Cada cierto tiempo (cada veintidós o veintitrés segundos, aprox.) algún escritor en algún lugar del mundo dice la frase "la literatura no tiene consecuencias sociales, una novela no cambia nada", o alguna de sus muchas variantes.
Normalmente, uno puede estar seguro de que la obra del escritor que ha dicho tal cosa, en efecto, no cambiará nada en el mundo, al menos no a corto plazo.
Otros escritores parecen pensar lo contrario, y entregan su literatura a asuntos urgentes, no sólo íntimamente urgentes, sino socialmente acuciantes. Un ejemplo: en ese testamento literario en el que se conviritió su pentalogía 2666, el chileno Roberto Bolaño dejó bastante más de un centenar de páginas dedicadas a enumerar asesinatos de mujeres en el norte de México. Quienes hayan leído la novela, saben que difícilmente Bolaño puso esas páginas allí porque fueran divertidas, o porque conformaran un misterio entretenido. No. Son duras, ásperas y carecen de cualquier gracia estética. Son claramente una denuncia.
Las "muertas de Ciudad Juárez", los centenares de mujeres asesinadas, torturadas, violadas, quemadas vivas, en crímenes absolutamente impunes a lo largo de ya varios años, se han convertido en una mancha en la moral mexicana contemporánea y en un hito mayor en la historia del machismo en todo el mundo. Y se han vuelto también objeto de comentarios hechos desde el cine, el teatro, la literatura y la danza moderna (la imagen que ilustra este post viene de "Ni una más", coreografía de Rossana Filomarino).
La novela de Bolaño dista mucho de ser la única aproximación al hecho en ese género. Allí están las novelas La frontera, del periodista francés Patrick Bard; De mis muertas, de César Silva Márquez; Desert Blood: The Juarez Murders, de Alicia Gaspar de Alba, y Tierra marchita, de Carmen Galán, para mencionar sólo algunas entre las más conocidas.
Hay también libros de crónica sobre el tema, como Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez; Ciudad Juárez: de este lado del puente, de Isabel Vericat, que cuenta, entre otros, el caso de María Elena Chávez Caldera, una de las más recordadas víctimas de la larga ola de violencia contra la mujer en Juárez; Cosecha de mujeres, de Diana Washington Valdez; y el volumen colectivo El silencio que la voz de todas quiebra.
Son muchos los reportajes, como "La noche de Ciudad Juárez", de Mauricio Carrera y "Letter from Mexico: A Hundred Women", célebre artículo del New Yorker escrito por Alma Guillermoprieto, sobre el cual, además, apareció una entrevista en esa misma revisa americana.
Los ensayos son numerosísimos, e incluyen algunos escritos por autores tan representativos del México contemporáneo como Carlos Monsiváis ("Los feminicidios de Juárez, licencias de impunidad") y Elena Poniatowska ("Son las mujeres las que ayudan a las mujeres en Juárez").
Al cine ha llegado el asunto en películas como Las muertas de Juárez, de Enrique Murillo, Juarez: Stages of Fear, de César Alejandro, 16 en la lista, de Rodolfo Rodobertti, y The Virgin of Juárez, de Kevin James Dobson. Y los documentales abundan: Hecho en Juárez, de Arturo Chacón; Señorita extraviada, de Lourdes Portillo y Juárez, desierto de esperanza, de Cristina Michaus, etc, son acaso los de mayor acogida.
Acaso la frondosidad de la bibliografía sea el síntoma más claro de qué es lo más terrible de este caso: que no es un secreto, no es un tema desconocido: ocurre desde hace años y sigue sucediendo, se estudia, se investiga, pero no se detiene, y ninguna alta autoridad mexicana parece juzgar necesario comprometerse con la erradicación del problema. ¿Quiere eso decir que los escritores tampoco deberían comprometerse con ello? No. Claramente, no.
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1 comentario:
La semana pasada Abelardo Oquendo escribió un artículo sobre el tema en La República. Aprovecho para anunciar la publicación, en un par de meses, de un ensayo sobre 2666. Saludos, buen post.
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