Tengo varios amigos chilenos que están absolutamente de acuerdo en que Pinochet fue un personaje nefasto, un asesino y un tirano, pero que, cuando se trata de hablar sobre las relaciones peruano-chilenas o chileno-argentinas durante los años setentas y ochentas, creen a pie juntillas cualquier cosa que el gobierno de Pinochet les haya dicho.
Tengo varios amigos peruanos que detestan el solo recuerdo de Fujimori, pero que parecen coincidir en que todo cuanto Fujimori haya afirmado acerca del último conflicto peruano-ecuatoriano (desde que la provocación inicial fue ecuatoriana hasta que el Perú ganó la guerra) es palabra de Dios, verdad indudable, dogma.
Tengo varios amigos ecuatorianos que odian el sólo recuerdo del noventa por ciento de los gobernantes que se han turnado en el poder en Ecuador, pero no tienen la más mínima intención de someter a escrutinio las verdades oficiales ecuatorianas acerca de la historia secular de enfrentamientos fronterizos con el Perú.
Tengo varios amigos argentinos que se hinchan de rabia ante la sola mención de nombres como Videla, Viola, Galtieri, etc., pero que no tienen ni un resquicio minúsculo de duda en relación con lo que los gobernantes militares argentinos digan acerca de las causas, el desarrollo o el desenlace de la guerra de las Malvinas.
Tengo muchos amigos judíos, algunos de ellos mi familia, y estoy seguro de que varios estarán de acuerdo con la andanada de ataques que le viene cayendo a Mario Vargas Llosa en estos días, desde Israel y desde el mundo judío en general. Ataques tan delirantes que, en algunos casos, se ha llegado a decir de Vargas Llosa que es un "procastrista", un "fidelista" y un "comunista" y que se ha convertido en "un nuevo Saramago"... ¿Qué dijo Vargas Llosa para ocasionar esos ataques? La respuesta, de labios del novelista, la pueden encontrar aquí.
Yo quiero ensayar una interpretación: Vargas Llosa les ha querido decir, a los judíos en general y a los israelíes en particular, que no se puede hacer prosperar una nación eminentemente democrática y libre confiando en regímenes políticos que, como los últimos gobiernos israelíes, están mucho más cerca del fascismo que de cualquier forma de libertad.
La inmensa mayoría de los judíos que conozco está de acuerdo en que esos dos últimos gobiernos israelíes son cuasi fascistas, y repudian las líneas maestras de la política del régimen. Excepto por un detalle, demasiado grande para ser un simple detalle: varios de ellos consideran que lo que estos fascistoides hacen en materia de política internacional y, sobre todo, claro está, en el asunto judeo-palestino, es apropiado y básicamente inobjetable.
¿Hasta dónde puede el sentimiento nacionalista enceguecer incluso a la gente más lúcida? ¿Por qué les resulta tan fácil a tantas personas aborrecer el impulso opresivo de un gobierno hacia adentro de su sociedad y, al mismo tiempo, permitir o incluso aplaudir abiertamente el impulso opresivo de ese mismo gobierno cuando se dirige contra un país extranjero? ¿Cómo se puede ser demócrata hacia adentro y fascistoide hacia afuera? (Esa misma pregunta va para un porcentaje inmenso de la población norteamericana).
Está claro que la solución al problema judeo-palestino será compleja y penosa, y está claro que Israel no tiene la responsabilidad exclusiva del conflicto. Es evidente que existe una red terrorista apoyada por varios países árabes, que condonan y (no tan secretamente) financian y colaboran con sus actividades. Es verdad que la rutina de los atentados, los bombarderos suicidas, las discotecas, las escuelas y los buses hechos ceniza, es simplemente insoportable para cualquiera.
No es cierto, sin embargo, que la perennización de la invasión a Cisjordania o la pauperización intencional de la población palestina sean salidas al problema. Y, sobre todo, no es verdad que los regímenes filofascistas tengan un historial afortunado en el asunto de acabar con problemas de este tipo. La ultraderecha siempre ha tenido una sola manera de resolver entredichos: aniquilar al rival. Y pocas veces ha triunfado a la larga; muchas veces, más bien, ha terminado ocasionando la destrucción de lo que decían defender.
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ESTE ES EL ARTICULO DE VARGAS LLOSA, EXTRAÍDO DEL DIARIO EL COMERCIO, DOMINGO 16 DE JULIO, 2006.
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ISRAEL Y LOS MATICES
Por Mario Vargas Llosa
Illan Pappe, historiador revisionista israelí, procede de una familia de judíos alemanes de sólidas credenciales liberales, y él mismo fue educado dentro de esta corriente de pensamiento que defiende la sociedad abierta, el mercado, al individuo contra el Estado y opone al colectivismo --la definición del ciudadano por su pertenencia a una clase social, una raza, una cultura o una religión-- la soberanía individual. Hace unos días le oí contar que, cuando empezó a tomar distancias contra el sionismo, doctrina que sustenta la creación y la naturaleza del Estado de Israel, pensó que su evolución política estaba dentro de la ortodoxia liberal y que cuestionar la ideología sionista era, además de otras cosas, dar una batalla contra el colectivismo. Pero no encontró en su país partido o movimiento político liberal donde encajaran sus ideas, pues la inmensa mayoría de los liberales israelíes eran sionistas. Esto lo fue acercando a quienes, por doctrina, eran sus naturales adversarios políticos, los comunistas, con quienes discrepaba en todo lo demás, pero coincidía en su posición crítica del sionismo. Y eso hace que desde entonces, se quejaba, los amantes de la simplificación y enemigos de los matices, lo cataloguen de "comunista".
La abolición de los matices facilita mucho las cosas a la hora de juzgar a un ser humano, analizar una situación política, un problema social, un hecho de cultura, y permite dar rienda suelta a las filias y a las fobias personales sin censuras y sin el menor remordimiento. Pero es, también, la mejor manera de reemplazar las ideas por los estereotipos, el conocimiento racional por la pasión y el instinto, y de malentender trágicamente el mundo en que vivimos. Hay ciertos conflictos que, por la violencia y los antagonismos que suscitan, conducen casi irresistiblemente a quienes los viven o siguen de cerca a liquidar los matices a fin de promover mejor sus tesis y, sobre todo, desbaratar las de sus adversarios.
Quiero ilustrar con un ejemplo personal lo que trato de decir. La Fundación Internacional para la Libertad organizó hace unos días, en Madrid, un encuentro entre intelectuales judíos y árabes, en el cual, en una de sus intervenciones, el periodista Gideon Levy, crítico severo del gobierno de su país, dijo que él militaba contra la ocupación de Cisjordania porque no quería sentirse avergonzado de ser israelí. Yo, por mi parte, al clausurar el evento, parafraseando a Levy, dije que mis críticas a la política con los palestinos de los dos últimos gobiernos de ese país se debían a que tampoco quería sentirme avergonzado de ser amigo de Israel. Dos días después, el diario israelí "Haaretz" publicaba una crónica del propio Gideon Levy sobre el encuentro madrileño, bastante exacta, pero con un título que, al cambiar el matiz, me hacía decir algo que yo no había dicho: "Vargas Llosa tiene vergüenza de ser amigo de Israel".
El diario recibió 199 cartas de lectores israelíes indignados, que publicó en su blog. Las he ojeado con cierta estupefacción, pese a que ellas no hacen más que confirmar algo que, desde que empecé a pensar por mi propia cuenta en cuestiones políticas hace cuarenta años, ya sé de sobra: lo fácil que es tergiversar, caricaturizar o desacreditar a quien disiente, o parece disentir, de nuestras convicciones dogmáticas. Lo curioso es que casi todas las cartas me llaman "comunista", "ultraizquierdista", "castrista", "otro Saramago", "antisemita", y, una de ellas, la más imaginativa, se pregunta: "¿Qué se puede esperar de alguien que sube a los escenarios con la conocida actriz estalinista Aitana Sánchez Gijón y que escribe en "El País", el periódico más izquierdista de toda Europa?". Bueno, bueno. Mis vociferantes objetores no parecen sospechar siquiera que de lo que yo suelo ser acusado más bien, en España y en América Latina, es de neocon, de ultraliberal, de pro americano y otras lindezas por el estilo por atacar a Fidel Castro, a Hugo Chávez y criticar con frecuencia el fariseísmo y el oportunismo de los intelectuales de izquierda.
En realidad, una de las cosas que soy, o, mejor dicho, trato de ser en la vida, es un leal amigo de Israel. Muchas veces he escrito que visitar ese país hace treinta y pico de años fue una de las experiencias más emocionantes que he tenido y que sigo creyendo que construir un país moderno, en medio del desierto, de lineamientos democráticos, con gentes provenientes de culturas, lenguas, costumbres tan distintas, y rodeado de enemigos, fue una gesta extraordinaria, de enorme idealismo y sacrificio, un modelo para los países como el mío, o los demás países latinoamericanos o africanos, que, con muchos más recursos que Israel, no consiguen todavía salir del subdesarrollo. Es verdad que Israel en el curso de su breve historia ha recibido mucha ayuda exterior. ¿Pero no la han recibido también muchos otros, que la han desaprovechado, derrochado o simplemente saqueado?
Para mí, el derecho a existir de Israel no se sustenta en la Biblia, ni en una historia que se interrumpió hace miles de años, sino en la gestación del Israel moderno por pioneros y refugiados que, luchando por la supervivencia, demostraron que no son las leyes de la historia las que hacen a los hombres, sino estos, con su voluntad, su trabajo y sus sueños los que le marcan a aquella unas pautas y una dirección. Ningún país existía allí, en esa miserable provincia del imperio otomano, cuando nació Israel, cuya existencia fue luego legitimada por Naciones Unidas y el reconocimiento de la mayoría de países del mundo.
Ahora bien, para que Israel tenga un porvenir seguro y sea por fin un país 'normal', aceptado por sus vecinos, debe encontrar un modo de coexistencia con los palestinos. Y contra esta coexistencia conspira esa ocupación de Cisjordania que se prolonga indefinidamente y que ha convertido a Israel en un país colonial, lo que ha crispado de manera indecible sus relaciones con los palestinos. Las condiciones en que estos han vivido, en Gaza, y viven todavía dentro de los territorios ocupados, sobre todo en los campos de refugiados, son inaceptables, indignas de un país civilizado y democrático. Lo afirmo porque lo he visto con mis ojos. Los amigos de Israel tenemos la obligación de decirlo en alta voz y censurar a sus gobernantes por practicar en esos territorios una política de intimidación, de acoso y de asfixia que ofende las más elementales nociones de humanidad y de moral. Y, también, de condenar sus reacciones desproporcionadas a los actos terroristas, como la actual, que, a raíz del secuestro criminal de un soldado israelí por militantes palestinos, ha causado ya decenas de muertos civiles inocentes en Gaza y amenaza con resucitar la guerra con el Líbano.
Esto no significa, en modo alguno, justificar las acciones criminales de los terroristas de Hamas o la Jihad Islámica o de los otros grupúsculos armados que operan por la libre. Pero sí reconocer que detrás de estas acciones injustificables y crueles --las bombas de los suicidas, los ataques ciegos a la población civil, los secuestros, etcétera-- hay un pueblo desesperado al que la desesperación empuja cada vez más a escuchar no la voz de los moderados y razonables sino la de los fanáticos y a creer, estúpidamente, que el fin del conflicto no está en la negociación sino en la punta del fusil o la mecha de la bomba.
La superioridad de Israel sobre sus enemigos en el Medio Oriente fue política y moral antes que la de sus cañones, sus aviones y su modernísimo ejército. Pero, debido a su extraordinario poderío, algo que suele volver a los países arrogantes, la está perdiendo, y eso lleva a algunos de sus dirigentes, como creía Ariel Sharon, a pensar que la solución del conflicto con los palestinos puede ser un diktat, una fórmula unilateral impuesta por la fuerza. Eso es una ingenuidad que solo prolongará indefinidamente el sufrimiento y la guerra en toda la región.
Mi amigo israelí David Mandel (¿o debo decir ahora ex amigo, ya que me he vendido a los palestinos?) me conmina en una carta abierta a que devuelva el premio Jerusalén que recibí en 1995. Se trata de un premio más bien simbólico, pero que a mí me llena de orgullo, y no voy a renunciar a él, porque, aunque David no pueda entenderlo, lo que yo hago y escribo sobre Israel no tiene otro objetivo que seguir siendo digno de esa hermosa distinción, que me fue concedida por mi compromiso con la democracia y la libertad. Para mí, mi adhesión a Israel es inseparable de aquel compromiso, como es el caso de tantos israelíes que, a la manera de Illan Pappe, Gideon Levy, Amira Hass o Meir Margalit, pero sin duda de manera más radical que yo, denuncian las políticas de su gobierno con los palestinos y plantean alternativas.
Es verdad que ellos representan una minoría, ese matiz que los adoradores de verdades dogmáticas desprecian. Ni siquiera sé si yo estoy de acuerdo en todas las posiciones que ellos defienden. Probablemente, no. Creo, por ejemplo, que el sionismo tiene unas razones que no pueden descartarse de manera abstracta, prescindiendo de un contexto histórico preciso. Pero que ellos, y otros muchos como ellos, vayan contra la corriente y sean capaces de oponerse de manera tan resuelta a lo que les parecen políticas equivocadas, contraproducentes o brutales, y que puedan hacerlo sin ser perseguidos, encarcelados, o liquidados, como ocurriría --ay-- entre casi todos los otros países de la región, es una de las realidades que todavía mantiene viva mi esperanza de que haya un cambio en Israel, y, otra vez, la negociación sea posible, y pueda llegarse a un acuerdo razonable que ponga fin a esa infinita hemorragia de dolor y de sangre.
El encuentro madrileño de judíos y árabes fue asimétrico, porque cerca de diez palestinos que habían aceptado nuestra invitación no pudieron venir, y porque algunos israelíes, como Amos Oz y David Grossman, cuyas voces queríamos escuchar, tampoco lo hicieron. Pero no fue inútil: una gota de agua en el desierto es mejor que ninguna. Hubo, por ejemplo, exposiciones magníficas y no del todo irreconciliables, de Shlomo Ben Ami y de Yasser Abed Rabbo, que participaron en las negociaciones de Camp David. Trataré de seguir convocando estos diálogos, invitando no solo a quienes hablan por la mayoría, sino también por las pequeñas minorías, esos matices olvidables en los que, sin embargo, muy a menudo se agazapa la verdad.
MARBELLA, 13 DE JULIO DE 2006.
© MARIO VARGAS LLOSA, 2006.
© DIARIO "EL PAÍS", SL/ MARIO VARGAS LLOSA. PRISACOM.
EXCLUSIVO PARA EL DIARIO EL COMERCIO EN EL PERÚ.
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El problema de Vargas Llosa respecto a Israel es que se basa, casi en su integridad, en la postura de los israelies de izquierda, muy de aires pacifistas a lo "make peace not war", que predomina en las conferencias universitarias donde se culpa a Israel de genocidio, infanticidios y otras perlas propias de la mas afiebrada propaganda pro-palestina. Es el caso de Illan Pappe, conocido por proponer el desmantelamiento del estado de Israel, que podrá ser todo lo liberal y humanista que quiera, pero su apoyo al coro anti-israel contradice sus buenas intenciones.
Vargas Llosa cae en lo mismo cuando clama por paz y convivencia sin haber ponderado apropiadamente los hechos y los motivos del conflicto. Vargas Llosa y Pappe parecen ignorar las explicitas intenciones de los vecinos de israel de aniquilar su pequeño estado. Parecen ignorar que el problema de los territorios ocupados surgio a raiz de los ataques y guerras que les hacen sus vecinos, y organizaciones terroristas como la OLP aparecieron ANTES de esas ocupaciones.
En los distintos procesos y acuerdos de paz, Israel ha hecho concesiones unilateralmente que no han sido correspondidas hasta ahora, como es el caso de la retirada de la franja de Gaza que inmediatamente fue tomada por los terroristas del Hamas para atacar e infiltrarse territorio Israeli.
Poco o nada de esto es tomado en cuenta por estas ilustres plumas que disfrutan el prestigio que les otorga la etiqueta de "pacifistas".
Si Ilan Pappé no fuera un comunista militante sería más fácil creerle a Guille esa idea de que Pappé es uno de los mentores intelectuales de Vargas Llosa en este tema. Si Ilán Pappé no estuviera ahora mismo en Haifa, ciudad bombardeada desde hace días, donde es desde hace años profesor universitario de historia, sería más fácil creerle a Guille que Pappé se aproxima a este tema ignorando todos sus asuntos cruciales. Sólo falta que Guille, como los teromocéfalos de la ultraderecha, acuse a Pappé de antisemita y a VLL de comunista.
Guille, conocido por su infalibilidad en el error, pretende ahora hacernos creer que Vargas Llosa dice lo que dice porque quiere escudarse tras la etiqueta de "pacifista".
Si Guille acusa a MVLl de "pacifista", yo lo acuso (y con más razón) de violentista. Porque, para Guille, uno de esos católicos de ultraderecha que quieren hacerse pasar por liberales (a lo Rafael Rey que, además, se quiere hacer pasar por político decente), la violencia es un medio legítimo para construir y defender la civilización, por ejemplo, aquella supuesta "esencia católica" de América Latina que defiende en su delirante blog. Ya se olvidó que parte importante de la historia de la Iglesia en el Virreinato era la persecución de los criptojudíos a quienes, dicho sea de paso, se les dio innumerables oportunidades para aceptar las condiciones del imperio católico y, sin embargo, jamás desaparecieron de la historia colonial. Ese episodio vergonzoso de la historia española debería permitirle a Guille entender algo elemental: que la represión no garantiza la paz. Otro ejemplo mucho más a la mano: el terrorismo brutal de los fundamentalistas pro palestinos no ha logrado en todas estas décadas doblegar la voluntad de los israelíes, del mismo modo que el atentado del 11 de setiembre no causó ni la más mínima desmoralización en el ánimo de la ciudadanía estadounidense. ¿Por qué responder, entonces, con un medio que, comprobadamente, es cruel e ineficiente?
La postura pacifista no tiene que ver con candidez o ingenuidad, sino con la convicción de que los medios más perdurables para conseguir la paz y el desarrollo tienen que ver más con el entendimiento que con la aniquilación del rival. ¿Es tan difícil de entender?
Ké bien! Cuando leí el artículo de Vargas Llosa en el periódico del domingo no entendía nada. Todavía no entiendo nada, pero por lo menos entiendo mejor a la nada. Ké bien!
Oigan que en ningun momento dije (ni diré) ni diré que sean comunistas Pappe ni MVLL. O es que ustedes estan acostumbrados a este tipo de estremismos? Hasta donde he leido de Pappe es eso que les comento sobre sus participaciones en los "Hatefests" en los EE.UU e Inglaterra. Y sugeri que PARECEN ignorar, habida cuenta que no son improvisados como yo lo podria ser. Señalé que esos puntos que menciono no estan en sus argumentaciones, siendo vitales para entender el meollo del asunto y no caer en la propaganda de uno u otro lado.
Y profesor daniel: como profesor es un buen fiscal, por lo que noto. Respecto al pacifismo, lo que yo rechazo es lo que yo llamo "pacifismo como sea" que predomina en nuestros medios por el cual se presiona por el lado "asequible", esto es por el lado donde hay democracia 8o algo de ella) no atreviendose a condenar practicas totalmente mounstruosas como la adoctrinacion de infantes en el odio asesino, como sucede en el lado palestino. Ya publique varios posts al respecto, que por lo visto no ha visto.
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