
La película, ahora lo sé, la había dirigido Ralph Bakshi, un palestino que nació en Haifa antes de que Haifa fuera parte de Israel. Bakshi había hecho varios años antes, en 1972, una versión animada de Fritz the Cat, sobre la base del célebre cómic underground del magnìfico y estrafalario Robert Crumb.
No pude ver la película, esa versión ahora casi olvidada de El señor de los anillos, en aquella época. Lo hice tiempo más tarde y me impresionó incluso menos que las versiones más recientes. Pero, por algún motivo, sí se me quedó grabada en la memoria la peculiar técnica con que fue hecha: la rotoscopía, un proceso en el cual primero se filma cada escena con actores reales, y luego se aísla cada cuadro para dibujarlo encima, uno por uno, a mano, hasta producir una animación que, al apoyarse en imágenes cinematográficas, consigue una impresión de mayor verosimilitud en la reproducción del movimiento y la gestualidad.

A Scanner Darkly
Una vez más, el tiempo me da una vieja lección: no hay nada de malo con ninguna técnica; sólo hay que saber utilizarla de modo que tenga sentido y que añada sentido a la obra en la que se incluye. Vengo de ver con mi novia y nuestros amigos Edmundo Paz Soldán y Martín Gaspar, la cinta A Scanner Darkly, del norteamericano Richard Linklater, basada en la novela homónima de uno de los ídolos de Edmundo, Philip K. Dick (el mismo de Blade Runner).

El recurso técnico, así, sirve para acentuar estilísticamente el extrañamiento que es parte de la armazón del relato: una historia sobre paranoides, consumidores de una droga que afecta la percepción de la realidad en un mundo en el que, además, por otros motivos, la identidad de cada individuo es puesta en duda. La película es buenísima y original, ampliamente recomendable
Look Both Ways
Por coincidencia, también esta semana Carolyn y yo vimos Look Both Ways, de la directora australiana Sarah Watt, una película tan peculiar que incluso se hace difícil identificarla dentro de un género. Con mucho esfuerzo, uno puede decir que se trata de una comedia romántica, pero, si eso es verdad, debo decir que es la más original que he visto en mi vida, y la única del género con una preocupación real fuera del tema amoroso: los asuntos de la enfermedad, la muerte y la fatalidad son la verdadera espina dorsal de la historia.

Con ello, el lenguaje del cómic y la animación se vuelve el vehículo para el lado oscuro de la cinta, para las ideas violentas, la imaginación cruel, y la tendencia fatalista de ambos protagonistas. Y eso --al ir en abierto contraste con la idea habitual de que los cómics y los dibujos animados son un lenguaje básicamente infantil-- no hace sino acrecentar el extrañamiento y volver incluso más chocante la vida interior de los personajes.

Por el contrario, esa relación puede entenderse de modos complejos. Estas dos películas, por ejemplo, coinciden en el recurso a la animación para acentuar la sensación de quiebre interior que se produce en la mente de una persona sometida a una presión psicológica incontrolable o, simplemente, superior a su resistencia.

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