4.9.08

Borges enseña autodefensa

Una traducción libre de un texto de Susan Schorn

Cuando estaba dictando el curso sobre Borges y lo borgeano en Stanford, hace unos meses, una estudiante me hizo llegar un texto muy divertido que encontró en internet, en la página web de la extraordinaria revista McSweeneys (donde, dicho sea de paso, acaba de aparecer un nuevo cuento de Daniel Alarcón, titulado The Thousands, editado como un librito independiente entre los ocho que componen el último número de la extraña revista).

El texto relacionado con Borges era obra de Susan Schorn, y se titulaba "Borges Teaches Self-Defense". Se trata de una parodia del lenguaje borgeano aplicado a un tema más bien trivial (o que produce una literatura trivial: los manuales de defensa personal).

Esta mañana he practicado una rápida y bastante libre traducción del relato, que copio a continuación:

Borges enseña autodefensa

Por: Susan Schorn

Aquellos que escriben sobre defensa personal inevitablemente caen en el error de no celebrar lo misterioso y lo múltiple. Son escribas que imaginan la seguridad como una letanía banal de proscripciones: no te arriesgues a salir solo en la noche, evita el contacto visual con extraños, lleva siempre en la mente una imagen de Shakespeare a caballo sobre un potro lisiado. Estos autores cometen un deplorable desliz, dado que depositar las esperanzas de seguridad de un individuo en la invariabilidad de los objetos es incurrir en la falacia del realismo y la inefable meta de los fabricantes de gas pimienta. En lugar de ello, uno correctamente percibe la seguridad en la elaboración de nuevos y nunca soñados senderos, senderos engendrados por el laborioso emplazamiento de nuestros pies en algún lugar del mundo, de los muchos divergentes y proliferantes mundos en los cuales uno puede ser acosado o asaltado. De la posición que asumamos puede derivarse cualquier acción, o todas las acciones. Encogerse de hombros o inclinarse hacia un lado, así, o pararse de modo menos que heroico: estas cosas usurpan el poder de un omnipotente emplazamiento. Usar tacones altos tampoco ayuda. Los zapatos chatos son mucho más estables y buenos para los tobillos.

Enumeremos, entonces, la multiplicidad de lugares donde la forma humana es vulnerable. Los ojos. El tejido blando de la garganta. La nariz y el terso labio superior. Los dedos, asombrosamente frágiles y expuestos. La entrepierna. La absurda rodilla, notoriamente falaz. Los dedos de los pies. Nótese también la curiosa paradoja de la coexistencia de estos fáciles blancos con una miríada de armas corporales. El codo. Las uñas. La cara frontal de los dos primeros nudillos de la derecha mano. El talón del pie. La arqueada curva detrás del cráneo. La base de las palmas. Los dientes, si uno no es en exceso reticente. Las posibles combinaciones de estas armas contra las humanas debilidades son innumerables.

Ahora, habremos de representar una o dos.

Imagine que, en el año 1934, usted regresa de la casa de su amigo Carolus Ernst, donde se ha encarnizado en una feroz y discordante disputa relativa a una traducción corrupta de Herodoto a partir de un manuscrito persa. Súbitamente, en las cercanías de un callejón no registrado por la urbanística, un extranjero alto de rasgos afilados con ojos grises y barba gris se aproxima y lo toma por la mano izquierda. El tiempo se detiene, revelando su irrefutable trivialidad. Derivada de este ataque, surge la posibilidad de respuestas ilimitadas, incesantes.

He aquí la estrategia práctica y tripartita que recomiendo. Usted habrá de golpear a este atacante con el arma más dura de la cual disponga. Acaso es un codo. Acaso es la edición de 1847 de The Encyclopedia of Celestial Navigation. Acaso es una pequeña y extraña ave de infinito plumaje, o una monstruosa herramienta de hierro usada para acuchillar a la tortuga sagrada en las salvajes junglas de Uln. Acaso es todas estas cosas a la vez. Depende, finalmente, de su vocación y sus talentos, y asimismo de las dimensiones de la cartera que uno lleva. Decididamente, usted debe también despertar alarma. Mientras golpea, usted habrá de gritar vocablos oprobiosos, proponer una polémica sobre el apresamiento de las muñecas, inventar un lenguaje hablado únicamente por aquellos que luchan por ganar el libre movimiento de su brazo izquierdo. Uno puede decir, por ejemplo, “No”, o “Suélteme”, o, concebiblemente, “Mira la luna elevándose sobre las pirámides”.

Una vez que ha producido el golpe, usted habrá de rotar su capturada mano en un giro radial alrededor del eje del antebrazo de su atacante, produciendo la negación de su atenazamiento en virtud de la falibilidad del dedo pulgar. El atacante, sorprendido por la articulación de su respuesta, y falto de aliento debido al aplastamiento de su laringe, da un paso atrás, alejándose de usted, como si estuviera ante la presencia de quinientos ángeles de tonos rojizos que descendieran por una escalera de ébano. Ahora, corra.

Muy bien. Reverentemente aplaudo sus esfuerzos.

Es conjeturable que uno no desee golpear al asaltante. Esto puede atribuirse a un exceso de compasión, a una melancolía impenetrable o quizás a oscuros e indescifrables compromisos religiosos. En los espejos del azar, muchas reacciones se reflejan. Los diversos corredores de acción se bifurcan, usted puede fatigarlos todos o ninguno. En vez de luchar, usted puede elegir orar, declararse invisible, recitar las trece lamentaciones de Ramón Beckjord, fingir idiotez, pronunciar místicas predicciones acerca de hombres sin nombre en tres ciudades anónimas. Todas las respuestas son válidas. Es una buena idea practicarlas en casa cada vez que le sea posible; esto va construyendo su autoconfianza.

Había proyectado concluir nuestra sesión de hoy con una parábola acerca de un tigre y un ruiseñor, pero veo que se nos ha terminado el tiempo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena!

Anónimo dijo...

no pongo mi nombre por figuración, ni me quiero colgar de la "fama" de los demás, pero el sr. thays censuró un comentario que le hice llegar. No entiendo sus razones.
Les dejo mi modesta opinión:

Sr. Thays. Si me permite intervenir con mi opinión en su blog. Creo que cuando uno está en la otra acera no hace falta insultarlo o utilizar un lenguaje de baja estofa. Hay gente, como el crítico Faverón, que reconoce la valía de la extensa obra de Gutiérrez. Habrá gente que en el mediano o largo plazo reconocerá su todavía pequeña obra (hablemos en términos cuantitativos y cualitativos, si me permite). Y seguramente habrán otros que gustarán de la obra de ambos pese a la ancha franja que los distancia. Sus gustos literarios nadie se los cambiará, cada quien lee a quien mejor le parezca, pero hay una palabra que se llama RESPETO. Si busca usted respeto por su obra, empiece por respetar la obra de los demás. Con mayor razón si hablamos de un escritor a todas luces canónico. Nadie es intocable. Espero que estas breves líneas no sean incomprendidas por usted ni por sus muchos lectores. Todo lo contrario, busco una respuesta que tenga algo mejor que un “chucha”. Usted está para cosas mejores. Creo que no me equivoco. Dígame usted mismo si estoy equivocado.

Pedro Ochoa Jara
Estudiante de Filosofía PUCP

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Te ruego que envíes tus comments a lugares donde se esté hablando de ese tema, no a este post que, obviamente, nada tiene que ver con aquello a lo que te refieres. Es una cuestión de orden, simplemente.

Anónimo dijo...

Buenas las dos versiones, muy sutiles.

Coco Lucho dijo...

Borges enseña autodefensa verbal:

Arte de4 injuriar

Anónimo dijo...

“lleva siempre en la mente una imagen de Shakespeare a caballo sobre un potro lisiado”

Y esto ¿qué es?

Anónimo dijo...

julio cesar