18.3.10

Más Kapuscinski

Y "la verdad de las mentiras"

Las respuestas al post sobre Kapuscinski reprodujeron las de los dos bandos que ya el mismo post mencionaba.

Primero, quienes sostienen que nada de lo dicho es demasiado relevante porque el polaco era ante todo un artista, en cuyos libros buscábamos una emoción y una empatía ante las circunstancias descritas, no enterarnos de los hechos que conformaban esa circunstancia.

Y luego el bando de quienes piensan lo que yo mismo afirmé en el post. Es decir, que en lo revelado sobre Kapuscinski hay algo grave, la violación de un pacto elemental: el tácito pacto por medio del cual un cronista le ofrece a su lector no testimoniar lo que no atestiguó, no inventar lo que no sucedió, no usurpar la posición que no tuvo.

Eduardo González, entre los primeros, anota que lo que hace Kapuscinski es "decir verdades a caballo entre la observación sociológica y la intuición literaria". Alguien más alude a lo que Vargas Llosa llama "la verdad de las mentiras": aquella suerte de "verdad" producto de una intuición que ha de hallarse en un texto ficcional.

Ambos, finalmente, colocan la obra de Kapuscinski más en el terreno de la ficción que en el de la crónica como información veraz. Oponen, de ese modo, al concepto de veracidad del texto periodístico el de verdad intuida en y por lo ficcional.

Son famosos los pasajes en que Genette, primero, y luego, basándose en él, Paul de Man, elaboran la idea de que la sola adecuación literaria de un elemento real a los principios de coherencia estilística y de armonía textual implica ya el tránsito de lo real (por ejemplo lo autobiográfico) a lo ficcional (por ejemplo la novela autobiográfica).

El ejemplo que ambos proponen es la adecuación de la materia biográfica a la novela en Proust, pero nosotros podríamos buscar casos más cercanos. Por ejemplo, la estructura formal de El pez en el agua, de Vargas Llosa. Ese libro propone, como correspondencia para cada momento del presente histórico, un momento paralelo del pasado biográfico, contaminando la memoria de ficción. Pero, a diferencia de las crónicas de Kapuscinski, el libro de Vargas Llosa siembra alertas: El pez en el agua incluye pasajes literales de La tía Julia y el escribidor, cuya presencia permite al lector intuir el tránsito de un registro al otro y con ello le confiesan la peculiar intersección.

Así de variable es la naturaleza del pacto al que me referí: no es el burocrático "pacto autobiográfico" de Philippe Lejeune, aunque algunos de sus elementos se asemejan: Kapuscinski publicó mucho de su trabajo en revistas que a su vez lo ofrecían como el relato presencial de un testigo sobre unas circunstancias comprobadas; y eso ya implica una burla a la confianza del lector cuando lo que se le da no es una realidad atestiguada ni, siempre, un hecho razonablemente investigado.

Más interesante, y también más difícil de determinar, es la idea de que existe una "verdad de las mentiras", más trascendente que el simple dato fidedigno, más aguda que él porque es capaz de atravesar la dimensión de lo probado e incluso de lo especulado para aparecer como un rescate directamente tomado de lo real. Y más mágica, también, porque implica no sólo la existencia de un conocimiento intuitivo en el texto que el autor nos entrega, sino además nuestra propia intuición de ese conocimiento, y la coincidencia, aunque sea fugaz, de ambos.

Tan fuerte es el poder de esa doble intuición que hay quienes están dispuestos a negar que exista la verdad en el mundo pero no están dispuestos a abandonar la idea de que existen verdades intuidas en las ficciones. Verdades que, de algún modo más o menos claro, y casi siempre menos que claro, son capaces de vencer hasta las proclividades ideológicas de su autor. Por eso estamos dispuestos a encontrar verdades de ese tipo incluso en ficciones escritas por personas de las creencias más aberrantes para nosotros, y dispuestos también a justificar nuestro hallazgo; así es como Jünger o Celine nos pueden decir verdades trascendentes y nosotros no sentimos que hemos caído en la red del fascismo, por ejemplo.

Pero reconozcamos una cosa más. Es más frecuente que encontremos esas verdades en textos que ideológicamente no nos propongan el esfuerzo adicional de saltar a la garrocha nuestra ideología. Es más posible y menos costoso intelectualmente hallarlas en textos escritos en nuestro lado de la frontera ideológica, o al menos en sus inmediaciones.

Supongo que eso se debe a que nuestro uso de la categoría "verdad" es, en el caso de las verdades intuitivas de la ficción, aun más arbitrario que en otros: lo que llamamos verdad es en la mayoría de los casos la coincidencia entre nuestra posición ideológica y la posición ideológica del texto (o la consciente posición ideológica del autor, que no siempre coincide con la de su texto). Para mí, por ejemlo, será más fácil hallar esas verdades en Orwell que hallarlas en Jünger.

Pero volvamos a Kapuscinski y recordemos una cosa: que el estatus ficcional con que se quiere ver sus textos no es el estatus con que él los presentó, ni el estatus con que fueron leídos la primera vez. Es un estatuto que se les quiere dar a posteriori, ante la revelación de que incluyen hechos, datos y relatos salidos de la imaginación del autor.

También en Kapuscinski, sin embargo, como apunta Eduardo, los lectores descubrían, descubren, esas verdades intuitivas que uno encuentra en los textos ficcionales. Pero ya sabemos que ese ejercicio será inmensamente más sencillo y directo (más instantáneo, con la rapidez que la crónica ofrece) si primero encuentro que existe una coincidencia entre mi mirada ideológica y política sobre el mundo narrado y la mirada del texto.

Aquí es cuando viene la deslealtad que encuentro en los casos en que la crónica falsea los hechos y añade a los datos verificables datos imaginarios: cuando leo una crónica yo descubro casi en simultáneo lo que creo que son los datos de la realidad y la posición que la crónica asume ante ellos, y luego la comparo con la mía, todo ello, claro, en un ejercicio sordo y silencioso, automático, inevitable pero a la vez azaroso en el modo en que se produce.

Si la verdad verificable ha sido sustituida o ensanchada o travestida o simplemente modificada por agregados imaginarios, mi ya escaso contacto con la primera se diluye hasta desaparecer. Mi mirada sobre el mundo coincidirá con la del texto (y encontraré, entonces, verdades en él) pero eso será producto de un artificio narrativo. Estaré reconociendo empáticamente mi coincidencia ideológica con el texto, pero acerca de un mundo que el texto no me ha revelado, sino que ha inventado para mí. Lo que he llamado "verdad", así, se confina al interior del texto, aunque yo crea que es una verdad acerca del mundo fuera de él.

Y quizá ese suela ser el caso con la mayoría de los textos ficcionales; pero, ¿debería ser el caso con uno que no se ofrece dentro de ese marco?

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28 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

El Quid de la cuestiòn, es que Kapuscinky, aceptò (creo) que era una ficciòn, solo despuès que varias incongruencias fueron puestas de manifiesto.

Si eso no hubiese pasado, no habrìa dicho nada.

El problema, no es la calidad del texto, sino la intenciòn de engañar al lector.

saludos

Anónimo dijo...

Interesante. Como respuesta a la última pregunta, pienso que no: los datos de realidades desconocidas por nosotros deberían tironearnos hacia direcciones nuevas y no cerrar un círculo que, de seguir bajo su lógica, jamás podría expandirse.

Ahora bien, el concepto de "verdad" que se maneja aquí es el de correlación hecho - discurso, es decir, uno dependiente de la facticidad. Uno muy simple, pero no es el que se discute normalmente cuando se trata el tema (recuerdo un profesor que puntualizaba que la verdad solo es posible en una teoría). Y entonces me asalta una duda: ¿puede un ensayista basar ligeramente sus especulaciones en un concepto al que una disciplina (la gnoseología) dedica todos sus esfuerzos? ¿No es ella la encargada de discutir, con sólidas herramientas, el tema propuesto en este y en el anterior post?

Me aslata la duda, porque es precisamente eso lo que me gustaría escuchar a partir de este momento: la voz autorizada de los filósofos y no una especulación más o menos -más que menos- laxa sobre la verdad. Ubi sunt?

Sé que es una cuestión un poco fuera del tema, pero no he dejado de pensar esto mientras leía los dos últimos post (atribúyanme la neurosis que quieran, pero así ha sido): qué valioso sería que intervenga alguien que realmente se dedique a pensar qué es la verdad, porque es el centro de esta discusión y me parece que no se conoce lo suficiente como para enriquecerla.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Nila: gracias :)

Gaucho: no tengo información que diga que Kapuscinski reconoció el asunto. Quienes acusan a su discípulo ahora le enrostran, precisamente, haber revelado estas cosas tras la muerte del autor y no antes.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

El problema es que también necesitamos a alguien que se dedique con constancia a determinar cuáles son los posibles conceptos de verdad dentro del marco de discursos ficcionales. Y ese suele ser más el terreno de cierta crítica literaria que el terreno habitual de la filosofía.

Pepe Roldán dijo...

Me encanta encontrar este debate en la red. Unos cuantos amigos hemos estado cruzando correos de opiniones al respecto.

Son muy intersantes las posiciones y muy expuestas.

Mi aportación, desde la más absoluta adoración al autor, es menor.

Mi reflexión sobre lo verdadero en la obra de Kapuscinski iba más por la consideración de "posible" que tiene absolutamente todo lo que cuenta, sin más necesidad por parte del lector de comprobar o "reforzar" con "datos" lo expuesto.

Ahí, el gran escritor que es el autor, juega su mayor baza de complicidad con el lector que entrega toda su confianza en lo narrado, pero que no necesita nada más que lo expuesto.

Las narraciones de Kapuscinski son verdad porque todo lo que rodea las situaciones es completamente verdadero: esa dictadura, ese imperio, ese soldado drogado o cualquier otra cosa. Todo procede de la "historia", de nuestra historia contemporánea, con lo que el lector es capaz de reconocer como verdadera cualquier situación.

Sabemos, además, tanto del mundo que por supuesto damos por posible las escenas de muerte gratuita o ese muerto transportado a hombros durante días, con lo que no existe engaño. O por lo menos, yo no me siento engañado.

Pero he de reconocer, soy un entregado al autor, así que no soy objetivo.
Un abrazo
Pepe

o reforzar

uriosamente, undebate de este tipo en la red

Anónimo dijo...

“(recuerdo un profesor que puntualizaba que la verdad solo es posible en una teoría)”. Me parece que ese profe estaba equivocado o que, “anyway” es cuestionable su aserto. En general las teorías responden a modelos caducables con el progreso y entonces se plantearía la cuestión de si la verdad debe ser invariable o permanente, creo que -en todo caso la de que se está hablando aquí- debería ser la segunda. Si uno se pone a deliberar al fondo fino de las cosas sobre estas cuestiones de naturaleza algo inasible, en lo que podría caer es en el llamado “trilema de Münchhausen” que va más lejos que los dilemas primariosos. Yo me escapo porque ya me siento entrando en una incómoda posición tetralemática (emparen esa bola los “criptomnésicos”).
JOTABE POQUELIN

Jorge Morales-Santo Domingo dijo...

Como "Vivir para Contarla" de García Marquez ... su mejor novela.

GB dijo...

"Por eso estamos dispuestos a encontrar verdades de ese tipo incluso en ficciones escritas por personas de las creencias más aberrantes para nosotros, y dispuestos también a justificar nuestro hallazgo; así es como Jünger o Celine nos pueden decir verdades trascendentes y nosotros no sentimos que hemos caído en la red del fascismo, por ejemplo".

¿Será en parte porque Jünger nunca ha sido fascista?

Moccascinski dijo...

OK, entonces como crónicas son una estafa y promoverlas como ficción serían un doble crimen de falsificación y contrabandismo. Entonces, ¿qué son? ¿No las leemos, hacemos como que no existen?

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Simplemente las lees y de preferencia mantienes en mente lo que se sabe sobre ellas. ¿Tan difícil sería?

Anónimo dijo...

El día de hoy, 19 de marzo, la periodista Juana A. publica en Perú.21 una crónica que comienza así:
” Irene es el nombre de una peruana que fue llevada con engaños a trabajar como prostituta a un burdel japonés. En casa, las cosas iban de mal en peor, su esposo la había abandonado y ella no tenía dinero para mantener a su hijo. Buscó trabajo, pero no encontró nada. Ser madre soltera le cerró todas las puertas. Fue entonces que decidió migrar al extranjero.
Un chico de una agencia de empleo que acababa de conocer le pasó el dato de que en Japón llevaban gente de Perú y de varios países de la región a trabajar en fábricas como obreros. La paga era buena: US$6 mil por mes. Además los dueños correrían con los pasaje, los trámites y el hospedaje. El trato era que vaya pagando la deuda con parte de su sueldo. Irene aceptó y en menos de una semana tenía maletas, pasaporte y una carta de invitación del dueño de la fábrica japonesa.
Irene viajó ilusionada pensando que había encontrado el trabajo soñado. Sin embargo, cuando llegó a Japón, se dio cuenta de que había sido víctima de un cruel engaño. Su supuesto jefe resultó ser un mafioso vinculado a la temida Yakuza, la organización que, entre otros crímenes, compra personas para explotarlas sexual y laboralmente.
En su primera noche como esclava sexual se tuvo que acostar con decenas de hombres. ¿La paga? Nada. Apenas dormía, la golpeaban, violaban y drogaban. Quiso escapar, pero el miedo que sentía la obligó a aceptar su realidad. Resignada comenzó a esconder las propinas que sus clientes le daban dentro de su vagina.”
Yo no creo que este informe, si bien pinta una realidad, se ajuste estrictamente a la verdad y estoy casi seguro de que tiene bastante de invención personal (o de invención copiada y pegada). La pregunta es ¿ACTUABA EN OCASIONES DE SIMILAR MANERA KAPUCINSKI?
JOTABE P.

Moccascinski dijo...

Pero si no tienen valor como ficción ni como crónica ni como testimonio personal, ¿para qué leerlos? ¿Qué valor pueden tener a parte del arqueológico?

Pierre Menard dijo...

¿Están seguros de que no me necesitan en esta discusión?

Hombre de Piltdown dijo...

¿Y si algún día soy estudiado no como un vestigio del origen del hombre sino como un vestigio del carácter del hombre?

Anónimo dijo...

El concepto de verdad, dado que no pertenece originariamente a la esfera de lo ficcional sino de lo filosófico, no puede ser trasladado al ámbito de la crítica literaria. El concepto de verdad que acá se está manejando es anticuado e inconducente, pues se basa en la vieja relación supuestamente unívoca entre hecho y palabra. Esto ya fue superado por las nuevas teorías del conocimiento. No pretendemos que un simple crítico cultural maneje estos nuevos conceptos, pero por lo mismo tenemos que pedirle que no ponga gratuitamente "en revisión" el concepto de verdad cuando lo único que está haciendo con ello es retroceder la evolución del pensamiento occidental.

Saludos

Anónimo dijo...

¿Ya ven lo que les digo? Y nadie me quiere hacer caso... Münchhausen, Münchhausen.....
JOTABE

Anónimo dijo...

Hola,
La verdad como correspondencia entre el conocimiento y la realidad no se ha objetado por ser vacía de sentido sino por no mostrar criterios absolutos o al menos los criterios que diversas tradiciones le han querido atribuir. La afirmación de que la verdad de una creencia no es independendiente de la teoría en la que esta insertada es una consecuencia de la filosofía de Kuhn para hacer frente a los cambios de significado y a la introducción de referentes; pero está diseñada, desde mi punto de vista, desde una idea muy conservadora de progreso científico. Si en cambio se aproxima este último--y a la verdad--por mayor predictibilidad se elude el relativismo. La predictibilidad aplica también con el pasado: si Kapuscinsky ni hizo lo que dice que hizo o no estubo donde afirma que estubo, entonces deben existir observadores independientes--de él mismo y de su acusador--que corroboren los hechos. (Los investigadores forenses resuelven casos más difíciles).
Si los libros de K. educan sentimentalmente o políticamente a sus lectores, esa puede ser perfectamente una verdad pero es independiente de que los hechos que se narren sean reales o ficticios.
¿No por que algo es admirable desde muchos puntos de vista debe a la vez cargar con todos los valores positivos que quepan atribuirle, cierto? (O llevarnos a redefinir un género periodístico, menos aun, la verdad.) Podemos tener razones de sobra para querer a un mentiroso (y no necesariamente hablo de K.) aunque no acudamos a él cuando las cuestiones de veracidad estén en juego.
V.

El Gaucho Santillán dijo...

La verdad, siempre describe una parte del universo real.

Èse es el lìmite. Màs allà, se entra al terreno del sofisma.

Quizàs, lo que un autor describe en su texto, sea verdad, aunque le haya llegado por terceras personas.

Pero no es verdad si expresa que fue partìcipe de aquello.

Saludos

Anónimo dijo...

Pepe Roldán,
Sólo un par de cosas que se me ocurrieron al leer tu comentario.
Dices "Las narraciones de Kapuscinski son verdad porque todo lo que rodea las situaciones es completamente verdadero: esa dictadura, ese imperio, ese soldado drogado o cualquier otra cosa. Todo procede de la "historia", de nuestra historia contemporánea, con lo que el lector es capaz de reconocer como verdadera cualquier situación."
Mientras más vagas sean las afirmaciones que se hagan más ciertas pueden ser. Por ejemplo, si afirmas que "la nación quedó devastada después del golpe de Estado" entonces sin duda puedes estar afirmando una verdad. Si dices que murieron 25 000 cuando murieron 18 000 o cuando murieron 5000, y así sucesivamente, entonces claramente la verosimilitud se va perdiendo, ¿no?. Por eso, lógicamente afirmas que la "verdad" que transmite Kapuscinski es "la de la historia contemporánea", y que "el lector es capaz de reconocer como verdadera". Con lo que quieres decir que el lector no necesitó del libro para informarse de una situación del mundo sino para reforzar una opinión ya formada acerca de él.

"Ahí, el gran escritor que es el autor, juega su mayor baza de complicidad con el lector que entrega toda su confianza en lo narrado, pero que no necesita nada más que lo expuesto."
En efecto, las relaciones entre un autor y su lector pueden ser todo lo que cuenta en ciertos géneros literarios, pero en el periodismo los interesados no son sólo estos dos sino también aquellos sujetos de quienes se afirman acciones et al. en los hechos narrados. Estos individuos, naciones o lo que fuese también tienen intereses en juego con respecto a lo narrado. E incluso tú mismo, puedes satisfacerte en lo leído con respecto a la profundidad, al estilo, y otros valores, pero no si lo que buscas es verosimilitud.
El problema de relajar los criterios de objetividad por motivos afectivos es que cuando no exista un interés afectivo de por medio sí vamos a querer invocar a los criterios de objetividad y no a los del sentimiento. Por eso es que guardamos esos criterios para la esfera privada y velamos porque no sean los que rijan en la esfera pública o que rijan sobre nosotros cuando está en contra de nuestro interés.
v.

Pepe Roldán dijo...

Anónimo.

Certero tu comentario. Sólo añado que Kapuscinski no es un mero periodista y el género por él creado sobrevuela el género periodístico, pero también, por qué no, es historiador y narrador sin parangón.

Por otro lado, claro que no necesitas a Kapunscinki para conocer la historia de África o la de Persia, pero puede ser la puerta para adentrarte en el ensayo histórico de los datos que "cualquier" otro podría contarte.

Para encontrar la verosimilitud puede uno leer un manual de historia pero para inundarte de narración, mejor Kapuscinski.

Eduardo Gonzalez dijo...

Gustavo,

creo que das en el clavo al desplazar la pregunta hacia la "verdad" en vez de enfocarte tanto en la pureza del "genero" y sus supuestas violaciones. No es facil, pero creo que este debate da para mucho mas...
http://latorredemarfil.lamula.pe/2010/03/22/la-verdad-social-debate-en-marea-alta/

Max Aub dijo...

Ahora me van a decir que la mitomanía no es un género literario....

Jen dijo...

la cosa es que no era tan capo chinsky

Anónimo dijo...

Maestro, quiero ser como usted: dejar de dictar redaccion y solo dictar narrativa.

Fusgavo Taverón dijo...

¿Por qué tanto lío con los "ensayos" de Gerorio Martínez? Simplemente los lees y de preferencia mantienes en mente lo que se sabe sobre ellos. ¿Tan difícil sería?

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Es que lo que se sabe sobre ellos es que son tonterías. Es distinto.

Lobo Siberiano dijo...

Hagamos el siguene paralelo:

=> Borges: En el Corán no hay camellos: dejémonos de perseguir el color local.

=> Kapuscinski: Yo vi como acribillaban a muchachos mexicanos en 1968: usted, amigo lector, no puede ser un espectador pasivo de este drama real.

=> Gregorio Martínez: El DRAE no tiene pichula: ¿Dejémonos de endiosar a este engendro abominable de la RAE, cuyo objetivo es domar a un organismo vivo como es nuestro lenguaje?

Pero Gregorio Martínez nunca ha contestado eso, ¿o me equivoco?

Hosting Colombia dijo...

Fue un articulo realmente interesante que dio gusto leerlo pues descubrí cosas que no sabia pero que gracias a ti han quedado claras, un saludo.