Para mí, Naguib Mahfouz ha sido uno de esos escritores a quienes uno parece condenado a conocer, de alguna manera, indirectamente.
La primera historia suya de la que tuve noticia me llegó no a través de un libro, sino de una película, El callejón de los milagros, en una versión de Jorge Fons, con la actuación de Salma Hayek y en cuyo guión trabajó el novelista Vicente Leñero.
La adaptación era más que correcta, aunque por momentos cayera en cierto tedio; era, de todas maneras, una traslación interesante, del escenario egipcio original en la novela de Mahfouz a un Distrito Federal mexicano que parecía acoger la historia con facilidad, tragicomedia, machismo y pobreza incluidos.
Sólo después leí a Mahfouz. Pero lo hice cuando ya estaba yo en Estados Unidos, y en una versión inglesa. El libro fue, justamente, aquel del cual Leñero y Fons habían tomado la historia para su película, una novela que en inglés se llama Midaq Alley. Es decir, no lo leí ni en mi lengua ni en la lengua del autor, y eso siempre deja una sensación de extrañeza, como si uno hubiera visto algo a través de un vidrio demasiado opaco.
Y luego, regresé al cine mexicano para reencontrar a Mahfouz: en una cinta de Ripstein, kilométrica, que supera las tres horas y que se titula Principio y fin; una película que no todos disfrutan, por cierto, como suele ocurrir con las de Ripstein, pero que a mí me parece recomendable.
En fin. Hoy ha muerto Naguib Mahfouz y sus demás libros (la lista es larguísima y se inicia en 1939) pasan a la nómina interminable de las cosas que tengo que leer.
Imagen: Mahfouz se filtra en una escena de El callejón de los milagros. Fotomontaje: gfp.
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