiera rastearse la idea socrática de conocimiento, traslapada de un modo que me queda poco claro con la de "Humanidades" que entiende Michel Foucault. En todo caso, solo es una opinión.
Un saludo cordial.
Los últimos comentaristas están discutiendo una cosa que nadie ha dicho.
En primer lugar, quien habló de la necesidad o falta de necesidad en la relación entre literatura y teoría literaria no fui yo, sino Magda Díaz, en el primer comentario.
En segundo lugar, ella nunca dijo lo que Miguel le atribuye, sino exactamente lo opuesto: "La teoría literaria es fascinante, una herramienta que muchos no podemos dejar nunca. Sin embargo, en sí misma NO ES, necesita a la literatura para existir".
Pero reconocerías que tu idea de "crítico" tiene las infleuncias que señalé o las descartas de plano?
Pues, te pediría que las expliques un poco más. En principio, parecen ideas lo suficientemente generales como para hacer caer dentro de ese marco a casi cualquier crítico cultural contemporáneo.
Por otro lado, si tú eres quien sostiene que lo mío es una puesta en contacto entre "una idea socrática de conocimiento" y una noción foucaultiana de humanidades, no entiendo cómo es que a ti mismo te pueda quedar "poco claro" el asunto. Aclara tu afirmación y saldrás del problema (creo).
Interesante tu nota. A pesar de que me parecen oportunas las diferencias que estableces entre "críticos" y "comentaristas", no estoy de acuerdo con el nombre que das a unos y a otros. ¿Acaso los buenos "comentaristas", tal como los has definido, no ejercen también la crítica? ¿O solo los "académicos" -que tú llamas "críticos"- la ejercen? ¿No se puede decir nada sustancioso y serio de una obra en 700 palabras?
Saludo.
De hecho hay un desprecio de parte del gran público lector por los críticos. Los entienden como sujetos que no pueden hacer creación y que se han refugiado en la crítica para movilizar sus envidias y resentimientos por su situación de eunucos. Lo que dijo Wilde hace un siglo sigue pesando en el sentido común de la gente, lamentablemente. Dentro de esta perspectiva, no creo que a mucha gente, sean reseñadores, gacetilleros estafeteros o whatever, les quite el sueño ser reconocidos como críticos. Ser reconocido como poeta es otra cosa.
Miguel
Podríamos ir a los ejemplos para entender mejor los conceptos. ¿Javier Ágreda, Luis Aguirre, Iván Thays o Víctor Coral son críticos o son comentaristas? ¿Y Ricardo González Vigil?
Mario
Conclusiòn: Faveron eres un mediocre como reseñista y nunca seras un critico.
Qué yo sepa Gustavo no es reseñador de libros, entiendo su lectura de la novela de Reinoso como un comentario. Como crítico, creo que ha dado muestras varias de esa condición. El comentario de las 11:02 no tiene sentido más sentido que el de confundir.
víctor
Estimado Gustavo, la intleigencia implica cortesía con el interlocutor, dialógo i.luminador; no un juego de destrucciones y machacacabezas. Si esa es la idea de su blog, magnífico. Yo hubiera preferido que me diera alguna explicación de, por ejemplo, que estás entendiendo por socrático o por Humanidades en el sentido de Foucault. Pero pareces más preocupado en no pisar el palito que en compartir tus comentarios sobre el tema. Lamento esa actitud.
No sé, Gustavo. Dibujas al crítico como el hombre con todas las herramientas teóricas a la mano y todo el tiempo del mundo, y al comentarista como un pobre sujeto que vive agitado y a las volandas. Sin decirlo, adjudicas categorías a cada uno, pese a la advertencia del texto de no pretender poner uno encima del otro.
Considero a Iván Thays un buen ejemplo de alguien que, sobre la marcha, realiza una lectura aguda, crítica, del contemporáneo que acaba de llegar a las librerías. Quizás no tenga mucho adorno, porque él también puede entender el oficio desde adentro.
Gustavo en su planteo distinguió los roles de crítico y reseñista, pero resaltó que pueden convivir en la misma persona. Son labores (ojalá remuneradas y reconocidas) tanto como vocaciones. Me parece percibir, a partir del comentario de Julio y los de otros, que algunos están concibiendo esas labores como actitudes opuestas o enfrentadas, y eso sería un error. Quizás el error provenga de andar pensando en ambos ejercicios como búsquedas de un presunto valor positivo, de verdad, que obviamente estaría más asequible al que se parte el coco sin apuros y con infinitas herramientas teóricas a la mano. Sin embargo, me parece que habría que dar un paso atrás y pensar en esas aproximaciones a la literatura como actitudes vitales, vocacionales y laborales. ¿Preferimos una labor que llega a un público amplio, que exige una escritura asequible, que se renueva constantemente, que se ocupa de asuntos de actualidad cultural relativamente masivos a otra que es muy restringida, que requiere una escritura densa, que a menudo pasa lamentablemente desapercibida y que suele renovarse, entre proyecto y proyecto, con mucha más lentitud? ¿La calle o la torre de marfil? Por supusto, estoy planteando estereotipos, pero lo que quiero es resaltar que el asunto también puede verse respecto a la experiencia vital, a la chamba a la que uno quiere dedicarse, y no solamente a su valor epistemológico.
Feliz año a todo el mundo, hasta a Zelada.
Una cosa es el divulgador y otra el académico… Y es cierto que ambos cumplen funciones muy distintas, pues el divulgador sabe «procesar» los escritos a veces densos de los académicos, lo que no significa que los académicos no puedan ser buenos divulgadores y viceversa…
El anónimo de las 12:08 ha entendido como descortesía algo que no es sino un pedido de explicaciones. Yo no me he referido ni a Sócrates ni a Foucault. Lo ha hecho él. Por eso es que es él quien debería explicar lo que dijo. No veo, sinceramente, por qué tendría yo que discutir el par de conceptos que él propuso, ni cómo podría hacerlo sin que él antes aclare en qué sentido los propuso.
Para que quede más claro: sin descortesías, te pido que aclares el sentido de tu comentario, de modo que pueda yo saber si tengo algo que decir al respecto.
--------------
A Javier Munguía: obviamente un comentarista puede decir cosas sustanciosas; eso no lo convierte en crítico. Sólo quienes parten de la idea de que ser crítico es intrínsecamente mejor que ser un reseñador o un comentarista pueden molestarse en querer atribuir a unos las etiquetas de los otros.
------------
A Julio Suárez Anturi: dije claramente que se trata de dos oficios distintos, que pueden, eventualmente, ser ejercidos por unas mismas personas. Me parece que tú estás reduciendo el asunto al tema de quién es mejor y quién es peor.
Si vale como ejemplo y desmentido, diré que yo ejerzo ambos oficios (he publicado unos doce o catorce estudios académicos y más de doscientas reseñas de prensa), y no creo que mi cerebro se contraiga cuando escribo para un diario y se expanda cuando escribo para una revista académica.
----------
Estoy de acuerdo con lo que dice Mario Michelena; y sólo parcialmente con lo que dice Martín Palma: hay una diferencia grande entre un reseñador de ficción y un divulgador. El reseñador no siempre tiene un conocimiento académico de la literatura, mientras que es imposible ser un divulgador realmente valioso si no se tiene un saber de ese tipo (el neófito no puede explicar lo que desconoce).
No recuerdo a que escritor le preguntaron si leia criticas, y el respondio: "Eso es como querer entender la gastronomia a partir del funcionamiento del estomago"
Corrijo mi comentario sobre el post de magda días morales, como Gustavo señaló, ella no dice lo que le reclamaba---eso me pasa por leer estas cosas a altas horas de la noche.
Publicar un comentario