(Viene de aquí...)
Escribe el profesor Huamán:
“Faverón, sin establecer exactamente qué significa para su trabajo el término ‘‘política’’, relaciona permanentemente la producción literaria con los acontecimientos de la llamada guerra popular o interna... En el inicio del trabajo, el autor formula una idea de justificación: «La necesaria recaptura de la sensación de que nuestra historia ha salido del hoyo negro de la guerra es una de las tareas que la literatura ha tomado para sí, como tomó antes la labor de dar cuenta de la guerra misma». Es decir, la palabra política se usa en sentido referencial para aludir a los sucesos o acciones violentas del período 1980-2000. Ello pertenece –según el crítico– a las funciones que debe cumplir la literatura. Esta prioridad dada a estos hechos violentos para atribuirles exclusivamente una condición política nos plantea un conjunto de dudas y discrepancias. Evidentemente, la antología ha excluido un vasto conjunto de sucesos que, sin estar orientados hacia la toma violenta del poder o su conservación, tienen innegablemente una raigambre política que también forman parte de la historia de nuestra nación… Maltratos y violaciones a miles de mujeres, explotación laboral de niños y adolescentes, desamparo y represión contra adictos o enfermos, castigo y abuso de estudiantes, discriminación y exclusión de minorías étnicas son ejemplos de violencia cuya naturaleza es esencialmente política. ¿Por qué, si la literatura tiene la tarea de dar cuenta de la violencia política, tendría que excluir o ignorar estas manifestaciones?”.
El profesor Huamán no debería perder tiempo en elaboraciones inconducentes, ni apurarse tanto a señalar como ausentes temas que están presentes en la antología. Es curioso que, en el mismo párrafo en que especula sobre la carencia, en mi introducción a Toda la sangre, de una definición explícita y problematizadora del término “política”, él use indistintamente los términos “guerra popular” y “guerra interna”, como si esas etiquetas no fueran discutibles, fueran intercambiables y no implicaran ópticas discursivas radicalmente diferentes: “guerra popular” es un término tomado del léxico senderista, y supone una concepción de la guerra como instrumento de liberación revolucionaria en manos del pueblo en armas; “guerra interna” es el término más común en el uso de la sociedad civil, sustentado en las evaluaciones de la Comisión de la Verdad. No son equivalentes, no son intercambiables, no son inocuos, no son lo mismo: cada uno de esos términos construye su referente desde discursos divergentes.
El profesor Huamán parece sorprenderse de que yo use el término “violencia política” para referirme a “los sucesos o acciones violentas del periodo 1980-2000”. Para cualquier otro lector será claro que hablo de “violencia política” con la intención de aludir a un subconjunto de la compleja red de violencias entretejidas en el cuerpo social y en la historia del Perú. Es decir, en particular, a la violencia que fue consecuencia del enfrentamiento radical entre entidades que enarbolaron cada cual un cierto discurso ideológico, unos ciertos principios, unos ciertos objetivos y que pretendieron hacerlo en defensa explícita de ciertos ideales: la toma del poder y la construcción de una sociedad regida por los principios del maoísmo, por un lado, la reivindicación de la legitimidad del Estado y los presupuestos de la nacionalidad integradora y de la democracia representativa, por otro lado. Por supuesto, de más está debatir aquí hasta que punto fue real el compromiso de los implicados con esos principios: ese no es el punto de esta discusión.
El profesor Huamán enumera una serie de temas que, según él, forman también parte del asunto de la “violencia política” y que Toda la sangre no toma en cuenta. No quiero creer que el profesor Huamán critique el contenido de la antología sin haber revisado los textos que reúne, pero resulta llamativa su nómina de olvidos: “maltratos y violaciones a miles de mujeres, explotación laboral de niños y adolescentes, desamparo y represión contra adictos o enfermos, castigo y abuso de estudiantes, discriminación y exclusión de minorías étnicas”. Una simple mirada a los cuentos seleccionados habría de descubrirle al profesor la presencia del tema de los “maltratos y violaciones a miles de mujeres” en “Cirila” de Carlos Thorne; el asunto de “la explotación laboral de niños y adolescentes” en “Adiós Ayacucho” de Julio Ortega; el tópico del “castigo y abuso de estudiantes” en “La guerra del arcángel San Gabriel” de Dante Castro, la temática de la “discriminación y exclusión de minorías étnicas” en “El cazador” de Pilar Dughi o en “Arrasados” de Zein Zorrilla, y eso por mencionar sólo un puñado de ejemplos.
Lo que no hace Toda la sangre es perder de vista los límites de su corpus y el interés de su investigación, referida no a todas las formas de violencia que podamos vincular con la estructura social y los discursos políticos implícitos que atraviesan esa estructura, sino solamente con los que se inscriben en el campo de lo que dos párrafos arriba he definido como “violencia política”. Lo que el profesor Huamán parece pedir no es una complejización del corpus de la violencia política, sino su evaporación: la narrativa peruana que alude a la violencia social del país es casi el cien por ciento de nuestra tradición ficcional, desde las Tradiciones de Palma hasta Un mundo para Julius y desde El sueño del pongo hasta Puta linda; relajar las fronteras del corpus implicaría extinguir la posibilidad de encontrar en nuestra narrativa las sugerencias de evocación, interpretación y representación que los autores han construido en sus obras sobre el tópico singular de la guerra interna.
Mi colega cita el siguiente fragmento de mi introducción a Toda la sangre: “La necesaria recaptura de la sensación de que nuestra historia ha salido del hoyo negro de la guerra es una de las tareas que la literatura ha tomado para sí, como tomó antes la labor de dar cuenta de la guerra misma”. Y a partir de esa referencia, extrae la siguiente conclusión:
“Es decir, la palabra política se usa en sentido referencial para aludir a los sucesos o acciones violentas del período 1980-2000. Ello pertenece --según el crítico-- a las funciones que debe cumplir la literatura. Esta prioridad dada a estos hechos violentos para atribuirles exclusivamente una condición política nos plantea un conjunto de dudas y discrepancias”.
Ambas afirmaciones son apresuradas y finalmente erróneas. Lo que yo digo, pienso que con suficiente claridad, es que la “recaptura de la sensación de que nuestra historia ha salido del hoyo negro de la guerra” es una necesidad del Perú como sociedad, y que la literatura la “ha tomado para sí, como tomó antes la labor de dar cuenta de la guerra misma”. Eso de ninguna manera supone afirmar que la literatura está obligada a dar cuenta de la guerra interna. Es una observación factual que cualquiera puede comprobar con tan sólo recorrer los estantes de una librería: la literatura peruana ha asumido la reflexión de la postguerra activamente y a través de centenares de esfuerzos individuales. Por otra parte, señalar que los sucesos de la guerra tienen un carácter político no implica sostener que tengan exclusivamente un carácter político. Esa es una atribución fantasiosa que el profesor Huamán no podría jamás sustentar con argumentos luego de una lectura cuidadosa del ensayo al que se refiere su artículo.
(Continuará...)
6 comentarios:
se quiere culpar a Julián Pérez, un creador, por los sucesos de Lucanamarca, que como sabemos fueron propiciados por la policía, ellos empujaron a dos pueblos al enfrentamiento mientras que el partido no tuvo mayor cosa que ver en eso. Por favor, lee la novela de Pérez y verás que la cosa es más compleja que lo que dice la CVR y Coral. Es un escándalo.
Parece que el crítico Huamán no ha dado en el clavo ni de casualidad.
PD: ¿De qué habla j.c.m.? ¿Quienes son Perez y Coral?
No entiendo la duda de Huamán. La frase violencia política está muy aceptada en el Perú y todos sabemos a qué se refiere.
j.c.m.:
Estas equivocado.
El mismo "presidente" gonzalo declaró que en Lucanamarca hubo "excesos".
Fue el Partido.
Y si Perez Huaranca esta en Francia, como se remorea, se deberia empezar a hacer investigaciones para que venga a aclarar las cosas con su versión de los hechos.
Oso: en efecto, la frase es moneda corriente, bastante obvia para cualquiera. Entiendo que el profesor Huamán hubiera deseado una explicación de su sentido preciso para el criterio de la antología. Sin embargo, creo sinceramente que el ensayo introductorio es más que suficiente para entender ese sentido salvo que uno quiera buscarle tres pies al gato.
Un favor: ¿habrá alguien por allí duspuesto a escanear y enviarme en PDF la introducción a la Poética de Aristóteles de Samaranch?
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