18.3.06

La pandilla salvaje y las trampas de la fe (en el progreso)

Por Daniel Salas

Ha aparecido en "Revista de Libros" de "El Mercurio" un increíble artículo de Rafael Gumucio titulado “El Patriarca” que resulta siendo un ejemplo de cómo no se debe leer y por qué nos debemos cuidar de las trampas de la fe.

Rafael Gumucio sostiene en su columna que “Trato de releer Cien años soledad y no puedo. El entusiasmo de la primera vez, la sensación sexual de entrar en las aguas de la pubertad, el descubrimiento de que la narrativa puede parecerse más a un conjuro que a un relato me ciega.”

En primer lugar debemos preguntarnos qué tiene de interesante para nosotros que alguien no pueda leer hoy “Cien años de soledad”.
Gumucio se despacha varias líneas para describir su incapacidad como si tuviese que ser la nuestra, dado que, en principio, las razones parecen tener más que ver con su antipatía por las ideas y actitudes políticas el escritor colombiano.
Gabriel García Márquez, dicho sea de paso, tampoco me simpatiza personalmente. Pero no entiendo por qué este disgusto deba ser un impedimento para leer su obra.

Sin embargo, unas líneas más adelante,
Gumucio ofrece algo que por lo menos pueden parecer razones más literarias. Veamos lo que dice:

García Márquez no ha sido nunca un revolucionario, sino un conservador de provincia que siente al mismo tiempo un gran desprecio y una gran nostalgia por el pasado patriarcal. Que descree de la democracia, que nunca le dio medallas a su abuelo el coronel, y del progreso que una y otra vez se olvida del coronel. Todo el arte de García Márquez reside en darle dignidad a la derrota de ese abuelo. Si hay que ir para ello a rastrear en Rabelais, Pigafetta, Esquilo, Kafka o Faulkner, no importa. El cacique de provincia que lo dio todo por nada estaba equivocado pero lo estaba con esplendor, con belleza. Por lo demás Colombia - nos repite una y otra vez García Márquez- y el mundo estaban tan equivocados, tan condenados como él.”

Llegamos finalmente a un punto. Lo curioso es que hay un aspecto en el cual Gumucio no está tan equivocado. En efecto, “Cien años se soledad” se sostiene en los mitos patriarcales y en una temporalidad ciclica, pero de ninguna manera reaccionaria o carente de movimiento, como lo explico en un post de mi blog.

El problema es que si la observación de
Gumucio sirviera para descalificar la obra de García Márquez, también deberíamos expurgar de nuestras lecturas los cuentos de Borges y deberíamos sentir repulsión ante las películas de Sam Peckinpah.

El motivo de la comunidad masculina es central en la narrativa occidental moderna. Con todo, en el mundo de Macondo hay además mujeres y mujeres muy activas, frente a lo cual podríamos incluso considerar los mundos de
Borges o Peckinpah mucho más reducidos. Y, en efecto, Gumucio tiene razón cuando señala esa desconfianza por el progreso, pero no explica por qué la creencia en el progreso es estéticamente más interesante. El Vargas Llosa que encuentro más atrayente, por ejemplo, es aquel en el cual las nociones recibidas de progreso y verdad se encuentran en cuestionamiento y crean una tensión. ¿Acaso una obra es más artística porque tiene las cosas claras? ¿Acaso no es verdad que una obra gana en interés estético en tanto es más compleja y más densa?

La nostalgia y la sensación de decadencia no son necesariamente posturas reaccionarias. Soñar con comunidades de hombres valientes y enemistados con el Estado (el cual impone opresiva y ciegamente las señales del progreso) ha sido uno de los grandes aportes de esas narrativas que se han enfocado en la idea comunidad, una idea que el “progreso” ha querido disolver. Que el fidelismo de
García Márquez nos caiga mal es otra cosa. Y sugerir, como lo sostiene Gumucio, que los jóvenes no caigan en la adicción a las novelas del colombiano es un síntoma de miopía y simplicidad.

(Foto: para pertenecer a la pandilla salvaje, no solamente basta ser valiente: hay que tener imaginación)


2 comentarios:

Fernando Velásquez dijo...

Peor aún que miopía y simplicidad, Daniel. Me parece que lo que dice Gumucio es síntoma de la peor versión del conservadurismo: aquella que pretende decirnos lo que hacer con vocación de policía moral. Es decir, es terriblemente condescendiente. Si pretendía ser irónico, le salió mal, si solo quiso ser pretencioso, pues le salió terriblemente bien.

Tanque de Casma dijo...

Lo que me llama la atención es ese afán reciente de desdeñar la obra de García Márquez. No lo digo sólo por Gumucio, pero eso de ponerle peros a los libros GGM por sus ideas políticas pues se le parece.