6.10.08

Novela del lenguaje

Sobre un concepto demasiado laxo

Ya escribí alguna vez que, cuando estudié en la Universidad Católica, lo que yo hice no fue un bachillerato en literaturas hispanas, sino un bachillerato en literaturas hispanas según Ricardo González Vigil: llevé al menos media docena de cursos con él, y leí en esas clases algunas de las mejores cosas que he leído en mi vida, explicadas por él con esa pasión inextinguible que todos sus alumnos conocemos.

El profesor publicó hace poco un artículo, en
El Comercio, acerca de la novela Bombardero, de César Gutiérrez, y se refirió a ella como una “novela del lenguaje”, justificando el concepto en la idea de que esa ficción es “protagonizada por el lenguaje (y no por la trama, los personajes o el ámbito retratado) y la exploración metaliteraria”.

A mí el concepto de “novela del lenguaje” nunca me ha convencido, no me ha parecido sólido y no lo he hallado útil desde ningún punto de vista. Me parece una categoría hechiza, sin sustento, y un cajón de sastre en el que cabe cosas en extremo disímiles.

Carlos Fuentes introdujo la noción de “novela del lenguaje” en su libro
La nueva novela hispanoamericana, en 1969. El concepto no responde a ningún principio crítico riguroso: se refiere, en efecto, simplemente, a la idea vaga de que en ciertas novelas el lenguaje es protagónico; los ejemplos que ofrecía Fuentes eran mayoritariamente, casi exclusivamente, novelas del boom.

Fue una noción que la crítica no debatió nunca suficientemente, y que, más bien, fue utilizada en la academia (y en cierta prensa cultural) para dar sustento a la idea de que el boom latinoamericano no era un estallido de poéticas divergentes, sino un fenómeno con ciertos rasgos particulares: como ha anotado Raymond L. Williams, en
The Writings of Carlos Fuentes, sin el concepto de “novela del lenguaje”, hubiera sido extremadamente difícil encontrar un punto más o menos común entre los autores del boom: unos realistas urbanos, otros fantásticos, otros real-maravillosos.

El objetivo principal de la idea de Fuentes era, básicamente, como lo ha mostrado Doris Sommer en la introducción a
Foundational Fictions (que es lo que mejor sobrevive de ese libro), sostener la noción de que la narrativa del boom marcaba un cambio radical en relación con la literatura previa de la región, dado que en ella el trabajo con el lenguaje era minucioso y central, experimental y novedoso, protagónico y crucial, a diferencia de lo anterior.

No hay ninguna necesidad de creer en ese concepto, lanzado como una bandera generacional por un autor que, como Carlos Fuentes, estaba interesado no en dilucidar un fenómeno literario, sino en marcar su propio territorio y diferenciarse de sus antecesores, acuñando una idea extravagante que los escritores del boom defendieron en sus años de apogeo: que ellos estaban fundando, como dice el título de Fuentes, “la nueva novela” de la región, sin reconocer casi a ningún padre o abuelo, como no provinieran de otras tradiciones.

¿Quién que haya leído a Alejo Carpentier, a Jorge Luis Borges, a Leopoldo Lugones, a José Asunción Silva, a Juan Carlos Onetti, a Adolfo Bioy Casares, a Martín Adán o a Virgilio Piñera, por citar solo un número modesto de autores, puede sinceramente sugerir que el boom se diferenciaba de ellos por darle un mayor protagonismo al lenguaje o por hacer del lenguaje un arma más preponderante? La postura de Fuentes era claramente partisana: no crítica, sino programática, y su interés era otorgarle la credibilidad de una estética a lo que a todas luces era un haz de estéticas disímiles: el boom.

Es curioso que los defensores del concepto de “novela del lenguaje” buscaran sus antecedentes fuera de América Latina, sin detenerse salvo en contados casos a estudiar la continuidad que existe entre los autores que menciono en el párrafo anterior y los que ellos descubrían como hacedores de “novelas del lenguaje” en la América Latina más reciente. Se mencionaba a Joyce, comúnmente, como el puente directo desde la tradición anglosajona, pero se olvidaba a los autores de la región, como Macedonio Fernández, reivindicado hoy por descendientes suyos como Ricardo Piglia.

La crítica anglosajona, curiosamente, no ha acuñado nunca un término similar a “novela del lenguaje”, que es ya, en cambio, un lugar común de la crítica hispana. Por supuesto, nada hay de malo, sino exactamente todo lo contrario, en el hecho de que nuestra crítica conciba una noción sin necesidad de tomarla de una tradición distinta. Aun más interesante es que use ese concepto, por decirlo así, para hacer el viaje de regreso y llamar a Finnegans Wake o a Tristram Shandy, “novelas del lenguaje”.

Pero tengo la idea de que, en este caso, al menos, si la crítica anglosajona no se ha sentido en la necesidad de crear la categoría “novela del lenguaje” (se ha usado el término sólo eventualmente, y para designar cosas muy distintas de lo que estamos discutiendo aquí), ni ninguna otra similar para aludir a libros como los de Joyce o Beckett o Woolf o Faulkner o incluso Sterne, es porque no ha encontrado ni la necesidad ni la utilidad de esa noción: ¿novelas en las que el lenguaje es protagónico? ¿En qué novelas el lenguaje no es protagónico?

¿Qué significa que el lenguaje es protagónico? ¿Que son novelas “metaliterarias”? Sospecho que una novela puede ser metaliteraria sin que eso influya crucialmente en la construcción estilística y formal de su lenguaje. Nadie llamaría “novelas del lenguaje” a las de Paul Auster, que son casi siempre metaliterarias.

¿Que son autorreferenciales? Otra vez: la misma respuesta: también Unamuno escribió novelas autorreferenciales, que nadie llamará “novelas del lenguaje”. ¿Que son metalingüísticas, es decir, hechas con un lenguaje que refiere al lenguaje mismo? Esa sería una proposición más interesante. El problema es que jamás he escuchado una explicación que solvente ese concepto.

Ángel Rama, acaso el crítico latinoamericano más influyente de toda nuestra tradición, se refirió una vez a la llamada “novela del lenguaje”. Esto escribió en
un ensayo recogido luego en su libro Crítica literaria y utopía, apuntando la vacuidad del término y buscando una mirada más criteriosa para explicar el fenómeno del tratamiento del lenguaje en la novela del boom y la posterior:

“Forzoso es anotar, como entre paréntesis, que estas operaciones no pueden confundirse con un lugar común acerca de la “novela del lenguaje” que ha circulado aprovechando restos de la enseñanza barthesiana y dentro de un generalizado confusionismo crítico que provocó la consternación de los lingüistas... Un narrador de tan esplendoroso manejo de la lengua literaria culta, como Fernando del Paso, ha dicho sensatamente que “hace muchos años dejé de interesarme en las teorías --del lenguaje, de la novela, etc.-- tras una curiosidad inicial comprensible”, aunque reconociendo su deseo de “trabajar con el lenguaje, de exprimirle sus capacidades expresivas, de recrear al mundo con él, o a un mundo”, tarea a la que están aplicados ya hace algunos milenios los escritores. Lo privativo de algunas soluciones presentes, que no dejan de evocar, como Hocke ha apuntado, las del mecanismo setecentista, pertenece más legítimamente al resquebrajamiento del discurso intelectual racionalizado, y más vastamente aún al cultural de las críticas sociedades actuales, las cuales han visto desintegrarse los sistemas normativos que las animaban, dando lugar a una proliferación de fuerzas centrífugas, que aún más que la libertad que pregonan, están testimoniando la represión en que siguen formulándose”.

Pienso que Rama no se equivoca al llamar lugares comunes a los principios con que se ha tratado de definir la "novela del lenguaje". Creo que sólo se podría utilizar productivamente esa categoría si se empezara por caracterizarla de manera nítida, explicando en términos precisos qué cosa la distingue del resto, recurriendo, por ejemplo, a hipótesis que partan de una comprensión de qué cosa es un metalenguaje, para arribar luego a su utilización puntual para el estudio de un corpus que quede formulado por los rasgos involucrados en tal definición.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me doy por complacido. Mi pregunta y la propuesta de otro comentarista en los comentarios al post anterior parecen haber ayudado al dueño de este espacio a este excelente artículo. Interacción que genera conociminetos.

Sin embargo, la pregunta -que era absolutamente honesta pues no estudio ni he estudiado literatura- parece no tener respuesta. Será bueno esperar más puntos de vista.

Luis Alvarado dijo...

Muy interesante. Quizá la idea de novela de lenguaje aluda a cierta tendencia experimental y si pues ahi entra de todo. He oido tambien que hablan de "poesia de lenguaje". Recuerdo que el poeta Clemente Padin una vez dijo algo como que toda poesia era experimental, porque era una transgresion de la lengua.

Cobra de Severo Sarduy no seria una novela de lenguaje?

Anónimo dijo...

Good! This is not an easy target.

Anónimo dijo...

excelente post señor Faverón.algunas cosas, como este post, que usted publica son impagables.
fEr

Anónimo dijo...

maestro, vengase a Lima a dictar un cursito

Anónimo dijo...

si la crítica anglosajona no clasificó al finnegans como novela de lenguaje, ¿cómo la clasificó?

¿existe en la literatura anglosajona algún equivalente en el uso del lenguaje a "Paraíso" de Lezama Lima? De ser así, ¿cómo la clasificaron los críticos anglosajones?

si estas preguntas son respondidas, gracias por responderlas

el metacrítico

Anónimo dijo...

otra pregunta: cuáles fueron la media docena de cursos que gonzález vigil solía dictar en la PUCP??

Anónimo dijo...

Já, novela del lenguaje: una tremenda redundancia. Ese es el problema de los criticos, que muchas no saben que decir y terminan diciendo cualquier cosa.