11.5.11

¿Y qué va a pasar con el periodismo?

Antes de que la historia se repita

Puedo intuir (creo) lo que muchos periodistas peruanos están pensando en estos días, considerando el tipo de presión que se mueve en los diarios, las estaciones de radio, los canales de televisión.

Esos periodistas --pienso en los más jóvenes, sobre todo, los que no han estado antes en coyunturas similares-- distinguen entre un colega indeseable y uno decente. Al menos idealmente, pero también cuando miran hacia el pasado: piensan en personas como Nicolás Lúcar o Álamo Pérez Luna, en los periodistas que hacían entrevistas por encargo para destruir o para ocultar lo que la dictadura fujimorista quería destruir u ocultar. Saben que ellos no son como Lúcar o Pérez Luna . Y eso está bien.

Pero según la campaña llegue a su fin, y después, cuando un nuevo gobierno se establezca, las líneas divisorias se van a esfumar, más rápidamente de lo que creen. ¿Cómo se juzgarán a sí mismos cuando se haga demasiado palpable que el medio en el que trabajan se ha vendido o ha sesgado por interés su línea editorial? Incluso si ellos no se ven forzados a hacer nada particularmente oscuro, ¿cómo se sentirán de convivir con los colegas que sí, con los colegas a los que, en una reunión editorial, se les ordene no hablar de cierto tema, o exagerar otro, o acaso inventar alguno? ¿Y cómo mirarán a los ojos a los colegas que sean despedidos por no aceptar lo inaceptable?

¿En qué momento un periodista pone entre paréntesis su ética profesional? ¿Tiene que mentir, escribir o hablar en contra de sus principios antes de saberse corrupto? ¿O basta con callarse ante las arbitrariedades, con ir haciéndose un observador silencioso de la corrupción de los demás o de toda una empresa o de toda una institución?

El periodismo es, obviamente, una profesión mal pagada, y, mayoritariamente, no es una profesión de gente acomodada. Cada año se gradúan muchos más comunicadores de los que los medios pueden recibir. Los periodistas suelen trabajar por cachuelos, dupletear, soportar que los pongan en services, no entrar nunca en planilla, o entrar por sueldos absurdos, firmar contratos de practicante cuando ya han pasado muchos años en un mismo medio y muchos más desde que terminaron la carrera, y algunos viven año tras año como colaboradores, cobrando a destajo, cuando en realidad trabajan a tiempo completo, sin recibir ningún tipo de beneficio.

Y los medios que los tratan así, como si fuera poco, cada cierto tiempo, les exigen a algunos de ellos que se hagan los ciegos, que se hagan los mudos, que miren en otra dirección, que se entreguen a campañas difamatorias, que imaginen acusaciones falsas, que esparzan calumnias, que sean suaves en una entrevista y agresivos en otra, que escriban solamente en favor o solamente en contra de cierto partido, cierto candidato, cierto gobernante.

Si ellos pudieran, seguramente no todos ellos, pero sí muchos de ellos, renunciarían y le tirarían un portazo en la cara al editor o al director o al propietario inmoral que les ordena eso. Y muchos quisieran hacerlo antes de recibir la orden, quisieran subrayar su decendia con un gesto visible y claro. Pero en el Perú para nadie es fácil perder un trabajo, y, ciertamente, no es fácil para los periodistas. Y entonces, las justificaciones se alargan y las excusas se prolongan y la definición personal de qué cosa es un periodista corrupto se hace más maleable y más leve.

Pero hay otro tipo de periodista: el que recibe un sueldo que excede incluso sus propias expectativas, y que excede muchas veces su talento, el que, para seguir apareciendo ante una cámara y para seguir sentándose frente a un micrófono, está dispuesto a cualquier cosa, empezando por la estupidez dirigida, siguiendo por la malicia arrogante, continuando por la descarada duplicidad y acabando en la absoluta miseria moral.

No siempre son, desde un principio, corruptos activos: al principio no mienten, no dejan de opinar lo que creen. Sólo se sientan en el mismo escritorio de los mentirosos, hombro con hombro, les sirven de ligero contrapeso, comparten con ellos los sillones del noticiero, cada cierto tiempo les dan la contra, levemente, cada vez con menos convicción.

Algunos pueden pasar años así. Se convencen a sí mismos de que su presencia no es usada para validar la miseria de los medios en los que trabajan. Llegan a creerse la excusa: pueden jurar que la pobreza ética de su diario, su canal, su estación, no los toca. Ellos están más allá de todo eso: no es raro descubrir en sus columnas de opinión un tufillo de superioridad moral que es enteramente irreconciliable con su realidad, como si hablaran desde el cielo y no desde una alcantarilla.

Lo triste es que muchos de ellos empezaron en la misma condición de inocencia recién graduada de la mayoría: empezaron por no renunciar a un trabajo la primera vez, por sentarse en el escritorio de la redacción la tarde en que hubieran querido lanzarle un portazo al editor. Otros no, por supuesto: otros están hechos a la medida de la corrupción, la colusión y el soborno, desde siempre y para siempre (y el Perú, al parecer, no sólo estará dispuesto a perdonarlos, sino también a premiarlos).

Pero esos tienen que ser siempre la minoría: sería inaceptable que, uno tras otro, los medios de comunicación peruanos comenzaran a caer de nuevo a los pies de la corrupción, venga del fujimorismo o de quien sea. Los periodistas jóvenes, los que no han caminado por esa ruta, y que ahora ven cosas oscuras sucediendo ante sus ojos, no deben aceptar lo que aceptaron muchos en la generación anterior, no deben ofrecerse en bandeja otra vez: deben escribir sobre lo que presencian, decir lo que ven. Hoy hay demasiadas maneras de hacerlo, demasiadas formas de dejar que las verdades se conozcan; no hay excusa que valga.

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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que estás pensando en los "jóvenes" de tu generación. Aohra la corrupción ya está bien instalada en nuestros cerebros cuando salimos de la primaria.

Anónimo dijo...

Tengo miedo. Todo esto es horrible. Y va a suceder.

Anónimo dijo...

Creo que el Perú padece de una enfermedad moral crónica. Incluso en los predios donde se supone que la gente actúa guiada por sus principios -la militancia política en un partido de izquierda- se espera con ansiedad por esa oportunidad que les permita coger su tajada. Es la historia de muchos parlamentarios comunistas que acabaron brindando con el embajador americano en fiestas privadas de acaudalados empresarios. Con los periodistas ocurre algo similar, me parece. Casi todos esperan por el momento adecuado, por esa oportunidad que si bien no los hará ricos, por lo menos les garantizará una posición laboral por años. En el Perú, el ejemplo de un periodista que renuncia en frente de las cámaras televisivas después de humillar a su empleador -caso Hildebrandt- es casi una extravagancia, un caso insólito que al parecer solamente se puede permitir un personaje con nombre y prestigio.

El periodismo es una profesión que muchas veces demanda cierto heroísmo. Los intelectuales suelen llegar tarde al escenario de los acontecimientos, suelen levantar la voz cuando las papas ya dejaron de quemar o ya no queman tanto, son valientes cuando la valentía conviene. Hoy, por ejemplo, es muy fácil hablar con mucha autoridad moral en torno a los tiempos del senderismo. Pero en la década de los 80, cuando era verdaderamente peligroso asumir una posición y un compromiso, Hildebrandt menospreció públicamente la inteligencia de Abimael Guzmán a pesar de las posibles consecuencias. Era normal hablar de terrorismo, lo que no era normal era que un periodista pusiese enfáticamente su sello personal en una opinión riesgosa.

Con esto quiero decir que los periodistas íntegros o rectos son, lamentablemente, la excepción. Se les puede contar con los dedos de la mano. Los otros, los del montón, quedarán atrapados en la máquina propagandística del fujimorismo, si Keiko sale elegida.

Anónimo dijo...

Hola Gustavo, excelente artículo. Solo una cosa, ¿es posible que tus artículos puedan ser publicados en diarios peruanos? No se trata de que vendas tu pluma, sino que pongas que tus artículos puedan ser publicados libremente por cualquier medio, siempre y cuando se mencione expresamente la fuente de donde ha sido tomado. Pienso en primer lugar en La República y en segundo lugar en La Primera. Como sabes, los medios masivos han sido secuestrados, y lamentablemente los blogs no tienen un mayor impacto. Nada más, y hasta pronto.

Anónimo dijo...

LA CLOACA

Llevo ocho años en periodismo y, francamente, no pretendo seguir más en esto. Ocho años fueron suficientes para comprender que no soy dios ni estoy por encima de ley y que no puedo hacer lo que me viene en gana, que trabajar con la ‘información’ es algo delicado y en beneficio del servicio público. ¿Pero qué he visto? A Nicolás Lucar ganando más que diez colegas juntos después de recibir billete del fujimontesinismo –y aquí no pasa nada–, a Álamo Pérez Luna hablando de decencia. No digo que me simpaticen esos periodistas que se yerguen como conciencia moral de los demás, pero vamos, no puedo soportar que alguien como Beto Ortiz –sí, no es políticamente correcto decirlo, pero sus crónicas me parecen aburridísimas– piense que somos unos tontos y salga con la pechuga más grande a decir que los medios pueden hacer lo que quieran. Bajo esta misma lógica falaz, el pueblo tiene derecho a tirarle piedra a las sedes de los diarios, a los canales y radios, y linchar a los periodistas ¿no? –porque como todos podemos hacer lo que queramos–. En fin, yo creo que el periodismo ya fue. Al menos en Perú, esa profesión tiene el hedor de la cloaca.

zeta dijo...

Al fin se puede comentar: estuvo fallando por dos días. En fin, es interesante ver como todo el factor humano pesa tanto en el mecanismo periodístico, y es interesante ver cómo, según tus palabras, mucha gente se somete a la necesidad o se acostumbra a la alta suciedad de su entorno. ¿Y sería muy contradictorio que por un lado se escriba en la línea editorial y que, por el otro, usen un medio como el blog y sean más fieles a sí mismos? Me pregunto si por algo así podrían sacarlo a uno de su trabajo...

Anónimo dijo...

Sería interesante ver a los estudiantes de periodismo independientes hacer algún tipo de manifestación en las editoriales o estudios de TV que se prestan a la campaña de la japonesa, algo pensado sin dar pie a que se pongan como víctimas de agresiones. Recuerdo que en esas épocas se puso de moda labar la bandera, también fue bueno lo de las ratas en el caso de los petroaudios, algo que repercuta y agreda detodas las formas menos físicamente.