Muchas ficciones cruciales de la narrativa latinoamericana en el siglo pasado fueron relatos sobre la escritura de la historia: un periodista miope que elabora la noticia de su país desde una trinchera (La guerra del fin del mundo); un mago gitano que la dibuja sobre cierto libro al final de los tiempos (Cien años de soledad); un pionero desquiciado que se vuelve autor de la ley en medio de la selva (Los pasos perdidos).
Aunque todos esos personajes tuvieran algo de locos, su intento, como suele ser el de ciertos dementes, era una racionalización, la formulación de un orden, aunque fuera desde el campo de batalla, el corazón de las tinieblas o el apocalipsis. Tal parece que sólo a Sabato se le ocurrió colocar al escritor chiflado en el manicomio: Juan Pablo Castel --al menos eso me parece a mí-- relata el asesinato de María Iribarne, en El túnel, desde un hospital siquiátrico y no, como se suele asumir, desde una cárcel.
Si uno concibe El túnel como un relato dicho desde un sanatorio de enfermos mentales, su historia se vuelve aun más perversamente lógica: el crimen de Castel no deja de ser enfermizo y sin embargo empieza a dar la sorprendente sensación de ser, de alguna forma peculiar, natural, cuando uno asume que su autor lo evoca desde la absoluta aberración de su mundo --desde el encierro final, el doble encierro de la clínica y la locura--.
Desde el punto de vista de Castel, el narrador, se ha hecho insignificante compartir o dejar de compartir la moral del mundo, sus tabúes y sus leyes, simplemente porque se ha dejado de pertenecer a ese mundo, se está fuera de él.
A veces me pregunto si los peruanos no estamos reproduciendo un poco la naturalidad aberrante de la narración contada desde el manicomio en la manera en que escribimos nuestra historia reciente: dando el poder democráticamente, siempre, a los menos capaces y a los más corruptos; pasando de la mafia de Fujimori a la de Toledo y la de García como si en verdad el gobierno del Perú estuviera diseñado exclusivamente para los delincuentes y no para el resto de los ciudadanos; sorprendiéndonos falsa y estúpidamente cada vez que descubrimos que la nueva mafia suscribe una alianza con la mafia anterior, como si no supiéramos que la política de las alianzas es la forma primaria de asociación en el mundo del hampa.
Castel le oculta al lector --o al menos no lo declara explícitamente-- que está en un manicomio; en algún momento dice temer por su salud mental, creer que se está volviendo loco. El que Castel ignore o se niegue a reconocer que está en el hospital siquiátrico es uno de los sintomas que nos permiten reconocer su locura. Saber que uno está encerrado, por otra parte, es el primer paso para buscar una salida. Me pregunto cuándo reconoceremos los peruanos que estamos encerrados, al menos desde 1985, en un círculo vicioso de criminalidad gubernamental, y que podemos escapar de él en la próxima elección; en vez de asumir que una elección es simplemente un cambio de hampones.
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10 comentarios:
El año pasado, cuando la segunda vuelta terminaba y había que escoger entre García Pérez y Humala, recordé un fragmento de EL TUNEL que se aplica a, digamos, mi sentimiento como ciudadano: “…me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que ‘todo tiempo pasado fue peor’, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.”
Recuerdo que el editorial de CARETAS era tajante: ““Optar esta semana por Humala sería un desvarío histórico descomunal”. Pero, creo yo, que no hay desvarío peor que el desvarío de la memoria (léase lustro 1985-1990).
Juan Pablo Castel, aquel mítico personaje de Sábato, sabía muy bien de desvaríos. De esos desvaríos que atenazan al peruano de a pie, a todos aquellos compatriotas para quienes la democracia es una palabra inasible, para aquellos a quienes el presente (democrático) es tan horrible como el pasado, para quienes por suerte todavía recuerdan tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones… porque la memoria es, para nosotros los peruanos, como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. Ese sórdido museo del asco y la vergüenza al que pertenecen los Guzmán Reynoso, los Fujimori, los Montesinos y los García Pérez.
La mayoría de los peruanos no se siente representada por sus políticos. Si no me equivoco, la popularidad de Fujimori tuvo sus picos con la captura del jefe de SL y con la disolución del Congreso. El problema es que los movimientos que dicen ser el cambio, suelen ser más de lo mismo. ¿Qué hay más viejo en el Perú que el autoritarismo? Pero los fujimoristas suelen atacar la democracia sin recordar cuánto de nuestra historia independiente lo hemos pasado bajo dictaduras, sin que nos llevaran a nada. Humala se presenta también como el cambio, pero habría que preguntarse qué tienen de nuevo nacionalismo, oportunismo y populismo en nuestra historia. Yo sospecho que nada que resulte verdaderamente nuevo puede ganar muchos votos, porque los peruanos no parecemos enterarnos de que esos políticos corruptos que detestamos son una expresión de nosotros mismos, de nuestras ideas, y no traidores del voto popular. Cada cinco años, todos se indignan por la ramplonería de los elegidos, pero tendríamos que preguntarnos qué ideas hay en nosotros mismos que nos llevan a votar así. Por ejemplo, la gente que votó por el Apra esperando alcanzar un puesto en el Estado, no deseaba acabar con la corrupción, sino formar parte de ella, aunque sea en sus peldaños más bajos. Todos critican la corrupción, pero es como si la corrupción les resultara detestable solo cuando no pueden formar parte de ella. Tu metáfora del encierro me parece interesante, a condición de que no veamos a los políticos como nuestros, electos, carceleros.
Humala nunca pudo limpiar su imagen de haber tenido vínculos con Montesinos (coincidencia con fuga y alzamiento).
Nunca esperé gran cosa de Alan Garcia. Mas bien temia que Lourdes Flores estaba demasiado cerca de los fujimoristas. Al final ninguna de las tres agrupaciones ha sido capaz o ha querido apartarse del fujimontecinismo en los momentos críticos. El último (por ahora?)lapsus de Del Castillo con Pandolfi, simplemente espeluznante.
JD
Por algún lugar leí que El túnel era como la metáfora del clasico cuadro "el grito" de Edvar Munch, Muchos peruanos somos, pues, esa figura horrorizada ante el absurdo.
El señor Toledo dejó el gobierno con una popularidad inédita en la historia peruana. Además, su familia, en gran parte impresentable, tuvo acusaciones por delitos menores de corrupción y tráfico de influencia. Ni punto de comparación con el sátrapa y asesino Fujimori, y menos con el terremoto de 20 grados que fue el primer gobierno de García.
A propo, en su fase maníaca nuevamente, García ha pedido que se bombardee la zona cocalera ayer. ¿Qué les parece? por dar señales a EE UU para que de una vez apruebe el bendito TLC vamos a caer en ese tipo de medidas tan peligrosas?
Hola Gustavo:
Muy bueno el artículo. Alguien dijo que comparar al Perú con una realidad kafkiana era demasiado, que la literatura no se merecía eso. Ahora, hacerla equivaler al Túnel de Sábato; bueno quizá la comparación sea demasiado elegante, aún en su deterioro, para nuestra realidad. Creo que, en lo que respecta a ver la luz al final del túnel, la esperanza está perdida, y de eso ya hace tiempo. El porvenir político, y social, peruano se parece más a un bolero trasnochado de Ivan Cruz.
Attem
ALAN LUNA
Excelente reflexión que nos recuerda a todos la distancia entre este blog y los demás. Hace tiempo que no volvías a este tipo de artículo que fueron los más interesantes de Puente Aéreo cuando comenzó. Saludos.
buen post, cuando te ciñes a pensar la historia en terminos literarios la haces muy buen, saludos
franco
Es un país de locos que está en un círculo de locura y amnesia alucinante. Da pena decirlo pero parece que tienes razón y nuestra historia se escribe en un manicomio como los poemas de Martín Adán.
Locos que escriben en la ficción latinoamericana hay muchos (con los de Borges y Quiroga ya hay decenas) pero es cierto que los manicomios no son un escenario muy común de las novelas latinoamericanas.
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