5.7.06

Qué tal bomba

Hablando del Unabomber, una de las mejores novelas de Paul Auster, Leviathan, tiene mucho que ver con él. Podría decirse, incluso, que los descubrimientos de su trama le explotan en las manos al lector con tanta sorpresa y tan poca anticipación como estallaban las bombas de aquél en los lugares que convirtió en sus blancos.

El retrato del artillero secreto, del terrorista con principios, que es acaso el más temible de los terroristas, es tan multidimensional y complejo en ese libro de Auster que trae a la mente de su lector aquel otro de Joseph Conrad en The Secret Agent, que comienza, si la memoria no me falla, con el protagonista atravesando calles con una bomba camuflada entre la ropa.

Últimamente, la palabra "bomba" ha regresado al argot político peruano: tiene que ver ya no con atentados súbitos y muertes sin anuncio, sino con la herencia política, y sobre todo económica, que el régimen de Toledo le deje al de García. No quiero convertir mi comentario en un argumento ad hominem, o quizá sí: ¿alguien recuerda algún caso en nuestra historia en que un gobierno le haya dejado a otro una bomba peor que la que García dejó al final de su periodo anterior?

Habría que recordarle a García, el desmemoriado, el descarado, que si se les va a llamar bombas a tales herencias indeseadas, la suya en 1985 tendría que ser bautizada como nuestro Hiroshima. Uno que causó, de hecho, enorme destrucción: algún día alguien encontrará la manera de calcular cuántos muertos murieron directamente a causa de la pobreza que un gobernante promovió entre su pueblo, y ese día gente como García tendrá que responder, también, por esos otros crímenes.

1 comentario:

Sam dijo...

Lamentablemente, no nos quedaba más que elegir entre Hiroshima o Nagasaki. Ojalá no vuelva a estallar nunca para que el país no pierda lo poco que ha ganado en estos últimos cinco años. Más le vale a Alan cumplir sus promesas.