Pero también, cómo no, espías, soplones, rasputines, franeleros y mercenarios. Dicen que Shakespeare y Marlowe fueron espías de la reina: no sólo isabelinos, entonces, sino también sibilinos. De hecho, la muerte de Marlowe ha sido descrita minuciosamente gracias a que su asesinato ocurrió en presencia de un colega espía que se encargó de contar los detalles.
También Daniel Defoe, Somerset Maugham y Lawrence de Arabia fueron espías de la corona. Y Graham Greene, John Le Carré, Ian Fleming: la novela de espionaje no sería la misma si ellos no hubieran sido esmerados agentes de inteligencia.
Esos son los oficios a través de los cuales muchos escritores entran en la política: se vuelven espías, o expertos en propaganda, en relaciones públicas; se vuelven spin doctors con sueldo del Estado, o consultores de imagen. Se encargan de escribir las palabras que algún gobernante afásico es incapaz de juntar por falta de una mínima capacidad sintáctica, o por simple falta de talento. Y son los encargados, la mayoría de las veces, de disfrazar con un cierto ropaje de verosimilitud cualquier mentira descabellada que convenga a su empleador.
En los días finales de la campaña electoral, mi correo estuvo bombardeado de mensajes masivos, dirigidos a decenas de personas, remitidos por un profesor y poeta súbitamente transformado en humalista convicto. El último día, el sábado, uno de sus mensajes citaba una cifra impresionante: decía el poeta y profesor que una encuesta de la empresa North American Opinion Research daba a Alan García el 37% de los votos y a Ollanta Humala el 55%, es decir, una ventaja de 18% a favor del líder nacionalista, ventaja aún mayor si se descontaban los votos inválidos.
Olvidaba el profesor y poeta mencionar que la North American Opinion Research es célebre entre los medios de prensa latinoamericanos por la matemática precisión con que publica todos los resultados que el comandante Hugo Chávez quiere ver publicados, cualquiera sea la ocasión. (Aritmética bolivariana, le dicen. En tiempos modernos, la dictadura también es un abuso de la estadística). De hecho, todo indica que la empresa no es sino una pura fachada tras la cual no existe nada más que el capricho de Chávez: hasta la dirección legal de la empresa en Miami es falsa, según recientes informes de prensa.
(Desde el domingo estoy esperando, por cierto, un nuevo mensaje del poeta y profesor, uno en el que explique cómo es que la North American Opinion Research fue capaz de publicar una encuesta que daba a Humala un + 18 que unas horas después acabó siendo - 5).
Pero, claro, el poeta y profesor, realmente, no olvidaba mencionar las cosas que no mencionó (a saber, la obvia filiación chavista de la encuestadora fantasma). Las dejaba de lado porque ese es el trabajo del autor de ficciones metido a panderetero de un posible empleador, capaz, en la coyuntura, si las cosas se daban correctamente, de regalarle una parcelita en la chacra de poder de la que Humala quería adueñarse...
No importa. Ahora, el profesor poeta podrá esperar unos meses y experimentar una epifanía que lo vuelva aprista, o aguardar unos años y subir al trono colgado de las botas del comandante, que algún día, seguro, será presidente. Y el poeta y profesor podrá continuar con la tradición de los plumíferos arribistas.
¿Adivinan quién era?... Ah, los escritores y el poder: el tema no se agota, pero ellos sí que agotan a cualquiera.
Imagen: Christopher Marlowe, dramaturgo y espía que murió en compañía de colegas.
3 comentarios:
Un excelente post, como siempre. Quisiera comentar un asunto que, aunque marginal en tu texto, es de enorme importancia. Ya hemos conversado al respecto en otras ocasiones, así que no será una sorpresa. Aunque uno pudiera estar de acuerdo con el contenido central del post, es indispensable detenerse a pensar en esa idea de que hay ciertas personas que carecen de una mínima capacidad sintáctica. Eso es imposible, bajo condiciones normales. Es verdad que sí hay afásicos, es decir, personas clínicamente enfermas del lenguaje, que en efecto no pueden hablar correctamente como resultado de una lesión cerebral; pero esa enfermedad discapacita al individuo de tal forma que no puede continuar sus actividades cotidianas hasta recuperarse: no puede haber ningún gobernante afásico en ese sentido. En un esfuerzo por caracterizar a los políticos que usan escritores para que les escriban sus discursos, tu texto extrapola los rasgos de la enfermedad y los llama afásicos. Uno podría imaginar que se trata de una suerte de licencia poética, aunque siempre valdría la pena preguntarse qué pensarían al respecto los verdaderos afásicos o sus familiares. En todo caso, sí reproduce un prejuicio: la idea de que, de algún modo secreto, "hablar/escribir mal" es una suerte de enfermedad, y que "hablar/escribir bien" es privilegio exclusivo de ciertas personas (los escritores, digamos).
¿Y qué cosa es el "caso Kloaka"? ¿Y qué tiene que ver la disglosia? ¿Y cuál es el impedimento lingüístico que quita al paciente la capacidad de firmar con su nombre?
No seas tan literal, pues, Miguel. Si digo que alguien, digamos, Ollanta Humala, es un retrasado mental y no es capaz de sumar dos más dos, no quiero decir ninguna de esas cosas literalmente. Si digo que un cierto político es un afásico que necesita que le escriban los discursos, ¿por qué tendrías que interpretarlo literalmente, si es tan obvia la imposibilidad del político afásico como la del Humala "retrasado mental"?
Por otra parte, invito a los lectores de Puente Aéreo a darse una vuelta por el blog de Miguel Rodríguez Mondoñedo, La Peña Lingüística, que encontrarán en esta dirección (y donde se me vuelve a meter palo por la misma frase):
http://lapenalinguistica.blogspot.com/
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