1.10.09

José Carlos Mariátegui: novelista experimental

Sobre Giraudoux, Canella, Bruneri y el Amauta

Ni siquiera el hecho de que su propia obra haya sentado buena parte de los criterios con los que se construye el canon literario peruano, ni siquiera ese hecho, digo, ha salvado a José Carlos Mariátegui de ser obliterado en ese mismo canon.

En 1929, luego de años como ensayista y escritor político, Mariátegui había decidido regresar al ejercicio literario. Planeaba escribir lo que él llamaba "el proyecto de una novela peruana" y, para entregarse a ese trabajo, decía, sólo le hacía falta encontrar un poco de "tiempo y tranquilidad".

1929, sin embargo, habría de ser el penúltimo año de su vida, y la proyectada ficción peruana nunca pudo escribirla. Mariátegui murió con apenas 36 años de edad, luego de transformar el pensamiento social peruano y latinoamericano para siempre. Una narración alcanzó a terminar, no obstante, una pequeña nouvelle que sus herederos no entregaron a la imprenta sino hasta un cuarto de siglo más tarde, en 1955.

Cuando se refería a ese texto, que lúdicamente bautizó como
La novela y la vida: Siegfried y el profesor Canella, Mariátegui se mostraba plenamente consciente de su carácter experimental y su naturaleza transgresora: lo llamaba "un relato, mezcla de cuento y crónica, ficción y realidad".

Cuando el libro fue editado, en 1955, Alberto Tauro no dudó en reconocer el texto como una novela, pero tampoco en hacer notar los rasgos suyos que provenían del oficio consumado del ensayista y el filósofo.

Sin embargo, siguiendo el aire de los tiempos y el impulso constante de la crítica peruana al reduccionismo tradicional, el mismo Tauro elogió en el libro su "ortodoxo" realismo.

Dato curioso si uno observa que Mariátegui, en comunicaciones privadas del año 1930, que el mismo Tauro menciona, había celebrado, precisamente, la heterodoxia de su ensayo-
nouvelle, y el hecho de que escapara notoriamente los límites del socialismo y de la poética realista. Mariátegui, de hecho, insistía en que esa evasión y esa búsqueda de un lenguaje ajeno al del social-realismo eran voluntarias. Escribió que lo hacía

"aunque no fuera sino para decepcionar a los que no creen que yo pueda entender sino marxísticamente, y en todo caso como una ilustración de la teoría de la lucha de clases, L'aprés midi d'un faune de Debussy o la Olimpia de Manet".

Lá génesis del libro es compleja. En 1922, un autor favorito de Mariátegui, el francés Jean Giraudoux, había publicado la novela
Siegfried et le Limousin, que contaba una historia dudosa de doppelgängers.

En la novela, un soldado alemán, amnésico a causa de una explosión en la guerra mundial, lograba la fama por su heroísmo anónimo y se volvía célebre por encarnar, en sí mismo y en sus discursos, el alma toda del pueblo alemán.

Un lector francés, sin embargo, descubría en la lectura de los textos escritos por el sujeto, que el amnésico germánico no era otro que un célebre filósofo político lemosín. Es decir, la reencarnación del mítico Sigfrido era, ni más ni menos, un pensador francés, y eso en los años de la primera postguerra.


La obra de Giraudoux fue un éxito. Pero cuatro años después de publicada corrió el riesgo de que su gloria quedara opacada por el brillo de otra historia, más compleja aún y más sorprendente por ser ésta un hecho meridianamente real: en Itala se le conoce hasta hoy como el caso del esmemoriato di Collegno, o el "desmemoriado de Collegno".

Estos son, brevemente, los hechos. En 1926, en el cementerio de Collegno, en Italia, fue hallado un hombre en aparente estado de demencia. Se había sometido por propia mano a heridas de cuchillo y hablaba incoherencias. No sabía decir su propio nombre ni dar ninguna seña de su identidad.

Llevado a un manicomio, los doctores decidieron publicar su fotografía en la prensa para encontrar a los familiares: dos mujeres, una en Turín y la otra en Verona, reclamaron ser las esposas legales del sujeto.

La de Turín decía que el hombre era Mario Bruneri, tipógrafo, anarquista, herido en la guerra años atrás y desde entonces víctima de intermitentes ataques de amnesia.

La de Verona afirmaba que era Giulio Canella, profesor de filosofía, director en el pasado de la
Rivista di Filosofia Neoscolastica, demócrata, cristiano y conservador, dado por desaparecido en la guerra.

Canella y Bruneri eran físicamente indistinguibles para cualquier testigo y para las mujeres. Ambos habían formado parte del mismo batallón en la guerra y sus destinos (la amnesia y la desaparición) habían sido causados por el mismo bombardeo durante la misma batalla.

Ambas mujeres tuvieron cómo probar sus teorías. La señora Bruneri ofreció huellas digitales, fotografías y decenas de testigos de la convivencia. La señora Canella tuvo testigos también, y, además, podía demostrar que el hombre era, en efecto, un conocedor erudito de la filosofia neo-escolástica. ¿Cómo podría serlo el tipógrafo de Turín?

En 1928, Giraudoux, impulsado por la fama creciente del caso, decidió convertir su novela prognóstica en una pieza teatral,
Siegfried, que fue estrenada entre aplausos e impresa rápidamente.

Entonces la conoció Mariátegui, que, familiarizado como siempre con los casos de la prensa italiana, cayó de inmediato en cuenta de las semejanzas. Mariátegui juzgó que la solución del caso en las ficciones de Giraudoux (donde al hombre se le permitía elegir con cuál identidad quedarse en función de sus afinidades íntimas) era superior a la solución real hallada por la policía italiana (que decidió que el sujeto era el tipógrafo Bruneri basándose únicamente en los datos positivos).

Mariátegui escribió
La novela y la vida: Siegfried y el profesor Canella con el múltiple objetivo de recrear la historia de Canella-Bruneri desde la intimidad incógnita de los personajes, inspeccionándolos por dentro, imaginando sus psicologías, sus patologías, sus deseos y sus miedos. También decidió que una historia así, y la comparación entre el relato real del doppelgänger italiano y el ficticio del franco-alemán, no podían ser entendidos exclusivamente desde el lenguaje de la novela o exclusivamente desde los límites del ensayo.

Eligió cruzarlos, entonces, y con ello escribió lo que bien puede ser la primera novela peruana transgresora de las fronteras de ambos géneros: el libro de Mariátegui, aunque brevísimo (no alcanza el medio centenar de páginas) es una feliz narración ensayística, reflexiva, aventurera, intimista, con excursos de estudio social y girones de romance y de folletín.

Su lenguaje es asombrosamente premonitorio del lenguaje que Borges usaría para textos de espíritu similar una década más tarde. No es literatura fantástica, sin embargo, aunque apura, conflictúa y traspone los límites del realismo, y es experimental, audaz, renovadora.

Leí esa novela extraña por primera vez cuando tenía quince años, en un ejemplar de mi abuelo. Me resultó demasiado abstracta, demasiado llena de digresiones, demasiado distinta de lo que esperaba yo entonces de una ficción. La releí hace un tiempo y la volví a releer ayer, y me ha dejado asombrado: es un libro sin cuya lectura resulta difícil comprender el alcance del cosmopolitismo de Mariátegui y la profunda modernidad de su visión de la literatura.

Le comenté todo esto ayer mismo a Mónica Belevan y me dio una respuesta rápida: "A los quince años no te había crecido todavía el tercer ojo, el ojo crítico". Curiosamente, lo mismo puede haber pasado en 1930 con los primeros lectores, en las décadas siguientes con los herederos que tuvieron el texto entre manos, y en 1955 cuando apenas dos o tres críticos peruanos respondieron positivamente a la publicación (uno de ellos fue Sebastián Salazar Bondy).

Pero ahora, cuando el tema de la trasgresión de géneros literarios parece uno de los asuntos que definen a la novela contemporánea, y cuando, sin embargo, sigue el debate en el Perú sobre la centralidad del realismo en nuestra tradición, este libro de Mariátegui merecería una mayor crítica y una nueva atención.

Fotos: Mariátegui en un restaurant genovés, en 1920 (el primero a la izquierda). Carátula de la novela Siegfried et le Limousin, luego convertida en pieza teatral. Giulio Canella (izquierda) y Mario Bruneri (derecha). Giulio Canella y su esposa Giulia Canella, con sus hijos en Brasil, donde él moriría en 1941. Documento, foto y huellas digitales de Bruneri.

9 comentarios:

El ojo de Thondera dijo...

¿Y el club de lectura, cuándo?

Anónimo dijo...

para disfrutar las novelas de algunos críticos te tiene que crecer el 5to ojo

Tiago Mejía dijo...

Estos últimos días al parecer han estado llenos de "Mariáteguis",salvando claro, las abismales diferencias.
Este post sobre Mariátegui, (entrando al mundo de los "casi" o "que hubiera sido", )me planteó que sería si no hubiera muerto prematuramente.
A la vez,me impactó, pues hace días entre amigos, comenté lo interesante que sería si se creara una novela o cuento, uniendo dos seres contemporáneos, como son el famoso Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson (1886), y al real Jack El Destripador (1888).
Estaríamos frente a un caso no igual, pero similar al de Giraudoux y su doppelgänger, y al del desmemoriado de Collegno.

el profesor jirafales dijo...

Cague de risa que Mariátegui haya sido "el primero a la izquierda".

Anónimo dijo...

"Pero cuatro años después de publicada corrió el riesgo de que su gloria quedara opacada por el brillo de otra historia, más compleja aún y más sorprendente por ser ésta.....". Ningún riesgo absolutamente: de Giraudoux se puede suprimir toda su obra novelesca y siempre quedará la gloria de su gran teatro, el fue esencialmente dramaturgo, mucho más que "romancier".
JOTABE POQUELIN

Anónimo dijo...

Excelente observaciòn y mejor comentario sobre esta obra de J.C.Mariàtegui.Los depredadores del Amauta (los colgaditos del ìcono, los propiciadores de estatuas y homenajes,los celebradores de muertes antes que de nacimientos)casi nada tienen para enriquecer esta discusiòn de un realismo sin lìmites, pluridimensional, que con afinidad a la vida propone Mariàtegui.
Otro aspecto importante, sagaz, de tu lectura està en señalar lo premonitorio del lenguaje de Borges en esta joyita literaria .Hoy que cierta recurrente ociosidad Borgiza todo para no decir nada y menos interpretar con sentido,es bueno que se señale los antecedentes, la no partida de cero, el reconocimiento de una tradiciòn tal vez en ciernes pero que està presente en la obra J.L.Borges.Auno a este comentario tuyo las opiniones lùcidas e inteligentes sobre la ficciòn de Juan Josè Saer y la cosa se pone buena. Un Abrazo.

Anónimo dijo...

No es Cueto el de la foto en que hay varias mujeres?

Anónimo dijo...

Excelente artículo. La figura de Mariátegui es compleja y mucho se ha incidido en los matices de su doctrina política, dejando casi de lado sus contribuciones literarias. El ensayo es también un arte. Y Mariátegui lo comprendió de esta manera. Para entender las particularidades del su estilo, la agudeza de sus observaciones y su heterodoxa sensibilidad, repasar las siguientes piezas maestras:

1. Esquema para una explicación de Chaplin

2. El sumo cicerone del Foro Romano

3. Anatole France

4. Las tres Romas

5. La emoción de nuestro tiempo

6. La civilización y el caballo

Julio Zavala Vega dijo...

Esa historia parece la trama de la novela "impostura" de Enrique Vila Matas, que debió basarse en la historia para construir su ficción, pero lo de Mariategui en en verdad interesante...