Sobre dos comentarios de Iván Thays y Javier Calvo
¿Qué tendría que pasar para que dejáramos de pensar en los escritores como "escritores latinoamericanos", "escritores peruanos" o "escritores hispanos"?
Primera posibilidad: que comenzáramos a entender la literatura como un discurso independiente del mundo social donde se construye, donde se elabora, donde se consume en primera instancia y al que en la inmensa mayoría de los casos esa literatura representa directa o indirectamente.
El problema es que, para que eso sucediera, tendríamos que buscar una definición de "literatura" que no incluyera las nociones de producción cultural, discurso social, elaboración histórica, tradición y representación. Lo que nos dejaría, probablemente, con casi nada.
Segunda posibilidad: que en el mundo real desapareciera la idea de nación, y con ella tanto la idea de las tradiciones nacionales, por un lado, como, por otro y en consecuencia, la tendencia de los escritores a inscribirse dentro de unos debates que se han llevado a cabo secularmente dentro del terreno de lo nacional.
Aquí el problema es que, incluso si uno fuera el más desembozado amante de la idea de la globalización, incluso si uno fuera el profeta de la globalización absoluta, nuestro mundo sigue siendo un universo de nacionalismos arrasadores y ubicuos, y no parece existir ninguna tendencia globalizadora que en la práctica se construya en contra del marco de los estados-nación.
Tercera opción: que desapareciera en todos los autores del planeta la conciencia de la literatura como medio político discursivo, incluso si el plano político mundial sigue construyéndose en torno a los estados nacionales y sus historias conflictivas y sus tradiciones levantadas sobre fronteras y contraposiciones.
El problema es que no hay motivos para suponer que de pronto un lenguaje eminentemente comunicativo (es decir, uno que se ha entendido siempre como medio para la representación y la transmisión de ideas y no sólo como sistema de clasificación o de ordenamiento), es decir, el lenguaje de la literatura, se vaya a convertir en un medio independiente de la realidad que lo circunda y a transformarse en un sentido en el que el resto del mundo tangible no se está transformando.
Por otra parte, ¿por qué desear que los autores de los países de América Latina dejen de ser vistos como "escritores latinoamericanos"? O, si quieron verlo desde otro ángulo: ¿qué ganaríamos con no considerar Edipo rey una tragedia griega o con pensar que Shakespeare no fue un dramaturgo inglés? Y, ¿quién de nosotros estaría dispuesto a pedir que comencemos a hacerlo?
Todo esto lo escribo pensando en una pregunta incluida por Iván Thays en un post de su blog. Y esa anotación de Iván, a su vez, se refiere a algo escrito por Javier Calvo acerca de la manera en que la figura de Bolaño ha eclipsado a otros autores latinoamericanos en Estados Unidos, a la vez que les ha abierto la puerta a algunos de generaciones posteriores.
Iván habla acerca de la "desaparición de las entidades 'latinoamericanas'" en la literatura y, si no lo entiendo mal, de la formación de un campo literario contemporáneo en el que los autores de la región deberían ser considerados en atención a sus "valores individuales" y no como componentes de ningún proyecto compartido.
Es perfectamente atendible el reclamo de que la obra de un escritor sea juzgada en función de su valor, digamos, intrínseco, propio e individual, y no básicamente como componente de un movimiento colectivo, sobre todo cuando no parece haber razones para suponer que tal proyecto literario común exista en lo absoluto. Imaginar como parte de un movimiento a un autor que no lo es, es un error. Pero, por otra parte, juzgar a cualquier autor como independiente de todo carácter tradicional, toda conexión nacional, todo influjo generacional, es sólo el error contrario.
Si uno mira con cuidado las observaciones de Iván y las de Calvo, que parecen enfrentadas, se encontrará con un curioso rasgo común: Iván toma España como punto de vista para hablar sobre los escritores de las últimas generaciones latinoamericanas; Calvo toma a Estados Unidos como lugar para su perspectiva. Lo que Calvo busca activamente (en el pequeño texto citado) es la visibilización de la literatura española en Estados Unidos; lo que Iván trata de dilucidar es cómo son vistos (y cómo deberían ser vistos) los latinoamericanos en (o desde) España.
Finalmente, ninguno de los dos supera el marco de la tradición regional o nacional, según el caso, para plantear su posición. No sé si es paradójico o meramente irónico: para reclamar que los autores latinoamericanos dejen de ser juzgados como parte de "lo latinoamericano", es necesario primero volverlos a todos parte de un colectivo. Y en ese colectivo, no son "latinoamericanos" todos los escritores que se dediquen a escribir en países de América Latina (esos serán simplemente peruanos, bolivianos, ecuatorianos), sino aquellos que además sean vistos desde afuera.
Una cosa más: el hecho de que en España y en Estados Unidos se hable de "escritores latinoamericanos" no se debe a que en la Península Ibérica y en el norte del continente americano los críticos y los lectores tengan una anticuada tendencia a subrayar las clasificaciones regionalistas; se debe, más bien, a que tienen una notoria inclinación a no percibir las diferencias entre las distintas tradiciones de los países de América Latina. No es un pecado por exceso, sino por defecto: es un involuntario o apurado o negligente borroneo de las fronteras, no un excesivo respeto a ellas.
Calvo desliza la idea, muchas veces avanzada por otros, de que en Estados Unidos pareciera existir sólo cabida para un gran escritor latinoamericano o de lengua española a la vez: Borges primero, luego García Márquez, luego Bolaño. Sin duda, si eso es real, es algo que se deriva del hecho de percibir a América Latina como una unidad; algo que no se solucionaría si, como quiere Iván, dejara de pensarse en términos regionalistas, sino que, más bien, se solucionaría si se empezara a notar en Estados Unidos que al coronar e iconizar a García Márquez, por ejemplo, se marginan muchas otras tradiciones nacionales latinoamericanas y muchas otras voces de tonos, estilos e imaginarios radicalmente distitntos.
La verdad es que el mercado americano, no obstante su tamaño monstruoso, no busca demasiado en otras lenguas, tiende a satisfacerse dentro de los márgenes de lo escrito en inglés. En el fondo, lo que los escritores latinoamericanos necesitarían para ingresar en el mercado americano son dos cosas. La primera: tener en su portafolio algo que se aproxime en calidad a Los detectives salvajes o 2666. La segunda: que el mercado americano dejara de autoabastecerse de una ficción latina propia, es decir, de la abundante producción de los latinos estadounidenses que escriben en inglés.
Lo primero depende enteramente del talento de los escritores, de su deseo de ingresar en ese mercado (cosa que puede parecerles perfectamente irrelevante a muchos, con toda razón) y de su voluntad de romper convenciones y producir out of the box, como lo hizo en efecto Bolaño. Porque a estas alturas está muy claro que el triunfo de Bolaño en Estados Unidos es una cachetada directa a todos esos autores latinoamericanos post-boom que pasaron décadas diciendo que ellos no tenían éxito en Estados Unidos sólo porque no se dedicaban al realismo mágico.
¿Y lo segundo? ¿Que el mercado americano deje de autoabastecerse de escritores latinos estadounidenses? Eso no va a suceder jamás, probablemente, y es lógico: esos autores son parte activa y eminente de la nueva literatura americana y representan la zona del mundo latino que más interés puede despertar naturalmente en los Estados Unidos. Y sí: eso también se debe a que, como en todas partes, los americanos también ven la tradición literaria en términos nacionales.
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11 comentarios:
¿Y la literatura española? Evidentemente hay tradiciones nacionales, pero éstas serían incomprensibles si se las margina de la influencia que ha ejercido sobre ellas las demás literaturas hispánicas. ¿Cuándo se dejará de pensar la literatura latinoamericana como un hecho aislado de la española, y viceversa? Yo creo que un motivo para mantener esta distinción es la pereza que les da a los críticos leer lo que es publica del otro lado de su lado del Atlántico.
Gustavo:
Es curioso lo que mencionas de Iván. Esa idea de la "desaparición de las identidades latinoamericanas" (y su corolario que es "la atención a los valores individuales") es algo que, de uno u otra manera, Iván ha estado mencionando desde hace más de un década. Justo hace unos días, con motivo de la realización de mi tesis, leí un texto que Iván escribió en el año 1999. Es un texto que apareció en la revista Vórtice, N 5. Se titula La Edad de la Inocencia: acerca de la narrativa peruana última. Copio unas líneas que hacen referencia al tema en cuestión: "Tengo problemas con asumir mi condición civil de peruano como una condición literaria. La literatura de cualquiera no es sino el producto individual, personal e intransferible de ese autor. Más allá de compartir rasgos de edad, país, sexo, religión, cultura, etc. con otros autores, lo importante es qué hay en ese individuo de interesante. La literatura peruana es una suma de individualidades que si es importante es porque algunos autores lo son.".
Y bueno, dejando de lado un debate sobre lo que el Iván de 1999consideraba como "interesante en un individuo", lo que creo que es subrayable es la reiterancia del concepto "individualidad". Parece (y repito: parece) que Iván asume la literatura como un hecho por completo singular. Es decir, un hecho realizado por un individuo en el cual no prima su espacio ni su tiempo, sino solo su subjetividad.
Esto es algo raro. Porque la subjetividad de un individuo siempre está teñida por elementos de su espacio y su tiempo. No hace falta más que poner un ojo básico en los textos de Iván para darnos cuenta que él también es producto de su tiempo y espacio: escribe en español, y en el español contemporáneo. Y no solo eso. Abramos un poquito más el ojo: Iván escribe y, además, publica. Y, como todos sabemos, lo primero implica una experiencia previa en sociedad. Y lo segundo, otra experiencia en sociedad.
De modo que, y asumiendo que tal vez yo esté equivocado, Iván debería volver de Busardo; y, para ello, no necesita sacar pasaporte ni comprar pasaje de avión o bus. Únicamente necesita abrir los ojos.
Un abrazo.
Julio Meza Díaz.
Gustavo:
Es curioso lo que mencionas de Iván. Esa idea de la "desaparición de las identidades latinoamericanas" (y su corolario que es "la atención a los valores individuales") es algo que, de uno u otra manera, Iván ha estado mencionando desde hace más de un década. Justo hace unos días, con motivo de la realización de mi tesis, leí un texto que Iván escribió en el año 1999. Es un texto que apareció en la revista Vórtice, N 5. Se titula La Edad de la Inocencia: acerca de la narrativa peruana última. Copio unas líneas que hacen referencia al tema en cuestión: "Tengo problemas con asumir mi condición civil de peruano como una condición literaria. La literatura de cualquiera no es sino el producto individual, personal e intransferible de ese autor. Más allá de compartir rasgos de edad, país, sexo, religión, cultura, etc. con otros autores, lo importante es qué hay en ese individuo de interesante. La literatura peruana es una suma de individualidades que si es importante es porque algunos autores lo son.".
Y bueno, dejando de lado un debate sobre lo que el Iván de 1999consideraba como "interesante en un individuo", lo que creo que es subrayable es la reiterancia del concepto "individualidad". Parece (y repito: parece) que Iván asume la literatura como un hecho por completo singular. Es decir, un hecho realizado por un individuo en el cual no prima su espacio ni su tiempo, sino solo su subjetividad.
Esto es algo raro. Porque la subjetividad de un individuo siempre está teñida por elementos de su espacio y su tiempo. No hace falta más que poner un ojo básico en los textos de Iván para darnos cuenta que él también es producto de su tiempo y espacio: escribe en español, y en el español contemporáneo. Y no solo eso. Abramos un poquito más el ojo: Iván escribe y, además, publica. Y, como todos sabemos, lo primero implica una experiencia previa en sociedad. Y lo segundo, otra experiencia en sociedad.
De modo que, y asumiendo que tal vez yo esté equivocado, Iván debería volver de Busardo; y, para ello, no necesita sacar pasaporte ni comprar pasaje de avión o bus. Únicamente necesita abrir los ojos.
Un abrazo.
Julio Meza Díaz.
Los individuos no estan solos en este mundo, aunque oficios como el literario les haga pensar eso a algunos. Nada de lo que haga un individuo, sobre todo uno que publica lo que hace, esta desconectado por completo de su entorno. La idea me parece bastante posera, con el perdon de quienes se ofendan. No creo que el membrete nacional o regional afecte necesariamente a una literatura. Antes, creo que la situa en un contecto de creacion y recepcion, en una "estructura de sentimientos" compartida en pequena o gran escala.
Gustavo:
He estado pensando sobre las palabras de Iván y, en un esfuerzo quizás ingenuo, he intentado ponerme en sus zapatos.
No es fácil ser escritor en el Perú. Lo cierto es que si alguien empieza a sobresalir, no solo el resto le mete cabe, sino también procura cortarle el cuello. Es más, si la víctima cae con el cuello empapado de sangre, los demás se detendrán a ver el espectáculo con los ojos llenos de placer. Lamentable, pero para mí a eso se reduce gran parte del pequeño circuito literario peruano. Y es justamente por pequeño que nuestro circuito es mucho más violento: la crítica a veces no se limita al juicio estético del texto, sino también se convierte en arma de filudo corte para venganzas personales o de grupo; el texto literario a veces no tiene como propósito una búsqueda estética, sino el ajuste de cuentas contra el enemigo académico o personal; el creador a veces no soporta la crítica de su texto fallido y marca con enseña de odio al crítico que, supuestamente, no entendió a cabalidad su obra. Así, en los últimos años, hemos visto hasta peleas con puños y patadas en ¿debates? literarios. ¿Recuerdas lo de Sergio Galarza y Leonardo Aguirre? ¿Lo de Rilo y un poeta de (me parece) el grupo Neón?
Y es que algo no podemos negar: el pequeño circuito literario peruano vive en un perenne conflicto entre argollas cerradas con candado y granito, entre egos henchidos como globos apunta de estallar, entre miradas intolerantes con el "otro". Solo algunos ejemplos para graficar esta aseveración: durante la década que transcurrió entre los años 95 y 2005 casi siempre se veía en la revista Somos o el suplemento Dominical de El Comercio a solo cinco o seis escritores peruanos. Entre ellos, Fernando Ampuero, Alonso Cueto, Alfredo Bryce, etc., etc., etc. Y me pongo a mí como lector ingenuo en aquellos tiempos: yo creía que a esos escritores se limitaba la literatura peruana contemporánea. Otro ejemplo: ¿Tú crees que la Editorial San Marcos (que publica a Reynoso o Miguel Gutierrez) publicaría a Alonso Cueto o Fernando Ampuero? Yo estoy seguro de que no. Y es más, ¿tú crees que alguien que ha estudiado literatura en la Universidad Católica puede enseñar en la Universidad San Marcos o Federico Villareal? Yo estoy seguro de que no. Y pongo un ejemplo personal: la persona que editó mi primer libro de cuentos me hizo en una ocasión una entrevista. Cuando me preguntó que novelas peruanas actuales me gustaban, yo señalé entre otras El Viaje Interior. ¿Qué ocurrió? En la entrevista que pegó en su blog nunca salió en mi respuesta la mención a la novela de Iván Thays.
Y bueno, puedo seguir dando más y más ejemplos. Pero la idea no es agudizar el conflicto. La idea es que, parafraseando a un rockero del underground local, dejemos de lado las argollas y los nudos individualistas, y, en vez de cerrarnos en grupitos o en nuestro "yo interior", empecemos a hacer redes. Redes de contactos, de amistad, de comunicación.
(sigue en el siguiente comentario)
El circuito literario peruano es tan pequeño que, si sigue con esta violencia de nunca acabar, lo único que va a conseguir es asfixiar talentos y subrayar mediocridades. Puesto que, en vez de ensañarse con el talentoso, ¿no sería mejor celebrarlo? Es decir, si tú, Gustavo, escribes una novela genial, ¿por qué tendría que sentirme mal yo? La lógica me indica de que yo tendría que alegrarme, pues podré leer tu novela, aprender de ella y así alimentar mi propio proyecto literario. ¡Qué mejor si muchos escriben textos geniales! ¡Así mi imaginario de creador se enriquecerá con esos textos y, quizás, yo también escribiré un texto genial!
¿Y si alguien publica un texto fallido? Pues habrá que señalarlo sin alejarse de los límites del propio texto.
Gustavo, yo creo que nuestro circuito literario ha desgastado la paciencia de Iván. Yo debo confesar que no me gusta cuando Iván reduce la obra de Miguel Gutierrez al estúpido elogio que hizo este a favor de Abimael Guzmán. La Violencia del Tiempo y Un Mundo Sin Xochilt me parecen textos mayores en nuestras letras. Pero también debo de confesar que he disfrutado de los libros de Iván (ojo: aún no leo el último). Me gusta su prosa delicada, los vínculos sutiles que ha tejido entre obra y obra, sus reflexiones por momentos audaces y por momentos melancólicas. Además debo de confesar que no me agradó para nada lo que yo consideré un exabrupto racista en su blog. Pero también debo de señalar que, en muchas oportunidades, disfruté de su programa de televisión como ahora disfruto, de cuando en cuando, de su renovado blog.
Y bueno, nada de lo anterior me empuja a odiar a Iván, ni tampoco a quererlo como a un amigo de la infancia. Respeto sus logros literarios. No comparto muchas de sus opiniones. Me entusiasma su fidelidad por la literatura. Yo estaría dispuesto a conversar con él si el azar así lo dispone.
Pero muchos integrantes de nuestro circuito literario no están dispuestos a hacerlo. Y hay algo peor aún: muchos lo harán, pero luego le clavarán el puñal en la espalda. He conversado con casi una docena de escritores que, si bien sonrieron ante las cámaras de Vano Oficio, después cultivaron el desleal oficio del raje injustificado (o más bien justificado por la mera envidia).
Ahora bien, creo (y lo repito: creo) que más o menos estas circunstancias explican algunas actitudes de Iván. Y ojo: con la descripción que he hecho del circuito literario no he querido describirme a mí mismo como un ente lejano a él. Yo mismo he cometido muchas de las estupideces propias de ese ámbito. Sucede que ya no las quiero cometer más.
En fin... Un abrazo. Y hasta la próxima.
Julio Meza Díaz.
Gustavo:
He estado pensando sobre las palabras de Iván y, en un esfuerzo quizás ingenuo, he intentado ponerme en sus zapatos.
No es fácil ser escritor en el Perú. Lo cierto es que si alguien empieza a sobresalir, no solo el resto le mete cabe, sino también procura cortarle el cuello. Es más, si la víctima cae con el cuello empapado de sangre, los demás se detendrán a ver el espectáculo con los ojos llenos de placer. Lamentable, pero para mí a eso se reduce gran parte del pequeño circuito literario peruano. Y es justamente por pequeño que nuestro circuito es mucho más violento: la crítica a veces no se limita al juicio estético del texto, sino también se convierte en arma de filudo corte para venganzas personales o de grupo; el texto literario a veces no tiene como propósito una búsqueda estética, sino el ajuste de cuentas contra el enemigo académico o personal; el creador a veces no soporta la crítica de su texto fallido y marca con enseña de odio al crítico que, supuestamente, no entendió a cabalidad su obra. Así, en los últimos años, hemos visto hasta peleas con puños y patadas en ¿debates? literarios. ¿Recuerdas lo de Sergio Galarza y Leonardo Aguirre? ¿Lo de Rilo y un poeta de (me parece) el grupo Neón?
Y es que algo no podemos negar: el pequeño circuito literario peruano vive en un perenne conflicto entre argollas cerradas con candado y granito, entre egos henchidos como globos apunta de estallar, entre miradas intolerantes con el "otro". Solo algunos ejemplos para graficar esta aseveración: durante la década que transcurrió entre los años 95 y 2005 casi siempre se veía en la revista Somos o el suplemento Dominical de El Comercio a solo cinco o seis escritores peruanos. Entre ellos, Fernando Ampuero, Alonso Cueto, Alfredo Bryce, etc., etc., etc. Y me pongo a mí como lector ingenuo en aquellos tiempos: yo creía que a esos escritores se limitaba la literatura peruana contemporánea. Otro ejemplo: ¿Tú crees que la Editorial San Marcos (que publica a Reynoso o Miguel Gutierrez) publicaría a Alonso Cueto o Fernando Ampuero? Yo estoy seguro de que no. Y es más, ¿tú crees que alguien que ha estudiado literatura en la Universidad Católica puede enseñar en la Universidad San Marcos o Federico Villareal? Yo estoy seguro de que no. Y pongo un ejemplo personal: la persona que editó mi primer libro de cuentos me hizo en una ocasión una entrevista. Cuando me preguntó que novelas peruanas actuales me gustaban, yo señalé entre otras El Viaje Interior. ¿Qué ocurrió? En la entrevista que pegó en su blog nunca salió en mi respuesta la mención a la novela de Iván Thays.
Y bueno, puedo seguir dando más y más ejemplos. Pero la idea no es agudizar el conflicto. La idea es que, parafraseando a un rockero del underground local, dejemos de lado las argollas y los nudos individualistas, y, en vez de cerrarnos en grupitos o en nuestro "yo interior", empecemos a hacer redes. Redes de contactos, de amistad, de comunicación.
El circuito literario peruano es tan pequeño que, si sigue con esta violencia de nunca acabar, lo único que va a conseguir es asfixiar talentos y subrayar mediocridades. Puesto que, en vez de ensañarse con el talentoso, ¿no sería mejor celebrarlo? Es decir, si tú, Gustavo, escribes una novela genial, ¿por qué tendría que sentirme mal yo? La lógica me indica de que yo tendría que alegrarme, pues podré leer tu novela, aprender de ella y así alimentar mi propio proyecto literario. ¡Qué mejor si muchos escriben textos geniales! ¡Así mi imaginario de creador se enriquecerá con esos textos y, quizás, yo también escribiré un texto genial!
¿Y si alguien publica un texto fallido? Pues habrá que señalarlo sin alejarse de los límites del propio texto.
Gustavo, yo creo que nuestro circuito literario ha desgastado la paciencia de Iván. Yo debo confesar que no me gusta cuando Iván reduce la obra de Miguel Gutierrez al estúpido elogio que hizo este a favor de Abimael Guzmán. La Violencia del Tiempo y Un Mundo Sin Xochilt me parecen textos mayores en nuestras letras. Pero también debo de confesar que he disfrutado de los libros de Iván (ojo: aún no leo el último). Me gusta su prosa delicada, los vínculos sutiles que ha tejido entre obra y obra, sus reflexiones por momentos audaces y por momentos melancólicas. Además debo de confesar que no me agradó para nada lo que yo consideré un exabrupto racista en su blog. Pero también debo de señalar que, en muchas oportunidades, disfruté de su programa de televisión como ahora disfruto, de cuando en cuando, de su renovado blog.
Y bueno, nada de lo anterior me empuja a odiar a Iván, ni tampoco a quererlo como a un amigo de la infancia. Respeto sus logros literarios. No comparto muchas de sus opiniones. Me entusiasma su fidelidad por la literatura. Yo estaría dispuesto a conversar con él si el azar así lo dispone.
Pero muchos integrantes de nuestro circuito literario no están dispuestos a hacerlo. Y hay algo peor aún: muchos lo harán, pero luego le clavarán el puñal en la espalda. He conversado con casi una docena de escritores que, si bien sonrieron ante las cámaras de Vano Oficio, después cultivaron el desleal oficio del raje injustificado (o más bien justificado por la mera envidia).
Ahora bien, creo (y lo repito: creo) que más o menos estas circunstancias explican algunas actitudes de Iván. Y ojo: con la descripción que he hecho del circuito literario no he querido describirme a mí mismo como un ente lejano a él. Yo mismo he cometido muchas de las estupideces propias de ese ámbito. Sucede que ya no las quiero cometer más.
En fin... Un abrazo. Y hasta la próxima.
Julio Meza Díaz.
El circuito literario peruano es tan pequeño que, si sigue con esta violencia de nunca acabar, lo único que va a conseguir es asfixiar talentos y subrayar mediocridades. Puesto que, en vez de ensañarse con el talentoso, ¿no sería mejor celebrarlo? Es decir, si tú, Gustavo, escribes una novela genial, ¿por qué tendría que sentirme mal yo? La lógica me indica de que yo tendría que alegrarme, pues podré leer tu novela, aprender de ella y así alimentar mi propio proyecto literario. ¡Qué mejor si muchos escriben textos geniales! ¡Así mi imaginario de creador se enriquecerá con esos textos y, quizás, yo también escribiré un texto genial!
¿Y si alguien publica un texto fallido? Pues habrá que señalarlo sin alejarse de los límites del propio texto.
Gustavo, yo creo que nuestro circuito literario ha desgastado la paciencia de Iván. Yo debo confesar que no me gusta cuando Iván reduce la obra de Miguel Gutierrez al estúpido elogio que hizo este a favor de Abimael Guzmán. La Violencia del Tiempo y Un Mundo Sin Xochilt me parecen textos mayores en nuestras letras. Pero también debo de confesar que he disfrutado de los libros de Iván (ojo: aún no leo el último). Me gusta su prosa delicada, los vínculos sutiles que ha tejido entre obra y obra, sus reflexiones por momentos audaces y por momentos melancólicas. Además debo de confesar que no me agradó para nada lo que yo consideré un exabrupto racista en su blog. Pero también debo de señalar que, en muchas oportunidades, disfruté de su programa de televisión como ahora disfruto, de cuando en cuando, de su renovado blog.
Y bueno, nada de lo anterior me empuja a odiar a Iván, ni tampoco a quererlo como a un amigo de la infancia. Respeto sus logros literarios. No comparto muchas de sus opiniones. Me entusiasma su fidelidad por la literatura. Yo estaría dispuesto a conversar con él si el azar así lo dispone.
Pero muchos integrantes de nuestro circuito literario no están dispuestos a hacerlo. Y hay algo peor aún: muchos lo harán, pero luego le clavarán el puñal en la espalda. He conversado con casi una docena de escritores que, si bien sonrieron ante las cámaras de Vano Oficio, después cultivaron el desleal oficio del raje injustificado (o más bien justificado por la mera envidia).
Ahora bien, creo (y lo repito: creo) que más o menos estas circunstancias explican algunas actitudes de Iván. Y ojo: con la descripción que he hecho del circuito literario no he querido describirme a mí mismo como un ente lejano a él. Yo mismo he cometido muchas de las estupideces propias de ese ámbito. Sucede que ya no las quiero cometer más.
En fin... Un abrazo. Y hasta la próxima.
Julio Meza Díaz.
Gustavo: con el mayor de los respetos, para entrar a un mercado como el de Los Estados Unidos además de "tener en su portafolio algo que se aproxime en calidad a Los detectives salvajes o 2666", hay que tener un agente como Wylie. El mismo Bolaño en vida no lo tuvo y no entró.
Sí, pues, porque Bolaño solamente escribía y leía.
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