7.10.06

Incestos peruanos

Del artículo sobre Madeinusa que Gonzalo Portocarrero colocó en su blog días atrás, un par de ideas me quedaron dando vueltas en la cabeza. De pronto las terminé asociando con algo que recordé de la película Días de Santiago, de Josué Méndez. Lo explicaré a continuación. Las ideas de Portocarrero están en el siguiente párrafo:

"Aquello sobre lo que no me cabe duda es que el efecto práctico de Madeinusa es ahondar el abismo social. En efecto, la gente de clase media consume, otra vez, el estereotipo del mundo popular como salvaje. Además el mundo popular recibe una imagen inhabilitante de sí mismo. El mensaje es que la salvación de lo arcaico está en un cambio individual que supone dejar atrás la tradición".

Algunas de esas ideas, de ser ciertas, son tan paradójicas que resultarían trágicas: por ejemplo, que una de las escasísimas oportunidades en que un cineasta limeño recurre a la cooperación de un pueblo andino para crear un producto artístico, y abre la esclusa para los aportes de sus pobladores, el producto sea el ahondamiento de la distancia entre un universo y otro. Pero quizá no sea el caso.

El abismo se abre hacia un lado, señala Portocarrero, cuando el film muestra ante los ojos de la clase media “el estereotipo del mundo popular como salvaje”. La idea es que tal estereotipo surge en la cinta cuando ella “denuncia la incapacidad de esa sociedad [la andina] para ordenar el trasfondo revoltoso e inconforme de la criatura humana”, es decir, cuando se muestra el desborde de todos los tabúes, comenzando por el incesto, en el pueblo.

Mi problema con ese tipo de observación es doble. Por un lado, tiene que una vez más con ese mecanismo curioso que nos hace consumir, por un lado, ficciones sobre nuestra cultura o culturas que juzgamos semejantes como historias sobre individuos y, por otro, ficciones sobre sociedades que percibimos distintas como si fueran siempre historias sobre tipo, historias generalizadoras sobre colectivos, o historias alegóricas.

El incesto en el cine y la literatura europeos no nos parece un diagnóstico social; el incesto en una película sobre los Andes nos parece una descalificación evidente. Y, en el otro extremo, el incesto en una tragedia griega nos parece un comentario sobre el ser humano arquetípico mientras que en una cinta sobre los Andes nos parece una acusación estereotípica contra los andinos.

Ligado a eso está el asunto del silencio obligatorio al que se puede empujar al cine y la literatura con juicios como el que, muy inteligentemente, por cierto, arguye Portocarrero. Me explico. En su entrevista a Gustavo Buntinx, la actriz que representa a Madeinusa, Magaly Solier, afirma esto:

“Yo vi como tres, cuatro hechos de abuso sexual. El padre abusa de su hija, el cura abusa de las fieles pequeñas, el psicópata asesina a niños. Y en el gobierno es igual, tantas autoridades acusadas de violación. Todo esto me desesperaba, pero cuando leí el guión me di cuenta que tenía una oportunidad para denunciar esos hechos”.

¿Tiene un cineasta limeño derecho (o posibilidad) de mostrar (no digamos siquiera denunciar) ese tipo de cosas sin ser acusado de prejuicio, racismo o ahondamiento de la brecha social? ¿Tendría que echarle la culpa a un limeño para salvar su conciencia?

Portocarrero (a diferencia de los idealizadores irreflexivos de lo andino) concuerda en que en el mundo popular esas cosas ocurren, como en cualquiera, pero, añade, “visibilizar estos hechos representa una actitud crítica pues se los presenta como sintomáticos. Es decir, no como casualidades aisladas sino como resultados recurrentes que pone de manifiesto la crisis de la ley y de la autoridad“.

La pregunta es: si esos hechos ocurren, ¿es mejor no visibilizarlos? ¿Se contribuye a no ahondar “el abismo social” fingiendo que ciertas cosas no ocurren en el mundo popular? ¿Y es imposible que exista en realidad una “crisis de la ley y de la autoridad” en el mundo andino?

¿No fue, por ejemplo, la extensión del apoyo a Sendero Luminoso en ciertas partes de los Andes, un fenómeno vinculado con discrepancias entre sectores tradicionales y sectores más expuestos al sistema educativo, y entre las generaciones mayores y los estudiantes escolares y universitarios, y entre, finalmente, padres e hijos? ¿Pueden haberse restañado todas esas heridas tan rápidamente?

Si después de la guerra interna el Perú más occidental cayó en una profunda anarquía, sólo salvada superficialmente por el autoritarismo fujimorista, ¿es enteramente descartable la sugerencia de que el mundo andino atraviese también su propia “crisis de la ley y de la autoridad”?

¿O es que debemos suponer que los Andes son un mundo que no cambia, al que quince años de Sendero y abusos estatales pueden atravesar de lado a lado sin modificar sus estructuras sociales un ápice, sin debilitar la autoridad de sus autoridades ni mellar la fibra moral de sus actores?

¿Por qué la escena del incesto en Días de Santiago, en un escenario limeño, de parte de un padre con todos los rasgos de un criollo popular, un limeño pobre, no llamó la atención de absolutamente nadie entre las personas que ahora señalan con tanto ahínco el incesto en Madeinusa? ¿Por qué nadie lo tomó como una acusación contra un grupo social? ¿O fue justamente lo contrario: que en el caso de esa historia sobre Lima fuimos más comprensivos con el valor simbólico del incesto y sí supimos aceptarlo como cifra de una resquebrajamiento de la ley y la autoridad que, simplemente, nos negamos a ver en el mundo andino, como si ese mundo fuera incapaz de ser transformado por el otro lado de la misma crisis a la que aludía Días de Santiago?

(Unas preguntas adicionales: ¿es la figura del incesto siempre un síntoma de descalabro social? ¿Qué pasa con las cintas Jarjacha: el demonio del incesto de Melinton Eusebio, e Incesto en los Andes: la maldición de los jarjachas (1 y 2) , del huamanguino Palito Ortega Matute: ¿es una denuncia de que “la ley y la autoridad” están en crisis? ¿O es una reelaboración mítica, precisamente, del límite final de esa ley, cuya violación implica castigos y disoluciones? ¿Por qué un artista andino puede usar el signo del incesto para retratar la violación de las prohibiciones en su sociedad y un artista limeño no puede hacer otro tanto?).

Por último, Gonzalo Portocarrero también observaba, en ese mismo párrafo, que en esta película “el mundo popular recibe una imagen inhabilitante de sí mismo” y que ese es el otro factor que contribuye a ahondar el “abismo social”. Yo no sé mucho acerca de algunos temas que, imagino, debería conocer para discutir mejor ese argumento, pero me atrevo a preguntar: ¿acaso el “mundo popular” es tan pasivo como para asumir como verdadera cualquier imagen de sí mismo que le sea dada desde afuera? ¿No es más fácil suponer que, de juzgar la película errada, equívoca o distorsionadora, ese mundo popular simplemente la va a rechazar?

Por supuesto, Portocarrero puede estar refiriéndose a otra cosa: a que, precisamente, el ”abismo social” se ensanchará (aunque sea mínimamente) cuando el “mundo popular descubra Madeinusa como un nuevo ataque, un nuevo vilipendio, una nueva deformación.

Yo soy escéptico ante esa posibilidad, pero creo dos cosas: primero, que, en todo caso, si Madeinusa representara un prejuicio racista habitual en el país, bien harían los afectados en enfrentarse a ese discurso para enfrentar el prejuicio con que se les juzga. Y segundo, que no podemos arrogarnos una bola de cristal para adivinar si eso es lo que la gente de los Andes pensaría en verdad de la película. El único caso registrado hasta ahora, en Canrey Chico, junto a las declaraciones de Magaly Solier, parecen decir todo lo contrario.

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