6.6.06

La cultura pop y el terror

Es curioso este rasgo del comentario político en la cultura norteanericana: cada vez más, las observaciones realmente agudas se hacen en medios que uno supondría atípicos, no tradicionales, en la medida en que los medios esperables (la televisión política, las revistas) pierden garra y poder de reflexión. Ya no sorprende a nadie que las críticas más agudas e inteligentes al régimen de Bush provengan de dos comediantes televisivos: John Stewart y Stephen Colbert, el primero tomando la incredulidad bonachona y la acusación espantada como método; el segundo mediante la construcción de un personaje paródico, una suerte de hiperrepublicano, el arquetipo del americano ultrachauvinista, incapaz de entender nada que no sean las instrucciones de su presidente.

Las palabras más duras contra Bush (y su campaña de guerras e invasiones) hechas públicas en las últimas semanas no han provenido de un político opositor, sino de un músico canadiense, entrado en años y hace poco sobreviviente a un aneurisma: el genial Neil Young, en las ocho canciones que componen su nuevo disco, Living with War. Uno de los asuntos cruciales del disco de Young es establecer meridianamente la injusticia de confundir al mundo musulmán todo con el fanatismo terrorista, y deslizar la idea de que también es terror lo que el gobierno americano lleva a buena parte del planeta.

Una variante de esa idea, más precisamente, la noción de que la sociedad americana también es capaz de engendrar terroristas en su propio seno y a partir de sus propias estructuras, parece ser el centro de la última novela de John Updike, The Terrorist (que aún no leo). Sin embargo, es fácil reconocer en su argumento (la historia de un americano hijo de migrantes que acaba ingresando en una organización musulmana y se transforma en un activista del horror que planea un ataque similar al del World Trade Center) la misma idea de Johnny Jihad, la novela gráfica que hace unos tres años publicara el historietista Ryan Inzana (tanto The Terrorist como Johnny Jihad contienen referencias evidentes a la historia real de John Walker, "the American Taliban").

Más curioso aún: el mismo rasgo de discreta y provocadora simpatía por el protagonista, que está ocasionando algunas críticas contra Updike, es ya discernible en el cómic de Inzana. Al menos en la obra de este último (una ficción muy documentada, al estilo de Joe Sacco, pero gráficamente próxima al expresionismo alemán de los años treintas) queda claro que no es simpatía por el terror, sino comprensión de la desesperanza que conduce a tantos a la violencia. El tema, entonces, específicamente, no ha pasado de la "alta literatura" a la literatura popular, sino al revés (aunque, en un sentido más amplio, la idea está ya en el Leviatán de Paul Auster).

Esa ya no es una línea casual: uno de los pilares del cómic americano, Will Eisner, escribió (y dibujó) claras y distintas reflexiones sobre el horror americano en Vietnam antes que el asunto se volviera tópico en la literatura y el cine cultos (y volvió sobre el tema hace poco, en Last Day in Vietnam); Joe Sacco, otro maestro del cómic, compuso libros enteros sobre el genocidio balkánico y sobre el rol americano y europeo occidental en ellos antes que nadie en Estados Unidos; y Art Spiegelman, el quintaescencial historietista del terror político, acaso si sólo fue superado en la rapidez de su reacción ante el 11 de setiembre por el sorprendente Noam Chomsky, y sin duda por nadie en el terreno de las artes narrativas.

En cierta forma, la esfera de la cultura pop está desplazándose a una posición de guía y referente en el tratamiento de los más peliagudos y serios asuntos de la política americana. Que Carlos Mencía y David Chappelle, dos actores cómicos, las estrellas mayores del stand up comedy en estos años, digan cosas más contundentes que cualquier político acerca del racismo americano (sobre todo Chappelle) es todo un síntoma de ese cambio de dirección. Pero que Comedy Central sea el único canal de televisión que valga la pena ver para saber algo sobre el ánimo político del pueblo americano es todo un diagnóstico de la muerte virtual de la capacidad crítica de la clase política en este país.

Nosotros, en el Perú, no tenemos que preocuparnos por ese problema. Ya lo superamos y llegamos a la síntesis posterior: a nosotros, directamente, nos gobiernan los payasos.

Imágenes: John Walker, el talibán americano, y su versión ficcional en el cómic Johnny Jihad.

1 comentario:

PVLGO dijo...

Aunque estoy desconectado de la cultura pop hace meses, me parece q podriamos anadir a los que mencionas a estos tres: Bill Maher, Chris Rock, Howard Stern.