28.6.06

Geishas y prostitutas

Una casualidad: esta semana vi dos películas del año pasado que, pese a diferir enormemente en sus estéticas y ostentar objetivos muy diversos, se asemejan, sin embargo, en mucho, al menos temáticamente: la cinta indo-canadiense Water, de Deepa Metha, y la norteamericana Memoirs of a Geisha, de Rob Marshall.

Metha completa con Water una trilogía iniciada con Fire y Earth, cintas que se centran en relaciones amorosas entre individuos sumergidos en una sociedad tradicionalista que enfrenta una modernización y una modernidad incipientes y periféricas. La trilogía ha colocado a la directora al frente de una nueva generación de cineastas de la India. Marshall, en cambio, venía avalado por el éxito comercial de la sonora e insoportable Chicago, de modo que es fácil suponer la enorme distancia artística entre las dos películas.

Y, sin embargo, como digo, hay coincidencias. En ambas cintas, por ejemplo, las vidas de los personajes atraviesan un periodo histórico de profunda tranformación sociocultural (la segunda guerra mundial y la americanización de Japón en la postguerra, en Memoirs of a Geisha; la revolución de la resistencia pasiva de Ghandi en Water).

En ambas, igualmente, la protagonista inicial es una niña cuyo padre ha abdicado de la patria potestad, de modo que la criatura acaba viviendo en un espacio cerrado y poblado exclusivamente por mujeres, y finalmente transformada en una suerte de esclava (en Water, el lugar es un reclusorio para viudas; en la otra se trata de una casa de geishas a la cual el personaje principal llega originalmente como aprendiz).

En las dos películas, el destino de las protagonistas queda condicionado desde su infancia, debido, sobre todo, a una suerte de condena cultural que en el fondo es económica: en Water, la niña ha sido casada a los siete años, y ha enviudado a los nueve, convirtiéndose en una carga nuevamente para sus padres, que se desprenden de ella entragándola al reclusoria para viudas. En Memoirs, la criatura es vendida por su padre, que modera con la venta sus apremios financieros y, de paso, coloca a su hija en situación de mejorar sus condiciones materiales de vida, al hacerla pasar de la pobreza extrema del campo a la crianza en una ciudad, con todos los aprendizajes que la tradición determina para una geisha.

En ambas historias sobreviene un momento crucial: las dos protagonistas, en cierto momento, venden su virginidad por dinero. En Water, es una cantidad minúscula y va a parar a las manos de la regenta de la casa de viudas; en Memoirs es una cantidad enorme y sirve para asegurar la prominencia de la chica en la jerarquía de las geishas locales.

Y allí empiezan las mayores diferencias. Water denuncia la forzosa prostitución escondida tras las formas tradicionales: las viudas son consideradas impuras, todo contacto con ellas es ofensivo, de modo que les es casi imposible mantenerse económicamente; su única posibilidad de ingresos está, paradójicamente, en prostituirse con aquellos hombres que no le teman al tabú que pende sobre ellas, es decir, entre otros, con quienes han dejado en el olvido las prohibiciones de la tradición, pero también los líderes religiosos que modelan esas creencias a su antojo.

En Memoirs of a Geisha, en cambio, no parece existir denuncia alguna: la protagonista alcanza la felicidad final al volverse la preferida de un individuo al que ella ama desde niña, el mismo que, silenciosamente, se ha encargado de que ella fuera transformada en geisha, cultivada para entretener a los hombres, entrenada para servir, el mismo individuo por el cual ella se ha prostituido y al cual reverencia desde siempre.

Se podrá alegar que la mía es una mirada muy occidental y que no comprendo las formas culturales japonesas. El problema para esa crítica es que tanto la película como la novela en la cual se basó son productos eminentemente occidentales: Arthur Golden, el autor del libro, es un norteamericano de Tennessee, compatriota del director de la cinta.

A mí, más bien, me suena a que es el enésimo eslabón en una vieja cadena (la misma de la que, refiriéndose a otro Oriente, hablaba Edward Said): la de las instancias en que, desde el mundo occidental, se construye a "Oriente" como el escenario de las mayores fantasías, donde puede ocurrir todo aquello que el occidental no se atreve a ligar directamente consigo mismo. En otras palabras: "ya que una abierta fantasía hipermachista norteamericana sería acaso mal recibida, hagamos una que transcurra en Japón".

Imágenes: Ziyi Zhang y Gong Li (la extraordinaria actriz de casi todas las cintas de Zhang Yimou), en Memorias de una Geisha; debajo: la indo-canadiense Lisa Ray es la prostituta con corazón de oro en Water.

No hay comentarios.: