Hipotermia es un libro peculiar del mexicano Álvaro Enrigue: compuesto a lo largo de ocho años, su cuerpo lo forman veinte relatos que pueden seguirse como tales o como fragmentos de una o de varias novelas breves, siempre vinculadas con individuos arrítmicos y más o menos soltiarios, varados en la orilla opuesta de sus propios ideales, convertidos en extraños para sí mismos.
Uno de los exiliados es un profesor mexicano de literatura que da clases en una universidad del noreste de los Estados Unidos. En cierto momento, este personaje autorreflexivo, pero a la vez alienado de su propia mirada, intenta describir su situación laboral, ironizando al recurrir a la mención de
"... el consabido elogio de la calma quevediano que todos citamos tanto en la hora de nuestros frívolos retiros y que nos llena la boca de orgullo a los profesores de universidad gringa, sin duda las personas que menos trabajan por más dinero en todo el mundo.Por supuesto, pocas defensas de la soledad intelectual como caldo de cultivo de la creatividd han sido tan sonoras y memorables como esos versos de Quevedo, que el narrador de Hipotermia rememora mientras se refiere al caso de Martín Luis Guzmán, muchas veces exiliado, gran novelista de la revolución, alguna vez colocado bajo las órdenes de Pancho Villa, capaz de novelas solamente cuando era forzado a dejar su país.
"Encerrado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho por los ojos a los muertos".
"Los profesores de universidad gringa, sin duda las personas que menos trabajan por más dinero en todo el mundo", dice el personaje.
Más adelante, ya en otro de los relatos fragmentarios, otro narrador, que acaso sea el mismo, dice:
"La familia de mi padre, de la que seguramente heredé la proclividad a la mudanza --de casa, de país, de esposa--, tiene raigambre en el gremio de los profesores, por lo que una buena cantidad de parientes viven en países en los que producir y reproducir el conocimiento es un trabajo del que se puede vivir con dignidad".Digo que acaso sea el mismo narrador porque, a pesar de que sus circunstancias se asemejan, así como los nombres de quienes los rodean, y las coyunturas de ambas historias parecen calzar a la perfección, está claro al menos que el estado de ánimo de esas dos voces es muy disímil.
Una es la voz de un ácido desencantado que ve la carrera académica como refugio pragmático de vagos y haraganes, y para quien el ocio es ocio y nada más, no el disparador de la creación o la refleión.
El otro es un realista que celebra las condiciones del investigador universitario en el primer mundo, pientra expresa tácitamente su pesimismo ante la indignidad del trato dado a las carreras intelectuales en países como el suyo, México (o el nuestro, añadimos de inmediato).
Esos deben ser, si nos limitamos a las inclinaciones predominantes, los dos polos entre los cuales fluctúa el juicio de un extranjero en la academia americana, y el ritmo del vaivén es la alternancia de estados de ánimo de un intelectual en un mundo extraño, no muy distintos de los de cualquier otra persona que se haya sumergida en un universo algo artificial y algo ajeno.
3 comentarios:
Qué aburrido. Bien dicen que uno hace lo que puede, pero un poquito de creatividad pues!!!! Ya no se pide talento, pero por lo menos, algo más arriesgado pues
La cosa es que si el ocio es lo suficientemente creador todo ese tiempo perdido se vuelve tiempo ganado. En manos de un bueno para nada el ocio es un desperdicio.
Me gustò el final, un dato que parece màs una cofensiòn, o una consideraciòn, para no ponernos en la lìnea de las culpas... Esos versos de Quevedo son grandiosos, y los extractos hablan bien del libro. Suerte, buenos apuntes.
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