13.8.06

El espejismo de Caicedo

Abelardo Oquendo, en La República, meses atrás, hizo una mini encuesta que apuntaba a señalar los nombres de los cinco escritores peruanos cruciales del siglo veinte.

Entre quienes luego comentaron los resultados de la encuesta estuvo
Rodrigo Quijano, quien es su brevísima observación anotó que "a diferencia del viejo boom, que era diverso", en la narrativa peruana de hoy "hay algo estandarizado en el lenguaje y en la conceptualización de lo que se ha de narrar".

Y (según añadía
Oquendo en su columna) Rodrigo echaba de menos "a un escritor que, a la manera de Andrés Caicedo en la Colombia de su tiempo, se atreviera a emprender un rumbo distinto".

La idea es sencilla y sin embargo parece objetable desde varios puntos de vista. En primer lugar, hay un paso demasiado rápido de la constatación acerca del boom a la observación referida al panorama nacional: el boom en efecto ofrecía una gran diversidad, pero esa diversidad era evidentemente mayor que la que ofrecían las letras peruanas en particular en esa coyuntura. No olvidemos que en el boom hubo apenas un escritor peruano.

Supongamos, de todas maneras, que podemos extender la apreciación de Rodrigo, de modo que la hagamos válida para el paisaje latinoamericano todo en ambos periodos. ¿Es cierto que la variedad de los sesentas excedía a la de hoy? Una posible respuesta es que sí, que las letras hispanoamericanas de hoy han asumido el lenguaje del boom como base standard, y se arriesgan rara vez a ir más allá de las fronteras que aquellos escritores señalaron. Lo dudo mucho, pero, incluso si fuera verdad, no sería posible decir que el panorama previo era más variado que el actual, sino, en el peor de los casos, que ese panorama no ha cambiado sustantivamente.

Resulta difícil, sin embargo, aceptar que no haya habido expansiones y que están no hayan sido fundamentales. Allí está el realismo enrarecido, influido por el nouveau roman, de las novelas de Juan José Saer; allí la narrativa paranoide de Ricardo Piglia, con ese componente especultativo y esa tendencia analítica que se alejan de Borges a la vez que nacen parcialmente de él; allí está el vitalismo escéptico de Roberto Bolaño, y su comprensión de la literatura como misterio en el sentido criminal y en el sentido místico; allí la exuberancia transgenérica (también en dos sentidos distintos) de las obras de Fernando Vallejo y Pedro Lemebel; allí están la narrativa semiensayística y lacaniana de Diamela Eltit, literatura femenina tan distinta de la de Poniatowska como distinta es la de Poniatowska de la de Ana María Shua, Luisa Valenzuela o Carmen Boullosa, hasta el punto que ni siquiera dentro de ese caprichoso subconjunto parece legítimo hablar de una estandarización.

¿Quiere eso decir que América Latina se salva pero el Perú no? Yo dudo que el panorama de nuestra narrativa en los sesentas y setentas haya ofrecido una multiplicidad que rebase a la contemporánea. A decir verdad, no veo la media estándar que uniforme las obras de escritores como Luis Hernán Castañeda, Mario Bellatín, Iván Thays, Óscar Colchado, Dante Castro, Santiago Roncagliolo, Enrique Prochazka, Enrique Rosas Paravicino, Luis Nieto Degregrori, Edgardo Rivera Martínez y Peter Elmore, para nombrar a un grupo de autores de generaciones diversas y, decididamente, de poéticas divergentes e intereses muy disímiles.

Entiendo que lo que Rodrigo parece esperar (o augurar, o acaso sólo desear) es el advenimiento de escritores que atenten radicalmente contra la norma, o contra la normalidad. Pero primero habría que entender cuál es esa norma, si es que existe, y detectar si acaso no es trasgredida en infinitos puntos cada día, por diversos escritores, no con la espectacularidad de lo experimental, no con una muy evidente subversión formal (de esas que, ciertamente, nunca han ganado concursos literarios, ni aquí ni en ninguna parte), sino con el contrabando de unas poéticas, unas estéticas, unos trasuntos ideológicos que poco tienen que ver unos con otros y entre los cuales es casi imposible detectar una normalización o una estandarización abarcadoras.

Difícil desear la llegada de un Caicedo que lo tansforme todo cuando sabemos que Caicedo, tan envejecidos de pronto como están hoy sus libros, fue tan díscolo en su obra como idiosincrásico, hasta el punto de no engendrar una descendencia. Como Pablo Palacio en Ecuador, Mario Levrero en Uruguay o Juan Emar en Chile. Más productivo parece leer lo que tenemos en librerías y, sin desmerecer a quienes ganan premios internacionales, aprender a ver la enorme diversidad existente en nuestras letras, sin necesidad de salir para ello del mercado local.

Imagen: es espejismo de Andrés Caicedo. Fotomontaje: gfp.

7 comentarios:

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Tampoco he mencionado a Mario Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Alfredo Bryce, Julio Ortega, Mirko Lauer, Rodolfo Hinostroza, Oswaldo Reynoso y Fernando Ampuero, que representan otras tantas aproximaciones distintas a la narrativa en el Perú, y eso para hablar sólo de algunos. Pero imagino que la referencia verdaderamente imprescindible, sin la cual sería imposible comprender las letras peruanas contemporáneas, es Carlos Gallardo. ¿No?

Alarcón me parece un narrador de primer nivel. El comentarista que se esconde tras el seudónimo "Saeta" acaso querrá recordar que cuando yo hablé positivamente de Daniel Alarcón en Puente Aéreo, Daniel era un absoluto desconocido en el Perú, a quien yo había leído, por recomendación de un amigo, en Internet.

Alexis Iparraguirre me parece un estilista interesante, pero creo que sus cuentos suelen perder dirección y convertirse en excusas para el ejercicio lingüístico. A Carlos Gallardo lo he leído poco, pero creo también que ha escrito poco...

Lo que sí es interesante es que la mención de estos otros tres narradores, tan diferentes entre sí, reafirma perfectamente mi argumento acerca de la enorme variedad de nuestra narrativa actual.

PVLGO dijo...

No he leído a Caicedo, pero me gustaría que expliques un poco qué quieres decir con que sus libros han envejecido.

F dijo...

la norma?
mmmh.
puede ser que todos ellos escriben mal.
es decir, escriben 'normal', y no digo que se deba escribir BIEN necesariamente, a veces escribir MAL hace de un texto algo mucho mas interesante, porque rompe con toda esa normativa politicamente correcta (sobre todo en el lenguaje)

Nada mas.

chau.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

No entiendo en lo más mínimo ese último comentario. Y no me refiero al lugar común de los beneficios de "escribir mal", sino a todo el resto del comentario.

Elvis Mendoza Martínez dijo...

Lo objetable en lo escrito por Gustavo Faveron, es el ensayar una crítica a lo sostenido por Rodrigo Quijano, sacando sus declaraciones de contexto. Cuando él afirmaba que: "¿Es correcto pensar que la literatura peruana vive un gran momento por los premios que acaba de acumular, o es más correcto pensar que acaba de ser amaestrada (o incorporada, para decirlo más amablemente) por el canon editorial español? No me cabe duda de que gran cantidad de libreros y lectores están de contentos; pero, a diferencia del viejo boom, que era diverso, hay algo estandarizado en el lenguaje y en la conceptualización de lo que se ha de narrar en esta literatura".

No es correcto ensayar algunas afirmaciones sobre las ideas de Quijano desvinculandolas de su crítica a las últimas novelas que obtuvieron sendos premios literarios en España. A fin de cuenta, Quijano, apunta en especial a ellas.

Pero, admitámoslo, Faveron hace un seguimiento interesante sobre la literatura hispanoámericana después de Boom. Lo que no se puede extender dentro de sus apreciaciones, es la idea de que Quijano afirmé que en nuestra narrativa última no existan discursos y estéticas disímiles, como el bien certifica: Luis Hernán Castañeda, Mario Bellatin, Peter Elmore, Iván Thay... sólo para nombrar a algunos; eso no está en discución y ciertamente Faveron sé que lo entiende así.

Más allá de las diferencias que existen dentro de la escritura de algunos escritores jóvenes y su congeneres, o, de autores de otras generaciones que aún siguen escribiendo, lo que está claro es que las novelas que se piensan confrontan lenguajes y estéticas viejas, no lo son en absoluto; y pensar que las novelas premiadas en el extranjero son algunas de ellas es de una falta de visión desconcertantes.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Me resulta difícil entender lo que escribe Logue. Lo de Rodrigo, en cambio, está claro: si pide o augura la llegada en el Perú de alguien que respesente lo que fue Caicedo en Colombia, es porque no lo encuentra en el presente. Por tanto, Rodrigo piensa que hay que inocular un poco de "variedad" en nuestras letras. Yo digo que la variedad ya está allí. Sólo hay que saber leerla.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

En cuanto a lo de "Malcom": no tengo la menor idea de a qué se refiere. Sólo copio aquí su comentario, por esta vez, para decirle que en este blog sólo entran los que tangan nombre y apellido.