10.3.06

Bacanal / Eielson (1946)




¿Conocéis la imprenta del bruto que reina, come y caga
enjoyado en su trono de hierro y papiro?
Desde el alba, entre rayos y trompetas,
pintadas prostitutas a caballo lo asisten,
empolvan y pulen sus uñas con limas de lata y de frascos rotos.

Animal sagrado de las prensas y antros neblinosos,
rugoso dios dormido al olor de unos sobacos rubios,
tendido sobre las cenizas del vino o el heliotropo,
el polvo de arroz o la pomada:
la paz del soldado, sotana, vals y trabajo
turban sus excesos rutilantes
y su esplendor venéreo de ramera
cargada de rojos lunares y collares miserables.

Pero su fama nocturna, como insolente clarín,
lo hace rey de la urbe,
llama oficial del Paraíso que empenacha, tal un pavo real de fuego,
las torres ahumadas y las cornisas de los tristes palacios de yeso, cáscara de huevo y jabón.
Rondad, pobre jefe de policía, rondad sus noches de ensueño,
mientras sus uñas transparentes, delicadas y crueles,
se clavan en el alba como en un seno tierno o una garganta.
Mirad cuán dulcemente ahorca al gallo del municipio
y roba los repollos frescos del mercado,
mientras las carnicerías se abren gritando para él.
Averiguad su oscuro origen en la bilis infernal que lo rodea,
sus antecedentes incendiarios,
los insondables poderes que alimentan su furor y su sonrisa.
Y penetrad en su córnea de ópalo,
en su esclerótica bañada por atlánticos fulgores,
por la luz de Cáncer y el tridente frío de Neptuno.
O preguntad al panadero, al deshollinador y al guarda.
O al joven deportista enfermo, cuya muerte enluta pelota, provincia y estadio.
O id al taller del sastre, en cuya majestad,
entre paño y tijeras, esclavo de la araña Muerte,
santo y humilde obra junto al lamparín y al gato.

Porque él solo, él solo responde del crimen humano ,
de la violación y el hambre, del robo y de la guerra,
de la literatura negra y del traje infamante de lady Godiva.
Padre del vicio y de la soledad, bestia de lujo,
gárgola fogosa cuya boca ábrese al infierno en los umbrosos castillos del Rhur y Cracovia,
arma y escudo de Gutemberg, cuyas letras amargas, colosales,
-tenazmente custodia en su laberinto de mil páginas y páginas inmundas.

¡Oh hechicero de rayas amarillas, demonio bermellón y rebelde,
diviérteme con tu pelambre de oro y tu lengua negra y mortal como el sabor de la tinta!
Padre mío fulgurante que te orinas en el cielo
y tornas a tu cueva con las uñas en pantalla:
déjame acariciar tus ojos soñolientos
y el supremo trono de tu hocico y tu nuca magullada.
Hidra gozosa que me miras como un ángel desde tu charca pestilente,
con las amígdalas, el corazón, la verga y los pulmones en un ramo púrpura y jadeante.

¡Ah, sólo cuando el áureo rey de las moscas luce fijo en el cielo
y los lodazales sulfúreos se entibian,
tú huyes de las casas del deseo mientras el cortinaje
tornasol del día se cierne sobre ti
y hace delirar tus ojos, rojos aún del aguardiente nocturno!
Minuto ardiente en que los bares y burdeles se hunden en la vía
como carabelas tocadas por la flecha tibia de la aurora.
Las oficinas públicas se abren alhajadas de rocío,
las oficinas públicas ¡puf! cuya lámpara es la melancolía,
y cuyos jefes, como escarabajos barrigones y amarillos en sus sillas
temen el fulgor de las estrellas.

Allí amaneces embriagado, tras la juerga, entregado a sueños indecibles,
a terrores perfumados y viciosos,
mientras las pobres mujeres pintadas, encantadoras y- vacías,
ríen a tu alrededor, agitando los cascabeles áureos de sus dentaduras
bajo el toldo rutilante del estío.

¡Oh inocente! Víctima de dioses y demonios,
cuyos rayos húndense en tu sangre y hacen de ti un pelele ruin,
muñeco de maleficio plagado de alfileres en la vía,
mayordomo céreo del gusano.
Lascivo rey montés, anunciador del rayo y el eclipse,
demonio delicioso de cien mil miradas de lumbre y armiño:
yo persigno -de oreja a oreja y de la cabeza oscura al colmillo furtivo- tu hocico riente y maligno.

Gato y escriba, hijo del diluvio, el terremoto y los cráteres vesánicos ,
animal alado y escamoso venido en ondas de fuego o champagne
por las tranquilas cúpulas y torres,
por sobre las grises imprentas abiertas a las nubes
y al chillido seco de tu esperma
que cae como una dulce, aguda flecha de placer en la alta noche.

Frente al alba, los perros sepultan tu escultura
y ladran sobre ti sin conocerte,
mientras la prostituta amante acalla tus quejidos
y defiende tu sexo mutilado del barredor soñoliento que avienta
-sobre tus galas muertas y tus ojos de esmeralda-
montones de basura e inmundicia al llegar la aurora.



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