No respondería ataques anónimos, y menos aun le dedicaría tanto espacio a mi respuesta, si no fuera porque me interesa despejar la maleza para que puedan seguir las discusiones que he venido planteando en los días anteriores. Así que aquí va, y disculpen la confianza.
Sobre lo primero: he sido bastante más esquizoide de lo que piensa la gente. He publicado reseñas negativas sobre libros de gente a la que aprecio y respeto, con quien mi trato ha sido siempre amical y afectuoso, y a la que incluso debo algún favor. Alfredo Bryce, por ejemplo. Y también reseñas tibias de libros escritos por amigos como Abelardo Sánchez León o Guillermo Niño de Guzmán. Y también artículos furiosamente críticos acerca de libros de personas con quienes mi muy escaso trato ha sido cordial
He recomendado a mis lectores que no compren libros de amigos o conocidos míos, como Alberto Fuguet, e incluso he comentado negativamente un libro suyo, en público y con él sentado a mi lado, siendo yo el presentador del libro. También me he peleado por escrito
Más curioso aun: tengo muchos amigos escritores cuyos libros jamás he reseñado. Iván Thays, Xavier Echarri, incluso alguno de los más queridos, como Alonso Rabí. Digo que es curioso porque yo sé que acerca de sus libros tendría sobre todo cosas positivas que decir, de modo que tales comentarios ni siquiera minarían nuestra amistad.
Por supuesto, también he escrito reseñas positivas de libros de amigos, como Alonso Cueto y Fernando Ampuero. (Tengo derecho a que me gusten los libros de mis amigos). No tengo duda de que los cuentos de ambos están entre los mejores de los ochentas y los noventas. Tendría que ser idiota para evitar decirlo sólo porque algún anónimo me va a acusar de adulador.
Y no es que juzgue sus obras enteramente parejas. Creo que un libro como Cinco para las nueve no añadió mucho a la obra de Alonso; creo que Fernando, como le escribí alguna vez, no debería invertir su tiempo
¿Mi vida burguesa en Somos? Suena a broma. Yo trabajé en El Comercio unos cinco años. Entré como redactor a prueba y un año y medio después era editor de una revista. Un año más y me pasaron a Somos, también como editor. Estuve en el cargo dos años, más o menos, los últimos de la dictadura de Fujimori.
Me tocó editar la revista en la época en que comenzamos a publicar las investigaciones sobre la fábrica de firmas de Fujimori, cuando El Comercio estuvo, a diferencia de cualquier otro medio de prensa, amenazado con un cierre debido a movidas planeadas desde el Pentagonito, y nosotros y Canal N éramos los dos espacios públicos más notorios donde la gente podía enterarse de las bajezas del régimen.
Mi contribución fue sin duda menor que la de los periodistas de investigación que destaparon tanta podredumbre, pero, siendo un crítico literario vuelto periodista por accidente, debo decir que me siento orgulloso de haber estado allí en ese momento.
Me gustaría saber dónde estuvieron los anónimos que me acusan de no haber hecho nada. Pero, claro, me será imposible descubrirlo: los anónimos nunca están en ninguna parte.
Síntesis: los mismos que me llaman inquisidor me acusan de cosas como, por ejemplo, hablar bien de los libros de Fernando. O sea que hablar bien de sus libros debería estar prohibido. Porque ellos no los encuentran buenos, nadie debería encontrarlos buenos. Y me dicen censurador a mí. Al menos eso me ayuda a entender por qué no firman sus mensajes: si yo fuera tan absurdamente inconsecuente, tampoco querría que nadie se enterara. (Este será el único post que publique sobre mí mismo).
Imagen: inquisidor en llamas (Fotomontaje: gfp).