El artículo apareció con el siguiente encabezado de los editores:
"Mientras elabora una antología de relatos peruanos sobre las décadas de la violencia política
Toda la sangre
La narrativa peruana y la violencia política
Por Gustavo Faverón Patriau
Un dato cruel: quizá la primera obra narrativa sobre nuestra violencia política de los ochentas y noventas la escribió quien sería luego uno de sus más lamentables actores, Hildebrando Pérez Huarancca, el líder senderista que dirigió, en 1983, el asesinato de sesenta y nueve campesinos en Lucanamarca. “Es de Vilcanchos, es profesor que anda por aquí, la gente conoce, es alto, flaco, mestizo, estaba con pasamontañas”, dice sobre él un testigo en el Informe final de la CVR. En 1980, semanas antes de los primeros atentados de Sendero, Pérez Huarancca publicó Los ilegítimos, un grupo de relatos que dice mucho acerca del estado de ánimo que abismó a tantos hacia la locura violentista.
Suele decirse que, entre un acontecimiento colectivamente devastador, y acaso traumático, y el momento en que una sociedad se vuelve capaz de hablar sobre él, deben transcurrir los varios años de la introspección, la reelaboración íntima del trauma que precede a la capacidad de construir un discurso o de arriesgar una interpretación. Es interesante preguntarnos por qué, ante la desbordada ubicuidad de la violencia política que sufrió el Perú, sobre todo, entre 1980 y mediados de la década siguiente, la literatura peruana reaccionó con tanta rapidez
Es arriesgado conjeturar, pero es necesario: cabe decir, por ejemplo, que la experiencia socialmente traumática no puede ser percibida como tal mientras no haya un hecho traumático individual. En ese caso, sólo caerán dentro del principio de la teoría del trauma los discursos surgidos
Lo cierto es que, desde que Fernando Ampuero publicara, en 1982, su cuento El departamento, un alegato contra el peligro homicida escondido en el aparato represor estatal, la multiplicación de puntos de vista ha sido incesante. Han sobrevenido luego un puñado de novelas cruciales y polémicas: Lituma en los Andes, de Vargas Llosa, la más célebre, es la más discutida, a raíz de su afán de caracterizar a la sociedad andina en términos arcaizantes, y porque busca el origen del problema entre sus víctimas antes que entre quienes han propiciado, desde el poder, las condiciones sociales de su aparición. Menos parciales han sido las aproximaciones de Alonso Cueto, desde los relatos de Pálido cielo hasta su novela La hora azul, en la que ha inaugurado el tema de la transmisión de la culpa burguesa en tiempos postraumáticos, y las de Luis Nieto Degregori, quien ha revisado los mecanismos del desencanto y el desasosiego en las juventudes andinas plegadas a Sendero en sus años iniciales
Óscar Colchado ha escrito quizá la obra central en el intento de explicar las formas de comprensión de la violencia desde un marco cultural andino, Rosa Cuchillo, y en ese terreno lo han acompañado escritores disímiles constantemente atraídos por el asunto: Dante Castro le ha dedicado varias colecciones de cuentos, logrando, entre otros, un relato de gran patetismo titulado “La guerra del arcángel San Gabriel”; Juan Alberto Osorio ha dado al tema un cariz de reflexión existencialista en los relatos de El hijo mayor; Zein Zorrilla ha lidiado con estos tópicos en más de un texto, y entre ellos es destacable uno sobre la inestabilidad de las relaciones interpersonales en un marco de desequilibrio social: “Arrasados”, cuento de su libro Siete rosas de hierro; Enrique Rosas Paravicino también prefiere mirar la violencia en sus reverberaciones privadas, en cuentos como “Por la puerta del viento”, que cierra su libro Ciudad apocalíptica. También han asumido el reto de contar la violencia en sus escenarios más extremos, observando el objeto narrado desde atalayas andinas, escritores como Félix Huamán Cabrera, Julián Pérez, Mario Guevara, Sócrates Zuzunaga, Alfredo Pita, e incluso limeños como Carlos Thorne, Walter Ventosilla y Pilar Dughi. En esa línea, Julio Ortega elaboró una nouvelle, Adiós, Ayacucho, una suerte de épica de la supervivencia moral, con un hálito cercano al de Manuel Scorza pero dotada de un humor más negro, que tiene mucho de diablada y carnaval.
Un humor distinto se ha generado en cierta narrativa limeña, una lejanía desmitificadora que es visible en “Rock in the Andes”, de Fernando Iwasaki, y “El muro de Berlín”, la nouvelle de Rodolfo Hinostroza que forma parte de sus Cuentos del extremo occidente. Considerados en conjunto al lado de narraciones como las de Sergio Galarza
Una cualidad deseable anida en esa proliferación de poéticas: la narrativa peruana parece estar venciendo el peligro de hallar un lenguaje unívoco y cerrado, una clave segura y ritual, formulaica, para hablar de los años de la violencia política. En la multiplicación de las miradas y la divergencia de los lenguajes, paradójicamente atribuibles a la quebrazón interna de nuestra nación, siempre fragmentaria y dividida, late también el pulso de una sociedad que, en efecto, está sobreviviendo, y es capaz de seguir señalando, desde su literatura, los vacíos y las inequidades que deberemos aprender a solucionar si no queremos que estas páginas se materialicen y salten a la realidad para golpearnos en la cara nuevamente, en un futuro... Y nuestros políticos, ¿aprenderán a leer, alguna vez, estas historias?
Imagen: Luis Nieto Degregori, Fernando Iwasaki, Óscar Colchado Lucio, Fernando Ampuero, Dante Castro, Alonso Cueto.
16 comentarios:
¿En ke momento Faveron, escribe o ace referencia, en su artículo, sobre algún cuento de Gutiérrez?
Yo tengo la duda si un relato alegórico que no es mencionado allí como "Angel de Ocongate" (1982 o antes) de Edgardo Rivera Martínez podría entrar dentro de esta categoría. Aparentemente, Rivera Martínez no escribió el cuento pensando en la violencia (veo una pequeña nota en un número anterior de Caretas donde no hace mención de esto); sin embargo, yo leo ese relato y me parece que refleja a la manera de una alegoría la situación de las víctimas de la violencia terrorista o, en algunos casos, militar; concretamente, el desarraigo que muchas de ellas sufrieron. Claro, es una alegoría, no sé si ello sea impedimento para su inclusión
BRYH
Valdrá la pena revisar el cuento de Rivera Martínez, aunque está claro que, en caso de existir, la relación no será referencial sino acaso una suerte de (elusiva) alusión que flote en el aire y que tendría que ver más con una sensibilidad de tiempo y lugar que con un afán de representación.
Sobre las dudas de Dagberty: yo tengo la impresión de que quienes saltan hasta el techo ante la sospecha de que alguien les exige a los escritores escribir sobre ciertos temas --como en una reedición de las formas más primitivas de la idea de compromiso-- están peleando con fantasmas. Dudo que haya autores o críticos serios hoy en día interesados en prescribir a los escritores el tipo de tema que deben tocar en su literatura, o que deban tocar alguno en particular.
Ese salto hasta el techo se vuelve un poco preocupante porque empieza a sonar como si, en verdad, los defensores de esa libertad vieran con suspicacia a los escritores que sí sienten una inclinación hacia los temas sociales.
Hubiese querido escribir algo sobre las preguntas del Padre Las Casas, las dudas de Dagberty y las opciones de sus amigos de la uni pero luego vi el post de Gustavo (de las 10:00 am)... Me parece una excelente interpretación. Saludos.
A decir verdad, a mí me interesa también saber si Ribeyro o Bryce (o Manuel Scorza o Rivera Martínez) han escrito sobre el tema. Dagberty parece haber leído todos y cada uno de los relatos de Bryce. Yo no, aunque he leído mucho.
Una novela que, entre varias otras, dejé de mencionar en mi artículo (y que, creo, Iván consideró uno de los mejores libros de ficción del año 2000) es "Ningún Dios", de José Adolph. Pero sin duda debe haber varias otras y me gustaría saberlo.
Este asunto sobre lo que un escritor “debe” escribir es muy interesante.
En principio, como dice Gustavo Faverón, todo lector informado en una era post marxista concuerda con que la llamada creación comprometida no tiene lugar.
Por otro lado, mi experiencia con gente de instituto tecnológico de en Lima y una universidad nacional de Cuzco me revelo algo muy interesante. Lo que percibí fue esto: en ese entorno, no le piden a los autores que escriban, hagan películas o música, etc. sobre ciertos temas por que crean –en base a una convicción ideológica- que deban hacerlo. Lo hacen por que creen que es importante hacerlo, que es necesario, que es lo que les toca, que es su función. Y esto es importante para ellos como individuos y para sus “compañeros universitarios”, para la comunidad en general.
Desde la perspectiva que manejo, la gente en este medio esta mucho más inmersa en un mundo oral. En ese mundo se espera que la voz de uno –del que es capaz de levantar su voz, de los creadores, de los artistas- hable por todos. De hecho, las voces creativas que salen de ese entorno hacen eso.
Es desde esa perspectiva que creo se puede entender que se le pida a Bryce que escriba respecto al tema del terrorismo. Para ese público Bryce es una valiosa fuente de información respecto a las costumbres y usos de otros sectores de la sociedad peruana. Es una muy asequible –por el carácter de la escritura de este autor- y valiosa referencia. Es natural que se le quiera exigir también que toque otros temas que se perciben como urgentes. Y el que no lo haga razón suficiente como para alegar que no se lo leerá mas.
Daniel:
No veo dónde Gustavo haya hablado de lectores de una era "post-marxista". Que yo sepa no existe un lector "pre" o "post" Marx. O sí? Hablar del compromiso de algunos escritores, de que exista una demanda de producción literaria "comprometida", o incluso de una "lectura comprometida", es otra cosa. Pero primero definamos en qué consiste el compromiso (político? cultural? social? religioso? contracultural?, etc.) y entre quiénes se establece...
Bryce contó alguna vez, riéndose, que cuando conoció a Velasco éste le dijo que Un mundo para Julius había sido muy importante para derrocar a la oligarquía. Y esto es así para muchos (si mal no me acuerdo, en una encuesta de Debate "Julius" queda en primer lugar de las novelas políticamente influyentes, dejando atrás a "Todas las sangres" y "Conversación en la catedral"). Pero esto tiene que ver con el metatexto de la novela y su lectura, y no con el propio Bryce.
De otro lado, creo que tú te refieres al escritor como "oráculo", no es así? Quizás sea ese el rol que los compañeros de Dagberty esperaban de Bryce. Discutir eso podría ser interesante...
No esoty muy seguro de que, al menos porque recogía el "aire de los tiempos", de los años sesenta revolucionarios, Bryce no haya tenido una seria influencia de la literatura comprometida en la escritura de Un mundo para Julius.
Creo que primero debemos definir qué es la "literatura compromeida". Si existe la definición, a ver si me la pasan porque no la conozco...
El aire de los tiempos en los 60s también estaba plagado de existencialismo, siuacionismo, etc., etc., etc. y eso, más que compromiso político creo que era un actitud contracultural, no?
jc:
Quizás estiré mucho lo que saqué del comentario de Gustavo Faverón.
Mejor aclaro y plateo mi punto de vista respecto a la era del arte comprometido. La era a la que me refiero eran los 60s. Entre la intelectualidad latinoamericana progresista había un consenso para interpretar la realidad y construir el futuro desde una perspectiva marxista. Ese consenso no existe más. Yo no viví en esa época pero, por lo que he podido leer y percibir de ella, era aplastante. La idea básica creo que podría expresarse así: El arte debe estar comprometido con el cambio social histórico que el marxismo anuncia como necesidad inevitable. De otro modo no sirve: es decadente reaccionario antihistórico, en cualquier caso no tiene lugar y debe ser rechazado.
El cambio social marxista sostiene: La lucha de clases es necesaria por que es la manera en que el proletariado remplaza a la burguesía como eje de la sociedad dando término a las inequidades de la humanidad.
En eso creía muchos de nuestros intelectuales. Vargas Llosa entre ellos.
Esa era, gracias a Dios, o quizás a la historia (en términos marxistas), no existe más.
Lo que a veces parece, como dice Gustavo Faverón, es que nos hemos ido muy al otro extremo y cuando se plantean temas sociales en el arte hay gente que salta asta el techo para desautorizar esas voces. Lo hacen arguyendo que por tocar temas sociales se esta volviendo a posturas marxistas. Eso no es cierto necesariamente.
¿El escritor como Oráculo? Creo que te estas refiriendo a esa especie que evolucionó en Francia, tuvo su apogeo con Sartre y al parecer se extinguirá con Vargas Llosa. ¿Es eso?
Yo no iba por ahí.
Según mi postura lo que se espera de los artistas en el contexto citado –en un ambiente mayoritariamente oral- es que sean las voces del grupo. Que hablen de los temas que se consideran importantes por le grupo. Eso habría sido lo que a mi parecer habría hecho, por ejemplo, la controvertida Menchú. Cando hablas y convives con ellos y ven que puedes expresar ideas y discutir mejor que ellos comienzan a contarte historias, a decirte lo que creen que debe ser dicho. Como cuando a Vargitas le piden los miembros del elenco de radionovelas que hable por ellos con el dueño de la radio para pedir mejoras. ¿Recuerdan como la sorpresa de Vargitas no podía ser mayor?
Salvo algún guiño irónico, Bryce no se ha mostrado interesado en opinar seriamente sobre temas de terrorismo, violencia política o siquiera política nacional a secas. Si bien este dato para mí es absolutamente irrelevante, los comments del blog entienden que el escritor 'peruano' está obligado a 'argumentar', a sostener una postura ideológica que trascienda la ficción y se eleve como mensaje y proyecto discursivo final. Sin dejar de reconocer que la ideología pervive en muchos textos por efectos argumentales -para la teoría crítica no hay discurso sin ideología-, o como filtración de un sustrato -pienso en ABEL y Velas de Galarza, o en las novelas de Benavides- o correlato de la experiencia del autor -terreno sobre el cual lo pretendidamente probable se borra-, no me parece que la presencia del tema satisfaga y menos deba alimentaren los lectores una necesidad de posturas ideológicas que solo me explico en culturas como la nuestra, en que los mecanismos de construcción de la identidad cultural y el debate ideológico son temas dolorosos con los cuales muchos individuos deben rozar mucho antes de tener clara la cuestión ideológica.Solo así me puedo explicar que nuestra gente reclame obligatoriamente solo a la literatura responsabilidades discursivas correpondientes a la sociedad en general, con lo que coincido, en parte, con la necesidad de muchos lectores poco frecuentes -esos que se menciona desdeñosamente como 'estudiantes de derecho'- de buscar información en iconos culturales entronizados mediaticamente.
Ahora si, lo de Bryce es otra cosa. Recuerdo haber visto una columna de opinion política suya en el año 2001, en la que señalaba lo escandaloso que resultaba como dictadura el gobierno de Fujimori; columna que -curiosamente- escribio también, semana a semana, durante los noventa.
Daniel,
Gracias por la respuesta. Es cierto que "el cambio" social se convirtió en un gran tema después de la SGM y que el marxismo había logrado un desarrollo importante. Pero no era el único. También estaba el psicoanálisis. Y creo que ambos (es pecialmente en el pensamiento de Marcuse --pienso en Eros y Civilización) hicieron una dupla muy interesante ofreciendo interpretaciones innovadoras en todos los debates (no sólo el político). Si el tema del "cambio social" es el "aire de los tiempos" al que se refería Gustavo, pues entonces, sí, eso influyó enormemente.
Cuando se habla de literatura comprometida siempre me suena a "literatura de denuncia" o a la llamada "literatura testimonial". No veo nada de malo en que el escritor tenga un "compromiso", si escribe bien. Es más, veo al compromiso como un plus especial (el último párrafo del artículo de Gustavo es interesante en relación a esto).
Sin embargo, creo que el asunto es aún lo que yo llamé vagamente "escritor como oráculo". Aclaro que me refiero a la "función" que la sociedad (o un grupo de ella, no cesariamente hegemónico) asigna al escritor como "intérprete" de la realidad. Al margen de que esto sea o no lo que el escritor quiera hacer de sí mismo, esto es lo que a veces la sociedad le pide (obviamente, sucede también que la sociedad pueda pedir al escritor un escape de la realidad, pero en ese caso ya no sería "oráculo").
Creo que a esto se refería Dagberty cuando planteó sus dudas. Me pregunto a qué otros escritores en el Perú se les ha "pedido" ese rol, quienes se lo han "auto-conferido", qué tipo de temas cubren, qué tipo de reacciones han generado...
Me siento obligado a decir una cosa acerca de las columnas de Alfredo Bryce en Somos a fines de los años noventa. Me siento obligado, digo, porque además de las referencias de José Miguel aquí arriba (bienvenido al blog, JMH), he visto varias otras alusiones a esas columnas y cómo en ellas Bryce nunca escribió sobre política de actualidad.
Yo era editor de Somos en la época de esas columnas, y puedo decir al menos una cosa: Alfredo no escribía su columna semana a semana, ni quincenalmente, ni nada de eso. Él escribió un lote muy largo de columnas de un sólo envión, en una temporada breve (tiene una gran disciplina para imponerse ese tipo de trabajo). Somos le compró todo un paquete de columnas (yo tenía un file con decenas de artículos inéditos de Alfredo en mi escritorio, y Fernando Ampuero tenía otro). Nunca fueron columnas de actualidad, porque no podían serlo: algunas habían sido escritas un año o dos antes del momento en que aparecieron.
Es decir, a diferencia de VLL, ABE no tuvo una tribuna permanente para sus opiniones de estricta actualidad. ¿Qué pudo buscarla? Sí, sin duda. Pero no veo por qué quienes defienden la libertad del escritor de desligarse de cualquier compromiso político deban suponer que Bryce en particular sí debió buscar un sitio dónde opinar frontalmente contra Fujimori.
A lo que iba es a que resulta también necesario desmenuzar los procedimientos que extienden sobre la opinión publica la necesidad de discursos articuladores o referenciales para una ideología. No es que me solidarize con ella, sino que, si pienso como cualquier lector 'no frecuente' -asi como me sería imposible no pensar, en el correlato post-marxista, en el enarbolamiento voluntario de una ideología- me parecería lamentable tal casualidad. Que lo es -casualidad-, creo que ha quedado claro, pero hay otra cosa que también me queda clara, y era fundamentalmente a lo que apuntaba: hay un continuo problema de recepción que se debe no solo a las siempre mentadas diferencias culturales, sino a una cuestión de orden, a una formación insuficiente que no ha presentado consigo -no solo en esta generación, sino en muchas anteriores- la mutabilidad de las ideologías. Esa necesidad de discursos en el orden requerido por nuestros escritores de los años sesenta ha dejado sembrada -creo que es uno de los males producidos por la reseña periodística, que ha difundido mayoritariamente en sus apreciaciones, incluso hasta inicios de los noventa, la necesidad del discurso político en literatura- una expectativa común por la opinión de las voces autorizadas, que en el caso de cualquier escritor reputado, ya trascienden la condición de autor y de escritura.
Publicar un comentario