26.8.06

¿Por qué no leemos a Abelardo Castillo?

Ahora que en el Perú aparecen o reaparecen las figuras y los libros de grandes escritores como Carlos Calderón Fajardo, Enrique Congrains Martin o Gastón Fernández, se cae de madura la pregunta acerca de qué es exactamente lo que, dentro de cada generación literaria, determina quiénes han de merecer la fama y quiénes no, o quiénes van a recibirla sin merecerla y quiénes, mereciéndola, no la tendrán jamás.

Un caso notable se da, en América Latina en general, con la obra del argentino Abelardo Castillo. No quiero decir que sea un desconocido ni pretendo sacarme de la manga su nombre como quien sorprende a todo el mundo con algo inesperado: Castillo es un autor respetado, publicado y promovido por grandes editoriales, y relativamente trabajado por la crítica.

Pero esa recepción, que de hecho no alcanza para sacarlo del semianonimato fuera de Buenos Aires, es en verdad minúscula si se considera la calidad de sus libros.

Castillo
no sólo pertenece a la generación argentina que debió vivir a la sombra simultánea de los autores del boom y, además, a la sombra de Borges y Sabato, sino que ha tenido la desgracia de convivir, dentro de su propia generación, con escritores como Juan José Saer y Ricardo Piglia, mucho más favorecidos por el mercado, pese a su evidente dificultad, entre otras cosas porque sus medios predilectos son la novela y no, como en el caso de Castillo, el cuento, un género mucho menos comercial. Inclsuo César Aria, un escritor excéntrico pero que ha reinventado el género de la novela breve, que tanto parece acomodarse a las agendas de los lectores de hoy, ha resultado un autor más atractivo que Castillo.

Abelardo Castillo es autor, también, de unas pocas novelas, que, en claves distintas, han pasado de los temas demoniacos (El que tiene sed) a los divinos (El evangelio según Van Hutten) a través de historias siempre envolventes y cautivadoras pero asimismo --y esto es crucial en su obra-- siempre polémicas, escritas en el borde entre la mostración ficcional y el debate de ideas.

Pero son sus cuentos, reunidos ya dos veces en volúmenes de relatos completos (una vez por Seix Barral y otra por Alfaguara), el lugar de sus mejores esfuerzos. En ellos, Castillo hace algo que los herederos de Borges difícilmente han logrado: conciliar el impulso intelectualista borgiano, sin rebajarlo ni simplificarlo, con una profunda carga de intimismo y de emoción pura: el ajedrez transformado en verdadero drama vital.

Justamente, no por casualidad, el tema de ese juego lo obsesiona. Uno de sus cuentos más admirables, "La cuestión de la dama en el Max Lange", trata sobre el ajedrez. Y cuando escribe sobre el asunto, incluso en ensayos, Castillo parece destilar una emotividad que difícilmente se asocia con el tablero blanquinegro. (Otro caso: su compatriota Guillermo Martínez, en Acerca de Roderer).

Por suerte, Internet no es avara a la hora de publicar textos de Castillo: navegando aquí y allá, pueden encontrar, por ejemplo, sus cuentos "El candelabro de plata", "Las panteras y el templo", "La garrapata" y "La que espera", así como el estupendo "Muchacha de otra parte". Pero lo más sorprendente, sin duda, es que también puede hallarse on line (espero que legalmente) una versión completa de su novela El evangelio según Van Hutten,

Imagen: jugando con fuego: Abelardo Castillo (fotomontaje: gfp).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, Castillo es u nautor qe me gusta mucho pero no puedo encontrar online "la cuestion de la dama..." si sabes de algun lugar podes decirme?

berrueta dijo...

Coincido totalmente con lo expresado por ud. castillo me parece uno de los mejores cuentistas en habla hispana. Lo descubri por casualidad cuando compre en una feria a bajo precio el libro el que tiene sed, y desde ese momento no he parado de leerlo. es mas, no puedo parar... Es inquietante en sus temas y prolijo en lo estilistico. Forma parte DESDE que lo descubri de mi pleyade de autores admirados junto a arlt, onetti y borges.

Anónimo dijo...

http://patriciadamiano.blogspot.com/2009/02/abelardo-castillo-la-cuestion-de-la.html