28.8.06

Freak out!

Hay, por supuesto, freaks de circo. No tanto ahora como los hubo en siglos pasados. La humanidad ha aprendido un poquito a no burlarse, al menos no abiertamente, de la monstruosidad ajena.

Pero hay otro tipo de freak, el que lo es no por fuera sino por dentro.

(Separemos los dos grupos por una cuestión metodológica: en verdad se puede ser freak de ambas partes, reversible, por decirlo así. En esos casos lo interesante es saber si la monstruosidad exterior ha determinado la interior, como en los mitos clásicos, o si es la interior la que condiciona a la exterior, como en el melodrama o en Oscar Wilde).

Pero vamos a lo sorprendente. A juzgar por la última frase de una novelita genial de Herman Melville, Bartleby, en la que el protagonista es uno de esos freaks interiores, no siempre ser un freak implica ser radicalmente distinto de los demás mortales.

Porque esa frase final de la nouvelle, que uno no sabe si proviene del narrador o del autor mismo --"Ah, Bartleby!, Ah, humanity!"-- propone la idea de que el mal de Bartleby, es decir, la apatía autodestructiva, la melancolía sobrecogedora, todo lo que lo hace extraordinariamente distinto, puede, en efecto, de cierta forma, ser un rasgo común a lo humano, o, al menos, a lo humano de su tiempo.

Es posible --sugiere Melville-- ser a la vez un freak y la cifra de una nueva normalidad.

Sólo un maestro como el americano pudo engendrar una criatura ficticia que nos sorprendiera al mismo tiempo por su diferencia ridícula y su parecido trágico con nosotros, o con nuestro futuro.

Pero si el freak de Melville es signo del nuevo individuo de su época, incapaz de vincularse fluidamente con el mundo en torno de él, el freak kafkiano del siglo siguiente, cucaracha o escarabajo, Gregor Samsa, es algo peor.

Él también es una metáfora de la condición humana, también es un freak que representa su propio ser idiosincrásico y, sin embargo, nos cifra un poco a todos y nos emblematiza, pero, además, nos repugna, y en cierta forma la pena de su muerte no es tan grande como la tranqulidad que sentimos de saber que ya no existe más. Pero esa, bien vista, es una tranquilidad suicida.

A Bartleby, cuando muere, alguien le cierra los ojos. A Gregor lo dejan podrirse y lo echan a la basura. En las décadas que van de Melville a Kafka, ése es un enorme cambio de actitud.

(Por eso yo, cuando veo una cucaracha, no la piso: la invito a retirarse, le pido que reconsidere su comportamiento, a veces, incluso, últimamente, discuto con ella. Llámenme loco, o si no, simplemente, llámenme freak. Y el que esté libre de culpa que tire la primera manzana).

Imagen: Bartleby con la familia Samsa. Fotomontaje: gfp.

4 comentarios:

Tanque de Casma dijo...

Gustavo, tú eres pata, pero hablar con cucarachas... preferiría no hacerlo.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

No te preocupes, Ernesto. Ya aprendí esa lección.

laveron dijo...

juasssssssss...yo con las cucarachas hablo también, entre otras cosas, porque detesto el "clichhhh" ese que hacen cuando se las pisa
no sé si se entiende...jeje

Ahmed dijo...

La relación que uno pueda tener con una cucaracha siempre es dolorosa, te causa repugnancia pero también le sientes piedad, la mayoría necesariamente la eliminina... es penoso, en serio. Dicen que las cucarachas son los insectos que tienen más años en la tierra. Ahora, hay tantos pero tantos tipos de cucarachas...