Ayer estuvo Salman Rushdie en Bowdoin College. Dio una conferencia para estudiantes y profesores, en el teatro de la universidad, justo en frente de mi casa, y luego acudió a una recepción a la que estuvieron invitados todos quienes quisieran ir.
Tuve sesenta segundos de oportunidad para saludarlo, que me preguntara, intrigado por mi acento, si era latinoamericano, y decirle que sí, que peruano. Tras un rápido elogio de Vargas Llosa, se ofreció a autografiar el libro que llevaba yo en las manos; tuve que explicarle que no era uno de los suyos, sino una colección de cuentos de otro peruano.
Rushdie es de mi estatura: debe medir un metro ochenta, más o menos; tiene la cara gris, las ojeras grises y los párpados caídos como un villano de caricatura. Se ríe constantemente y en su conferencia no permitió que una sola de sus ideas dejara de ser coronada por una broma; su humor es británico, como su acento, explicable en un graduado de Cambridge que ya antes, en la India, tuvo al inglés como una de sus cinco lenguas nativas. Su tono al hablar, como el de sus novelas, es predominantemente satírico. Igual que en sus libros, sin embargo, es siempre fácil adivinar el bajo continuo de seriedad que recorre sus palabras.
Cuando le preguntaron por sus autores contemporáneos favoritos, mencionó a Grass y a García Márquez, pero concluyó que no había nadie en el mundo que escribiera hoy al nivel prodigioso de Philip Roth. Hizo un elogio (reflejo) del realismo mágico, contando el caso de un investigador indio que ha calculado que en su país se rinde culto a trescientos millones de divinidades, entre dioses mayores y medianos, y patronos de caminos, ríos y arroyos: "en la India hay apenas 3.3 habitantes de carne y hueso por cada habitante sobrenatural", señaló, e hizo notar que en un mundo como ése los códigos del realismo son incapaces de retratar apropiadamente la realidad.
Sobre las caricaturas de Mahoma, este irrefrenable defensor de la libertad de expresión (que alguna vez firmara una autorización para que se pusiera en cines de Londres una cinta árabe en que se le retrataba, a él, como un decadente borrachín sediento de sangre), la víctima más célebre de la intransigencia fanática de ciertos grupos musulmanes, se preguntó en voz alta: "¿Hay algo más inocente que esas caricaturas". Y se respondió de inmediato: "Sí, por supuesto que sí, muchísimas cosas".
Aunque no dijo mucho más sobre el tema, en sus palabras acerca de su propia experiencia con la fatwa impuesta en su contra años atrás se dejó ver con claridad su posición: Rushdie es un indio criado en Bombay, en presencia de muchas religiones, y en consecuencia carece de los estúpidos prejuicios de tantos occidentales contra los musulmanes en general. Rushdie no confunde a los musulmanes con los fanáticos musulmanes, tal como ninguno de nosotros confundiría a la madre Teresa de Calcuta con Torquemada.
Sobre ello, Rushdie contó dos anécdotas. Según la primera, la carta más conmovedora que Rushdie ha recibido de un lector en toda su vida le llegó en los meses posteriores al escándalo de Los versos satánicos. La carta venía de Suiza y la escribía una árabe musulmana que firmaba sólo con un nombre de pila. La carta decía, más o menos, esto:
"Cuando hay un secuestro y alguien es encerrado en una habitación, y un grupo de personas acude a rescatarlo, el que patee la puerta y sea el primero en entrar probablemente recibirá todas las balas; pero quienes vengan detrás encontrarán la puerta abierta y el camino señalado. Con su novela, señor Rushdie, usted ha pateado la puerta y nos ha abierto el camino, y debemos agradecerle por ser usted quien ha recibido las balas".
Rushdie dejó en claro que la carta no era de una árabe renegada del Islam, sino de una mujer musulmana creyente. La carta añadía: "los mullahs están diciendo cosas terribles sobre usted, pero usted no se preocupe: todos sabemos lo que son los mullahs".
¿La segunda anécdota? En un restaurante americano, lo abordó una vez un hombre mayor, un turista egipcio, amigable y gritón, que le dijo: "Mista Rooshdie, mista Rooshdie: he leído su libro, buen libro, he leído su libro, bueno, bueno... Allá en Egipto todos hemos leído su libro: es que está prohibido".
Imagen: Fotomontaje gfp.
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1 comentario:
“Sobre las caricaturas de Mahoma… se preguntó en voz alta: "¿Hay algo más inocente que esas caricaturas". Y se respondió de inmediato: "Sí, por supuesto que sí, muchísimas cosas".
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No pues. No fueron inocentes. Después de enterarme más de la situación en Europa me parece claro que no hubo NADA de inocente en publicar esas caricaturas.
En Europa existe un gran miedo al mundo musulmán que tienen al lado y parece que se les viene encima. Mas aun por su necesidad de incluir Turquía en la Unión Europea.
Tal como están las cosas creo que vamos a ver más provocaciones de ese tipo. Lo más triste es que tratan de ser encubiertas como defensa de occidente y sus valores. El efecto será la devaluación de esos valores.
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