Una tercera entrevista a Miguel Gutiérrez, de la que me acabo de enterar por el blog Zona de Noticias, apareció en el diario Correo ayer, y fue obra del periodista Carlos Sotomayor.
Al final de esa entrevista, Gutiérrez demuestra unas dotes de caricaturista que le desconocíamos, al reducir mi análisis de su cuento "Una vida completamente ordinaria" a un simple juego con las iniciales del nombre de un personaje. (El análisis es parte de mi prólogo a la antología Toda la sangre).
La verdad, como sabrá cualquiera que lea el prólogo de Toda la sangre, es que ese es un punto absolutamente secundario (el personaje, Saúl Lobato, no sólo tiene esas iniciales sospechosas, sino que, además, es un maoísta radical cada vez más cercano a la lucha armada: ¿eso también es poco indicio para ligar al personaje con los orígenes de Sendero Luminoso?).
Pero hay algo más: al final de la entrevista, Gutiérrez parece suponer que mi intención ha sido ligarlo a él, maliciosamente, con Sendero Luminoso, a través de esa interpretación del cuento.
Aquí hay que decir que nadie jamás será capaz de vincular el nombre de Gutiérrez con el de Sendero Luminoso con tanta eficacia como lo hizo el mismo Gutiérrez en sus ensayos de años atrás, cuando rescataba a Abimael Guzmán como el pensador crucial de su generación.
Por supuesto, nadie --al menos, yo no-- entiende esa vinculación como una pertenencia. Y, de hecho, quien lea mi prólogo sin suspicacias gratuitas, verá claramente que mi texto habla sobre los intelectuales de izquierda que se vieron impulsados a deslindar con Sendero Luminoso, y es en ese terreno que elaboro mi lectura del cuento de Gutiérrez.
El hecho es que el análisis del cuento se sostiene sobre muchas razones, más allá de la circunstancial de las iniciales del personaje (que, por otro lado, el prólogo sugiere como posibilidad, no da como hecho: la crítica es especulación). Y jamás propongo el relato como una "premonición" de la guerra, como dice Gutiérrez, sino como una exposición de la tensiones interiores de la izquierda en el momento en que algunos de sus actores empezaban a inclinarse por salidas radicales.
Ahora bien: ¿querrá decir Gutiérrez que eso no tiene nada que ver con su cuento? ¿O quérra decir que ese proceso de los años setentas nada tiene que ver con lo que sucedió desde 1980?
Jamás entenderé a los miopes que quieren hacerle creer a la gente que la violencia peruana de los años ochentas y noventas no tuvo su propia prehistoria, que es ilícito buscar sus orígenes en el periodo previo.
Por lo común, esos razonamientos vienen de trincheras conservadoras. Pero ahora resulta que, precisamente alguien con un sostenido afán de cambio y una notoria preocupación historicista (o historizadora, para que no suene a crítica), como Gutiérrez, quiere sugerir que no tiene sentido antologar cuentos de los años setentas dentro de un esfuerzo mayor por entender la génesis de un fenómeno que se hizo evidente en los ochentas pero que, obviamente, se estuvo cultivando desde antes.
Imagen: tomada del blog Zona de Noticias.
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