Una observación sobre historias rioplatenses
La obsesión por la enfermedad abunda en la narrativa rioplatense. La ceguera, por ejemplo, es crucial en las novelas de Sabato; es una sombra pendiente en textos de Borges como "El otro" y, con una enorme vitalidad simbólica que iguala ceguera a introspección e introspección a florecimiento de la ficción, en el homenaje homérico de "El hacedor".
La idea de infección, que aparece en Cambaceres y en Felisberto Hernández, es la espina dorsal de cuentos como "El sur", de Borges nuevamente, y "La noche boca arriba" de Cortázar. No es mera curiosidad que en ambos casos el accidente que causa la septicemia sea el origen de un desdoblamiento.
La deformidad física atraviesa novelas como Wasabi, de Alan Pauls, y cuentos como "El jorobadito", de Roberto Arlt. El enanismo afecta a personajes de éste último como a ciertos protagonistas de Silvina Ocampo y a muchos de Rodolfo J. Wilcock.
La obesidad mórbida es el rasgo que distingue a la antiheroína en una historia memorable de Guillermo Martínez; la tuberculosis se traga las vidas de la mitad de los personajes malvados de Cambaceres y no pocos de Horacio Quiroga, y arrincona en clínicas y retiros a algunos de Onetti.
En Quiroga, además, son hereditarias la demencia y el autismo, y en algunos de sus cuentos más feroces (como "El perro rabioso") la misma animalidad es un virus transmisible, como en las ficciones europeas sobre los hombres lobo.
Ese último punto es importante: en la inmensa mayoría de los textos narrativos que he enumerado rápidamente, la enfermedad transforma al ser humano en salvaje, en bestia: el Rigoletto de Artl, los cuatro niños enfermos de Quiroga en "La gallina degollada"; la mujer-útero-caníbal de Martínez, vagina dentada si las hay; los enanos asesinos de Wilcock y Ocampo.
En una tradición que nunca ha huido del tema del monstruo y el antropófago ("La casa de Asterión" y "There Are More Things", de Borges; El entenado de Saer; las ficciones de El caos de Wilcock; las cruzas insoportables de Gorodischer; los mordisqueantes criminales de Lamborghini, la mujer-vampiro de Pizarnik), el dato no parece irrelevante.
Que la monstruosidad sea producto de la enfermedad es significativo porque implica que se la concibe como un estadio en un cierto proceso, cuyo punto de partida es el ser humano normal: cualquiera de nosotros. Los personajes "normales" de la mayoría de estos cuentos (los que hablan de enfermedades) no se suelen enfrentar propiamente a monstruos sino a otras personas que han devenido monstruos. La monstruosidad, por lo tanto, no es una suerte de diferencia radical, sino una pendencia, casi un accidente, una afección.
La ficción rioplatense busca al monstruo en uno mismo: adentro, allí donde nacen y pegan el salto los conejitos de Cortázar en "Carta a una señorita en París", como siguiendo la nunca escrita pero tantas veces comprendida máxima borgeana según la cual el otro es el mismo.
Imagen: Roberto Arlt.
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3 comentarios:
A Wilcock lo escucho mencionar cada vez más, como si estuviera en pleno revival o algo así. ¿Vas a escribir algo sobre él en algún momento? ¿Hay como encontrar sus libros en Lima? (Yo vivo en Arequipa, pero los puedo encargar).
Al anónimo: los argentinos andan continuamente descubriendo o redescubriendo escritores de su tradición y poniéndolos sobre el tapete. En el Perú eso es algo que podrían ponerse a hacer las editoriales jóvenes independientes que están perdiendo la viada en estos últimos meses.
Las editoriales jóvenes peruanas fueron flor de un día. No puede sobrevivir todo un fenómenos si sólo aparece un escritor que vale la pena y me refiero a Luis Hernán Castañeda.
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