22.9.09

Monstruos del espíritu humano

Algo sobre la locura y Horacio Quiroga

Entre todos los cuentos que nacieron de la aguda y oscura imaginación del uruguayo Horacio Quiroga, es difícil encontrar uno que sea tan inmisericordemente trágico como la vida de su autor.

Es conocida la hilera de desgracias que se entretejió en su existencia: el padre, muerto de un escopetazo accidental apenas nacido el futuro escritor; el padrastro, muerto por mano propia; el mejor amigo, muerto por un disparo azaroso del mismo Horacio; los dos hermanos, muertos en una epidemia de tifoidea; la esposa que se suicidó ante la negativa de Quiroga de abandonar la selva para vivir en la ciudad; el diagnóstico del cáncer avanzado; el suicidio de Quiroga en 1937.

Un año después de su muerte, más suicidios: sus dos cómplices literarios, uno de ellos su amor imposible, Alfonsina Storni, y el otro, el crucial de sus mentores, el maestro Leopoldo Lugones. En ese mismo año, 1938, se mató también su hija Eglé Quiroga. Trece años más tarde, el menor de los hijos del cuentista uruguayo siguió el mismo camino.

Vivió su vida entre depresivos, siendo él mismo, por temporadas, un anacoreta. Pero casi siempre fue un sujeto vital, deportista, un inventor, mecánico de taller, ingeniero autodidacta, un filósofo del exceso libidinal, un aventurero que prefería la realidad desaforada de la jungla antes que la máscara de la urbe.

Cuando su amigo Julio Herrera y Reissig se hacía fotografiar (derecha) fumando opio e inyectándose ampoyetas de morfina, quería demostrar con el ejemplo su ansiedad de descubrir, con la ayuda de las drogas, la realidad oculta de una vida paralela, interior, para propiciar el conocimiento de ese otro mundo a través de la inducción de una locura pasajera.

Cuando Quiroga pensaba en la locura, en cambio, meditaba sobre la facilidad con que se puede llegar a ella, deslizarse hacia ella, caer en su laberinto. Muchos de sus cuentos se preguntan por qué la puerta de la locura es capaz de abrirse tan inmediata y súbitamente, tan sin avisar.

En "El perro rabioso", un hombre es mordido por un animal enfermo y, al cabo de cuarenta días, se presentan en su cuerpo y en su mente los síntomas de la rabia: la pérdida en la ilación del discurso, la obsesión paranoide, el delirio del acoso, la reacción histérica, el asomo del delirio extremo y la alucinación: si mordida por el vampiro una mujer se vuelve vampiresa, si mordido por un licántropo un hombre se torna licantrópico, entonces, mordido por un perro rabioso, un hombre se vuelve un perro con rabia: la locura en ese cuento es un contagio de animalidad.

En "La gallina degollada" el mal está en el riesgo acechante de la herencia, la transmisión necesaria de aquello que la psiquiatría biologicista del siglo anterior había llamado "degeneración": la acumulación atávica de todas las taras de la genealogía propia, que se ciernen sobre uno y lo malogran, lo degeneran, lo derrotan.

Los "cuatro hijos idiotas" del matrimonio Mazzini-Ferraz pueden ser el producto de esa acumulación de debilidades, pero también pueden ser la maldición del azar, la arbitrariedad de la demencia, la tragedia del egoísmo y del odio disfrazados de amor, la suma de las culpas humanas, el fin último de la especie: como el niño con cola de García Márquez representa el fin de una dinastía, los cuatro hijos-bestia de los Mazzini, que matan a su hermana por gula y por hambre, creyéndola gallina, son también el punto final de una genealogía torturada.

El súbito acaecimiento de la locura, la conversión del ser humano en irracional: la alienación mental en Quiroga es un pasaje sin procesos intermedios, una transformacion instantánea, una aparición fantasmal que puede encarnar en cualquiera, en cualquier momento.

Cuando le diagnosticaron el cáncer, en una clínica citadina, Quiroga descubrió que, en el sótano de ese edificio los doctores habían escondido, sepultado en vida, a un hombre que sufría atroces deformaciones físicas, como el desdichado hombre-elefante inglés que nosotros conocemos por la película de David Lynch.

Qurioga quiso conocerlo: encontró que debajo de su cuerpo animalesco vivía un hombre inteligente y de buen corazón; exigió que lo sacaran de allí, lo llevó a convivir con él en su cuarto del hospital. Fue acaso la última persona con la que habló antes de suicidarse para no tener que soportar el trance excesivamente prolongado de la enfermedad; su último amigo.

En el acto final de su vida, entonces, Quiroga abogó por la naturalidad de la vida y el derecho a vivirla en libertad de alguien que lucía distinto pero era igual a todos. En ese pasaje, Quiroga debió saber que la locura no era la deformidad exterior de ese hombre, sino la ceguera profunda de quienes lo trataban como a una bestia. No era el monstruo de las apariencias aquel a quien había que temer; eran los monstruos del espíritu humano, el fantasma de la irracionalidad que sólo es capaz de mirar las superficies.


16 comentarios:

Madison dijo...

Ostras que artículo más interesente.
Enhorabuena, y que suerte he tenido al entrar y poder leerlo.
Un saludo

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

Estupendo texto, Gustavo, como siempre. Notable la historia de Quiroga, y más notable aun el final. Cierto es que pocas cosas hay peores que la incapacidad para ver las semejanzas en la aparente diversidad.

Anónimo dijo...

Muy buen post, y muy sentido de tu parte, se nota la admiración por una gran obra.

FK

Anónimo dijo...

Faverón, te falto decir que Quiroga tuvo experiencias homosexuales con Lugones y con otro escritor que no vale la pena recordar. Tu artículo es bueno salvando esos olvidos que me parecen hechos a propósito. Tampoco tienes que olvidarte de que Horacio Quiroga tuvo experiencias místicas en Brasil y que lo dejaron altero a tal punto que casi asfixia a su mujer.
Aclara estas cosas para que la información esté completa.
Un saludo desde el DC.

Ernesto Javier Honores

Anónimo dijo...

otro que ha meditado sobre la locura:

El cojo y el loco
by Jaime Bayly


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Pub. Date: October 30, 2009
ISBN-13: 9781603969345
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Synopsis
El destino de Bobby parece estar jodido desde que se volvió cojo. Sus padres se avergüenzan de él y lo envían a estudiar fuera. En el barco es abusado por la tripulación. Humillado, se propone nunca más ser la víctima y pasar a ser el victimario. Desalmado, apasionado de las motos y las armas de fuego, incapaz de ser leal o de amar, vuelve a Lima dispuesto a vengar su suerte contrariada.

El loco Pancho es bruto, feo, sucio y tartamudo. Además, está poseído por una lujuria incontrolable. Cuando en una lejana hacienda parece enderezar su destino, la reforma agraria lo obliga a regresar a Lima. Incapaz de adaptarse a las costumbres burguesas, se aficiona a la marihuana, se vuelve hippie, quema sus documentos, abandona a su familia y huye a las montañas, buscando una paz que le resulta esquiva.

Este es el relato brutal y vertiginoso de las vidas de dos jóvenes de la clase alta limeña, el cojo y el loco, víctimas de la crueldad y las vejaciones de sus padres, quienes los convierten en dos sujetos sin escrúpulos, dispuestos a dinamitar todo lo que encuentren en su camino. Su marginalidad proviene, en última instancia, del desajuste entre sus rasgos físicos -la cojera, la tartamudez- y los valores típicos de su clase, donde lo distinto es considerado deforme, anormal, y, por tanto, es ocultado como una infamia.

Anónimo dijo...

Muy bueno el post!

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Gracias, Miguel y Madison.

Ernesto: no hay ningún cálculo de por medio en no mencionar las cosas que nos has recordado: las únicas referencias biográficas que hago en el post son las que tienen que ver directamente con la muerte de Quiroga y personas de su entorno. De hecho, no entiendo qué podría estar calculando ni qué tendría que aclarar.

Anónimo dijo...

Es curioso: cuando vi la foto de Herrera y Reissig, pensé que era el joven Charlie Chaplin! No es broma, el parecido me parece notable. Excelente post.

Fernando Terreno dijo...

Gustavo:
El historiador argentino Horacio Tarkus acaba de editar Las cartas de la hermandad, donde analiza la correspondencia de Lugones con Quiroga, Luis Franco, Martínez Estrada y Glusberg. Y una hija de Lugones (cuya seguidilla familiar de suicidios es similar a la de Quiroga) también una saga familiar.

Una pregunta, ¿dónde ocurrió el episodio ese del hombre elefante local? ¿En qué lugar se puede ampliar sobre el asunto?

Gracias

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Hola, Fernando. Lo leí hace tanto tiempo que no sé decirte cuál fue la fuente. Pero seguramente si me meto a buscar en internet puedo encontrar alguna referencia. Te digo luego, ¿ok?

Anónimo dijo...

Faverón
Gracias por hablar de Quiroga.
Respecto al post del señor Mondoñedo: hay algo mas irrelevante en la literatura de Quiroga - o en cualquiera - que las elecciones sexuales? Lo menciono porque ese post tiene el tono ficticio de una "revelación" más próximo a prensa de espectáculos que a crítica literaria.

Será porque aprendí leer con la serie "cuentos de amor, de locura y muerte"? No estoy seguro

Saludos
R

Anónimo dijo...

Faverón
Le agradezco la referencia a Quiroga, junto a Onetti lo mejor de la letras uruguayas.

Respecto al post del señor Javier Honores: hay algo màs irrelevante que las elecciones sexuales en una literatura? Lo menciono por el aparente "descubrimiento" que tiene el tono de ese post. La posteridad de "Una temporada del infierno" radica en las elecciones amatorias con Verlaine?

No es la locura como fisura de la racionalidad una línea de análisis más próxima a la literatura que las comunes mitologías freudianas?

Saludos
R

laveron dijo...

muy bueno Gustavo!
besos desde la patria del escritor!

laura

PD: dicen que Borges, cuando le preguntaron por Quiroga, dijo: "Gracias, ya leí a Poe" (ese Borges!!! :) )

Mauricio S dijo...

ay carajo ! q buen ensayo! enhorabuena!

Anónimo dijo...

Wow, aquí me he enterado de varios detalles que no sabía...muy interesante! me encanta conocer la historia de mis autores favoritos.

Francisco Joaquín Marro dijo...

Leí "Cuentos de amor, locura y muerte" cuando tenía doce o trece años, y de chiripazo. Me refiero a que fue por accidente, no se suponía que alguien de mi edad debiera leer algo como aquello. En ese entonces, y hasta los diecisiete, jamás me había interesado mucho ningún libro de esa clase. "La gallina degollada" y "El almohadón de plumas" se han quedado en mi mente hasta hoy; me ha gustado esa analogía que has hecho de la locura y la sinrazón como unas puertas que se abren de súbito y que, francamente, es un consuelo traspasar por medio de la ficción, aunque las crónicas policiales nos muestren la otra posibilidad.