Salvatierra, de Pedro Mairal
Tras Una noche con Sabrina Love (1998) y El año del desierto (2005), y luego de un puñado de libros de poemas y de cuentos, la novela más reciente de Pedro Mairal es Salvatierra (2008).
La casualidad me hizo leerla poco antes que Un Cabinet d'amateur, la nouvelle de Perec de la que les hablaba hace pocos días. Como el libro del francés, el del argentino es también la historia de un cuadro.
A diferencia del cuadro imaginado por Perec, que se abre en subdivisiones de tiempo y espacio, hacia adentro, el que propone Mairal es una cinta infinita: un cuadro de cientos o miles de pies de longitud, pintado sobre una sucesión de rollos de tela que pueden empalmarse hasta formar uno solo, y que eventualmente podrá verse (al menos en reproducción) montado en un dispositivo que lo hace pasar ante los ojos del observador, como un gran panorama.
A diferencia del de Perec, este cuadro de Salvatierra es único y no múltiple, aunque fluido y variante. Su intención es poco menos que testimonial, pero en un sentido intimista: el artista, Salvatierra (mudo desde los nueve años, padre de dos hijos reconcentrados y perseverantes, viudo temprano, y que al inicio de la novela está ya muerto), ha pintado, sobre esa cinta que finge el inifinito, los hechos de su vida, desde los más memorables hasta los más triviales.
Tan sinceramente los ha pintado, al parecer, que sus hijos, mirando el cuadro, descubren los secretos más largamente ocultos del padre; inclusive la existencia de otra mujer y de una familia paralela. Una sola cosa parece rigurosamente marginada de su tela: los hechos de la vida pública, la historia, digamos, en ese sentido mayor cuyos hilos más visibles se entretejen fuera de la esfera privada.
Salvatierra se puede leer como una reflexión sobre la marginalidad del sujeto ante la historia o como una reflexión, suerte de ars poetica, sobre los alcances de la representación en la novela o el arte en general: ¿cómo se pinta ese cuadro?, ¿qué cosas tienen acceso a él?, ¿quiénes tienen acceso a él?, ¿son idénticos el cuadro original, que se incendia, y su reproducción parcial, que se expone en un museo?, ¿cuán vano es el esfuerzo de meterlo todo en la tela, en la página?
También se puede leer --quizá incluso con mayor placer y más lucidez-- como la historia de un hijo que asume, tras la muerte del padre (el inconexo, el inexpresivo, el padre mudo) que hará todo lo posible por descubrir la historia privada, el pasado de ese padre, para recuperarlo: a partir de herencias truncas y legados esquivos, ese hijo --podría decirse-- es otro artista, uno que intenta reconfigurar en la memoria el rostro del padre.
Como si tras la buena novela de Mairal se escondiera la idea de que, en cada lectura de una ficción --si la ficción nos implica, nos captura y nos encierra con ella--, son dos las historias que reconstruimos: la del libro y la nuestra propia.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
3 comentarios:
Si pero Perec es Perec, no confundir
1) sincronía: mira.
2) aun no te envío el libro. debo ir a planeta a buscarlo y me da un poco de grima. esta semana sí o sí.
3) un abrazo.,
ah. se me fue el link
http://diario.elmercurio.cl/2009/03/22/al_revista_de_libros/revista_de_libros_el_comelibros/noticias/3f15be4b-3939-4566-b6b1-4c7d2c6b74c5.htm
Publicar un comentario