Tabucchi, Amanda Knox, Joran van der Sloot, Antauro Humala
El extraordinario novelista italiano Antonio Tabucchi se rehúsa a viajar al Festival de Paraty, en Brasil, como respuesta a la negativa del gobierno brasileño de extraditar a Cesare Battisti, un antiguo extremista italiano al que la justicia de su país acusa de cuatro homicidios.
El artículo (muy interesante) en que Tabucchi explica su negativa abunda en críticas del novelista contra las profundas carencias del sistema judicial brasileño y la forma en que el gobierno de Lula da Silva influyó en la decisión de no entregar a Battisti a los tribunales italianos.
Tabucchi recuerda no sólo otras arbitrariedades de la justicia brasileña, sino que (no sin que se le sienta un cierto aliento patriótico) hace una explícita comparación entre los estados de la administración de justicia en ambos países y entre sus sistemas carcelarios. Anota, por ejemplo, que en Italia no se tortura a presos políticos y recuerda el caso más o menos reciente de una insurrección de reclusos en una cárcel brasileña que terminó con decenas de muertos incinerados en un pabellón ante la cómplice pasividad de las autoridades.
En Estados Unidos, mientras tanto, la reanudación del juicio a la joven americana Amanda Knox, recluida en una cárcel italiana por habérsela encontrado, en primera instancia, culpable del homicidio de su roommate inglesa años atrás, produce una avalancha de artículos en los que los comentaristas estadounidenses retornan una y otra vez sobre sus críticas al sistema judicial italiano, al que consideran inmensamente corrupto, arbitrario, parcial, xenofóbico y no poco caricaturesco.
En Lima, al mismo tiempo, un joven holandés está preso por el asesinato de una mujer peruana. El caso no sería mundialmente célebre si no se tratara de Joran van der Sloot, el sospechoso del homicidio de una estudiante americana en Aruba. La televisión de Estados Unidos cada cierto tiempo transmite informes del caso desde Lima, incluyendo comentarios sobre las condiciones de las prisiones peruanas y los pormenores del proceso judicial.
A los americanos, por ejemplo, les parece digna de un circo la idea de llevar al acusado a la escena del crimen para "reconstruir" el asesinato. He visto a comentaristas de CNN, Fox y Headline News discutir el asunto con una sonrisa de superioridad ante lo primitivo del método. Hasta que uno de ellos mencionó que lo mismo se hace en varios países europeos y en Corea y Japón, y entonces, de pronto, ya el asunto no parecía tan primitivo.
Cuando algún amigo americano me ha llamado la atención sobre la práctica carnavalesca de la "reconstrucción del crimen" en Lima, me ha tentado decirle, y lo he hecho (o lo ha hecho mi Tabucchi interior), que al menos la justicia peruana hace muchos años dejó otras prácticas aberrantes como la pena de muerte, que se sigue ejerciendo en muchos estados de Estados Unidos.
Hace mucho (sobre todo después de Kafka y Foucault) que la idea de la prisión como metáfora o alegoría de las sociedades y las naciones se ha estandarizado en la literatura y en el cine. De hecho, para cerrar el círculo, podría mencionar aquí mismo películas y ficciones americanas, italianas, holandesas y brasileñas en las que se construye, de alguna manera, esa analogía. No faltarán los sociólogos que ensayen el experimento en la realidad, y que, a partir de la observación del comportamiento de diversos grupos dentro de un penal, alcancen conclusiones acerca del lugar y las relaciones de esos grupos afuera.
La cosa es menos teórica y más pragmática para lo que me interesa señalar: los sistemas judiciales, la administración de justicia y la forma en que los países manejan la libertad y la carcelería de sus ciudadanos es un síntoma de la funcionalidad de esas sociedades.
Cuando un americano critica la poca solvencia y la poca credibilidad de la justicia italiana, en verdad está diciendo que Italia es una sociedad disfuncional; lo mismo cuando Tabucchi observa la justicia brasileña, cuando un amigo mío de New York se ríe de las formas de la justicia peruana y cuando yo hago notar la inhumana crueldad de la pena de muerte en países como Estados Unidos por contraste con su desaparición en el Perú.
De hecho, que un criminal holandes como Joran van der Sloot, hijo de un juez, elija Aruba, una ex colonia holandesa, y al Perú, que para él es un ignoto país en una zona ignota del mundo, como escenario de sus crímenes, y que crea que incluso después de la tormenta mediática que lo cercó la primera vez, puede salirse con la suya una segunda, en el Perú, es un síntoma de un juicio previo: Aruba y el Perú, para él, son lugares donde la justicia no existe; no son sociedades, en verdad, sino espacios caóticos donde cualquier cosa puede suceder.
En el proceso electoral peruano, los dos candidatos finalistas, Keiko Fujimori y el triunfador, Ollanta Humala, tenían familiares en prisión: el padre de la primera y el hermano de la segunda (qué triste es decirlo). En ambos casos se temió que el ganador liberaría a su pariente de la cárcel. Ahora que Humala ha sido elegido, el rumor vuelve. Algo dice sobre el país, claro está: los peruanos mismos sabemos, mejor que nadie, que el Perú es un lugar donde la justicia puede ser burlada de mil maneras, sobre todo desde el poder político.
Si el hecho llega a producirse, les daremos la razón a quienes piensan que somos una república de opereta, sin orden ni concierto, un país que se empeña en desacreditarse públicamente, un país que ha perdido la capacidad de tomarse a sí mismo en serio.
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4 comentarios:
que el padre y el hermano de los ex candidatos estuvieran libres seria aun mas triste. el hecho que ahora se encuentren encarcelados quiza es argumento a favor de nuestra sistema de justicia, de nuestra sociedad.
f.
Pero en el Perú las cárceles son tierra de nadie, lo cual en cierto modo es una condena a muerte. Para sobrevivir, un delincuente común tiene que llevar una vida plagada de contratos a medias, depende de los vaivenes caprichoso del poder. Si ocurre una muerte, no la pagan los verdaderos culpables, sino un infeliz que ya lleva decenas de muertos en su récord sin más delito real que el haber robado un televisor.
El problema de la justicia americana es que convierte el crimen en espectáculo; y eso que afirma Vargas Llosa, de que en Estados Unidos la justicia se aplica por igual a ricos y pobres (como lo demostraría el caso reciente del político francés acusado de violación), es tan falso como dólar de Ocoña. El poder corporativo casi nunca paga por las innumerables violaciones a la ley que implica competir en un mercado donde impera el más inescrupuloso.
Lo de la chica americana que mencionas ha sido tema de muchos especiales noticiosos. No hacía falta ser tendencioso para adivinar todas las extravagancias de la justicia italiana, su temible vecindad con la prensa roja. En el país de Berlusconi, en estos tiempos, cualquier cosa puede pasar.
Me parece excelente este análisis de la justicia, y me quedo pensando en la última oración... Por alguna razón, no llego a saber cuál, siento que como país no nos podemos tomar en serio... Apenas alcanzamos nuestra existencia, y eso...
Error. Dices:
"...los dos candidatos finalistas, Keiko Fujimori y el triunfador, Ollanta Humala, tenían familiares en prisión: el padre de la primera y el hermano de la segunda".
¿No debería ser "...el hermano del segundo"?
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