Es una verdad grande como un castillo que la etapa temprana de la obra narrativa de Alfredo Bryce fue superior a su segunda mitad. Un mundo para Julius, Huerto cerrado, La felicidad ja ja, Tantas veces Pedro y La vida exagerada de Martín Romaña son libros más homogéneos y logrados que los escritos luego: en la obra posterior de Bryce los brotes de su genial melancolía autoirónica hay que buscarlos en medio de textos a veces demasiado descuidados, demasiado rápidos o demasiado entretenidos con su propio juego verbal. Un poco como ocurre con los libros finales de Guillermo Cabrera Infante.
También es verdad, sin embargo, y eso no suele decirse con frecuencia, que desde cierto momento Bryce dejó de estar tan interesado en contar historias redondas como, más bien, en reconstruir estados de ánimo complejos, y ese es siempre un ejercicio riesgoso, pues en él se sacrifica la anécdota --gran soporte de las primeras narraciones de Bryce--, en beneficio de la interioridad y la emoción. Por eso, los relatos iniciales de Bryce suelen estar construidos en torno a una interrelación (una familia, dos novios, dos amigos, dos amantes), mientras que los más recientes suelen ser introspectivos y girar en torno a personajes solitarios.
Quienes adoran al Bryce cuentista de Huerto cerrado y La felicidad ja ja, sus dos mejores libros de relatos, no podrán agradecer suficientemente el lanzamiento de Cuentos completos I, volumen coeditado por Peisa y Planeta y que acaba de ser puesto en el mercado limeño. Algunos de los grandes momentos de la narrativa breve peruana están allí (Muerte de Sevilla en Madrid, Con Jimmy en Paracas, Eisenhower y la Tiqui Tiqui Tin, etc).
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