Cierto pasaje de una novela polaca
En España, en los años sesenta, seguramente debido a la censura franquista, Seix Barral publicó la novela Pornografía, del polaco Witold Gombrowicz, con el título La seducción. Leí esa versión la semana pasada; el libro es notable en general, pero hay un pasaje que me llamó la atención especialmente.
Es el año 1943, en la Polonia ocupada por los nazis. El protagonista, Witold, y sus amigos, la mayoría escritores y artistas plásticos, han dejado Varsovia temporalmente y una tarde entran en la populosa Cracovia, ciudad por la que no han pasado en varios años. El personaje describe lo que ve: la ciudad está perfectamente normal, es la misma de siempre, tiene la misma vitalidad y está atravesada por el mismo ajetreo de costumbre.
Algo falta, sin embargo; algo le da a las calles un no sé qué inefable que atraviesa de angustia al personaje, pero que el personaje no sabe reconocer. No en un principio, al menos. Pero luego se da cuenta: todo está igual pero en las calles no hay judíos. Ninguno; ni uno solo.
En ese pasaje de la novela, el horror no es mencionado: se abre como un agujero de silencio y pánico trascendente, como un vacío y una precariedad que ahueca las apariencias y expresa la fragilidad del mundo bajo la opresión fascista y el oprobio del genocidio. Es otra forma de hablar sobre la violencia.
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4 comentarios:
muy atinado este apunte literario. En efecto; hay quienes no quieren enterarse de que hay formas sutiles y más poderosas de acercarse al asunto de la violencia. El gesto avezado, la vociferación, el insulto-vómito y la melodía caótica de la bilis no son los únicos, y ni de lejos, los mejores caminos.
Interesante. Una técnica para expresar algo sin mencionarlo: El silencio de lo obvio. De lo que debió estar y no esta. De una manera me hizo recordar un pasaje del cuento creo que se llama ” El Márquez y lo gavilanes” de Ribeyro: Un día que el marquez pasea por una calle del centro de Lima ve un indio, y decide no volver a pasar por ahí. Es lo contrario. El de ver lo que no debió estar. Lo que rompe la normalidad. Dos formas opuestas de aparheid, de violencia soterrada.
Un abrazo
Omar Viveros
Gracias por el comentario.
Para ser precisos, lo que ve el protagonista de "El marqués y los gavilanes" es a un empresario de una familia de burgueses enriquecidos, que ocupa su mesa en un restaurant aristocrático.
Disculpe señor; pero no me refería los burgueses enriquecidos; sino a esta parte. La cito tal como es:
" A cada uno de los regresos encontró a Lima más fea, sucia y plebeya. Cuando avistó los primeros indígenas con poncho caminando por el jirón de la Unión hizo un nuevo juramento: no poner nunca más los pies en esa calle. Lo que cumplió al pie de la letra, amurallándose cada vez más en su casona, borrando de un plumazo la realidad que lo cercaba, sin enterarse nunca que un millón de provincianos habían levantado sus tiendas de esteras en las afueras de la capital y esperaban pacientemente el momento de apoderarse de la Ciudad de los Reyes"
El MARQUEZ Y LOS GAVILANES
Julio Ramón Ribeyro
Le agradecería que lo apuntara. Creo aclara la idea.
Omar Viveros
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