12.11.06

Borat: sátira hasta las últimas consecuencias


Ojalá llegue al Perú la comedia Borat, un boom incontrolable, una película que no sólo está recibiendo una ola gigantesca de críticas positivas en diarios y revistas de Estados Unidos, sino además una aceptación sui generis, no del todo esperable, de parte del público, y, sin embargo, está siendo objeto, al mismo tiempo, de oposiciones furibundas y reclamos de quienes exigen que la cinta sea censurada (esto último, más en el extranjero que dentro del país, cabe anotar).

¿Cuál es la historia de este mockumentary? Un periodista de Kazajstán llega a los Estados Unidos para filmar un documental, en el que piensa recoger información sobre la cultura norteamericana para presentarla a sus connacionales.


Es un tipo absurdo, con la apariencia de un
Charlie Chaplin afgano y una vestimenta sacada del closet de Miami Vice, pero en blanco y negro. Gracioso, pero también homofóbico, sexista, racista, particularmente antisemita. Y no parece encontrarle nada de malo a la pedofilia o la esclavitud infantil.

La cinta lleva el nombre del supuesto periodista,
Borat, y un largo subtítulo en un inglés más que incorrecto: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan.

El
one-man orchestra detrás de la película, su creador y protagonista, quien representa el papel de Borat Sagdiyev en esta ficción tan incorrecta como hilarante, es un comendiante inglés, judío para más señas, llamado Sasha Baron Cohen.

No hay sesenta segundos seguidos en esta cinta que no contengan una mayúscula incorrección política. Pero decir solamente eso es caer en el lugar común: la corrección política es un asunto muy complejo, porque conjuga bajo la misma etiqueta el tabú conservador y la intención progresista de modificar el prejuicio empezando por modificar el lenguaje del prejuicio. Ha terminado convirtiéndose muchas veces en una reedición del viejo oficio reaccionario de tapar el sol con un dedo. Por eso hay quienes piensan que decir de alguien o de algo que es "políticamente incorrecto" es en sí mismo, necesariamente, un elogio.

(Esa es una tontería. Prohibir que una empleada doméstica se bañe en la piscina del club es tan "políticamente incorrecto" como decir que los judíos son responsables por el conflicto con los palestinos: lo primero suena bastante reaccionario, lo segundo suele ser visto como muy progre en muchas partes del mundo).


Pero en el caso de Borat, la incorrección política no es gratuita: es un riguroso examen del subconsciente del pueblo americano.
Sasha Baron Cohen es un humorista particularmente inquietante, extraño, que combina como nadie la sátira política inteligente (es un graduado de historia en Cambridge, con una tesis sobre el rol de los judíos en el movimiento social negro en Estados Unidos) con la comedia física y el gag casi infantil. El racismo y las demás fobias de su personaje son un reto para la audiencia norteamericana: los defectos de Borat, el personaje, son tan evidentes y grotescos, tan vulgarmente monstruosos, que uno se ríe de ellos porque enojarse sería tan descabellado como compartir sus ideas.

Por eso no parecen equivocarse los críticos que dicen que sólo quienes en el fondo algo tienen de racistas, de antisemitas, de homofóbicos o misóginos pueden ofenderse seriamente con esta cinta, sólo ellos pueden acusar en verdad a
Sasha Baron Cohen de cualquiera de esas faltas: sólo aquellos para quienes un ser como Borat resulta concebible.

Hay aquí en el college una chica de Kazajstán, profesora visitante de ruso. Vio la película hace un par de días. Le pareció divertida, no le molestó la sátira, ni que se apropiaran del nombre de su país. Pero el gobierno de Kazajstán ha prohibido la película por hallarla denigratoria. Y en Rusia, al parecer, ciertos organismos del Estado han planteado ya una censura parecida.

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