24.3.08

Canónica voluntad

Qué leíamos en los ochentas

No es lo mismo el canon que el conjunto de libros y autores que una persona en particular sigue, lee, repasa, revisa y vuelve sus favoritos. Y a veces el mecanismo de transmisión de ese canon privado, por llamarlo de algún modo, resulta más complejo que el mecanismo de transmisión de los grandes cánones nacionales.

En mis años en la Católica, por ejemplo, puedo decir sin la menor duda que cualquier cosa similar a un canon peruano me fue transmitida enteramente por una sola persona:
Ricardo González Vigil, que fue mi profesor en todos los cursos de literaura latinoamericana contemporánea, incluyendo los de literatura peruana.

En las clases de narrativa peruana del profesor
González Vigil, aunque no abundaran las referencias a escritores como Oswaldo Reynoso o Miguel Gutiérrez, cuando llegaban solían ser elogiosas. Pero esos escritores estaban ausentes de las lecturas de clase, que se reducían a un núcleo de eminentes consagrados: Ciro Alegría (El mundo es ancho y ajeno), José María Arguedas (Los ríos profundos), Julio Ramón Ribeyro (cuentos de La palabra del mudo), Mario Vargas Llosa (La casa verde, La guerra del fin del mundo) y Alfredo Bryce (Un mundo para Julius).

Recuerdo también, aunque quizá con menos precisión, la poesía que leímos en esos cursos.
Oquendo de Amat, Vallejo, Eguren, Martín Adán, Westphalen, César Moro, Sologuren, Eielson, Belli, Cisneros, Hinostroza, Verástegui. Una lista segura, casi irreprochable, aunque, como nada es irreprochable por completo, se le puede objetara que fuera una nómina mayoritariamente limeña y cien por ciento masculina. (O quizá estuvo Blanca Varela y la he borrado de mi memoria).

La cosa andaba a ese ritmo en cuanto a literaturas latinoamericanas:
Borges, García Márquez, Sabato, Cortázar, Donoso, Fuentes; Huidobro, Neruda, Paz, etc. Otra vez una lista masculina por completo. Para ser sincero, jamás eso me pareció un problema. Mis cursos de siglo de oro y literatura medieval no fueron más novedosos en nombres. Ahora, en retrospectiva, me hubiera gustado leer entonces a María de Zayas o a Rosario Castellanos o a Elena Poniatowska, pero sé que los sílabos y la duración de los semestres son asuntos tiránicos.

¿Literatura en otras lenguas en la PUC de aquel entonces (que todavía no era la PUC
P)? Llevé un pésimo curso de literatura francesa del que solo recuerdo haber leído relatos de Flaubert y Maupassant, y que el profesor, un parisino aburridísimo, era incapaz de entender una ficción como algo más que un cuadro semiótico. Y llevé un curso de literatura comparada con Horst Nitzschack en el que leímos buenas cosas, aunque pocas (y Jean Genet fue el punto culminante). Eduardo Chirinos dio un taller de poesía una vez, en el que estudiamos durante cuatro meses a Cavafis, Pessoa y Apollinaire: Eduardo era un profesor muy joven y sus favoritos eran los favoritos de muchos de nosotros.

Pero, claro, otras cosas circulaban de mano en mano y tenían finalmente más influencia sobre uno.
Luis Hernández era el poeta de moda, y de culto, en una época en que sólo existía de él una cantidad limitada de ejemplares del volumen violeta de Campodónico, el de las hojas de papel biblia. Estos 13 seguía siendo un libro que se leía con mucho interés. Alejandra Pizarnik era un descubrimiento constante. También había plagas: Benedetti andaba en boca de todo el mundo (tanto así, que un personaje de Carmín lo recitaba mañana, tarde y noche); el horroroso Eduardo Galeano; Herman Hesse, Milan Kundera, etc.

Luis Jaime Cisneros era un magnífico traficante de entusiasmos: repartía desde su casa o desde su pequeña oficina pegada a la rotonda de Letras libros de Felisberto Hernández, Horacio Quiroga, Roberto Arlt, Juan José Arreola. Quería contrarrestar la atropellada generativista de Mario Montalbetti dándole a cada quien una dosis de George Steiner.

Llegaban pocos escritores a dar conferencias:
Luis Alberto Sánchez y Ernesto Cardenal, por ejemplo, que tenía el pelo más celeste que blanco, e incluso un poco amarillento; y Alfredo Bryce, que llegó con un cognac extra a su charla de las diez de la mañana. Esos escritores hablaban de otros y uno salía corriendo a conseguir ejemplares de Alfredo González Prada porque Sánchez lo había mencionado; o de Pound porque Cardenal se había detenido en él; o de Céline porque Bryce decía amarlo y odiarlo al mismo tiempo.

Mi amigo David Colmenares fue quizá más definitivo que cualquiera en marcar mis propios gustos: David, aficionado a la literatura anglosajona, nos reunió a un grupo de estudiantes de su mismo código --Félix Reátegui, José Luis Gastañaga, Daniel Salas, Fernando Aguirre, Julio del Valle, Tito del Piélago, Miguel Rodríguez Mondoñedo y Martín Monsalve (luego, hacia el final, entró Sandro Patrucco)-- en un círculo de lecturas norteamericanas e inglesas. Nos juntamos religiosamente, una vez cada semana o quince días, durante mucho tiempo, quizás un par de años. Y leímos novelas de Defoe, Swift, Walpole, Beckford, Scott, Thackeray, Austen, Brontë, Melville, Poe, Conrad, London, etc, etc. Sin ningún profesor de por medio, quizá haya sido la mejor escuela a la que asistí. Y la más divertida.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

No comparto el adjetivo por la obra de Galeano pero es cuestión de gustos. ¿Y qué te parecen los llamados escritores de la experiencia? ¿Henry Miller por ejemplo?

Anónimo dijo...

Te cuento las cosas han cambiado.
Los teóricos han pasado a ser las "vedettes" (ya lo había prevenido Jameson). González Vigil cada vez más centrado (en el buen sentido) en Vallejo y Arguedas, pero ahora ganan por goleada Derrida, Zizek, Jameson, Foucault. La semiótica perdió terreno después de casi tomar el poder junto con Sendero: salvo Ballón, todo es ilusión (los generativistas eran una especie de MRTA). No me quejo de la actual tendencia; es interesante el fenómeno, pero me gutaría un retorno al New Criticism puro e impoluto (literatura, literatura, literatura).
Hasta se ha abierto una maestría de Estudios Culturales que, como lo puso un compañero hablando de los trabajos, "puedes hablar de cualquier cosa, siempre que cites a Lacan y el epígrafe sea de Foucault".

javier dijo...

Los de sociales le metíamos bastante diente al boom y sus epígonos (Cortázar, Carpentier, Donoso, Rulfo, Neruda, Onetti, Amado, Fuentes y etecé) en parte porque abundaban sus libros en varias colecciones y a un precio más que aceptable. Y luego las rutas personales que cada uno hacía por la Avenida Grau: Ahí me entusiasmé con Curzio Malaparte y buscaba exclusivamente su bibliografía (No me fue mal, conseguí cuatro de sus mejores libro). Hoy, con el rollo de bajarte cosas de internet, a mucha gente le da flojera darse planchazos hasta Quilca o Amazonas.

Anónimo dijo...

Yo soy muy anterior a Gustavo, y además de otra universidad, pero me parece sumamente interesantes los comentarios que ha señalado aquí en relación con los textos que se leen en común durante ciertos momentos y lo que implica la comunidad de lectores.
Una precisión primero: el libro de Luis Hernández con hojas de papel de biblia no lo editó Jaime Campodónico sino Ernesto Mora, un gestor cultural que actualmente vive en Nueva York y que llegó a tener una librería en esa ciudad. Esa edición fue una apuesta personal que la gente de mi generación también le agradece. Otro si: los cursos de literaturas de otras lenguas en San Marcos tuvieron profesores extraordinarios y otros francamente mediocres. Un extraordinario, vetado en ese entonces, fue Antonio Cisneros en poesía en lengua inglesa; otro, Paco Carrillo (nos llevaba el Globe Theater en versión de cartón para poder enseñarnos con meticulosidad la puesta en escena de los dramas shakespeareanos). Carlos Germán Belli me enseñó a los poetas crepusculares italianos y Marco Martos a los simbolistas franceses. Tomás Escajadillo hacía dos cursos monográficos: uno sobre Hemingway, y otro sobre Faulkner. Yo viví el inicio de la locura por la teoría: en los años 80 en San Marcos llevamos varios cursos de semiótica, con Desiderio Blanco, Raúl Bueno y Santiago López Maguiña (quizás Raúl Bueno ha sido el mejor profesor que he tenido en toda mi vida). Ahora parece que la cosa se ha desenfrenado pero con otras metodologías de análisis (psicoanálisis, postcolonialismo, Lacan), lo cual no me parece nada mal, por el contrario, pero lamento que cada vez mis alumnos --cuando tengo la suerte de que me llamen a enseñar--conocen menos de literatura y narrativa latinoamericana contemporánea. ¿Quién ha leído a Néstor Perlongher, por ejemplo? Seguramente aquellos a quienes les gusta la poesía y, como en esa época en la PUCP, se reunen entre amigos para leer, comentar, tomar chelas y socializar los pocos libros que se consiguen.
Por otro lado, es cierto que en muchas clases se leen y releen a los recontra-canónicos, y ni siquiera con miradas diferentes; que las mujeres a pesar del paso del tiempo tampoco aparecen ahora con mucha frecuencia en el planeta literario, excepto en cursos "especiales" sobre ellas, y que sigue siendo lamentable que un profesor dicté toda una seguidilla de cursos, pues no se puede apreciar otra perspectiva de los mismos.

Anónimo dijo...

Lo interesante es ver cómo cambiaron las lecturas entre el 70 y el 80. Y de otro lado, uno cosa era leer en la Católica y otra en San Marcos. Para Faveron sólo existe la gente de la Católica y sus lecturas. En San Marcos se leia mucho marxismo y otros autores distintos a los de la Católica, eso tuvo como consecuencia en los 90 dos tipos de literatos distintos.

Carlos Vargas Salgado dijo...

con ánimo de "mapear" más ampliamente el asunto, puedo testimoniar que literatura en la unsa de mediados de los 90, en la que me tocó estar, vivía tiempos de cambios: ya se habían ido los cornejo, ballón aguirre, bueno, pero nos quedaron los estructuralistas como cáceres y especialmente willard díaz, que además influyó mucho en mi generación con sus cursos de semiótica, y sus talleres de narración. pero eran tiempos raros, a la vez se leía lo canónico peruano y latinoamericano (bacacorzo acababa la literatura peruana en vargas llosa),algunos profes empezaban a incluir cuentos de cronwell jara, de rivera martínez, de rocío silva, goyo martínez, dante castro. incluso ampuero, y otra vez, como ven, el eje era la narrativa y otra vez por influencia de w. díaz. entonces leíamos con similar atención mucha literatura un tanto "under" como parte de clases, no solo los cuatro patas: arguedas'ribeyro'vargas'bryce. diría que la escuela de literatura trató de tomar una identidad un tanto ecuménica, que no cuajó a mi entender, acompasando cursos de teoría con los historiográficos insufribles.
pero, miren qué parecido es todo el Perú, tal vez lo mejor que leí fue gracias al patio de literatura donde gente como elard serruto me acercó al círculo de la casona chaves de la rosa, donde había algo así como una universidad literaria paralela, o donde gente fuera de la unsa como ruiz rosas, chanove, odi gonzales, misael ramos hacía circular libros y autores, especialmente norteamericanos (j.k.toole, tobias wolfe, irving, bukowski), y los libros iban y venían y uno nunca se enteraba de quién eran, porque nunca fue un grupo constituido, solo que todo el mundo soltaba sus libros y ellos circulaban, nada más, nada de manifiestos y zonceras.
y de poesía solo puedo dar fe que los poetas characatos siempre se han pegado sus rayadas bien vanguardistas (ahí se explican un poco el fenómeno césar gutiérrez), pero a ellos la verdad no traté de seguirles el paso.

Luis Alvarado dijo...

No soy estudiante de literatura pero siempre me ha gustado leer y revisando el post y los comments me daba cuenta que en efecto muchas cosas han cambiado y otras siguen siendo las mismas, es decir, lo mejor siempre lo aprendes fuera de las aulas. Yo recuerdo que cuando ingresé a la católica no tenía ningún referente de qué era la actualidad literaria, no era algo en lo que pensaba, leí lo que llegaba a mis manos y eramuy variado. cuando ingresé a la pucp en 1998, loslibros de bukowski en la feria interna de libro se agotaban al toque. era el escritor de moda, y algunos también hablaban de kerouac. recuerdo que un amigo me pregunto si yo había leído En el camino, y le dije que no, y él me dijo "por favor déjame que te lo regale". en fin. recuerdo que la gente leía eso, mi grupo de amigos estaba mezclado con gente de artes, de literatura y comunicaciones y al menos entre ellos recuerdo eso. También estaba Pizarnik que era como la poeta que todos tenian que leer, porque te hacia mas cool. También hablaban de Fuget y por recomendación de una profesora del taller de narrativa (carla sagastegui), descubrí a Edmundo Paz Soldan que me pareció increible. Por esa época ivan thays tenìa su programa Vano Oficio, él era un tipo conocido entre los jóvenes (yo tenía una amiga que estaba enamorada de él platónicamente) y parecìa interesante porque le gustaba la música electrónica, eso me parecía motivador. siempre hablaban de él en la cafetería de letras, aunque no recuerdo que hablaran de sus libros. Sumalavia hacía leer sus libros en sus clases, lo llevó una vez incluso a que hable (creo que siempre lo hacía). Lo mejor de thays fueron sus recomendaciones, él siempre hablaba de El buda de los suburbios (un libro que se volvió muy querido entre muchos amigos), y de Bufalino y con eso me sentía realizado como lector. sentía que esos dos autores eran fascinantes. thays tenía mucha influencia, recuerdo claramente que un grupo de chicos (ahora jóvenes escritores) estaban en la feria del libro de la pucp viendo libros y decían "esto lo ha recomendado thays en su programa". y esa era la onda.
lo mejor de mi paso por letras fueron las clases con oquendo, él profundizaba mucho, nos hacía leer a eielson (o sea leerlo, comprenderlo, habló de duchamp, etc) y le gustaba mucho la música que para mí era algo determinante porque soy un melómano y mis amigos también. oquendo siempre decía que cuando escuchaba música sólo escuchaba música y nada más, que le dedicaba la misma atención que a un libro o a una película. recuerdo su frase, creo que era así: "la música no puede servir para tapar tus espacios marginales de atención" y con eso quedé convencido que estaba ante un tipo muy radical. lástimosamente lo vi retirarse de la presentación de un trio de improvisación finlandez que se presentó en el auditorio de derecho (y que estuvo increible), al parecer tenía demasiado claro sus gustos.
y bueno, luego conocí a jorge villacorta y se creó el taller de video arte donde confluyeron muchos estudiantes de diversas facultades de la pucp pero también había gente de san marcos, de bellas artes y de otros lugares. algunos de los artistas jóvenes más importantes de ahora estuvieron ahí. eso era el 2002, jorge hacía leer a mc luhan, a baudrillard, a walter benjamin y hablaba de fluxus, de interdisciplinariedad, de poesía sonora, etc, cosas que no sé si iba a aprenderlas alguna vez en la católica a no ser por sus clases. y creo que siempre es así, siempre lo mejor lo aprendes fuera.

Jorge Frisancho dijo...

off topic: Gustavo, de repente ya lo has visto pero en el numero de The Nation de esta semana las paginas de critica cultural estan dedicadas a Bolanho, hay una rticulo traducido de Carmen Boullosa sobre La literatura Nazi en America que me parecio interesante, y un par de otras cosas.

Tanque de Casma dijo...

Es curioso cómo uno llega a unas lecturas. Por ejemplo, González Prada lo relaciono más a mis últimos años de cole y a mis casets de rock subterráneo mal grabados. Hay una canción de Zcuela Crrada que dice algo de "al legado de González Prada...", y bueno, con los amigos con los que compartía aficiones musicales, todos mocosos e ingenuos en casaca imitación de cuero, lo veíamos como una suerte de abuelo putativo.

Dicho sea de paso, al menos cuando tenía 15, una lectura que me recomendaron hasta el cansancio era a Hesse. Decían que era la mejor época para leerlo y que te abría los ojos a la vida de adulto y cosas por el estilo. Como en esa época andaba loquito Sex Pistols, eso me sonaba a discurso hippie y prefería mi Horas de lucha. Cosas de chiquillo.

De mis años universitarios, una década después de los tuyos, recuerdo una que otra lectura comunitaria. Italo Carvino, Carver, Bret Easton Ellis, Sallinger hasta la saciedad. Recuerdo también a Daniel Samanez - el mismo con el que discutes de cuando en vez - prestándome a mí y a otros fotocopias de Fuguet y Lóriga. Y claro, me acuerdo haber intercambiado harto libro con mis patas cercanos - Pedrito Tenorio, Carlos Torres Rotondo, sobre todo.

Mi promoción fue formada también por las clases de González Vigil, al que considero un buen profesor, un capo. Pero otro profesor al que guardo cariño por su trato personal y por los libros que recomendaba era Mavila. Por él llegué a un autor que me encanta que es Mujica Lainez. También por él descubrí a quien sería mi tema de tesis, Fausto Gastañeta.

Saludos

Anónimo dijo...

Sobre Luis Hernández, lo que hizo Campadónico fue ayudar a re-armar algunos ejemplares en su vieja y ya desaparecida Industrial Gráfica -ya que Punto y Trama, también le pertenecía en parte a su familia-. Y ojo, solo fueron algunos, no decenas como según dice Edgar O´hara en "Trazos de los dedos silencisos". Adicionalemte, cabría decir que de esa edición llegaron a librerías entre 800 y 900 ejemplares, no 150 o 200, como también desinformadamente y con mala leche -o para acresentar el maldistismo- informa O´hara en el citado libro. De los materiales que se usaron para ese Vox Horrísona, hoy hay muchos cuadernos desparecidos, pero a bien, Ernesto Mora hizo esa vez microfilms, entonces, quien sepa hallar ese material podrá recuperar aquellas imágenes y textos.
Saludos
un investigador informado

Anónimo dijo...

y dale con Lacan, Rocío Silva parece haberse detenido en el tiempo y no querer ver que a Lacan se le ha desenmascarado hace rato. Incluso acá se ha señalado su florerismo, ya pues! qué más se quiere para dejar de hablar de Lacan.

Anónimo dijo...

¿y?

Anónimo dijo...

El Club de Lecturas Inglesas ALCOEL, fue una de esas experiencias inolvidables en la que nos reuniamos para discutir obras algunas comunes y otras que sólo conocíamos por oscuras referencias. Nuestro amigo y bibliofilo David Colmenares nos deleitaba con ediciones antiguas de las mismas. En esas sesiones se pasaba fácilmente de la más pura informalidad a las mayores profundidades académicas. Como historiador considero que las reuniones de ALCOEL y las clases del maestro Carrión Ordóñez fueron dos de los mayores complementos que tuve en mi carrrera. Sandro Patrucco