29.9.09

Leyenda ecuatorial

Pablo Palacio y sus dos hemisferios

Es casi milagroso que los libros de Pablo Palacio hayan sobrevivido la prolongada agresión de la crítica ecuatoriana, la paralítica reacción de la esfera literaria en torno de ellos, el prejuicioso rechazo del público contemporáneo del autor, en su tiempo, y el desprecio retrospectivo que la tardía enfermedad mental de Palacio inspiró sobre su obra previa.

También es llamativo que ese vacío y ese rechazo del mundo literario ecuatoriano ante la obra de Palacio no haya sido necesariamente análogo a la recepción de Palacio en la sociedad civil ecuatoriana y en la esfera política en general: en contra de la leyenda, no es cierto que Palacio fuera un paria, un abandonado, un marginal o un olvidado en vida.

Sería exagerado decir que Palacio fue un poderoso: hijo no reconocido de un aristócrata que ni siquiera le dio su apellido, hérfano de madre muy temprano, provinciano sin mayores comodidades económicas, Palacio fue capaz, sin embargo, de hacerse un lugar en la prensa muy joven, publicar dos libros antes de llegar a los veintidós años, conducir el viceministerio de Educación y Cultura y ser segundo secretario de una Asamblea Consituyente a los treinta y dos años.

Los dos grandes lugares comunes en la leyenda de Palacio son que toda su vida fue víctima de un desequilibrio mental y que la incomprensión y el rechazo de su obra partieron de las élites conservadoras de la esfera literaria ecuatoriana.

Ninguna de las dos cosas es precisa. Palacio escribió sobre la locura, la anormalidad, la amoralidad y el tabú social, pero eso no lo distingue de los vanguardistas de su tiempo, que no lo rechazaron inicialmente por una supuesta aura de insania mental, sino porque Palacio se negó a hacer de su obra un instrumento inmediato de lucha política.

El vacío construido en torno de sus libros, el silencio y la burla crítica no vinieron del conservadurismo, sino de la vanguardia marxista, incluso a pesar de que Palacio fue un socialista convicto y activo al margen de su trabajo literario.

Y por supuesto, nunca está de más reiterar lo que se sabe: Palacio empezó a sentir los primeros síntomas de desequilibrio psíquico en 1938 (durante su trabajo en la Asamblea Constituyente), es decir, once años después de la edición de su libro más afín al asunto de la locura, la colección de cuentos
Un hombre muerto a puntapiés, publicada en 1927.

La crítica ecuatoriana, retrospectivamente, como dije, desechó y menospreció la obra de Palacio mayoritaria y casi unánimemente a partir de los años 40s, es decir, luego del voluntario internamiento del escritor en un sanatorio para enfermos mentales, y reduplicó el desprecio tras la muerte del autor, perdida ya la razón por completo, en 1947.

No poco tuvo que ver la férrea ignorancia del estamento crítico ecuatoriano en aquel tiempo: la total incomprensión del programa estético e ideológico de la obra de Palacio y del contexto de la vanguardia en general, la incapacidad de lidiar con una literatura erigida en el punto ciego de la moral burguesa, la impericia para comprender ese sutil dispositivo que son los narradores desconfiables de Palacio, casi siempre repulsivos e inmorales, hipócritas y sarcásticamente repelentes.

Pero, en fin, es sorprendente que Palacio haya podido gozar de un éxito relativo en el campo profesional, que haya sido una opinión política respetada, ocupado cargos de moderada importancia en dos gobiernos, intervenido en revueltas contra otros tantos, servido como profesor de filosofía en el mundo universitario, publicado ensayos y libros sobre filosofía y política con atención de los lectores, y, sin embargo, el ambiente literario se haya permitido maltratarlo y ningunearlo concienzudamente.

El asunto plantea una pregunta interesante sobre la consabida noción de que en América Latina el intelectual, y sobre todo el escritor, tiene una copresencia simultánea en la esfera política y la cultural, y que su poder se deriva concomitantemente de ambas: la figura del "letrado" que es a la vez agente del poder político y del artístico y el intelectual.

Palacio se movió en ambos mundos con éxitos muy distintos, no subordinó sus letras a la apetencia del poder político, ni utilizó su posición en el segundo para beneficiar la recepción de las primeras. En Palacio, los dos universos se desgajan voluntariamente, incluso a pesar de que, enterrada en las páginas de sus libros, se esconde la más lúcida crítica social del Ecuador que se abría a la modernidad a principios del siglo veinte.

Nota: Una de las fotografías que acompañan este post muestra a Palacio en 1938, ya empezada su enfermedad mental. A su lado está Carmen Palacios (no Palacio), su esposa, "escultora y escultura", como la llamó un escritor de aquella época; ella misma aparece en la otra imagen. Las pongo aquí porque no son imágenes que se vean con frecuencia.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Oquendo les aclara las dudas.

Los que son y los que están
Por Abelardo Oquendo

El reciente y servicial Diccionario crítico bibliográfico de la literatura peruana, de Miguel Ángel Rodríguez Rea (Universidad Ricardo Palma, Lima) tiene solo dos antecedentes en el país: Los diccionarios literarios de Emilia Romero (1966) y el de Maurilio Arriola Grande (1968), ambos tan distintos del suyo como diversos entre sí.

El de Rodríguez Rea, acucioso bibliógrafo con estimables publicaciones dentro de su especialidad, es –son sus palabras- un diccionario “discreto porque no acoge a todos los autores, revistas y periódicos literarios que han aparecido en el Perú desde los inicios de la literatura peruana en lengua española.” Es, pues, selectivo.

Rodríguez Rea no explicita los criterios de su selección, pero es obvio que incluye en su obra solo lo que considera imprescindible.

¿De cuánto estamos hablando? Los cenáculos literarios que menciona son 5; las revistas y periódicos, 40, y los autores (creadores y críticos) 382. En casi cinco siglos de literatura, esa cifra sugiere un rigor crítico excesivo, pero valga para atenuar esa impresión tener presente que la más nueva de las historias de nuestra literatura, la de James Higgins (Lima, 2006) se ocupa únicamente de 150 autores. Como toda selección es objetable, en ambas obras lo controvertible sería no tanto cuántos son, sino quiénes están.

Anónimo dijo...

¿A alguien se le ocurre un caso similar al de Palacio en Perú?

Julio Meza Díaz dijo...

Estimado Gustavo:

El tema que tocaré a continuación difiere drásticamente con el presente post. Sin embargo, debido a que considero tu blog un buen espacio para el debate, considero que sería importante poner en el tapete la siguiente noticia que, por suerte, brilla con el alivio del sol después de la tormenta.

El asunto en cuestión es uno jurídico. Y se resume de modo bastante simple: hasta hace poco (cuestión de días) era delito que un mayor de edad tenga relaciones sexuales consentidas con una persona menor de 18 y mayor de 14 años.

Este "delito", como podrás imaginártelo, trajo consecuencias funestas. Y las puedo señalar una por una ya que las observé desde mi pequeño puesto laboral en una fiscalía mixta (la fiscalía mixta de Ate Vitarte). Los fiscales adjuntos salían a los hospitales del estado a preguntar a las recientes parturientas menores de edad sobre el paradero de sus parejas. Dichas parturientas, dejando en claro que habían tenido sexo consentido con los padres de sus recién nacidos bebes, y sin sospechar que aquello práctica sexual era un "delito", respondían a las preguntas con la mayor soltura. De inmediato, los fiscales denunciaban penalmente a estos jóvenes por violentar la indemnidad sexual de sus enamoradas o novias menores de edad. Como te podrás imaginar, muchos de dichos jóvenes fueron procesados y terminaron en la cárcel, tiñéndo sus vidas con una experiencia catastrófica.

Esto sucedió en Ate Vitarte, en el año 2007. ¿Qué demonios acontenció debido a este ley en el resto del Perú? ¿Cuántos ciudadanos andinos, que practicaron el servinacuy, terminaron también en la cárcel? ¿Cuántas parejas que estuvieron cerca de formas una familia vieron frustrado su sueño debido a este "delito" estúpido?

Ahora bien, el meollo del asunto hay que señalarlo con claridad. Esta ley no fue creada por legisladores inteligentes (¿los hay?). No. Fue elaborada desde grupos de poder radicales, muy cercanos al opus dei y a la derecha más clerical y recalcitrante. Para muestra un botón: en la facultad de Derecho de la PUCP, varios profesores de familia (muchos de ellos del opus dei) hacían leer a los alumnos (entre ellos estaba yo) encíclicas papales, con las que defendían a capa y espada la derogación de los artículos sobre separación y divorcio del código civil peruano. Estos mismo profesores, que representaban y aún representan a un mundillo de ¿intelectuales? dogmáticos, son los que dieron forma al "delito" que he comentado. Y bueno, el legislativo y el ejecutivo proporcionaron pase libre a esa iniciativa legal que, por varios años, se tornó en una realidad siniestra.

Pero (sí, hay un pero), la corte suprema, demostrando que aún se puede vivir en el Perú, ha vertido su opinión mediante acuerdo plenario. Y esta, en términos muy coloquiales, es la que sigue: los mayores y las mayores de edad ya podemos tener relaciones sexuales con los menores y las menores de edad (entre 14 y 18 años) sin cometer delito alguno.

¿No es para festejarlo? Ahora mismo me voy a un quinceañero y, si la suerte me sonríe, bailaré el danubio azul en posición horizontal con la puber de vestido albo.

Un abrazo,

Julio Meza Díaz.
DNI: 40894255

Julio Meza Díaz dijo...

Un detalle más. Si deseas datos técnicos jurídicos sobre el tema, revisa esta página:

http://blog.pucp.edu.pe/item/26603

Saludos,

Julio Meza.

Javier Muñoz Díaz dijo...

Posts de este tipo (junto con los de Jorge Icaza y Horacio Quiroga) son los que convierten a este blog en imprescindible.

Anónimo dijo...

Muy bueno el post, pero el comentario de Julio Meza... priceless

Anónimo dijo...

En Perú hay dos grandes escritores que se le han enterrado en el olvido, el Palacio peruano Alfredo Castellanos, el más dotado de los narradores de la generación del 50 y habría que considerar el imenso olvido al que ha sido sumido de uno de los mejores narradores peruanos contemporáneos: Gastón Fernández.

Anónimo dijo...

suban en pdf algo de ese Castellanos

Oscar Pita Grandi dijo...

Acá (http://ar.geocities.com/marginalia2000/numero0/palacio2) hay una versión de "un hombre muerto a puntapiés".

En Lima es practicamente imposible conseguir algo de Palacio, casi tanto como conseguir los "relatos aparentes" de Castellanos.

Un abrazo,

Tiago Mejía dijo...

Muy buen post sobre Palacio, aunque solo he tenido la oprtunidad de leer "Un hombre muerto a puntapiés" y "El Antropófago", que son dos cuentos sencillos.
Creo que deberías haber adjuntado alguna dirección para conocer más a Palacio ya que no es muy tratado en Perú, más aún si tenemos en cuenta ciertas divergencias recientes con los ecuatorianos.
Y como dijo el Anónimo, en el Perú hay muchos casos como el de PP.

Anónimo dijo...

me gustaría que diga quienes son los retratados en las fotos de sus posts

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Aparentemente, no llegó Ud. al último párrafo!