Sobre la paulatina desaparición de un género
En la narrativa latinoamericana, y también en la española, el último par de décadas ha sido un tiempo de obras relativamente menores. Incluso la mayoría de aquellos escritores relevantes que han producido la mayor parte de su trabajo creativo durante esos años, lo han hecho, me parece, casi siempre, en clave menor.
Con excepciones notorias, las más obvias de las cuales son la narrativa de autores como Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Antonio José Ponte, Diamela Eltit, Javier Marías o Mario Levrero (pero dos de esos escritores están ya muertos), las novelas del mundo hispano se han vuelto cada vez más y más simples, menos aventuradas, más lineales, menos experimentales, más estandarizadas, menos ambiciosas y más previsibles.
Mucho tienen que ver en eso los estándares del mercado editorial, que, además de empujar a los novelistas (con su muy frecuente complacencia) hacia un terreno siempre conocido y casi nunca problemático, han hecho otra cosa, quizás incluso más grave: casi han aniquilado los libros de cuentos, que en décadas pasadas conformaron uno de los notorios centros del canon latinoamericano.
Autores como Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Clarice Lispector, Juan José Arreola o Julio Ramón Ribeyro concentraron la mayor parte de su talento en ese género, empujándolo en direcciones impensadas, abriendo regiones enteras de la experiencia latinoamericana en esas pequeñas vetas de originalidad y de inteligencia y atrevimiento estético que fueron sus libros cruciales.
No creo equivocarme al decir que en los últimos veinte años no hay una sola colección de cuentos nueva que haya resonado en el canon de esa manera, y eso, creo, se debe a que la exigencia de relativa simplicidad del mercado editorial no se refiere simplemente a evitar las grandes novelas monumentales y abarcadoras que marcaron la tradición latinoamericana durante casi todo el siglo veinte, sino, además, a evitar también la producción frecuente de pequeños libros complejos, hechos de pequeños relatos complejos, que no resultan nunca tan vendedores como una novela de consumo relativamente sencillo.
Incluso los escritores consagrados saben perfectamente que ninguna editorial invertirá tanto en promocionar un libro de cuentos como en promocionar una novela potencialmente exitosa, y la consecuencia de eso es, o bien la escasa producción y la circulación casi fantasmal de libros de cuentos que son inmediatamente vistos como marginales dentro de la obra de sus autores, o bien la simple resignación de los autores a no experimentar en el género en lo absoluto.
La gran excepción, claro, es Brasil, donde un autor como Rubem Fonseca puede con entera libertad construir una carrera creativa crucialmente centrada en la narración breve. Pero Brasil es un mundo aparte. En Brasil, maravillosa y sorprendentemente para el mundo latinoamericano, editoriales como Alfaguara publican, en las mismas colecciones donde aparecen las novelas más exitosas, no sólo colecciones de cuento sino incluso colecciones de poesía, que encuentran respuestas positivas del público lector.
No tengo los elementos de juicio para explicar por qué los brasileños no tienen que sufrir viendo que ramas enteras de su tradición desaparecen como producto de políticas editoriales miopemente mercantilistas. El hecho es que no ocurre: los poetas y cuentistas brasileños no tienen que renunciar al relativo éxito comercial como producto de los lineamientos de las casas editoras transnacionales; pero el resto del mundo hispano, en su mayor parte, sí.
¿Será que esas políticas editoriales acabarán por exterminar la tradición del cuento hispanoamericano, arrimándolo primero (como ya ocurre) a la marginalidad, y luego abismándolo a la extinción? ¿Será que la mayoría de los narradores de lengua hispana no pueden concebir una carrera literaria que no goce de cierto éxito comercial y, por tanto, están dispuestos a aceptar que esas políticas gobiernen tan determinantemente sus elecciones creativas?
Jorge Luis Borges cuenta que, tras la publicación de sus primeras obras, cuyo número de ejemplares vendidos, en la primera edición, no solía pasar de las dos cifras, él mismo iba a los cafés, entraba subrepticiamente en los clósets y colocaba en los abrigos de ciertas personas copias de sus libros, pues lo que le interesaba no era la cantidad, sino la calidad de los lectores y de la respuesta de los lectores.
Esa ética de la creación, que busca más la alimentación y la retroalimentación del debate que el éxito comercial, parece extraviada para siempre entre nosotros (hoy los autores suelen buscar críticas inmediatas y positivas que puedan luego colocar en un dossier y que promuevan las ventas lo antes posible). Y en esa ruta, géneros clave, como el cuento, parecen empezar a esfumarse.
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32 comentarios:
Hace poco alguien me dijo lo mismo acerca del Rock: el único grupo bueno que ha salido en los último años fue The White Stripes, y ni siquiera son grandes estrellas, ni siquiera inauguraron una nueva corriente, ni siquiera son de este siglo...
¿Tendrá algo que ver la epidemia de talleres de cuento que hay en toda latinoamerica? ¿Los talleres favorecen la estandarización?
Una reflexión digna de discutir entre los que escriben. ¿Piensas que el cuento terminará padeciendo de la misma marginación que la poesía?
Opino lo mismo que Argénida en cuanto a reflexión, pero yo voy por otro lado: los profesores de literatura no se cansan de decir que o creas algo de calidad o algo que se publique, que ambas cosas no son posibles... ¿Tan miopes son? No creo que sea una injuria querer escribir y tener el mismo éxito de los autores mencionados aquí. Otra cosa: ¿actualmente, dónde está la producción de los mejores cuentos?
Siempre es una tentación pensar en la novela como la salvación de todas las dudas y ciertamente es la orientación a la literatura de gran venta y empobrecimiento intelectual lo que mantiene la narrativa corta en un muy bajo perfil. Uno, sin embargo, podría imaginarse cualquier estado de deterioro de la cultura artística siempre que exista esa increíble compilación titulada El Aleph.
Prefiero seguirme considerando un narrador. En medio de una novela siempre, indefectiblemente, una idea se instala cómoda, sin grandilocuencia, en unas pocas decenas de líneas: un cosmos razonable donde cabe una verdad inventada.
Siempre es una tentación pensar en la novela como la salvación de todas las dudas y ciertamente es la orientación a la literatura de gran venta y empobrecimiento intelectual lo que mantiene la narrativa corta en un muy bajo perfil. Uno, sin embargo, podría imaginarse cualquier estado de deterioro de la cultura artística siempre que exista esa increíble compilación titulada El Aleph.
Prefiero seguirme considerando un narrador. En medio de una novela siempre, indefectiblemente, una idea se instala cómoda, sin grandilocuencia, en unas pocas decenas de líneas: un cosmos razonable donde cabe una verdad inventada.
No solamente es una cuestión editorial. También tiene que ver con el talento. Las nuevas generaciones por lo general se vuelcan contra el pasado (hoy es normal encontrar ensayos, artículos, declaraciones, donde se menosprecia a Fuentes, García Márquez, Sábato, e incluso Vargas Llosa -a quien cierto crítico argentino calificó de escritor "diligente"). Pero ese pasado es demasiado fuerte, un faro difícil de superar, un verdadero reto. Es más, ese pasado está presente y preñado de futuro. Yo leo cuentos como "Antes que amanezca", "El infierno tan temido" o "La muerte del estratega" y me parece que en la literatura actual no hay nada que se aproxime siquiera un poco a tal nivel; son cuentos para el mañana.
No solamente las grandes editoriales, las editoriales independientes también han dejado totalmente de lado al cuento en sus publicaciones. Cosa curiosa pues a nivel universitario hay una importante cantidad de buenos cuentistas.
Es interesante el tema, respecto a la desaparición de la producción de cuentos. Sin embargo no sólo sería una de las causas las restricciones que proponen las editoriales; sino también la comunidad de lectores. Estos que ahora se encuentran más ocupados, con una mayor saturación de información, actividades; ya sea en la escuela, el trabajo o la casa, le dedican menos tiempo a la lectura, pues, su formación es esa, no hay apego a la lectura. En suma creo que también debería considerarse ese aspecto, las características del lector.
Es interesante el tema propuesto y sobre todo un tanto polémico. Sin embargo, creo que también debería considerarse, para la discusión, la circunstancia y características del lector actual: qué busca, qué quiere, en qué medida la buena literatura está dentro de la satisfacción de sus necesidades.
Se extrañan los días en que posteabas a diario...
He revisado el programa de la FIL-2011 y los autores peruanos presentarán varias novelas, otros tantos poemarios y una nutrida cantidad de ensayos. Hay dos antologías de cuentos que provienen de concursos. Pero ningún autor peruano va a presentar una colección de cuentos propia. Ni uno solo. Para llorar.
Sólo me queda preguntar si cabe cierta "responsabilidad" por parte de los lectores. ¿Preferimos las novelas por que parece mejor negocio pagar por extensiones voluminosas? ¿Los cuentos, al ser cortos, nos parecen "menos" que las novelas?
Tal vez deberíamos preguntarnos sobre la influencia del cuento en nuestro canon, no en si el cuento es apreciado por el público. La poesía nunca ha dejado de ser apreciada por la genten comprometida con la literatura.
Es unica y exclusivamente culpa de las editoriales? O sera que no hay realmente cuentistas de talento?
¿yushimito no presenta su libro de cuentos?
Los libros de cuentos de Gamboa y Yushimito fueron recibidos con entusiasmo. No vale la pena mencionarlos? Y respecto a los editores, podemos usar el mismo argumento que usaste cuando se supo que El Virrey iba a dejar el local de San Isidro por presion del banco propietario. Asi como el propietario tiene el derecho de alquilar su local para lo que quiera, los editores tienen el derecho de editar lo que quieran, sea cual sea el genero, buena o mala la calidad.
¿Rulfo, Borges, Cortázar? Ahora no hay, ¿no es cierto? Suficiente. Y los editores tienen derecho a hacer lo que quieran, y lo están haciendo, y eso está teniendo consecuencias en la producción literaria. No dices nada que no sea obvio, pero tampoco dices nada que sea relevante.
Un pajarito me dijo que al año se inscriben 7,000 poemarios y 800 libros de narrativa en la biblioteca nacional. Por falta de producción, no se está muriendo la literatura. Por falta de calidad, en cambio...
Más que un asunto de estrategia de las editoriales, se trata de la idea de "éxito". Si los narradores no estuvieran tan pendientes de quién sale en cuál foto, no estarían detrás de una publicación asegurada. Si no, ¿por qué las últimas polémicas giraron alrededor de quién es tomado en cuenta en los medios masivos?
Entonces nos esforzaremos por traer de vuelta aquellos tiempos dorados, o mejor: haremos una mejor época. Suerte.
Con esa misma lógica tendríamos que decir que ya hace mucho tiempo que tampoco hay buenos críticos en América Latina, no al menos del nivel de Antonio Cornejo Polar, Emir Rodríguez Monegal o Ángel Rama. Que tampoco hay poetas como César Vallejo o Rubén Dario. Que los novelistas del nivel de Vargas Llosa, Alejo Carpentier o García Márquez han desaparecido para siempre de nuestra querida América. Tu comentario, apocalíptico y nostálgico, tiene mucho de sofisma en el fondo. Sólo por citar un ejemplo, es evidencia de la pérdida de la amplitud de mirada crítica no ver el vigor de los cuentos de Fogwill (a quien se ha editado completo no hace mucho). No ver el trabajo todavía en madurez de Patricio Pron, por no salir del ámbito rioplatense. Obviamente, no todas las décadas dan a luz a un Borges, a un Vallejo o a García Márquez. Como tampoco se da a luz un Joyce o un Faulkner. Pero eso no limita las lecturas actuales fuera de nuestra área idiomática ni termina con los críticos anglosajones dándose golpes al pecho al mirar a sus contemporáneos. Como todo, solo hace falta un lector que los descubra y los valore. Hace falta saber mirar (para lo cual a veces solo hace falta tiempo). Este ubi sunt crítico es de los más reaccionario que he leído por aquí. No es novedoso, pero limitado y más que del (mal) estado del cuento actual, diría que habla más del (mal) estado de tu lectura (no hay que caer en la generalización, no digamos, de la crítica latinoamericana).
Anónimo del 18/7, Yushimito no presenta absolutamente nada en esta Feria. Anónimo del 20/7, el banco no es propietario del local que fue del Virrey que ofreció 4 veces más por el alquiler que la anterior arrendataria.
Quizá la clave está en el impacto de la internet en el mundo. No que la internet está acabando con la lectura, sino que la internet funciona sin centro, sin dueños visibles. No hay una instancia que "canonice" nada en internet. Por extensión, puede ser que eso esté pasando en la literatura: antes, un escritor publicado por tal o cual editorial, o que se hacía acreedor a determinado premio, podía considerarse "consagrado". Pero ese modelo no existe más, no existe "la editorial", "el premio" o "el crítico" que canonicen a escritores o poetas. Quien sabe, y el mejor cuentista de la década murió dejando tan solo unos cuentos en un blog.
Danie, ése es el tipo de hipótesis insustentable que la gente esgrime desde hace décadas (o siglos) para describir muchos escenarios distintos. Hablaban de los grandísimos escritores de lenguas minoritarias europeas que no habían sido traducidos jamás (los siguen buscando); hablaban de los miles de poetas extraordinarios que habían hecho su obra en oscuros manuscritos en bibliotecas monacales (los siguen buscando); hablan de la manera en que el centralismo del español en el Perú hace que los grandes escritores quechuahablantes sean desconocidos (pero nunca mencionan un ejemplo). ¿En verdad crees que en internet está el gran cuentista latinoamericano superior a, digamos, Bolaño, y que se ha borrado sin que casi nadie lo lea? En la medida en que digas que tu hipótesis se basa justamente en la idea de que ese autor existe pero nadie lo conoce, es una hipótesis no-falseable e indemostrable también. Como cuando dicen que en algún lugar perdido de la sierra o de la selva está el Pelé peruano, pero nadie lo ha visto jugar. Ok. El problema no es ese: internet canoniza todo el tiempo, y eso lo ves, por ejemplo, en el triunfo de ciertos blogs que se vuelven moneda corriente. En verdad no creo que internet tenga nada que ver en este tema.
¿Tu hipótesis es que no hay cisnes negros porque entonces ya los habríamos visto? Viaja a Australia: reactiva quipu.
No digo que necesariamente en internet esté el gran cuentista o novelista del siglo, a lo mejor ya publicó y no lo vimos. Lo que intento decir (mal) es que el modelo de hacer las cosas que impone internet puede haber influenciado, no en lo que escriben los autores, sino en cómo se perciben (o reciben) sus creaciones.
Dos casos: Jaime Bayly y Enrique Prochazka.
Pero la lógica de canonización que tiene Internet es completamente distinta a la que busca la calidad de un cuento: los blogs canonizados no suelen ser de lo mejor; si no, este blog ya debería ocupar los primeros puestos hace rato. Me parece que el punto de vista es el que falla: no se concibe en la imaginación que entre todos los textos que se escriben en la Web, entre todos los autores, no haya uno igual de bueno que Bolaño o quién sea... Siempre se apuesta por el lugar que promete, así no tenga bases reales.
En la FIL 2010 el narrador Alfredo Pita presentó una colección de cuentos notable, "Extraños frutos" y en los meses siguientes su editor publicó en primera edición peruana otra colección estupenda, "Morituri". Tan pobre de cuentos no anda la literatura peruana.
Si no se puede reactivar Quipu por falta de colaboración y tiempo, podría llevarse la costumbre de hacer micro-talleres de cuento.
Un taller de 5 sesiones (dos horas cada una) puede costar unos S/.150; hay ocho alumnos en promedio; el ingreso para el profesor es S/.1,200, a S/.120 cada hora; entre leer y opinar sobre un cuento de 1000 palabras y recomendar lecturas, se puede ir media hora: S/.60: lo mismo que uno se gasta en que le arreglen la PC o el doble de lo que cuesta mandar un cuento a un concurso. Para un alumno, es ocho veces más caro que llevar las 10 horas de taller, pero es media hora concentrada en solo un alumno; además, la teoría -que ocupa la mayor parte del tiempo en un taller- fácilmente puede reunirse y estudiarse a solas.
Así, un escritor perdido en una pequeña ciudad de provincia o una biblioteca monacal o en su propia timidez, podría entrar en contacto con el ambiente literario local; casi la misma función de los concursos de cuento. Así fue como, casi de la nada, fue descubierto Marco Denevi.
Sobre cómo encontrar autores extraviados; Carlos Sotomayor entrevista a Grabriel Ruiz Ortega:
-Las antologías suelen presentar algunos descubrimientos. ¿Qué hallazgos puedes mencionar en esta ocasión?
-Me resulta extraño hablar de hallazgos. Paso muchas horas en hemerotecas, busco libros en lugares inimaginables. Casi siempre me topo con hallazgos. Y fue de esta forma que di con Andrea Jacobini, para mí ella es la “tapadita” de esta antología. Y no sé si sean hallazgos Alessia Di Paolo, Bethsabé Huamán y Nastia T. A lo mejor sí. La primera ganó, en 2004, un concurso de la revista Dedo Crítico, sin embargo, su libro pasó desapercibido. Llegué a su obra por el boca a boca de los que la habían leído. De Bethsabé Huamán, sabemos que tiene dos libros, pero es más conocida en el circuito académico, lamentablemente. Y sobre Nastia T., sugiero que la googlees; en su momento, su libro quedó finalista del premio La sonrisa vertical, más no puedo decir.
http://www.elboomeran.com/blog-post/117/11708/edmundo-paz-soldan/buenas-noticias-del-cuento-latinoamericano/
"Algún día, cuando se juzgue la narrativa latinoamericana de estos años, quizás se haga más obvia esta verdad: que mientras más seguimos discutiendo de las novelas de las nuevas generaciones, mejores libros de cuentos se escriben y se publican."
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