Sobre la guerra civil que comenzó en la esquina de mi casa
El viaje más fetichista que he hecho en mi vida fue el de hace tres años a Inglaterra y Escocia. Aunque no es mi costumbre, esas tres semanas, no sé por qué, las pasé fotografiándome en monumentos de mi panteón personal: la puerta de Abbey Road, la tumba de Walter Scott, la tumba de Thomas de Quincey, la improbable y estrecha casa de Sherlock Holmes en el 221 B de Baker Street.
En Córdoba visité de pura casualiadad la tumba del Inca Garcilaso (esa banderita peruana podrían reemplazarla por una en mejor estado), y de vuelta en Londres las de todo el canon inglés, de Chaucer a Eliot, en la catedral de Westminster.
Y otra vez en España las casas de Lope de Vega, Cervantes y Quevedo. Y en Florencia la de Dante Alighieri, donde le venden a uno unos rollos de papel que contienen, en una sola página de letra diminuta, el texto completo de la Comedia.
Para ser alguien que no busca ese tipo de hallazgo, es curiosa la suerte que me ha tocado al encontrar casa en Estados Unidos: en Ithaca, New York, me tocó vivir un tiempo a dos cuadras de una de las casitas de Nabokov, y, antes, a media cuadra de otra de las varias residencias temporales del ruso, que estaba, por casualidad, en la misma manzana en la que vivió Carl Sagan y nació Alex Haley.
Ahora, la cosa se ha puesto incluso más peculiar: mi casa en Brunswick queda a menos de cien metros de otras tres en las que vivieron tres personas clave del canon norteamericano: Nathaniel Hawthorne, H.W. Longfellow (ambos fueron alumnos de Bowdoin, y Longfellow fue, luego, el primer profesor de literatura hispana del college) y Harriet Beecher Stowe, que escribió aquí mismo su clásica novela Uncle Tom's Cabin, La cabaña del tío Tom.
Una pregunta que uno escucha mucho cuando se dedica a la literatura --pregunta que escritores y críticos e incluso lectores comunes deben de repetirse más de una vez en sus vidas-- es: ¿para qué sirve la literatura? Su versión más comprometida es: ¿puede la literatura afectar o transformar una realidad social?
Las respuestas pueden variar en su grado de optimismo o pesimismo, pero difícilmente llegan a ser tan prácticas y radicalmente positivas como la que queda implicada en una anécdota acerca de Harriet Beecher Stowe, Abraham Lincoln y Uncle Tom's Cabin.
El día en que Lincoln y Stowe se conocieron, durante la década de 1860, en plena Guerra Civil Americana, el presidente saludó a la escritora diciendo: "¡Así que usted es la mujercita que escribió el libro que comenzó esta gran guerra!" ("So you are the little woman who wrote the book that started this great war!").
Lincoln, por supuesto, conocía mejor que nadie la enormidad y la complejidad de las causas de la Guerra Civil, y es impensable que quisiera reducirlas todas a la sola coyuntura de la publicación de una novela antiesclavista.
Pero, además de un político hábil, Lincoln era un observador penetrante y lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de una cosa: Uncle Tom's Cabin era un fenómeno de masas, acaso el primero tan notable en la tradición americana, el libro más leído de su tiempo, y, a la vez, la primera narración popular de este país que con afán muy explícito sensibilizó a cientos de miles de lectores americanos acerca de la abrumada humanidad de los esclavos y el insoportable salvajismo de la esclavitud.
Eso era algo que una novela podía lograr con muchísimo más patetismo, realidad y sentido de la urgencia que los discursos de todos los políticos abolicionistas juntos. (En contra del estereotipo que tienen quienes han leído sólo las versiones infantiles de la novela, Uncle Tom's Cabin es una ficción furiosa y muy dura, que no sólo muestra la crueldad del esclavismo, sino que lo descompone en decenas de factores, todos ellos terribles: el abuso laboral, sí, pero también el reiterado abuso sexual, el maltrato psicológico, las excusas religiosas, los mecanismos de la deshumanización, etc).
En fin: yo soy, obviamente, de quienes creen que cada escritor tiene derecho a su universo propio (es un asunto de proporciones: a más talento, más universo), y no creo en imposiciones temáticas ni compromisos necesarios (aunque sí pienso que los autores tienen que estar a la altura de sus temas: una vez que eligen uno crucial, tienen que ser cruciales, no buscar atajos ni salidas fáciles).
De vez en cuando me pregunto si no estaríamos un poco mejor si unos cuantos escritores más tuvieran fe en que sus libros pueden cambiar el mundo de manera tangible y a veces, incluso, casi inmediata.
Fotomontaje gfp: la casa de Stowe, a una cuadra de la casa en que escribo esto.
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13 comentarios:
Buen post. Pero esa anécdota ya la conocía; la primera vez que la leí fue en uno de los tomos de la "Enciclopedia de lo insólito". Si mi memoria no falla, aparece en el tomo dedicado a la historia de los Estados Unidos.
Héctor Chacón, ser de carne y hueso y personaje de Redoble por Rancas fue injustamente encarcelado en la vida real y en la ficción. Velasco leyó la novela y Chacón fue liberado.
Yo creo Sr. Faveron que los libros mas que cambiar el mundo, evitan que se termine de destruir.
Gustavo, excelente frase sobre el universo y el talento del escritor. A algunos escritores les debe arder la oreja y, espero, la conciencia. Creo que en el periodismo pasa algo parecido.
Comparto una videcrónica que hicimos en RPP.
No es necesario que pongas este correo, pero sí me gustaría recibir tu opinión.
Un abrazo
http://www.rpp.com.pe/portada/nacional/100647_1.php
Yo vivi a unas 2 cuadras de una de las casas de Edgar Allan Poe, en NY (el Bronx). Tambie conoci otra en delaware. parece que tenia varias.
gustavo faverón, creo que el cuento que publicaste en el dominical sobre un hombre que se va a vivir a la calle puede cambiar a las personas y que esa es una forma de cambiar el mundo, por favor, tus miles de fans en el perú te pedimos que lo publiques, ¿si?
GFP 2011!
Conocer Liverpool por mi fanatismo por The Beatles, viajar a Moscú y años después a La Habana para ver que pasaba por ahí, recorrer Tromso en Noruega cerca al polo norte para conocer el frío, un libro que me cambió fue "La Casa de Cartón" de Martín Adán, la leí a los 9 años, con mi diccionario al lado, fue el único regalo de esos tiempos de mi viejo que aún conservo, todo maltratado y amarillento en la versión de Populibros...
Hola Buen día
Yo tengo afición a al literatura y estoy convencido que una novela o relato, puede cambiar o ayudar a cambiar la historia.
La alusión a Hector Chacón, El Nictálope, es buen ejemplo. Recuerdo que hubo un conseho de ministros en el poblado de Rancas y el locutor, comenzó la ceremonia, diciendo: En esta cidad, llamada por un novelista (se refería a Manuel Scorza): El Techo del Mundo.
Usted relata las coincidencias de su vivienda y la cercanía con las viviendas de destacados autores...yo le diré, que me fuí de viaja a Yanahuanca, para conocer los lugares, donde transitan las novelas de Scorza...llegué, sin saberlo de antemano, a hospedarme en el famosos hotel El Mundial(descrito por Scorza), aquel cuyo albañil descuidado, olvidó de hacer la escalera hacia el segundo piso y los pasajeros, debían salir a la calle y trepar por una escalera...yo estuve en ese hotel.
Saludos
Carlos el baterillero
Yo vivo a dos cuadrss de Salas
Dejando de lado la pedanteria fetichista, cabe notar que no fueron "las buenas intenciones" o la concientizacion de la esclavitud lo que determino la postura del Norte contra el Sur. Lo mas importante fue la economia. La industrializacion del norte se veia trabada por el cuasi feudalismo agrario sureno. Fue una cosa de dinero mas que de cualquier novela, una cosa de intereses economicos mas que de "valores humanos". La misma USA post-guerra civil se dedico a industrializarse y trasplanto el esclavismo, por decirlo asi, de su sur, hacia mas al sur, por medio de reglas de comercio basadas no en los "derechos humanos" o ningun tipo de "concientizacion" antirracista. Intereses, no novelas, Gustavo.
Nada funciona si no está basado en intereses concretos. La cosa es ver cómo se hace para que esos intereses concretos impliquen una mejora. La guerra civil americana se habría producido de todas maneras, por intereses concretos, pero es imposible no reconocer que terminar con la esclavitud era una mejora, y "La Cabaña del Tio Tom" allanó un poco el camino para que esa mejora ocurra.
¿Qué tendría que ocurrir en la literatura nacional para conseguir que en este país el término "costo aceptable en vidas" sea una mala palabra?
Estimado Gustavo:
Yo fui el autor del primer comentario y debo hacer una corrección: no es enciclopedia sino "Almanaque de lo insólito"; el entusiasmo y gusto por tu post me hizo redactar y cambiarle el nombre a la colección. Debo decir es más, que la traducción de "Almanaque de lo insólito" buscó vender y llamar la atención ya que en inglés esa colección se llamaba "People´s Almanac".
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