27.7.10

Vargas Llosa vs. las culturas, 1

Sobre un artículo publicado en Letras Libres

En un artículo reciente, Mario Vargas Llosa afirma que "la noción de cultura" a lo largo de "muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico", y presenta como ejemplo la cultura de la filosofía en Grecia y la del derecho en Roma.

Hace notar luego que, en el Renacimiento, el concepto de cultura "lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes" y que después, "en épocas más recientes", dice, desde la Ilustración, "fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura".

De inmediato propone la definición más circular de cultura que me haya sido dado escuchar alguna vez. Escribe Vargas Llosa: "cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según amplio consenso social, la constituían y ella implicaba".

Que es como decir que el fútbol es la suma de los elementos que componen el fútbol o de los elementos que el fútbol implica, de acuerdo con un consenso logrado entre quienes saben de fútbol.

Vargas Llosa, claro, tiene en mente cuáles son esos elementos y los enumera a continuación: "la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber".

Antes de seguir habrá que hacer notar al amplitud de esa nómina, que incluye cosas tan generales como "ideas" y "valores". ¿Quiere decir, por ejemplo, ideas políticas y valores morales? Probablemente. ¿Quiere decir también, por tanto, ideas marginales y valores populares? Uno pensaría que sí, pero Vargas Llosa no necesariamente lo cree, pues a continuación dice:

"La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".

Vargas Llosa defiende la idea de que la clasificación jerárquica de la cultura siempre fue "bastante clara" porque "para el mundo entero" no había sino "un solo sistema de valores, criterios cilturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".

Cabe preguntarse a qué mundo se está refiriendo Vargas Llosa con esa mirada tan herméticamente homogénea: ¿un mundo donde todos comparten exactamente los mismos sistemas de valores, criterios y modos de pensamiento, juicio y comportamiento, sólo que unos individuos hacen progresar esos sistemas mientras que otros "se desentienden de ellos"?

Mi observación es obvia: tal mundo no ha existido jamás: las "razones sociales y económicas" que Vargas Llosa menciona a vuelo de pájaro son más que suficiente asidero para entender que cualquier sociedad presenta quiebres, hiatos y discontinuidades que engendran modos distintos de valoración, juicio y comportamiento; eso, para no entrar al tema evidente de las culturas mestizas, los mundos coloniales, las sociedades hibridas, las formas de dominación, etc.

Según Vargas Llosa, esa utópica unicidad de la cultura fue resquebrajada por la bienintencionada pero degenerante acción de "los antropólogos", que propusieron una idea absurda: que la cultura es "la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora".

Momento de detenerse y regresar al principio para hacerle notar algo a Vargas Llosa: cuando él habla del "concepto" y la "noción" de cultura en la antigüedad griega y romama, en el Renacimiento europeo, en la temprana Ilustración, etc., remontándose veinticinco siglos en busca de la genealogía del término, está, en verdad, inventando esa genealogía: el "concepto" y la noción" de "cultura" que Vargas Llosa atribuye a esos periodos históricos, fueron enteramente desconocidos en aquellos tiempos. Una frase como "el centro de la cultura romana es nuestra tradición legislativa" hubiera sido una frase más o menos incomprensible dicha por alguien en un senado latino en tiempos del imperio.


Sí: Vargas Llosa está intentando dotar a su idea de "cultura" de una historia de la cual carece. La idea de cultura de Vargas Llosa, que no se remonta más allá del siglo dieciocho, podría replantearse de esta manera: "cultura es un corpus de conocimientos, artísticos, humanísticos y científicos, en cuya evolución una élite social tiene ingerencia y agencia constantes y otras parte de la sociedad no".

Y, en ese contexto, "culto" es siempre un adjetivo que sólo se puede adscribir a un individuo que de una forma u otra tiene presencia en (o acceso a) esa élite social. Una idea "culta", y por tanto atendible, sólo puede originarse, así, dentro de ese fragmento de la sociedad. Y ciertamente no puede originarse en un mundo ajeno (por ejemplo, en otro mundo social, es decir, en un pueblo "bárbaro").

A esa noción de cultura es a la que Vargas Llosa se refiere, en verdad, cuando dice que "la noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado". Por ello, a renglón seguido, Vargas Llosa, enumerando los rasgos del nuevo monstruo al que llamamos cultura, incluye los adjetivos "multitudianario y traslaticio".

En efecto: ante una definición estrictamente elitista de cultura, en la que no se reconoce un gran centro único ni la agencia exclusiva de un grupo minoritario y jerárquicamente elevado sobre los demás, todo se hace incómodamente traslaticio (¿qué?, ¿que la cultura está en todas partes?) e inquietantemente multitudinario (¿ah?, ¿y toda esa gente se cree parte de la cultura?). La respuesta de Vargas Llosa es dramática e hiperbólica: "el contenido de lo que llamamos cultura", dice, "ha sido depravado".

Vargas Llosa parte, entonces, de esa definición dieciochesca de cultura y la complementa con el sentido romántico, decimonónico, de cultura: el que se interesó por construir los cánones, las nóminas de los héroes que habían trasnsformado las artes y las ciencias para mayor honra de unas historias nacionales que necesitaban apuntalarse y definirse en la medida en que se iban construyendo los estados-nación; pero que necesitaban también, rápida y efectivamente, instruir al pueblo en una manera de ser "nacional", de modo que quienes alguna vez se nuclearon en torno a señores feudales y luego en torno a coronas y dinastías (o bajo yugos coloniales) se nuclearan ahora en torno a "valores nacionales", que no podían provenir de los pueblos mismos (aunque debieran dar esa impresión), sino que debían llegarles a los pueblos desde arriba, desde alguna élite, dentro de un ejercicio de homogeneización y de hegemonización.

Pero lo más curioso de la defensa vargasllosiana de las antiguas nociones de cultura es su ambigua y acaso sólo a medias inocente inutilidad: Vargas Llosa quiere que se mantengan o renazcan esas ideas de cultura porque ellas permiten cierta jerarquización.

Literalemente, se refiere a tres formas de jerarquización: una, que nos permita seguir teniendo claro quién es culto y quién es inculto; otra que nos permita saber qué arte es elevado y qué arte es bajo (o no es arte) y una tercera que nos permita saber qué culturas son superiores y qué culturas son inferiores.

Es decir, lo que Vargas Llosa quiere recuperar son formas de jerarquización que nos permitan llamar incultos a ciertos individuos, bajas a ciertas tradiciones artísticas e inferiores a ciertas culturas.

Con lo que una pregunta se hace inevitable: ¿cuál de esas cuatro actitudes es necesaria o siquiera fructífera?

Mi respuesta: yo creo tener la capacidad de distinguir entre una persona que ha tenido acceso a ciertas formas de educación, que ha sido expuesta a ciertas experiencias estéticas, científicas, y a la que se le han dado las armas intelectuales para enfrentarse a la vida y remontarla, hacerla suya, transformarla, y una persona que no ha tenido esas oportunidades, o las ha tenido en menor medida o ha tenido unas experiencias de tipo muy diferente.

Del mismo modo, me creo razonablemente capacitado para saber cuándo estoy viendo una gran película, o leyendo un gran libro, o viendo una estupenda pieza de danza y cuándo lo que tengo en frente es una tontería, un error, un resbalón o un aborto. Y sí, incluso creo que, al menos en casos polares, tengo cierta capacidad de juicio para decir que hay sistemas culturales más complejos que otros, o más capaces de traer, a quienes viven en ellos, una forma de felicidad en sociedad.

Pero también soy consciente de que en todos esos casos, mi posición de obsrevación puede llevarme a error: sé que no poseer mi forma de juzgar la realidad no vuelve inculto a ningún individuo; sé que una tradición artística completa me puede parecer inatractiva o menor simplemente por mi incapacidad de comprenderla; sé que en el encuentro de dos culturas radicalmente distintas, acaso inconmensurables, decidir la inferioridad de una no sólo puede convertise en un ejercicio arbitrario, sino también en uno abusivo y mortal.

Sé otra cosa: que tanto para alcanzar los juicios en los que confío como para notar los vacíos en que mi juicio puede caer (y caerá), es absolutamente innecesaria una noción elitista, egocéntrica de cultura. Y también sé algo más, algo que quiero exponer brevemente y que describo, de antemano, como un ideal egoísta para luchar contra el egocentrismo de la cultura elitista.

Es esto. Si volvemos a la noción de que existe un gran estándar --la cultura, la "civilización humana" de la que habla explícitamente Vargas Llosa-- y a la vez asumimos, como hace el escritor, que la cultura occidental es "la única que, con todas sus limitaciones y extravíos, ha hecho progresar la libertad, la democracia y los derechos humanos en la historia" (con toda la obvia circularidad de ese raciocinio), estaremos diseñando una suerte de autoritarismo cultural extremo, en el que, en la práctica, la única ruta que tiene el mundo no occidental para volverse parte aceptable de la "civilización humana" es transformarse a su imagen y semejanza.

En cambio, si descartamos tanto la idea del gran estándar como la noción de una sola "civilización humana", estaremos en condiciones, por ejemplo, de permearnos a otras culturas, de aceptar de ellas lo que nos parezca mejor, más funcional, más efectivo, y también, casi irónicamente, más humano.

No digo esto en un sentido naïf; no soy dado a ese tipo de sentimiento: me refiero a la simple practicabilidad de la convivencia; me refiero a que no podemos seguir pretendiendo la globalización a la vez que mantenemos las jerarquías, porque eso equivale a convertir la globalización en una megacampaña colonialista (que en gran medida lo es, tal como se está produciendo): sólo en la medida en que sepamos adquirir lo ajeno, estaremos disolviendo fronteras y eliminando la verticalidad.

Eso es algo que yo nunca sabré hacer sinceramente, abiertamente, desacomplejadamente, mientras no empiece por suponer que mi cultura es tan maleable y debería ser tan porosa y modificable como cualquier otra. Pero para aceptar esto último debo renunciar a la idea de que la mía es el estándar y de que hay una "civilización humana" a la que yo he contribuido más que nadie.

Vargas Llosa mismo debería darse cuenta de que su éxito mundial no se debe a que él escriba como Flaubert y como Victor Hugo (¿a qué francés le interesa saber que hay un Victor Hugo arequipeño?), sino al hecho de que escribe de otra manera, desde otro mundo, con otra cultura corriendo en sus páginas, con algo que los demás, en otros espacios culturales, han sabido aceptar no porque sea idéntico a sí mismos, sino porque es sumamente distinto, porque les muestra otras cosas y los conduce en otras direcciones.

Y ahora, después de todo eso, justamente él, ¿quiere eliminar unas diferencias que pueden transitar horizontalmente para hacerles los honores a las viejas jerarquías verticales y de un centro único? ¿Para qué?

...

19 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que ha muchos, y como yo también tendremos que contentarnos con la idea del Mario Vargas Llosa, escritor, nada más. Pues, entonces, yo hago una pregunta, quién define la noción de cultura,¿un canón de gente adinerada? ¿qué vien hacer la cultura sin los seres humanos? ¿llamaríamos culto o inculto , a un poblador de alguna provincia muy remota que haya leido por ejemplo; La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo?
¿es necesario, urgente leer muchos libros para ser considerado culto? pues hay genocidas que han leído mucho y sin embargo ellos son cultos?
Tal vez mis interrogantes aparenten cierta mezquindad, pero creo que, a mi humilde opinión, la cultura está ligada estrechamente con nuestros principios y valores, con saber respetar a los demás y construir una sociedad mejor, equilibrada, con altibajos y diferecias, pero habitable donde prime el sentido común para vivir como seres humanos.
Saludos doctor Faverón,
mi nombre es Jhonny Bello

Enrique Prochazka dijo...

Hola Gustavo.
Quizá (lo muestra la misma duda sobre su inteligibilidad en Roma antigua) es el término, o la categoría "cultura", la que nos conduce al dilema. Arrastrar un concepto agrícola hasta donde ya no sólo no es útil sino que estorba. Yo traté de agitar las aguas años atrás de dos maneras. eligiendo emplear el término "discultural" para apuntar a ciertas cosas que "me" fastidiaban; y preguntando, a cada polémica y polemista, "Qué es un ignorante?" (el supuesto absurdo era que o nadie, o todos). Estimo que deberíamos contar con herramientas lingüísticas más precisas -más técnicas- para elucidar la transmisión y, digamos, sostenibilidad cultural. La memética fue una idea interesante 'gone astray'. Pero a ese tipo de reforma me refiero.

Un abrazo,

E

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Interesante, Enrique. Yo a veces también dudo de la utilidad misma del término "cultura", sobre todo porque parece un término-carpa, digamos, que no se define en sí mismo sino en función de los elementos que uno quiere ver como sus partes. (De allí la graciosa circularidad de la definición que el mismo VLL da). Me pregunto si no es simplemente cuestión de desgajarlo en esos elementos y olvidarse del todo: tradición, ideología, estética, etc., aunque son altamente discutibles parecen al menos constituirse dentro de campos especializados y por tanto más estudiables.

Y claro, como dices, ¿quién es un "ignorante"? ¿Alguien que no sabe qué libros escribió Shakespeare o alguien que no sabe cuáles son las conexiones de combis que hay que tomar para ir de un cono a otro. A un robot-computadora con una amplísima base de datos será difícil llamarlo ignorante, pero probablemente no sea capaz de sobrevivir en la ciudad.

Anónimo dijo...

Nos quedará el VLL narrador... hmmm, pues, creo sinceramente que en 50 años leerán a VLL como hoy leemos a Ventura García Calderón, o a Clemente Palma. Interesantes, técnicamente interesantes, pero no creo que la posteridad acepte su visión del mundo, entonces nunca serán parte de nuestros héroes culturales.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Ah su. Yo no creo. De hecho, cuando leemos hoy "La ciudad y los perros" ya la estamos leyendo 50 años después de haber sido escrita, y no da la impresión de que parezca una curiosidad histórica... :) Vargas Llosa es un novelista extraordinario, eso no tiene discusión.

Enrique Prochazka dijo...

Hola de nuevo, Gustavo. Acabo de (tratar de) releer mi comment anterior y compruebo una sintaxis atascada e intragable, probablemente porque acababa de abrir el ojo. Pido disculpas por eso. Intentaré ser más claro, recogiendo en imágenes algunos elementos de (nuestra interpretación de) MVLL y también tuyos.

Creo que, sacudida la carpa y descartado su viejo telón, se nos dibujan en el suelo un par de ejes cruzados que podrían valernos para analizar la distribución de esos "elementos" que cobijaba la carpa, manejables uno por uno pero quizá inasibles en conjunto.

Uno de estos ejes podría denominarse densidad. Según este, acerca de un tema dado es posible saber nada, poco o mucho. Como tú, pienso que en relación a cada cosa del mundo hay sabios e ignorantes, y a este eje sólo le interesa describir ese nivel de familiaridad o conocimiento, no juzgar su valor intrínseco. Y entonces es así como sabemos qué es un ignorante. Yo sé mucho de la palma de mi mano, un poco de mecánica y soy un ignorante, probablemente, en cine: mientras que todos los que algo saben de la materia la celebran como un triunfo del espíritu humano, para mí ver Mulholland Drive fue totalmente un suplicio, como tomar cemento sin fraguar con cucharón de sopa. Pero me la tomé. Y hay otras cosas, la mayoría de las que hay en el cosmos, de las que no sé por supuesto nada en absoluto.

El otro eje sería simplemente temático: un repertorio, un rosario de materias. Puede ser caótico u ordenado: los subjects pueden seguirse uno a otro de manera alfabética, cronológica, o -agárrense- valorativa. Y ese es el punto. Valorar no la densidad, sino la pertinencia de lo que sabe el otro, es para algunos un acto necesario (de hecho así funciona la paternidad: uno ofrece criterios a la mente que se forma). La larga y vieja costumbre de lo paternal lleva a algunos a la valoración paternalista de que hay, pues, culturas más maduras o más infantiles que otras.

En el otro extemo hay quienes juzgan que toda valoración es, de una u otra manera, fascista. Y entonces las etnomatemáticas y el aceptar que 2 + 2 = la flor amarilla o el eructo de la culebra.

Yo he ido y venido entre amigos que sostienen fervorosamente cada uno de esos extremos, y sigo siendo amigo de algunos. Pero no me creo ninguno. Sigo buscando información.

(debo cortar esto en dos partes, sigo...)

E

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

No comprendo muy bien la discusión que plantea Enrique.

En particular, no entiendo porqué la etnomatemática se tendría que identificar con un extremo relativista (y menos que "2+2=la flor amarilla" sea un enunciado etnomatemático, formal o substantivamente). La etnomatemática no es más que el estudio de las nociones matemáticas de las comunidades sin escritura. Si la etnohistoria o etnomusicología no suponen un extremo relativista, no veo por qué la etnomatemática lo tenga que suponer.

Hay un extremo en que Vargas Llosa tiene razón, aunque por desgracia confunde dos sentidos completamente diferentes de la palabra "cultura". En el sentido que Enrique llama de "densidad" es obvio que no solo es posible sino necesario establecer una comparación entre lo que sabe e ignora cada uno. Precisamente porque nadie lo sabe todo, es que necesitamos identificar quién sabe qué y cuánto. VLL tiene razón al proclamar la necesidad de validar al especialista. O al menos de pensar seriamente al respecto... y no resolver con clichés.

El problema es quién determina cuánto sabe cada uno. Y sobre todo, qué significado le asignamos a la diferencia en el conocimiento, y cuáles son los resultados prácticos de asignar ese significado.

Durante la guerra de Vietnam, los estudiantes universitarios podían alegar que estaba en la Universidad para pedir una exoneración del servicio militar. Dependía de sus notas, sin embargo. Bajas notas podían usarse como argumento para denegar la petición. El resultado fue que los profesores empezaron a poner notas más altas---de hecho, se supone que ese es uno de los orígenes del "grade inflation" que (se supone) hay en la universidad norteamericana. Es obvio que no es tan sencillo acusar alegremente a los profesores de haber fallado en su tarea de determinar quién sabe cuánto. Después de todo, se trata de la vida de las personas. No debería ponerse a los profesores en ese dilema---felizmente, ahora ya no hay servicio militar obligatorio, y eso no pasa.

Pero incluso uno puede ir más allá y preguntarse por qué los buenos estudiantes deben estar exonerados de ir a la guerra. ¿Por qué no se pueden exoneran los buenos policías, los buenos boxeadores, los buenos basureros...? (mejor, claro, por qué no era voluntario, como es hoy, pero ese es otro tema). Resolver el problema de la densidad (si acaso es posible), entonces, no agota el problema de la valoración.

En efecto, lo "temático" (para usar el término de Enrique, que no me parece el más afortunado) es crucial: saber cómo recoger la basura muy bien se considera inferior a saber cómo interpretar a Chaucer adecuadamente. El que solo sabe lo primero, que vaya a la guerra. El otro es indispensable, que se quede.

Es evidente que falta una dimensión para entender el problema de la valoración del conocimiento, tanto en su eje "denso" como en el "temático": las consecuencias prácticas que tiene el valor que se asigna a tu conocimiento. El problema no es simplemente quién asigna el valor (la asamblea de sabios que propone VLL no va a resolverlo, incluso si acierta en la jerarquía). El problema es qué hacemos con el valor una vez asignado.

Tampoco resuelve nada decir que todos los conocimientos tienen el mismo valor. El relativismo cultural (como todo relativismo) es una utopía imposible: si todos tienen razón, ¿qué razón tiene el que dice que nadie tiene razón? Incluso si construimos las disquisiciones que normalmente se construyen para evitar estas clásicas paradojas, todavía nos queda el problema de qué hacer con las diferencias que esas disquisiciones dejan. Los debates sobre aceptar o no el uso de la burka ponen en evidencia las muchas limitaciones del relativismo cultural (de hecho, su práctico fracaso: ¿se debe tolerar al intolerante? es la nueva paradoja del mentiroso).

(sigue)

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

(continuación)


La solución que queda es simple pero requiere un giro copernicano en la concepción del ser humano y sus relaciones con el entorno. Hay que eliminar el concepto de cultura---no veo nada de malo en hacer eso vía el uso de "civilización humana" siempre y cuando no se use una civilización X como el modelo para armarla. Hay que olvidarse de la masa y centrar nuestra atención en el individuo. En cada individuo. Es, por supuesto, una tarea gigantesca, pero hay algunas victorias en este camino---por ejemplo, se ha eliminado la idea de "lengua" (en el sentido de "idioma") como objeto de análisis científico, no veo por qué no se podría hacer lo mismo con otros aspectos de la "cultura", o con toda ella.

Finalmente, la visión apocalíptica de VLL es por completo exagerada.

No solamente hay más alfabetizados que nunca en la historia. Tampoco nunca en la historia ha habido tanta gente escuchando a Mozart o a Bach. O viendo a Da Vinci o a Picasso. O leyendo poemas, novelas y viendo al teatro.

No es una cuestión de cantidad, dice él, y tiene razón. Pero en ese caso la cantidad es una condición indispensable para la calidad (aunque no sea su causa suficiente). Para leer novelas bien hay que estar alfabetizado primero. Para escuchar a Mozart como un experto tengo, al menos, que tener acceso a una grabación primero.

Mi impresión es que la multiplicación de los accesos a los bienes culturales ha producido la destrucción del mito liberal (y marxista y fascista) de que el progreso (o la revolución o...) traería la eliminación de las taras morales humanas. Eso es falso---para ponerlo en términos de Enrique: la valoración "temática" no garantiza que hagamos siempre lo correcto. El crimen, la envidia, el prejuicio, no desaparecen sabiendo escuchar a Bethoveen----esa es precisamente la intuición de Borges (que no era un liberal) en Deutsches Requiem. VLL se queja, en el fondo, del fracaso del liberalismo.

Anónimo dijo...

Gustavo, liberados de la tutela, autoimpuesta tal vez, de los críticos sobre la obra de Vargas llosa, las siguientes generaciones empezarán a hurgar mejor, más independientemente sobre el rol social de este escritor, sobre sus compromisos ideológicos, y creo que eso irá afectando el entusiasmo estrictamente literario que su obra aún provoca. No digo que Vargas Llosa deje de ser un enorme novelista, eso no dudarlo. lo que dije es que creo que ya no lo leeremos como un héroe cultural, un totem de nuestras letras. Ventura García calderon o el propio Palma, tambi+en fueron excelentes cuentistas, por ejemplo, pero su estrella se apagó en eso. El tiempo será menos entusiasta con la obra de VLL cuando la figura pública desaparezca, como sucedió con Sartre, por ejemplo.

Jorge Frisancho dijo...

Quiero hacer un comentario al comentario de Miguel, en el que me parece hay presuposiciones y enunciados implícitos cuya articulación siempre contribuye a aclarar los parámetros del problema.

Dices, Miguel, “No solamente hay más alfabetizados que nunca en la historia. Tampoco nunca en la historia ha habido tanta gente escuchando a Mozart o a Bach. O viendo a Da Vinci o a Picasso. O leyendo poemas, novelas y viendo al teatro.”

Es verdad. Pero también es verdad la siguiente afirmación: “No solamente hay menos seres humanos con conocimiento eficiente del uso de plantas medicinales que crecen en su localidad, nunca en la historia ha habido tan poca gente escuchando los relatos de su chamán al caer la tarde, o participando en danzas colectivas en celebración de la fertilidad.”

Añades: “la cantidad es una condición indispensable para la calidad (aunque no sea su causa suficiente). Para leer novelas bien hay que estar alfabetizado primero. Para escuchar a Mozart como un experto tengo, al menos, que tener acceso a una grabación primero.”

Queda sin examinar en tu fraseo es el contenido del término “calidad” en este contexto. Implica una progresión: de un plano de “baja calidad” a un plano de “alta calidad”, el primero definido como aquel plano en el cual un ser humano no sabe leer y no tiene instrumentos electrónicos a su disposición, tales como grabaciones de música y equipos estéreo. Yo me pregunto por qué una cosa es “mejor” que la otra. No estoy diciendo que no lo sea; estoy diciendo únicamente que esta axiología es problemática y no puede tomarse como evidente en sí misma.

(Creo que cualquier respuesta honesta a esta pregunta —“¿por qué es mejor saber leer que no saber leer” o “por qué es mejor tener acceso a un disco que no tenerlo”— nos lleva de inmediato al terreno del relativismo —“es mejor porque EN UN CONTEXTO DETERMINADO, tal como la sociedad occidental, el mundo moderno, o el sistema capitalista, saber leer mejora tu calidad de vida”— o al del esencialismo —“es mejor porque la tecnología/Mozart/la novela es AXIOMÁTICAMENTE y de manera UNIVERSAL mejor que su ausencia”—. Creo que no hay términos medios.)

Por último, dices “la multiplicación de los accesos a los bienes culturales ha producido la destrucción del mito liberal (y marxista y fascista) de que el progreso (o la revolución o...) traería la eliminación de las taras morales humanas.” Aquí lo cuestiono es la idea de lo que constituye un bien cultural, al cual hay o no hay “acceso”. En primer lugar, estás hablando sólo de cierto tipo de objetos, mercancías, o productos. Es cierto que hay más personas en posición de usufructuar esos objetos, mercancías, o productos, pero no lo es el que en el pasado la gente haya tenido menos “bienes culturales” en sus manos; tenía otros.

Además, hablas de estos “bienes culturales” como si existieran en cierta medida fuera del individuo, en un depósito al que uno “accede” (o no). En general, me parece más útil pensar los ”bienes culturales”, para usar tu terminología, como cosas que los individuos tienen, crean, y transforman.

Hago estos comentarios porque me parece que estas presuposiciones subyacen también a la postura de Vargas Llosa, aunque no compartas su punto de vista.

Jorge

Jorge Frisancho dijo...

Quiero hacer un comentario al comentario de Miguel, en el que me parece hay presuposiciones y enunciados implícitos cuya articulación siempre contribuye a aclarar los parámetros del problema.

Dices, Miguel, “No solamente hay más alfabetizados que nunca en la historia. Tampoco nunca en la historia ha habido tanta gente escuchando a Mozart o a Bach. O viendo a Da Vinci o a Picasso. O leyendo poemas, novelas y viendo al teatro.”

Es verdad. Pero también es verdad la siguiente afirmación: “No solamente hay menos seres humanos con conocimiento eficiente del uso de plantas medicinales que crecen en su localidad, nunca en la historia ha habido tan poca gente escuchando los relatos de su chamán al caer la tarde, o participando en danzas colectivas en celebración de la fertilidad.”

Añades: “la cantidad es una condición indispensable para la calidad (aunque no sea su causa suficiente). Para leer novelas bien hay que estar alfabetizado primero. Para escuchar a Mozart como un experto tengo, al menos, que tener acceso a una grabación primero.”

Queda sin examinar en tu fraseo es el contenido del término “calidad” en este contexto. Implica una progresión: de un plano de “baja calidad” a un plano de “alta calidad”, el primero definido como aquel plano en el cual un ser humano no sabe leer y no tiene instrumentos electrónicos a su disposición, tales como grabaciones de música y equipos estéreo. Yo me pregunto por qué una cosa es “mejor” que la otra. No estoy diciendo que no lo sea; estoy diciendo únicamente que esta axiología es problemática y no puede tomarse como evidente en sí misma.

(sigue)

Jorge Frisancho dijo...

(Creo que cualquier respuesta honesta a esta pregunta —“¿por qué es mejor saber leer que no saber leer” o “por qué es mejor tener acceso a un disco que no tenerlo”— nos lleva de inmediato al terreno del relativismo —“es mejor porque EN UN CONTEXTO DETERMINADO, tal como la sociedad occidental, el mundo moderno, o el sistema capitalista, saber leer mejora tu calidad de vida”— o al del esencialismo —“es mejor porque la tecnología/Mozart/la novela es AXIOMÁTICAMENTE y de manera UNIVERSAL mejor que su ausencia”—. Creo que no hay términos medios.)

Por último, dices “la multiplicación de los accesos a los bienes culturales ha producido la destrucción del mito liberal (y marxista y fascista) de que el progreso (o la revolución o...) traería la eliminación de las taras morales humanas.” Aquí lo cuestiono es la idea de lo que constituye un bien cultural, al cual hay o no hay “acceso”. En primer lugar, estás hablando sólo de cierto tipo de objetos, mercancías, o productos. Es cierto que hay más personas en posición de usufructuar esos objetos, mercancías, o productos, pero no lo es el que en el pasado la gente haya tenido menos “bienes culturales” en sus manos; tenía otros.

Además, hablas de estos “bienes culturales” como si existieran en cierta medida fuera del individuo, en un depósito al que uno “accede” (o no). En general, me parece más útil pensar los ”bienes culturales”, para usar tu terminología, como cosas que los individuos tienen, crean, y transforman.

Hago estos comentarios porque me parece que estas presuposiciones subyacen también a la postura de Vargas Llosa, aunque no compartas su punto de vista.

Jorge

Cyrano Ignaro dijo...

Creo que hay un problema con el término "ignorante", que tiene una connotación negativa. No saber algo no necesariamente te convierte en un ignorante. Sherlock Holmes era un verdadero ignorante al no saber que la tierra giraba alrededor del sol, pero nunca diríamos eso de unos de los primeros pobladores de Macondo. Llamamos "ignorante" sólo a quienes creemos que tienen el deber de conocer algo y no lo hacen; en Occidente, no haber escuchado la teoría heliocentrista en 1885 es como no saber que el coito produce bebés (de hecho, escuché alguna vez que por ahí hay tribus que no lo saben).

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

Estoy de acuerdo con Jorge cuando señala que ciertos conceptos discutidos requieren que se expliciten las presuposiciones que los sostienen. Pero no estoy de acuerdo cuando dice que yo estoy afirmando implícitamente tales presuposiciones. Más bien estaba tratando de discutir en los términos de VLL.

Por ejemplo, la distinción entre calidad y cantidad no es mía, sino que está explícita en el texto de VLL. No es mi intención decir que los criterios de calidad sean evidentes por sí mismos. Lo que trato de decir es que, incluso si asumimos la distinción de VLL, no es claro que se deduzca lo que él quiere deducir. Lo mismo con "bienes culturales". Asumamos que son como VLL cree. Incluso en ese caso, sus conclusiones no están garantizadas.

Eso creo que clarifica lo que quería decir, de manera que no se opone en realidad a lo que Jorge dice.

Hay dos otras cosas más, sin embargo, que tienen un diferente carácter.

En primer lugar, examinemos estas tres afirmaciones:

(i)hay menos seres humanos con conocimiento eficiente del uso de plantas medicinales que crecen en su localidad
(ii)nunca en la historia ha habido tan poca gente escuchando los relatos de su chamán
(iii) o participando en danzas colectivas en celebración de la fertilidad

No creo que (i) sea correcta, si juzgamos la inmensa literatura en medicina tradicional que está disponible en muchas partes. Por supuesto, es una cuestión empírica. Habría que contar. Pero no me parece que exista necesariamente un desinterés por ese conocimiento. Todo lo contrario. Mi padre, que era vegetariano (pero de "cultura letrada") tenía una inmensa colección de libros y documentos sobre los usos medicinales de las plantas, no solo de "su localidad" pero de muchas otras localidades. Hoy es más fácil que nunca informarse al respecto.

No estoy seguro de que (ii) sea correcta, tampoco, pero responder sí requiere desmontar algunas presuposiciones quizá no obvias.

No es necesario suponer que se ha disuelto la continuidad entre "escuchar los relatos del chamán al caer la tarde" e "ir al cine (o ver "Lost") al caer la tarde". En la medida en que las comunidades se han transformado y ha ocurrido una paulatina división del trabajo en sociedades más y más grandes, "el chamán" se ha dividido en múltiples oficios: sacerdotes, médicos, directores de cine, críticos de arte, poetas... No es necesario imaginar que nosotros ("los modernos") somos sustantivamente diferentes de los otros seres humanos que se sientan por la tarde a escuchar a su chamán. Es más interesante investigar si existe una entidad central, una cierta humanidad que todos compartimos, independientemente de nuestra desconexión histórica. Me parece que ya es la hora de dejar de insistir en "la diferencia" y empezar a preocuparse (al menos adicionalmente) de las semejanzas. Creo que de esa preocupación puede surgir una visión más rica de ser humano---dicho sea de paso, ya que se menciona el "escuchar historias" estoy leyendo un libro estupendo "On the Origin of Stories" de Bryan Boyd, que precisamente adopta un punto de vista compatible.

Hace dos días habría aceptado que (iii) es verdad, pero un amigo me manda este link. Nuevamente: no es lo mismo, pero de todas maneras es necesario preguntarse por las conexiones entre uno y otro, sin preconcepciones.

Lo cual me lleva al segundo punto.

(continúa)

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

(sigue)

No estoy de acuerdo en que las únicas alternativas sean el relativismo o una escala axiomática de diferentes conocimientos.

Precisamente porque los "bienes culturales" no existen fuera del individuo, sino que este necesariamente los crea y re-crea constantemente, es que una alternativa a esa dicotomía surge naturalmente: la suerte de las "culturas" es la que los individuos deciden. Lo único que necesitamos garantizar es que tomen sus decisiones en ejercicio pleno de su libertad.

Obviamente eso no es fácil. Pero eso solo quiere decir que hay que empezar a pensar al respecto.

Javier Munguía dijo...

Felicidades por la claridad y la lucidez de tu crítica, Gustavo. Es una pena que "Breve discurso sobre la cultura" y "La civilización del espectáculo" (sugerentes, de cualquier modo, pues propician la discusión) sean materia prima para el próximo libro de ensayos de Vargas Llosa. Coincido contigo en que el Vargas Llosa novelista está más allá de sus taras ideológicas e ideas descabelladas, como las que comentas. Saludos.

Anónimo dijo...

Los contribuyentes a la polémica andan por los cerros de Ubeda, unos tratando de demostrar que pueden medirse literariamente, con Vargas Llosa y otros con pésima y pedante prosa,"aportando" necesades de estudiantes de bachillerato.Casi todos los comentaristas necesitan repetir sus cursos de lógica y de sociología para no caer en la tontería de quien pregunta " ..hay genocidas que han leido mucho y sin embargo ellos son cultos? Tal estupidez es un ejemplo evidente de incultura y de buenas intenciones sin fundamento.El señor Faverón auspicia la participación de la opinión democrática que nada aporta al tema que se discute.La cultura como termino "carpa" es una pobrísima contribución que nunca sustituirá al concepto original. La naturaleza, queridos amigos, no es democrática, sin ninguna justificación distribuye belleza e inteligencia y capacidad para comprender que es la cultura. Por qué los discutidores del ensayo de Vargas Llosa no dedican su ingenio a la construcción de un "cultímetro" que introducido por algún orificio del cuerpo, su de los que quieren ser cultos, su medición, ahorraría tiempo y haría inútiles las discusiones bizantinas de los aspirantes a literatos.

Anónimo dijo...

Muy interesante y polemico el articulo de mario Vargas llosa, el termino "cultura" seguira siendo inasible y controvertido, aunque debo confesar que durante la lectura del articulo se me vino a la cabeza la cancion de Gardel :
......."Todo es igual, nada es mejor,
lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón,
Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!....