23.3.09

Cabinet d'amateur, 1

Perec y el autor como historiador

Hace unos meses decidí dedicarme a la lectura casi exclusiva de novelas cortas, de cualquier época y de cualquier lengua. La premisa es caótica, pero no lo es el rigor con que la he seguido.

Acaso la más intrigante que encontré en el camino es
Un Cabinet d'amateur (1979), de Georges Perec, que he leído en la versión inglesa de Ian Monk, A Gallery Portrait (1996), publicada por Harvill en el volumen Three by Perec.

Es poco lo que en esta
nouvelle se puede identificar como argumento: un hombre de negocios dedica su edad madura a construir una envidiable colección de pintura, sobre todo de la oscura escuela de migrantes alemanes en Estados Unidos, pero también de artistas europeos en general.

En cierto momento, el coleccionista (que casi nada sabe de arte y que ha organizado su pinacoteca obedeciendo consejos de críticos connotados) encarga a un célebre artista que lo retrate en su
cabinet d'amateur, es decir, que lo pinte rodeado de sus cuadros preferidos, en una gran sala de muros altos, entre las piezas que han marcado su vida de amante de las artes.

El cuadro es expuesto y sus complejos juegos de inclusión lo vuelven una obra de culto: la pintura contiene la reproducción de muchas otras, y de sí misma, y variaciones poco menos que infinitas sobre ella y las otras.


El coleccionista muere, y sus cuadros se venden en una serie de remates, algunos por cantidades irrisorias y otros a precios soprendentemente elevados. Los más requeridos, claro, son aquellos que aparecen reproducidos en el
cabinet d'amateur.

No es exacto decir que la novela de Perec cuente estas cosas: todas ellas han ocurrido en el pasado. Al inicarse el texto, lo que tenemos es un resumen breve de esa prehistoria y luego, durante cien páginas, el censo detallado y lúdico, ensayístico y seudohistórico, pero siempre vibrante y misterioso, de cada uno de los cuadros aludidos.

Como con otras narraciones de Perec, es difícil defenderse de la tentación de leer esta como una alegoría. Y tal vez no sea un error. Después de todo, los elementos parecen transparentemente dispuestos para conseguir ese efecto.
Pero quizá sea incluso más literal que una alegoría.

El libro es una colección de micro-ensayos sobre imágenes pictóricas; el elemento crucial de la historia, es decir, el cuadro que reproduce a todos los otros, es también una colección de representaciones de imágenes pictóricas.
Si de este cuadro podemos decir que es la imagen de una galería de imágenes (el cuadro representa una galería), algo muy similar podemos decir sobre la
nouvelle: es la imagen de una galería de imágenes: también él es un modelo de galería.

Curioso, entonces, que el personaje crucial de ese tejido de alusiones, el hombre que ha construido esa familia de imágenes, no sea tanto el pintor del cuadro, sino el coleccionista: él es quien ha establecido la primera relación voluntaria entre las imágenes, al volverlas parte de una colección; él es quien ha pedido verse en el retrato rodeado por esos cuadros que lo definen.

¿Qué diferencia al pintor del coleccionista? Sabemos en qué se parecen: los dos personajes construyen, cada cual a su manera, un vínculo entre todos los cuadros. Pero, ¿en qué se distinguen?

El coleccionista yuxtapone las imágenes, las dispone en las paredes de su gabinete, las ubica una al lado de las otras y con ello las deja a todas en un mismo plano, sincrónico, actual, presente: las relaciones que él es capaz de visulmbrar o crear son todas llanas e inmediatas, en gran medida superficiales.


El pintor las introduce en su cuadro, reproduciéndolas pero a la vez ficcionalizándolas, sacándolas de la realidad para colocarlas en otro espacio, y las cita, las evoca, las corrige, las cambia, las perturba y las distorsiona: las modifica en cada nuevo nivel de su infinita puesta en abismo (en el cuadro que contiene a todos los cuadros aparece también el cuadro mismo, y, con ello, versiones inacabables de los otros, cada vez más diminutas).


Con la edificación de esa compleja trama de versiones y reversiones, el pintor establece una diacronía dentro de su cuadro: unos planos dependen de otros y por tanto son temporalmente previos, unos, y posteriores, los otros. El pintor, el artista, es un historiador, un cazador de causalidades, un descubridor del tiempo y de las huellas del tiempo.

Si el cuadro es una imagen especular del libro que leemos, eso que Perec nos dice sobre el pintor, nos lo dice también sobre el escritor. Y con ello Perec deja ver que concibe el arte del autor de pastiches y
collages (la novela engañosamente se presenta así) como una acción ejecutada sobre la historia, en el tiempo; con el designio de decir algo sobre la historia y el tiempo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y en español está traducido?

Anónimo dijo...

Veo que le pusiste el numero 1. ¿Que viene después?

Anónimo dijo...

"Vida. Instrucciones de Uso" se puso de moda hace unos diez años en el Perú. Supongo que en todo el mundo hispano. Pero las modas pasan y la gente se olvida de escritores como Perec que son fundamentales.

Anónimo dijo...

Bien posmo, por lo menos en tu interpretación. Bonita entrada, aunque no creo estar de acuerdo en esa equiparación -al parecer, total- entre artistas e historiadores.

Adrián dijo...

Que gracia para recomendar lecturas.
Es así como se introduce uno: generando el interés. Y vaya que tienes facilidad para lograrlo.

Me tendrás acá muy seguido.