6.10.09

Flaubert.com

¿150 años de presión y el arribo de la libertad online?

En las primeras páginas de
La educación sentimental, de Gustave Flaubert, el joven Frederic Moreau se enamora de madame Marie Arnoux de manera tan repentina, tan inopinada y casi arbitraria, que el lector que desvíe su atención del texto por unos pocos segundos corre el riesgo de perder el instante revelatorio para siempre.

Marie es la esposa de Jacques Arnoux, crítico de arte, comerciante de pinturas y esculturas y director de una revista especializada en el tema. Para construir a los dos personajes, es sabido que Flaubert buscó mucho más que solo una superficial inspiración en las figuras del alemán Moritz Adolf Schlesinger, conocido para los parisinos como Maurice, y su esposa.

Schlesinger era también un crítico y comerciante de arte y era el gran árbitro de la plástica francesa gracias al prestigio de una publicación suya, heredera de otra fundada por su padre en Alemania, que él había revitalizado y fusionado con un par de importantes revistas francesas, hasta dominar el mercado en la entonces capital del mundo artístico europeo.

El Arnoux de Flaubert, alter ego del Schlesinger de carne y hueso, es un negociante de pocos escrúpulos, algunas veces abiertamente estafador, mentiroso, que no se arredra ante la posibilidad de ganar dinero incluso fraudulentamente, encargando la escritura de firmas espurias en lienzos mediocres, o comprando y vendiendo evidentes falsificaciones.

Pero la crítica más virulenta e interesante que la narración formula hacia la figura de Arnoux-Schlesinger tiene que ver, más que con su inmoralidad en los negocios, con su concepción del arte y su papel en la devaluación de la creatividad en el círculo artístico francés de aquella época (la novela se sitúa en el París revuelto de 1848). El párrafo más significativo, en esa dirección, es el siguiente:
"Después de haber protegido en sus comienzos a los maestros contemporáneos, el mercader de cuadros, hombre de visión progresista, había procurado, sin perder su empaque artístico, ampliar sus ganancias. Buscaba la liberación de las artes, lo sublime por poco precio. Todas las industrias del lujo parisiense sufrieron su influjo, beneficioso para las cosas de poca monta y funesto para las grandes. En su ansia por halagar a la opinión, desvió de su camino a los artistas hábiles y corrompió a los fuertes, estrujó a los débiles y ennobleció a los mediocres, disponiendo de ellos gracias a sus relaciones y a su revista. Los principiantes ambicionaban ver sus obras en su vitrina..."
La observación del narrador en la novela de Flaubert es rotunda: el control comercial del mundo artístico conduce a la propagación del arte más adocenado, más controlado, menos audaz, menos experimental, el arte que complace al comprador burgués, repetitivo y cauto, arte formulaico y adormecido, o, mejor aun, poseído por una falsa vitalidad.

El impulso comerical de "halagar a la opinión", es decir, de complacer los gustos establecidos del mundo burgués --dice el narrador flaubertiano--, es "beneficioso para las cosas de poca monta", pero también resulta "funesto para las grandes".

O, en otras palabras, si el éxito comercial del empresario se antepone como un filtro a la libertad del creador, y ese éxito solo es posible cuando las obras alimentan la medianía de lo ya conocido, entonces únicamente el arte formulaico y repetido es capaz de cruzar el filtro y tener la oportunidad de llegar a manos del consumidor.

Todo esto puede resultar un truísmo, verdad evidente y conocida para un lector contemporáneo, y sin duda un lema repetido por muchos en el mundo literario también.

No deja de ser interesante, sin embargo, que ya fuera una verdad transparente para Flaubert entre 1850 y 1855, el periodo de escritura de
La educación sentimental: va por lo menos, entonces, un siglo y medio desde que los artistas empezaron a reclamar que la fuerza del circuito comercial se constituía en una limitación y una barrera para la libertad creativa, y desde entonces, como sabemos, esa fuerza no ha hecho otra cosa que crecer y prosperar.

En nuestro tiempo, de hecho, da la impresión de que no existiera otra forma de juzgar la calidad del arte literario que la de someter a los autores y sus obras al veredicto de concursos y de premios locales o internacionales; o a la revisión de sus puestos en lo ránkings de ventas, o a su asociación con ciertos sellos editoriales o ciertos agentes literarios; o a su aparición en ciertas ferias y festivales, incluso a pesar de que esa aparición, en la mayoría de los casos, tenga que ver, precisamente, con la eficiencia de los agentes y el poder de las editoriales, más que con el valor artístico de las obras.

Los escritores, por otro lado, suelen encontrarse en la encrucijada de todas esas líneas: ¿Qué hacer? ¿Renunciar al éxito en nombre de la libertad? ¿Adecuarse a la normalización del mercado y abortar cualquier proyecto creativo que resulte demasiado idiosincrásico o demasiado
sui generis o demasiado diferente para el medio editorial? ¿Llevar una doble vida creativa?

Algunos optan por lo primero; otros por lo segundo; casi nadie por lo tercero (que sería, en sí mismo, todo un homenaje a la literatura). A otros incluso les resulta perfectamente normal la vida en el medio cauterizado y mediatizado del comercio editorial: su arte les nace ya naturalmente adecuado al gusto común porque su propio gusto es así y su oficio ha sido forjado desde siempre dentro de esos cuadrantes.

(Algunos más, por supuesto, tienen un talento discreto y secundario aunque su ansiedad creativa sea mayor que sus recursos: escribirán libros que serán mediocres según cualquier juicio estético válido, pero culparán de su fracaso a su ambición creativa y a la incomprensión del medio, que juzgarán torpe y miope).

¿Qué nos trae el futuro? ¿Es posible que la revolución mediática del libro electrónico y el
website personal, el blog literario, las revistas online, la horizontalidad de internet y sus múltiples criaturas acaben por proponer un arte liberado de la presión comercial, liberado de editoriales, editores, agentes, garantes del éxito en metálico y de la gloria del ránking semanal?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

"(Algunos más, por supuesto, tienen un talento discreto y secundario aunque su ansiedad creativa sea mayor que sus recursos: escribirán libros que serán mediocres según cualquier juicio estético válido, pero culparán de su fracaso a su ambición creativa y a la incomprensión del medio, que juzgarán torpe y miope)."

Esa soy yo!

(Si Faverón no permite mi comentario... se sabrá a lo que me refiero).

Anónimo dijo...

El final de tu post es lo más interesante. "Liberados" de editoriales, agentes. etc. El problema es que es imposible liberarse, y en la la lista deberías haber añadido a los críticos (muy odiados) por Flaubert. Liberarse de agentes, editoriales, críticos venales, es como pensar que algún día va a triunfar el socialismo, es decir es algo utópico, irreal. El que no está dentro del sistema, es decir aprobados por críticos, agentes, editoriales, librerias simplemente no existe. ¿Por qué no pensamos los que verdaderamente existen en la literatura peruana? Vargas Llosa, Bryce, Bellatín, Cueto, Roncagliolo, Alarcón, Thays, Cueto, Bayly, Iwasaki, Benavides, ¿Se me olvida alguien? No, no se me olvida nadie más. Los demás es el resto que no existe. Esos, los que conforman "el resto" son los herederos de Flaubert. Algunos no aparecen ni siquiera en el diccionario de Rodriguéz Rea, son los escritores no los escribientes.

Anónimo dijo...

"¿Es posible que la revolución mediática del libro electrónico y el website personal, el blog literario, las revistas online, la horizontalidad de internet y sus múltiples criaturas acaben por proponer un arte liberado de la presión comercial, liberado de editoriales, editores, agentes, garantes del éxito en metálico y de la gloria del ránking semanal?"

Lo dudo mucho, el afán de figurar es demasiado grande.

Anónimo dijo...

Que te parece esta lista del resto que no son nadie; Miguel Gutiérrez, Edgardo Rivera Martínez, Augusto Higa, Enrique Prochaska, Carlos Calderón Fajardo, Peter Elmore, Ricardo Sumalavia, Carmen Ollé, El Bombardero,José de Piérola, Carlos Herrera. He nombrado a 11 porque son mi equipo titular de los que no son nadie. Ahí te va el equipo suplente: Cronwell Jara, Sergio Galarza, Luis Hernán Castañeda, Edwin Chávez, Patricia de Souza, Luis Nieto, Nylo Espinoza, Oscar Garayar, Oscar Málaga, Carlos Rengifo, José Donayre. En otro post te envio la lista de los calechines, los sub 30. Entrenador: Gustavo Flaubert.

Xavier dijo...

Es un error pretender localizar el sentido de este post ubicándolo a nuestro medio. Es evidente que se refiere a un mercado universal (¿hablar de "agentes literarios" aquí? Preséntenme a uno solo).
Respecto a los concursos, no hay tampoco comparación alguna ni con los montos que se entregan en Europa ni con el proceso de difusión de la obra premiada. Quienes ganan aquí, solo se conocen aquí, por más buenos que sean. Luis Freire puede haber ganado casi todo lo que hay que ganar en el Perú, sin embargo en otros lares no existe. En cambio, Sergio Ramírez, Poniatowska, Savater, Pombo, ha sido ampliamente promocionados y sus trabajos llevan el sello de la editorial con la etiqueta "Ganador del premio tal..." como un sazonador que les confiriera un mejor sabor a sus obras.

- Xavier

P.D. Pobre Ampuero. Ya nadie lo menciona ni como suplente.

Anónimo dijo...

concuerdo con el 2do anónimo. Es imposible despegarse de todos aquellos agentes intermediarios que se aprovechan de la necesidad colectiva de saber qué leer, qué escuchar, qué vestir, etc. La gente incapaz de juzgar por sí misma opta por recurrir a lo más fácil: rankings, nombres de escritores que ganaron "x" premio. A través de ello, la formación de su propio criterio debe ir siempre acorde al criterio de los críticos, grandes editoriales, etc. ¿Cómo ir contra la corriente, si se supone que ellos, con su conocimiento "especializado", deben tener la razón?

El Internet podría ser un gran mecanismo para llegar a lo que llamas "arte liberalizado" como también la oportunidad perfecta para seguir aprovechándose de tal necesidad. Al final todo depende de la calidad de usuarios, lectores; es decir, consumidores y de las herramientas que tengan a su alcance.