8.3.06
El realismo como cordura
Silvio en El Rosedal, el estupendo cuento de Julio Ramón Ribeyro, es la historia de alguien que quiere a toda costa descubrir una clave, no importa cuán difícilmente cifrada, que le abra las puertas de una vida más significativa que la que ha llevado hasta ese momento.
Dice el narrador (y piensa Silvio): "debía haber una contraseña, algo que permitiera quebrar la barrera de la rutina y la indolencia y acceder al fin al conocimiento, a la verdadera realidad".
Embargado por tal deseo, un día cree hallar ese mensaje, dirigido a él, escrito con las rosas de un jardín, y lee en él multitud de posibles sentidos. Pero, en cierta forma, el mensaje en verdad está allí porque él quiso verlo desde antes de descubrir su existencia: lo previó, y al preverlo, lo hizo real.
Siendo el relato, entonces, de alguna manera, la historia de una lectura tendenciosa, me permito encontrar en él, tendenciosamente, un Ribeyro que parece creer algo que yo siempre he intuido borrosamente: acabo de leer el cuento después de muchos años y me pregunto si no hay en él, en un breve fragmento, la idea (en la que yo creo desde hace un tiempo) de que el realismo mágico es una variante del espectáculo barroco, pero una muy específica, en que el truco mayor consiste en hacer invisible la máquina fenomenal que entre bambalinas produce el efecto asombroso; como si la técnica narrativa misma del realismo mágico fuera un mecanismo demasiado moderno, tanto que la intuición de su presencia pudiera hacer colapsar nuestra creencia en la inocente y mágica premodernidad de sus historias. Si en el teatro barroco la visibilidad de la maquinaria era una reafirmación de la fe en la industria y en la tecnología, es decir, en esa temprana modernidad que hacía posible el espectáculo, en el realismo mágico el deber del autor es esconder la máquina (la técnica) para dejar que fluya el aire de premodernidad.
Pero para Ribeyro, preocupado en otras cosas, el realimso mágico podía tener otros sentidos. En Silvio en El Rosedal, para la fiesta por el décimo sexto cumpleaños de Roxana, la sobrina de quien Silvio se ha enamorado, el protagonista planea hacer aparecer a su amada "desde los aires, gracias a un procedimiento mecánico, o extraerla de una torta descomunal", como podría haber aparecido en su celebración algún personaje de García Márquez. Pero de inmediato renuncia "a estos recursos barrocos, confiado en la majestad de su sola presencia": ante la imposibilidad de ocultar la máquina, Silvio prefiere confiar en la magia sola de la sola mujer.
Pero Ribeyro era un fiel realista, y esa brevísima insinuación del tono realista-mágico no parece puesta allí de modo casual: me permito decir que Ribeyro no sólo identifica el realismo mágico con los rasgos que acabo de mencionar, sino que, además, ensaya en Silvio en El Rosedal una oposición entre realismo, realismo mágico, y literatura fantástica, y le otorga al primero el valor de ser, por decirlo así, el lenguaje de la cordura, ante el realismo mágico y lo fantástico, que serían los idiomas de la alienación mental. (Hay que recordar que en los pocos cuentos fantásticos de Ribeyro, lo fantástico no suele ser una manifestación de lo imposible, sino, más bien, un brote de locura).
Antes en el cuento, en ese tour de force que es el descenso al desequilibrio emocional de Silvio, hay dos momentos curiosos, en que los estadios de la posible locura del personaje son narrados con un lenguaje y a través de unos hechos que parecen parodiar abiertamente primero a Borges y luego a García Márquez: el primer momento de desconcierto mental de Silvio ocurre cuando decide hacer una lista (más bien, una borgiana enumeración caótica) de todos los objetos que posee en la vida, luego una de aquellos que no posee, y por fin una de aquellos que forman su propio cuerpo, para encontrarse con que el objeto más breve es, a su modo, una suma eterna, inacabable: "también por ese lado lo cercaba el infinito". Borges como locura.
En el segundo momento, Silvio, enamorado, se transforma en un habitante más de Macondo: "Había concebido planes grandiosos: fundar y financiar una universidad en Tarma, con una pléyade de profesores ricamente pagados, para que Roxana pudiera hacer sus estudios como alumna única; enviar sus medidas a costureros de París para que regularmente le expidieran los modelos más preciosos... invitar al Papa en cada efemérides religiosa para que celebrara la misa en la capilla de la hacienda". García Márquez como locura.
Pero ambos impulsos hacia el desequilibrio son frenados, sintomáticamente, con un regreso al tono y a la idea realista: "Tuvo que reajustar estos planes a la modestia de sus recursos y se limitó a ponerle una profesora de español y otra de canto, hacerle sus trajes con una solterona del lugar y obligar a Basilia Pumari a que se pusiese delantal y toca al servir, lo que arruinó su belleza nativa y la convirtió en un mamarracho colosal".
O quizá nada de eso está en Silvio en El Rosedal, y yo, de tanto mirar el texto, he comenzado a imaginar en él el mensaje que me gustaría encontrar, tal como le ocurre a Silvio luego de varios días encaramado en su minarete.
Imagen: Ribeyro, García Márquez y la tramoya barroca. Fotomontaje: gfp.
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5 comentarios:
Bueno, por el momento no tengo nada q aportar pero igual quiero dejar en el record q tu lectura "tendenciosa" me parece muy interesante. Nota mental: releer Silvio en el rosedal.
Ya sabes que admiro tu manera de abordar con lucidez los temas, y este texto sobre uno de los grandes, Julio Ramón Ribeyro, no es la excepción. Solo a manera de apunte al margen, recordar que Gabriel García Márquez le adjudicaba a Franz Kafka el crédito de la magia, cuando leyó la primera frase de La metamorfosis. Y que el Nobel decía que lo importante en el realismo mágico era no dejar ver "la carpintería" en el texto, para que todo fluyera de manera "natural".
Sobre la metáfora que visualizas en Ribeyro, quizás sea solo el deseo de visualizarla, y no lo digo por descalificar sino por unirme a tu hipótesis final. Porque puede ser solamente, el mismo realismo, tuyo y mío y de cualquier vecino, que sueña cosas: venganzas, futuros, fiestas fastuosas. Es decir, Ribeyro fiel a sí mismo en ese texto.
Sugerente lectura de "Silvio ...". No hay mejor forma de homenajear al personaje (y con ello al texto) que asimilando sus manías en la lectura: ver señales y mensajes por todas partes. Una sola objeción. La afirmación aquella de que en "los pocos cuentos fantásticos de Ribeyro, lo fantástico no suele ser una manifestación de lo imposible, sino, más bien, un brote de locura". Pienso en "Ridder y el pisapapeles" por ejemplo, la irrupción de un hecho "inexplicable" para el común de los mortales que sirve de base para el relato: un pisapapeles arrojado a una azotea limeña (elemento Ribeyrano por excelencia) que de pronto es reencontrado al otro lado del mundo. Me parece que Julio Ramón se permitía cortejar lo "fantástico", precisamente como una forma de "(...) mejor devastar la realidad".
Augusto Effio O.
lo que dices está en el texto, y estás abriendo un camino -que sería fecundo recorrer- que lleva a la crítica de las insuficiencias de lo real maravilloso como proyecto de representación de américa latina. ahora, cuando piensas en la posibilidad de que nada de lo que piensas esté en el texto y que todo sea simplemente producto de tu imaginación, ¿no estás describiendo lo que debe hacer la crítica: penetrar en significados que no son evidentes de inmediato?
Lo que me llama la atención es esa tendencia a ver las fallas, omisiones, o errores de lo real maravilloso en comparación al realismo a secas. Es cierto que el rm no es suficiente para explicar a América Latina, pero sin esta corriente como que la imagen de nuestro continente queda medio coja, digamos.
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