1.8.10

Homenaje a Cueto

Un texto de Luis Hernán Castañeda


[En la Feria del Libro de Lima, días atrás, hubo un homenaje a mi amigo el novelista Alonso Cueto. Me hubiera encontrado yo entre el público si no estuviera al otro extremo del continente. Una manera de presenciar el homenaje de manera vicaria es darle una mirada al texto que Luis Hernán Castañeda leyó esa noche y que publico a continuación (gfp)].

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(Escribe: Luis Hernán Castañeda)

La posibilidad de estar aquí, celebrando la trayectoria de un escritor como Alonso Cueto, es para mí muy emocionante; también, es un honor y una responsabilidad enormes. Alonso Cueto es cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista, periodista, profesor universitario, profesor de escritura creativa; su pasión central es la ficción, ámbito al cual ha dedicado por lo menos los últimos treinta años de su vida. El resultado de esta devoción a prueba de todo es un vasto y rico universo literario, que ha sido objeto de numerosas distinciones nacionales y galardones internacionales de sólido prestigio. Estos llegaron a confirmar una calidad artística que, en el Perú, desde tiempo atrás conocíamos y apreciábamos. El reconocimiento a la obra de un gran escritor peruano nos llena de orgullo y de alegría.

Alonso Cueto se ha ganado el afecto más sincero y la gratitud más perdurable de muchísimas personas. Entre los presentes, esta noche, reconozco a sus amigos, a sus alumnos, a sus colegas, a sus lectores. Para empezar, Alonso es maestro de una generación de escritores jóvenes, quienes vemos en él un modelo de amor constante por la literatura; además, su obra es admirada por una creciente legión de lectores en el Perú y en todo el mundo, en español y en otras lenguas. Sus historias nos persuaden por su intachable factura, tocan nuestras fibras más íntimas y nos conmueven siempre, quizá porque intuimos en ellas una defensa esencial de la imaginación y del arte de contar y leer historias, antídoto contra los rigores de la soledad y los males de la sociedad en que vivimos.

Alonso Cueto combina, sabiamente, la preocupación por el Perú y la exploración sutil, microscópica, del territorio de la intimidad, exploración que se inició en 1983 con ese maravilloso libro de cuentos que se titula “La batalla del pasado”. Lo íntimo y lo psicológico, lo hogareño y lo doméstico, universalizados por un especial temple lírico, determinan esta obra, pero no la agotan: considero justo afirmar que la imaginación de Alonso Cueto alcanza, como la de pocos narradores peruanos en este momento, una auténtica proyección nacional. Quiero decir que su literatura representa una fuerza benéfica para el conjunto de la sociedad peruana actual, porque afronta y ofrece caminos de solución para dolores colectivos que, pese a que van ya cediendo, todavía nos interpelan, como la exclusión, el autoritarismo, la corrupción política, los fantasmas de la violencia, la violencia del racismo, la incomunicación entre distintos grupos sociales, la fragmentación cultural; frente a todo ello, esta literatura no se contenta con diagnosticar la enfermedad, sino que postula una vía simbólica, un modelo a escala, de reunión y de armonía.

Me parece que la primera palabra clave es “armonía”. En términos literarios, Alonso Cueto ha transitado siempre con gracia entre el cuento más breve y la novela más caudalosa y dialógica, siempre con la misma brillantez, quizá porque el talento del autor para el matiz psicológico, el detalle expresivo, desarrolla una alianza solidaria con su capacidad arquitectónica para el diseño de realidades complejas, que articulan a sujetos provenientes de múltiples espacios sociales, pero sin renunciar a la voz particular de cada quién. A su vez, el deseo que fomenta la interacción entre estos personajes, con frecuencia seres solitarios y desgarrados por pasiones secretas, es lograr su convivencia armónica, figurada de modo recurrente como una reunión familiar, pero exenta de paternalismo y de sumisión.

Tradicionalmente, la literatura peruana nos ofrece interminables ejemplos de familias perversas, malignas y autodestructivas; yo diría que la gran familia simbólica que la literatura de Alonso Cueto ha venido congregando a lo largo de los años, es una familia en la que ser padre, ser madre y ser hijo son modos de practicar la elegancia del afecto inteligente, la comprensión generosa y el respeto por la libertad del otro. No hablo, sin embargo, de una familia ideal, de una utopía casi pastoril, sino de una familia sometida a la miseria de la historia, que ha aprendido a convivir sobriamente con el pasado, con el dolor, con las diferencias sociales, con la realidad del poder y, en especial, con el abismo de maldad que oscurece el corazón de los seres humanos.

Una familia inmensa, compuesta por numerosísimos personajes, es la que Alonso Cueto ha venido formando con los años. Así, otra palabra clave es “coherencia”. Una virtud admirable de esta obra es su fidelidad ética y artística a ciertos asuntos, obsesiones temáticas y formales, que aparecen y reaparecen, se mantienen y persisten, se enriquecen, se silencian, vuelven: por eso, la relectura es vital. Yo también, que soy un lector más bien reciente pues descubrí a Alonso Cueto en el año 2000, gracias a su libro “Los vestidos de una dama”, suelo regresar a ciertos cuentos favoritos como “La venganza de Gerd” y “La otra”, a ciertas novelas imprescindibles para mí y para muchos, como “Deseo de noche” y “La hora azul”. Intuyo que, para apreciar mejor la coherencia de esta obra, es necesario pensarla no en función de textos separados, sino más bien como un arco de climas y sensaciones que se encadenan y se funden.

Pienso en algunos de los primeros cuentos de Alonso, esos retratos de seres desamparados y taciturnos, perdidos en los pequeños mundos infinitos de Estados Unidos, soportando existencias aparentemente grises aunque sostenidas y animadas, en lo hondo, por fulgores sombríos, heridas pacientes, desesperaciones tranquilas bajo las estrellas de la noche americana, en medio de una oscura felicidad: estos climas y estas sensaciones viajan y resurgen, tal vez, muchos años más tarde, en una novela inolvidable como “El susurro de la mujer ballena”, en la imagen de una mujer que toma un baño nocturno y se deja envolver, en silencio, por los vapores de su fantasía. En “La venganza del silencio”, su novela más reciente, Adriana, la protagonista, reflexiona sobre este mismo asunto:

“El silencio es tan amplio y acogedor, que puede ser una fortaleza en la que una persona se encierra, y si logras sentirte tranquila en su interior y desde allí cerrarle el paso a la gente, te conviertes en el centro del universo. Es el crimen perfecto, porque nadie te puede acusar de haberlo hecho. Todo lo que no dijiste alguna vez. Los secretos que te guardaste. Todas las emociones que se quedaron contigo. Secuestrarte y refugiarte en el fondo de tu guarida. Ignorar a la gente. Fundar un silencio personal, a tu favor. Si logras eso, puedes mover el mundo. Pero estarás siempre tan sola como yo. Ya sabes que no pude ser sino una reina”.

La ficción de Alonso Cueto es una investigación del silencio. El lirismo delicado de su prosa es, me parece, la llave de este silencio. Quizá este lirismo, que yo encuentro singular y memorable, es uno de los aspectos menos estudiados de su literatura. Creo ver, en ella, dos formas de poesía: en primer lugar, está el gesto audaz y denso de esbozar un retrato mediante un trazo único, veloz y fulgurante. Por ejemplo, en una novela se dice de un personaje que “Su gesto no era una sonrisa exactamente, sino una congestión disciplinada de su boca que dejaba un sesgo risueño en los labios”. Hay aquí algo de epifanía del detalle, que revela profundidades insondables a través de un lenguaje que destila y dignifica lo visible y lo concreto. Por otra parte, la segunda dimensión poética se halla en lo escueto y lo esencial de las líneas despojadas, nítidas, cargadas de resonancias, que abundan en novelas como “El vuelo de la ceniza”.

En cualquier caso, la poesía es la puerta de ingreso al inconsciente del personaje. Por cierto, la exploración magistral de la psicología femenina, aventura única en la literatura peruana escrita por hombres, es una marca fundamental en los libros de Alonso. Podemos recordar a Verónica y Rebecca en “El susurro de la mujer ballena”, pero también a Celia en “Demonio del mediodía”, a Gabriela en “Grandes miradas”, y a tantas otras mujeres que pueblan estas páginas y disuelven, con su personalidad única, las fronteras convencionales entre los géneros. De este modo, la novia vengadora de “Grandes miradas” es la síntesis de la vida privada y de la escena pública, mientras que la joven abogada que se enamora de su jefe, y las amigas del colegio que se reencuentran al cabo de varios años, nos presentan un mundo complejo donde las mujeres no encarnan visiones masculinas, como en casi toda nuestra tradición narrativa, sino que actúan, sienten y piensan por cuenta propia, y con una intensidad que los hombres ni siquiera rozan.

Con el mismo espíritu crítico, hay en Alonso Cueto un cuestionamiento de fondo a una sociedad de amos y sirvientes, donde las jerarquías verticales frustran el sueño de la armonía posible. En este punto específico, se revela como un lúcido lector de la novelística peruana, que reescribe en su ficción una suerte de idea-madre que germinó en nuestros mayores creadores, empezando por José María Arguedas: me refiero al hecho de que, en la imaginación literaria nacional, la familia ha funcionado como el sitio vil de la injusticia y el racismo; en otras palabras, los “otros” no están allá afuera, sino que navegan entre nosotros y, para decirlo de una vez, nos habitan. Amos y sirvientes compartimos el hogar; al tiempo que nos amamos o creemos amarnos, ejercitamos el desprecio y la crueldad que nos condenan, a todos por igual, a la esclavitud. Más radicalmente aún, el amor se convierte en el paradójico vehículo del odio entre padres e hijos, esposos y esposas, hermanos y hermanas. Yo me atrevería a decir que uno de los legados más duraderos de Alonso Cueto al futuro de la literatura peruana será la visión lúcida y valiente, jamás derrotista, de un brutal sistema de poder que envenena hasta lo más recóndito de nuestros afectos, pero que puede ser combatido y purificado gracias a la conciencia que aporta la literatura. Como escribe Antonio en “La venganza del silencio”, “Quizás las personas más pesimistas están mejor preparadas para la felicidad, mientras que los optimistas se dan de bruces contra el mal cuando les sobreviene”.

Para terminar, me gustaría decir que, para mí, la vida y la obra de Alonso Cueto son una fuente de entusiasmo y de inspiración. La vocación literaria es importante, porque gracias a ella los escritores tenemos algo que ofrecer a los demás; el amor a la imaginación mejora la experiencia humana; la práctica diaria del oficio de escribir, el trabajo permanente, es la única forma de perseguir no el éxito, sino la coherencia; la ciudad de Lima, hogar y centro de operaciones de Alonso, no es solo un buen lugar para vivir y prosperar como escritor, sino un tesoro inagotable de historias. Por último, la lección más valiosa tiene que ser humana; mejor dicho, una lección que armoniza vida y literatura. Recuerdo ahora uno de los cuentos de Alonso que más me gustan: “En este mundo nadie es tan importante. Usted está en la edad en la que se piensa que la gente vale mucho por sus valores intelectuales o por su erudición o por sus libros escritos, y no por su bondad o su generosidad. Pero algún día verá que lo que cuenta es que la gente sea buena. Que tenga buen corazón, es decir, que sea respetuosa, considerada y generosa”.

Alonso es todo ello y es, además, un maestro de la literatura. Gracias a él, por sus libros, y gracias a ustedes por escucharme.

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11 comentarios:

Anónimo dijo...

"Alonso Cueto es cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista, periodista, profesor universitario, profesor de escritura creativa"

Cueto es completo, aprendan, aprendan

Anónimo dijo...

Sí, Alonso es un gran guerrero de nuestras literatura.

Gato Sucio dijo...

Alonso, narrador enorme, de aliento sincero y mirada profunda y escrutadora sobre la realidad, a la cual hace estremecer y resquebrajar para dejarnos ver la médula negra de nuestra idiosincracia.
Cueto no tiene rivales ni entre andinos ni entre criollos, su prosa es lo más especial que le ha sucedido a la literatura peruana desde Ricardo Palma.

Anónimo dijo...

jajajaja tampoco es para tanto... fuera de cachas, es un escritor a veces irregular con algunos buenos libros: la batalla del pasado, el susurro de la mujer ballena, grandes miradas... hay cosas muy buenas de cueto

Banana Joe dijo...

Recorcholis!!!!!!!!
Yo tambièn quiero leer a Cueto

Sancho Panza dijo...

Gustavo
Vas a hacer la reseña de Las flores del mall?????

POETA ENANO dijo...

Recién me he dado cuenta que parezco bajito al lado de mis amigas. Es que encima que son bien altas se ponen tacones. No es justo:)

Anónimo dijo...

la obra de Alonso está bien, ¿pero su vida? No es trashumante ni viajero ni bohemio, ¿qué puede tener de inspirador un escritor que solo hace lo que tiene que hacer, escribir?

Anónimo dijo...

¿Qué quieren leer, su vida o sus obras?

GASPAR DE LA NUIT dijo...

Gustavo, esa frase “los escritores son pájaros que acopian ramas y hojas secas sin saber bien para qué, hasta que un día saben, por naturaleza, que con esos retazos deben construir un nido, la obra literaria”... creo q es de CORIN TELLADO.

Anónimo dijo...

"¿qué puede tener de inspirador un escritor que solo hace lo que tiene que hacer, escribir?"

si escribe muy bien,de veras preferimos que no pierda el tiempo siendo trashumeante o quilquero