Casi alcanzo a ver la película de un solo tirón: al final me quedé dormido y desperté casi disuadido de continuar. Pero sí lo hice, afortunadamente. Porque las cosas más raras de The Royal Hunt of the Sun, la cinta de Irving Lerner (1969) ocurren al final.
No les voy a contar todo el argumento, pero sí tenía ganas de mostrarles unas cuantas imágenes que he tomado directamente de la pantalla.
Comenzando, cómo no, por la pinta de Christopher Plummer (izquierda) en el papel de Atahualpa, vestido en su primera aparición con una suerte de gigante escarapela blanquirroja detrás de cada oreja, como las alas de un murciélago-piñata.
Plummer hace uno de los papeles más ridículos que le he visto a una estrella de Hollywood jamás: uno no sabe si quiso retratar a Atahualpa como un idiota, un alucinado, una suerte de Nerón pasado al retiro y transladado a Cajamarca para las vacaciones de verano, o un drogadicto pasado de vueltas.
El personaje, salido de la imaginación del autor de la obra teatral, Peter Shaffer, tiene mucho de exotismo, algunos rasgos tomados de los libros de crónicas e historia de la conquista (como la escena en que posa el oído sobre la Biblia para escuchar la palabra de Dios), y también, curiosamente, arranques de genialidad: "tú eres el único rey en esta habitación", le dice al secretario de Pizarro, tras descubrir la existencia de la escritura y comprobar que, en el grupo que forman Pizarro, el secretario y él mismo, sólo el secretario domina el secreto de las letras.
Pero Plummer lo allana todo al nivel de la caricatura, al interpretar al inca con un insoportable exceso de idiosincrasias, rarezas y peculiaridades: habla solo, murmura, grita y aúlla de pronto, baila acrobáticamente danzas que parecen artes marciales de Oriente antes que ritmos andinos, jamás fija la vista en nadie, sus emociones se tranforman en espasmos y tics, su voz en una serie de quiebres, gallos y difuerzos, y su quechua... Bueno, su quechua no es quechua.
Y pasada la escena inicial de Atahualpa, la del sombrero de escarapela, el director y el director artístico parecen ponerse de acuerdo en convertir al personaje en una mezcla de apache hollywoodense y Tarzán, el rey de los monos: de pronto, pese a que los sacerdotes incas y los nobles de la corte imperial siguen ataviados con vestidos sofisticados y multicolores, Atahualpa ve su vestuario reducido a un taparrabos.
Para ser completamente justos, hay que decir que hacia el final, cuando las cosas se vuelven completamente locas en el relato, lo del taparrabos, casi paradójicamente, adquiere cierto sentido: hacer de Atahualpa un personaje trágico que, en el trance de la muerte, parece un Cristo crucificado.
No es meramente una interpretación mía: es una idea explícita en la cinta: Pizarro (Robert Shaw, a quien ven en las fotos de la derecha), empieza a sentir en algún momento que Atahualpa es realmente una suerte de Dios, o el hijo de un Dios, y que, al traicionarlo y ocasionar su muerte, él, Pizarro, se está convirtiendo en un nuevo Judas.
De hecho, la condena de Atahualpa, aunque incluye el voto de la totalidad de los jefes invasores, parece también el fruto de un acuerdo entre Pizarro y el inca, ambos convencidos de que Atahualpa será capaz de resucitar al tercer día de su martirio.
La escena del garrote (que está aquí en la última serie de fotos, a la izquierda), tiene por eso la composición de una crucifixión: si el director no se atreve a extender los brazos del personaje hacia los costados, eso es lo de menos: la cruz se sobrepone a Atahualpa varias veces antes, durante y después del momento de la muerte: en la espada que Pizarro aprieta entre las manos cuando lo condena (arriba), en el manubrio del garrote que va rotando por detrás del cuello del inca, etc.
Y cuando, al final, Atahualpa, agónico, grita "Inti, Inti", entendemos que su rol en la película ha sido el de un Jesús traicionado al que su padre, de hecho, sí ha abandonado de verdad, y no sólo aparentemente, como ocurre con el Jesús original en el relato bíblico. Traicionado, Atahualpa, no tanto por Judas, sino por Dios.
Pero incluso si esa idea es interesante, la puesta en escena del director es pobre, el manejo de la fuente histórica es lamentable, y, claramente, la construcción del personaje, sobre todo su encarnación final por parte de Plummer, es, por decir lo menos, risible, si no ridícula.
Me intriga, eso sí, cómo fue filmada la película: hay muchos espacios que son obviamente sets que intentan reproducir la apariencia de templos y fortalezas incas, pero también un par que parecen serlo en verdad, y no son pocos los personajes secundarios que sí hablan quechua, además de que la larga procesión que acompaña a Atahualpa en la escena de la captura del emperador tiene la pinta de haber sido montada con la participación de un grupo no muy distinto, en indumentaria y coreografía, de los que suelen participar en ceremonias del tipo del Inti Raymi cusqueño.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
3 comentarios:
jajaja...si pues, misterioso ese Atahualpa, medio afeminado, demasiado solemne e histrionico. El verdadero era mas astuto y al igual que su hermano, aunque no tan paranoico, muy despierto politicamente. Se hace ademas referencia a la leyenda sobre la madre exotica del inca, demostrada falsa actualmente.
¿No es esta la misma película que comentaba García Márquez en algún lugar de su monumental obra periodística publicada por Oveja Negra? Me parece que sí. Y sus comentarios al respecto son absolutamente lapidarios.
Yo la vi. La han pasado en televisión nacional hace un buen tiempo (aprox. 10 años) Estoy casi seguro que fue el canal 7 en su horario de domingo por la tarde. El canal de todos los peruanos.
Publicar un comentario