17.1.07

Atando cabos

No es sorprendente que la revista Omnibus publique una reseña de mi antología Toda la sangre. No es sorprendente que tal reseña sea de Mario Suárez Simich, porque Suárez Simich no se pierde una cuando se trata de soltar tres o cuatro lugares comunes acerca del tema de la violencia. Tampoco sorprende que sea una reseña negativa (aunque no hubiera estado de más consignar un par de razones coherentes).

A decir verdad,
nada en absoluto me sorprende de esa reseña, excepto el hecho de que la revista Omnibus la ilustre con una foto trucada extraída directamente de un blog basura, foto que es muy ofensiva con respecto a las víctimas del atentado de la calle Tarata (y ofensiva hacia mí, por supuesto), y cuya aparición en la revista delata a las claras cuál es el vínculo común entre algunos de los colaboradores peruanos de Omnibus y gente como la que hace los blogs basura: la falta de escrúpulos.

¿La reseña? La reseña, en un primer momento, poco menos que exige la inclusión en mi antología de toda la literatura peruana desde Angélica Palma en adelante. Una elongación más del cerebelo y Suárez hubiera reclamado la presencia de Huamán Poma... El texto contiene maravillas del descosimiento intelectual, de las que quiero dejarles un par de ejemplos brevísimos. Consideren este párrafo:

"Desde
Marco Yauri Montero (1930) a Sandro Bossio Suárez (1970), cinco generaciones de narradores peruanos, procedentes en su mayoría de diferentes tendencias, inician, a mediados de los 80, la producción de un tipo de narrativa histórica que va a estar condicionada también por el fenómeno de violencia".

Veamos todo lo que se puede decir en cuatro líneas. Primero, que en el último medio siglo el Perú ha producido cinco generaciones de narradores (un record mundial, sin duda). Segundo, que esos narradores procedieron
en su mayoría de diferentes tendencias (los otros procedieron, seguramente, de tendendicas iguales). Tercero, que entre esos narradores hubo alguno nacido en 1970 que ya a mediados de los cohenta producía "narrativa histórica" condicionada "por el fenómeno de la violencia".

Suárez Simich, como suele ocurrir con quienes no tienen ideas propias, tiene un lema que sigue a pie juntillas. Es, más precisamente, una pregunta retórica: "¿Qué es la narrativa peruana sino una crónica de la violencia?". A partir de esa noción, que no contribuye a nada más que a simplificar cualquier problema, y a colapsar cualquier sistematización de nuestra historia, Suárez acaba concluyendo, claro está, que la antología es incompleta. ¿Cómo podría no ser incompleta, si su tema es redefinido como toda la literatura peruana?

Pero entonces viene lo más alucinante:

"Determinadas circunstancias han hecho que la marginal y vilipendiada tendencia aparecida a mediados de los 80 y a la que algunos llegaron a calificar como "apología del terrorismo", se encuentre hoy de moda. Esto ha generado en esos mismos la urgente necesidad de "subirse al carro" de la modernidad. Una comparación entre la primera antología sobre esta temática, El cuento peruano en los años de la violencia de
Mark R. Cox con Toda la sangre realizada por Gustavo Faverón puede servir de punto de partida para saber si este autor ha acertado con las nuevas incorporaciones ya que en su prólogo no las justifica".

¿Alguien puede desentrañar el sentido de esa catástrofe de la lógica? Yo puedo:
Suárez Simich es de aquellos que piensan que sólo desde una paporreta prehistórica como la suya se tiene derecho a hablar del tema de la violencia política. Cualquier peruano que reflexione hoy sobre ella (y no lo haya hecho a mediados de los ochentas, es decir, en mi caso, cuando estaba terminando el colegio y entrando a la universidad), no tiene ya derecho a decir nada.

Pero lo increíble es esto: tras haber dicho que hay poco menos que centenares de obras que podrían bien haber sido incluidas en una antología como esta,
Suárez Simich concluye que cualquier antología que no sea idéntica a la de Mark Cox, debe probar su inocencia (¿de qué?) o ser considerada culpable para siempre. Luego de dieciséis párrafos argumentando que el tema es mucho más amplio de lo que parece, postula que los textos que no estén en el libro de Cox no tienen, en principio, razón de estar en otra antología de temática similar.

Ah, pero claro,
Suárez Simich hace una salvedad: no afirma contundentemente que esos textos no merezcan ser incluidos. Dice que si alguien se toma el trabajo de leer y comparar, se podrá saber si la inclusión es justificable o no. Uno esperaría que Suárez Simich, en lugar de hacernos perder el tiempo con su antipática pataleta y su alegato de coto cerrado, se hubiera dado el trabajo de hacer esa lectura y esa comparación. Mala suerte: para eso haría falta un crítico; será para la próxima.

El centro del problema es éste: en el discurso destructivo de la ultraizquierda que ya mucho destruyó en el país, existe una entidad hiperabstracta e inasible, llamada "la violencia", que no es responsabilidad de nadie más que del orden establecido o del Estado. Nunca de Sendero Luminoso. Jamás. Cuando alguien, como yo en la antología y el prólogo, habla de una violencia particular, de un conflicto particular y de unas responsabilidades particulares, además de las del Estado, esa ultraizquierda tartamuda recobra la voz, pero sólo como lo hacen los viejitos misántropos en las películas de los años cincuenta: para expulsar al invasor, echarle llave a la puerta, asegurarse de que nadie turbe el propio sueño de las culpas negadas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Con ese foto–montaje el articulo, (y por qué no, la revista) se mete un disparo al pie.

Anónimo dijo...

EN EL ESTOMAGO MEJOR. O EN TODO CASO EN SU PANZA FOFA. EN SU CABEZA DE RATON GORDO!!!!!SIMICH ME HACE RECORDAR A ESE COMPAÑERO DE COLEGIO QUE LO SABIA TODO, CUANDO NO SABÍA NADA. ESOS QUE SE LLENABAN LA BOCA EN EL RECREO DE GALLETAS FIELD Y NO PODÍAN HABLAR, SUDANDO EN LAS PATILLAS, DE SU CABEZOTA RECIEN CORTADA EL DOMINGO EN LA PELUQUERIA DEL AMIGO DE PAPÁ

¿A QUE SI?

Anónimo dijo...

Es un montaje de muy mal gusto, y ofensivo para las víctimas de la violencia. Además tergiversa el sentido misma de la antología. Hay algo de calumnia ahí.